…El atardecer del 4 de septiembre la Minerva abría sus alas con el bergantín “Virgen del Rosario”, que tal nombre había cristianizado a la nave al convertirse en presa tras la toma de Orán, a cinco cables de su aleta de estribor. Partiendo al alba de ese día en una derrota larga y de amplio rodeo, las dos naves se encontraban a tres millas al este del objetivo. Por el otro lado, con las instrucciones claras a bordo del “Santa Olaya”, este mantenía la navegación podríamos decir “de vuelta encontrada” al otro cuadrante con el mismo viento que, como en la pura vida el mismo motivo dos cosas distintas puede producir en función de donde el alma se encuentre. En esta ocasión el alma de madera, aparejo y bronce apuntaba contra él por lo que las bordadas y el ajuste al grado contra este navegando de bolina daba los nudos justos para cumplir el objetivo. La misión comenzó con la determinación de los ánimos en los hombres de las tres naves, pero el arbitrio de los dioses en la mar es como tal, caprichoso. Antes de doblar desde el golfo de Arzew Eolo tuvo a bien menguar su fuerza para dejar alas y rastreras de las dos naves al este sin empuje. Poco después otro tanto fue lo que encontró El Santa Olaya.
- ¡Capitán, perdemos arrancada! Si nos descubren somos presa fácil de sus galeras.
- Tenéis razón Don José. Mantenga lista la nave para el combate y comunique al bergantín que en media hora si no recupera el viento nos retiramos.
- ¡A la orden!
El segundo de Daniel cumplió las órdenes como verdadero engranaje. La tarde aún resistía y el ahora ansiado manto de estrellas no llegaba. En aquella enorme bahía estaba seguro Daniel que ya habrían sido vistos por alguien en la costa. Había que huir y no esperó los 30 minutos dictados.
- ¡Proa al norte, piloto! ¡Ya!
Lento, con un cansino virar por la escasa brisa que llegaba del este lograron dar con la popa sobre la costa y a duras penas fueron ganando millas sobre esta a medida que la oscuridad como condena eterna se echaba sobre una luz que vengativa volvería sobre ella horas después.
El alba volvió a ver a la pequeña escuadra reunida. La mar en este caso marcaba un viento fresco que amenazaba con arreciar, algo que no ayudaría al Santa Olaya en su fondeo pero que permitiría que la operación tuviese visos de cumplimiento. Antes de salir Daniel Fueyo decidió que su oficial Ginés de la Cuadra y Pinzales del Rio embarcase con Segisfredo para apoyarle en el desembarco. El comandante Cefontes no supo cómo aceptar aquél regalo en forma de traslado a pesar de las explicaciones de Daniel.
- Mira Segisfredo, cuando desembarques en Alicante, te deshaces de él con esta carta, que ese hombre no está hecho para mares y pólvora. Cuídalo y quién sabe, igual nos saca de fragatas y bergantines para comandar la escuadra del océano.
- Con que no entorpezca nos valdremos de su inoperancia para dar lustre nobiliario a nuestro bergantín. ¡Suerte, mi comandante!
- ¡Suerte! En cuanto tengas al mensajero vuela a Alicante y trae toda la fuerza que sea posible. Hay que romper el bloqueo de nuestros compatriotas.
Se despidieron con las mismas derrotas que 24 horas antes resultaron en fracaso. Mientras las dos galeras con los galeotes encadenados y expectantes por su futuro mantenían la posición con una navegación a vela aprovechando la fuerza y reservando el rebenque para peores momentos en los que la boga y el espolón deberían determinar la huida o el abordaje.
La misma posición a la misma hora, el atardecer en su agonía dio el paso y con todo el trapo desplegado la Minerva enfiló a las dos galeras más próximas mientras el bergantín ganaba algunos cables adelantándose sobre su capitana para atraer a otras dos que marcaban los límites de tiro con el castillo de Mazalquivir. Las alarmas cundieron entre la escuadra que bloqueaba Orán. Los tambores se podían sentir retumbar a boga de combate mientras el rebenque castigaba las cristianas espaldas de aquellos galeotes. La mar de blanco se apartaba del camino abierto por los espolones con ansia de barco enemigo mientras su cañón de crujía a proa ya preparaba el fuego contra las naves hispanas.
- ¡Atención a la virada por estribor en cuanto de la orden! ¡Preparada la artillería de babor!
Dos galeras enfilaban la Minerva mientras las otras dos que marcaban el castillo ya viraban a golpe de remo. El navío no parecía percatarse de la importancia del ataque pues lentamente viraba su ancla donde había fondeado frente a Orán. La boga de combate había dado paso a la ariete confiando la galera más cercana en la embestida feroz sobre el costado de babor de la fragata. A menos de dos cables el cañón de crujía vomitó su andanada con el palo mayor como objetivo. Fue su vela cuadra la que se llevó el castigo con un buen agujero en su paño. El rumor de los gritos de furia del trozo de desembarco argelino se podía ya escuchar, se veían ya sobre la Minerva cuando la voz del capitán sacudió la tensión contenida de toda la dotación.
- ¡¡¡Todo a estribor!!! ¡¡¡Fuego los mosquetes!!!
Sin estridencias, tan solo con el estruendo de las descargas desde el aparejo donde los pocos infantes que mantenían sus objetivos de la galera hicieron fuego, la fragata marcó un viraje limpio presentado sus bocas de babor ávidas de madera, hierro y almas.
- ¡¡¡Fuegooo!!!
La salva por un momento ocultó la visión entre ambos enemigos, pero el viento fresco del este se llevó el humo y su olor a pólvora dejando al descubierto el daño sobre la galera. Más de la mitad de la palamenta se mostraba partida o rota, no había candeleros que sujetasen a los heridos o muertos a flote sobre la mar, sobre las arrumbadas aún quedaba algún arcabucero con mas deseo de correr al esquife de popa y huir que disparar sobre la fragata que trataba de nuevo de ganar barlovento sobre la otra galera que se aproximaba con ganas de desquite.
Mientras con la noche ya vencedora, el “Santa Olaya” recalaba sobre la playa de Las Aguadas, al oeste de la punta de Mazalquivir. El teniente Cefontes dio orden de ponerse en facha a la espera de la señal. Las salvas se podían sentir conducidas hasta allí por el viento del este.
- ¡Capitán! ¡Allí!
Era la señal convenida.
- ¡Arriad el esquife! ¡Vos, Teniente de la Cuadra vendréis conmigo!
El gesto del Teniente, futuro Duque de Ribera no mostraba el entusiasmo de soldado del rey.
- ¡A la orden, mi capitán!
Con sigilo el teniente Cefontes a popa, junto a seis hombres con el teniente de la Cuadra a proa, todos armados hasta los dientes, sables y chuzos de abordaje, pistolones cargados de plomo y con la excitación propia de la acción llegaron a las finas arenas de aquella playa. Allí un hombre de tez aparentemente blanca les hacía gestos de que se acercasen más. “No me gusta esto, ese imbécil debería venir a nosotros o acabarán por descubrirnos” pensó en aquellos instantes Segisfredo pisando ya la orilla.
- Desplegaos alrededor del hombre, puede ser una trampa.
Con extremo sigilo se acercaban lentamente al hombre que no paraba de gesticular. No pasaron más de cinco minutos cuando ya estaban a menos de diez varas y justo en ese momento un fogonazo reventó el pecho de aquel infeliz.
- ¡A cubierto, es una trampa!...
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