martes, 10 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (105)


…El atardecer del  4  de septiembre la Minerva  abría sus alas con  el bergantín “Virgen del Rosario”,  que tal nombre había cristianizado a la nave al  convertirse en presa tras la toma de Orán, a   cinco cables de su  aleta de estribor.  Partiendo al alba de ese día en una  derrota  larga y de amplio rodeo, las dos naves se encontraban a tres millas al este del objetivo. Por el otro lado, con las instrucciones claras a bordo  del “Santa Olaya”, este  mantenía la navegación   podríamos decir “de vuelta encontrada” al otro cuadrante con  el mismo  viento  que, como en la pura vida el mismo motivo dos cosas distintas puede producir   en función de donde el alma se encuentre. En esta ocasión el alma de madera, aparejo y  bronce apuntaba contra él por lo que las bordadas y el ajuste al grado contra este  navegando de bolina  daba los nudos justos para cumplir el objetivo. La misión comenzó con la determinación de los ánimos en los hombres de las tres naves, pero el arbitrio de los dioses en la mar es  como tal, caprichoso. Antes de doblar desde el golfo de Arzew Eolo tuvo a bien menguar su fuerza para dejar alas y rastreras de las dos naves al este sin empuje. Poco después otro tanto fue lo que encontró  El Santa Olaya.

-          ¡Capitán, perdemos arrancada! Si nos descubren somos  presa fácil de sus galeras.
-          Tenéis razón Don José. Mantenga  lista la nave para  el combate y comunique al bergantín que en media hora si no  recupera el viento  nos retiramos.
-          ¡A la orden!

El segundo de Daniel  cumplió las órdenes  como verdadero engranaje. La tarde aún resistía y el ahora  ansiado manto de estrellas no llegaba. En aquella enorme bahía estaba seguro Daniel que ya habrían sido vistos por alguien en la costa. Había que huir y no esperó los 30 minutos dictados.

-          ¡Proa al norte, piloto! ¡Ya!

Lento, con un cansino virar  por la escasa brisa que  llegaba del este lograron dar con la  popa  sobre la costa y  a duras penas  fueron ganando millas sobre esta a medida que la oscuridad  como condena eterna se  echaba sobre una luz que vengativa volvería sobre ella  horas después.  

El alba volvió a ver a la pequeña escuadra reunida. La mar en este caso  marcaba un viento fresco que amenazaba con arreciar, algo que  no ayudaría al Santa Olaya en su fondeo pero que permitiría   que la operación tuviese visos de cumplimiento. Antes de salir Daniel Fueyo decidió que su oficial Ginés de la Cuadra y Pinzales del Rio embarcase con Segisfredo  para apoyarle en el desembarco. El comandante Cefontes no supo cómo  aceptar aquél regalo en forma de traslado a pesar de  las explicaciones de  Daniel.

-          Mira Segisfredo, cuando desembarques en Alicante, te deshaces de él con esta carta, que ese hombre no está hecho para mares y pólvora. Cuídalo y quién sabe, igual nos  saca de  fragatas y bergantines   para comandar la escuadra del océano.
-          Con que no entorpezca nos valdremos de  su inoperancia para dar lustre nobiliario a  nuestro bergantín. ¡Suerte, mi comandante!
-          ¡Suerte!  En cuanto tengas al mensajero  vuela a Alicante y trae toda la fuerza que  sea posible. Hay que romper el bloqueo de nuestros compatriotas.

Se despidieron con las mismas derrotas   que 24 horas antes resultaron en fracaso. Mientras las dos galeras con los galeotes  encadenados y  expectantes por su futuro mantenían   la posición con una navegación a vela aprovechando la fuerza y reservando el rebenque para peores momentos en los que la boga  y el espolón deberían determinar  la huida o el  abordaje.

La misma posición a la misma hora, el atardecer  en su agonía dio el paso y  con  todo el trapo desplegado la Minerva enfiló   a las dos galeras más próximas  mientras el bergantín  ganaba algunos cables  adelantándose  sobre su capitana para   atraer  a otras dos que   marcaban los límites de tiro con el castillo de Mazalquivir. Las alarmas cundieron entre la escuadra que bloqueaba Orán. Los tambores se podían sentir retumbar a boga de combate  mientras el rebenque castigaba las cristianas espaldas de aquellos galeotes. La mar  de blanco se apartaba del camino  abierto por los espolones con ansia de barco enemigo  mientras su cañón de crujía  a proa  ya preparaba el fuego contra  las naves  hispanas.

-          ¡Atención a la  virada por estribor en cuanto de la orden! ¡Preparada la artillería de babor!

Dos galeras enfilaban la Minerva mientras las otras dos que  marcaban el castillo  ya viraban a golpe  de remo. El navío no parecía percatarse de la importancia del ataque pues  lentamente viraba su ancla   donde había fondeado frente a Orán.  La boga de combate había dado paso a la ariete  confiando la galera más cercana en   la embestida feroz sobre el costado de babor de la fragata. A menos de dos cables el cañón de crujía vomitó su andanada  con el palo mayor como objetivo. Fue su  vela cuadra  la que  se llevó el castigo con  un buen agujero en su paño. El rumor  de los gritos de furia del trozo de desembarco argelino se podía ya escuchar, se veían  ya  sobre  la Minerva cuando  la voz del capitán  sacudió  la tensión contenida de toda la dotación.

-          ¡¡¡Todo a estribor!!! ¡¡¡Fuego  los mosquetes!!!

Sin  estridencias, tan solo con el estruendo de las descargas desde el aparejo donde los pocos infantes  que mantenían sus objetivos  de la galera hicieron fuego, la fragata   marcó un viraje limpio presentado sus bocas de babor ávidas de madera,  hierro y almas.

-          ¡¡¡Fuegooo!!!

La salva por un momento ocultó la visión entre ambos enemigos, pero el viento fresco del este  se llevó  el humo y su olor a pólvora  dejando al descubierto  el daño sobre la  galera.  Más de la mitad de la palamenta  se mostraba partida o rota, no había candeleros que sujetasen a los heridos  o muertos  a flote sobre la mar,  sobre las arrumbadas  aún quedaba algún  arcabucero con   mas deseo de  correr al esquife de popa  y huir que  disparar sobre la fragata que trataba de nuevo  de ganar barlovento sobre la otra galera que se aproximaba con ganas de desquite.

Mientras con la noche  ya vencedora, el “Santa Olaya” recalaba sobre la playa de Las Aguadas, al oeste de la punta de Mazalquivir.  El teniente Cefontes dio orden de ponerse en facha a la espera de la señal. Las salvas  se podían  sentir  conducidas hasta allí por el viento del este.

-          ¡Capitán! ¡Allí!

Era la señal convenida.

-          ¡Arriad el esquife! ¡Vos, Teniente de la Cuadra vendréis conmigo!

El gesto del Teniente, futuro Duque de Ribera no mostraba  el entusiasmo de soldado del rey.

-          ¡A la orden, mi capitán!

Con sigilo el teniente Cefontes a popa,  junto a seis hombres  con  el  teniente de la Cuadra a proa, todos armados hasta los dientes, sables y chuzos de abordaje, pistolones   cargados  de plomo y  con  la excitación  propia de la  acción llegaron a las finas arenas de aquella playa. Allí un hombre de  tez aparentemente blanca les  hacía gestos de que se acercasen más. “No me gusta esto, ese imbécil debería venir a nosotros o acabarán por descubrirnos” pensó en aquellos instantes  Segisfredo  pisando ya la orilla.

-          Desplegaos alrededor del hombre, puede ser una trampa.

Con  extremo sigilo se acercaban lentamente  al hombre que no paraba de gesticular. No pasaron   más de cinco minutos cuando ya estaban a menos de diez    varas  y  justo en ese momento un fogonazo reventó el pecho de aquel infeliz.

-          ¡A cubierto, es una trampa!...


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