lunes, 2 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (103)


Orán con Mazalquivir tras de si
…Con la llegada del Marqués de Santa Cruz del Marcenado procedente de Ceuta el relevo en los mandos de la plaza recién tomada se llevaron  a cabo embarcacdo el conde de Montemar en la escuadra junto con el grueso del ejército, dejaba el Conde  una guarnición de 8.000 hombres. Las labores de reembarque de los casi 12.000 hombres, armas, pertrechos y caballerías llevó más tiempo del previsto por los mandos de la escuadra a pesar que nadie deseaba quedarse en aquél lugar, donde el que menos ansiaba con  varar en cualquier playa  y respirar cristianos aires donde se sabían seguros y arropados por su misma gente. Al fin, con la entrada de agosto la flota  de  Don Francisco Cornejo y Don Blas de Lezo  se despidió de  la ciudad y de la pequeña escuadra que  al mando de Daniel Fueyo, flamante capitán en comisión de servicio que ya mantenían la vigilancia de  las costas en los cuadrantes próximos al este y al oeste de Orán y su castillo de Mazalquivir.

No solo había brillo en los ojos de un nuevo capitán de la Real Armada,  Segisfredo Cefontes  doblaba su premio pues  recuperaba el mando de corbeta apresada  con el  galón  aumentado a Teniente de Navío, provisional como el que portaba su amigo Daniel, pero que estaba deseando cargar de razones a la  superioridad para  hacerlo firme en su historial. El bergantín apresado con sus doce cañones era el más potente  de los  cinco que cayeron  con la toma de la ciudad. Orgulloso el teniente Cefontes  rasgaba  el azul turquesa del Mediterraneo de aquel incipiente agosto con rumbo oeste, doblaba el saliente que  despedía el castillo  abriendo la espectacular bahía de las aguadas a pleno pulmón del viento en sus velas, las dos cuadras del trinquete, junto a la cuadra de la mayor y su cangreja con la que disfrutaba timoneando la nave. Bergantín que ya portaba un nombre propio de  reino cristiano y no era otro que el de “Santa Olaya P”. 

Así, mientras las dos galeras protegían la bahía  entre el castillo de Mazalquivir y la ciudad de Orán,  los dos bergantines junto con la Fragata  recorrían las costas próximas en busca de piratas berberisicos con ansia de revancha. Al fin la escuadra largó velas hacia  España tras las salvas  de honor desde el castillo y la ciudad y la respuesta de la nave capitana de Don Francisco Cornejo. La llegada a la villa de Alicante fue un fastuoso recibimiento, pues ya los esperaban avisados por  las naves de avanzada que  dieron el aviso de semejante escuadra   con más de 120 transportes.  Como tantas veces en la vida real, no podría ser esta vez de otra manera donde la gloria en dorados  medallones  que aparejan prebendas, honores y  caudales acaban en los que más arriba y muchas veces más lejos se han encontrado del verdadero momento de  esfuerzo, lucha y sacrificio. En esta ocasión fue en mi opinión  menos real la injusticia, pues fueron condecorados con el Toisón de Oro por el Rey  el Conde Montemar y al  gran Secretario de Marina Don José Patiño que con su esfuerzo y convicción continuaba en su esfuerzo y acierto con el engrandecimiento de  la Real Armada.

Festejos y agasajos terminados días antes del 2 de septiembre de 1732 cuando  Don Blas de Lezo larga de ferro en la  bahía gaditana a la espera del siguiente servicio  a encomendar por sus superiores. algo que  mientras esta orden llegaba  le permitió disfrutar de un merecido descanso al  calor de sol cristiano  que siempre bendice Cádiz refrescado tantas veces por  el viento como  demonio escondido en sus  soplidos sin tregua.

Pero los tiempos los marca el destino aliado de  las estrellas  como testigos eternos en el firmamento. Estrellas de buena ley o negras velas confundidas en la noche de los tiempos. Y estos tiempos  estaban con las segundas. El imperio turco decadente no era capaz de  dar apoyo a sus bey  de la costa argelina así que tras una cobarde huida el bey Hacen de Orán con sus tropas, este buscó encontrando el apoyo del bey de Argel que  prefería tener al enemigo entretenido lejos de su  pequeño reino. Con la  partida de la escuadra de transporte con 12.000 soldados y sus pertrechos la guarnición   que  permanecía en Orán y Mazalquivir  a las órdenes del Marqués de Santa Cruz al menos en  número se encontraba en inferioridad ante la alianza de los beys. 

Era domingo, último de septiembre de aquel 1732. El capellán de la “Minerva”  celebraba los oficios  santificando la fiesta del Señor. Todo parecía en calma, una suave brisa del este mantenía a la fragata con rumbo noroeste alejándose lentamente de las playas de Orán. Por su costado de babor una de las galeras mantenía el ritmo cadencioso de su boga larga a poca marcha con el silencio  apropiado al momento de la bendición de su capellán. Sol y moscas apuntaban la mañana para dejarse dormitar una tarde mas entre patrullas y bordadas en una comisión que se iba  haciendo larga y que salvo las pruebas puras de mar y las de artillería iban dando  con la moral y el ánimo de las dotaciones en la sentina de sus almas, pues todos saben que cuando la rutina entra a caballo en cualquier  vida, hacienda u organización todo empieza a perder y comienza a ser vencido.

Así se encontraban las dos naves en ese momento a la vista de la bahía cuando una voz recia  gritó desde  la galleta del trinquete  devolviendo a cada uno de sus místicas oraciones a pie firme  sobre cubierta.

-          ¡¡¡Velas por  el través de estribor!!!

Daniel con  el rayo como competidor en la carrera  extendió su largomira hacia el punto donde  el vigía señaló. Al principio no  las vio, pero  en pocos minutos  estaba claro, una escuadra  de varios navíos aun sin determinar se aproximaba desde el este, algo que  no presagiaba nada bueno.

-          ¡Don José! ¡Mande zafarrancho!

Su segundo, Don José Cienfuegos, con  ansia  inflada por el tedio  soportado esos días dio al  instante la orden de zafarrancho y prevención para el combate. Toda la dotación fue  a sus puestos, las batayolas bien rellenadas, las frasqueras con sus incendiarios bebedizos, los escasos mosquetes y sus servidores  preparados para encaramarse a vergas y  galletas y  la artillería en  atención a la orden de fuego  contra quien fuera. Pero un nuevo  elemento  se presentó   al  escenario. Las tropas del Bey de Argel junto a las del humillado Bey Hacen a golpe de descarga mora se plantaron sobre las lomas cercanas a Orán.   Media hora más y ya se podían distinguir navíos, galeotas y corbeta en total de nueve que se sabían superiores. Daniel Fueyo dio orden de  retirada a mar abierta a la  galera mientras  con valor solo le quedaba interponerse entre esta que a boga de combate trataba de ganar leguas sobre los hermanos de sus galeotes. No era esa la acción intensa que habían soñado para desbancar al tedio, mas no es más que lo que el destino disponga en cada momento al que responder siempre a pecho y sin más temor que el propio de  mortal…

¡Zafarrancho!

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