Orán con Mazalquivir tras de si |
…Con la llegada del Marqués de Santa Cruz del Marcenado procedente de Ceuta el relevo en los mandos de la plaza recién tomada se llevaron a cabo embarcacdo el conde de Montemar en la escuadra junto con el grueso del ejército, dejaba el Conde una guarnición de 8.000 hombres. Las labores de reembarque de los casi 12.000 hombres, armas, pertrechos y caballerías llevó más tiempo del previsto por los mandos de la escuadra a pesar que nadie deseaba quedarse en aquél lugar, donde el que menos ansiaba con varar en cualquier playa y respirar cristianos aires donde se sabían seguros y arropados por su misma gente. Al fin, con la entrada de agosto la flota de Don Francisco Cornejo y Don Blas de Lezo se despidió de la ciudad y de la pequeña escuadra que al mando de Daniel Fueyo, flamante capitán en comisión de servicio que ya mantenían la vigilancia de las costas en los cuadrantes próximos al este y al oeste de Orán y su castillo de Mazalquivir.
No solo había brillo en los ojos de un nuevo capitán de la Real Armada, Segisfredo Cefontes doblaba su premio pues recuperaba el mando de corbeta apresada con el galón aumentado a Teniente de Navío, provisional como el que portaba su amigo Daniel, pero que estaba deseando cargar de razones a la superioridad para hacerlo firme en su historial. El bergantín apresado con sus doce cañones era el más potente de los cinco que cayeron con la toma de la ciudad. Orgulloso el teniente Cefontes rasgaba el azul turquesa del Mediterraneo de aquel incipiente agosto con rumbo oeste, doblaba el saliente que despedía el castillo abriendo la espectacular bahía de las aguadas a pleno pulmón del viento en sus velas, las dos cuadras del trinquete, junto a la cuadra de la mayor y su cangreja con la que disfrutaba timoneando la nave. Bergantín que ya portaba un nombre propio de reino cristiano y no era otro que el de “Santa Olaya P”.
Así, mientras las dos galeras protegían la bahía entre el castillo de Mazalquivir y la ciudad de Orán, los dos bergantines junto con la Fragata recorrían las costas próximas en busca de piratas berberisicos con ansia de revancha. Al fin la escuadra largó velas hacia España tras las salvas de honor desde el castillo y la ciudad y la respuesta de la nave capitana de Don Francisco Cornejo. La llegada a la villa de Alicante fue un fastuoso recibimiento, pues ya los esperaban avisados por las naves de avanzada que dieron el aviso de semejante escuadra con más de 120 transportes. Como tantas veces en la vida real, no podría ser esta vez de otra manera donde la gloria en dorados medallones que aparejan prebendas, honores y caudales acaban en los que más arriba y muchas veces más lejos se han encontrado del verdadero momento de esfuerzo, lucha y sacrificio. En esta ocasión fue en mi opinión menos real la injusticia, pues fueron condecorados con el Toisón de Oro por el Rey el Conde Montemar y al gran Secretario de Marina Don José Patiño que con su esfuerzo y convicción continuaba en su esfuerzo y acierto con el engrandecimiento de la Real Armada.
Festejos y agasajos terminados días antes del 2 de septiembre de 1732 cuando Don Blas de Lezo larga de ferro en la bahía gaditana a la espera del siguiente servicio a encomendar por sus superiores. algo que mientras esta orden llegaba le permitió disfrutar de un merecido descanso al calor de sol cristiano que siempre bendice Cádiz refrescado tantas veces por el viento como demonio escondido en sus soplidos sin tregua.
Pero los tiempos los marca el destino aliado de las estrellas como testigos eternos en el firmamento. Estrellas de buena ley o negras velas confundidas en la noche de los tiempos. Y estos tiempos estaban con las segundas. El imperio turco decadente no era capaz de dar apoyo a sus bey de la costa argelina así que tras una cobarde huida el bey Hacen de Orán con sus tropas, este buscó encontrando el apoyo del bey de Argel que prefería tener al enemigo entretenido lejos de su pequeño reino. Con la partida de la escuadra de transporte con 12.000 soldados y sus pertrechos la guarnición que permanecía en Orán y Mazalquivir a las órdenes del Marqués de Santa Cruz al menos en número se encontraba en inferioridad ante la alianza de los beys.
Era domingo, último de septiembre de aquel 1732. El capellán de la “Minerva” celebraba los oficios santificando la fiesta del Señor. Todo parecía en calma, una suave brisa del este mantenía a la fragata con rumbo noroeste alejándose lentamente de las playas de Orán. Por su costado de babor una de las galeras mantenía el ritmo cadencioso de su boga larga a poca marcha con el silencio apropiado al momento de la bendición de su capellán. Sol y moscas apuntaban la mañana para dejarse dormitar una tarde mas entre patrullas y bordadas en una comisión que se iba haciendo larga y que salvo las pruebas puras de mar y las de artillería iban dando con la moral y el ánimo de las dotaciones en la sentina de sus almas, pues todos saben que cuando la rutina entra a caballo en cualquier vida, hacienda u organización todo empieza a perder y comienza a ser vencido.
Así se encontraban las dos naves en ese momento a la vista de la bahía cuando una voz recia gritó desde la galleta del trinquete devolviendo a cada uno de sus místicas oraciones a pie firme sobre cubierta.
- ¡¡¡Velas por el través de estribor!!!
Daniel con el rayo como competidor en la carrera extendió su largomira hacia el punto donde el vigía señaló. Al principio no las vio, pero en pocos minutos estaba claro, una escuadra de varios navíos aun sin determinar se aproximaba desde el este, algo que no presagiaba nada bueno.
- ¡Don José! ¡Mande zafarrancho!
Su segundo, Don José Cienfuegos, con ansia inflada por el tedio soportado esos días dio al instante la orden de zafarrancho y prevención para el combate. Toda la dotación fue a sus puestos, las batayolas bien rellenadas, las frasqueras con sus incendiarios bebedizos, los escasos mosquetes y sus servidores preparados para encaramarse a vergas y galletas y la artillería en atención a la orden de fuego contra quien fuera. Pero un nuevo elemento se presentó al escenario. Las tropas del Bey de Argel junto a las del humillado Bey Hacen a golpe de descarga mora se plantaron sobre las lomas cercanas a Orán. Media hora más y ya se podían distinguir navíos, galeotas y corbeta en total de nueve que se sabían superiores. Daniel Fueyo dio orden de retirada a mar abierta a la galera mientras con valor solo le quedaba interponerse entre esta que a boga de combate trataba de ganar leguas sobre los hermanos de sus galeotes. No era esa la acción intensa que habían soñado para desbancar al tedio, mas no es más que lo que el destino disponga en cada momento al que responder siempre a pecho y sin más temor que el propio de mortal…
¡Zafarrancho! |
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