Bajé sin grandes esfuerzos dejándome llevar por la mañana somnolienta de un domingo festivo. El periódico, con su último libro de los Episodios Nacionales, me esperaba en el quiosco donde Luisa con cariño me lo tenía reservado sobre la nevera de los helados. En esta ocasión, en vez de bajar cual autómata, decidí girar y encaminar mis pasos por la calle de arriba, hacia los viejos cañones de la vieja batería, que algún día hace ya más de 200 años defendía nuestro puerto de algún pirata inglés con deseos de venir a incordiar nuestra extraña paz.
Desde la calle, al fondo de esta se podía observar el cabo Torres; su faro había ya dejado de tilitar con su mecánico destello en aburridos códigos de luz cada veinte segundos a naves y navíos perdidos en busca de algún refugio seguro. Allí estaban los dos cañones, oxidados, con las cureñas recién pintadas por los servicios municipales, de las que colgaban los carteles explicativos para los curiosos turistas, escasos y huidizos de los chubascos cantábricos anclados ya en este golfo que añora el otoño como época intemporal.
Desde la calle, al fondo de esta se podía observar el cabo Torres; su faro había ya dejado de tilitar con su mecánico destello en aburridos códigos de luz cada veinte segundos a naves y navíos perdidos en busca de algún refugio seguro. Allí estaban los dos cañones, oxidados, con las cureñas recién pintadas por los servicios municipales, de las que colgaban los carteles explicativos para los curiosos turistas, escasos y huidizos de los chubascos cantábricos anclados ya en este golfo que añora el otoño como época intemporal.
Nadie jugaba en la pequeña cancha, donde sólo hacía falta un balón para darle gusto y diversión a los minutos de libertad entre sueño y labor. La crucé hasta llegar a mi escondite, a mi refugio. Estaba solo, los tres bancos que miraban hacia la mar desde donde uno, de forma segura, podía anular la vista y potenciar el oído estaban vacíos. “Pronto vendrá alguien con el periódico a leer las no verdades que destilan en tinta económica” pensé, así que decidí bajar por unas precarias escaleras, hechas a medias por el cemento y por los golpes de un Poseidón muchas veces enfadado con los humanos, a la parte más alejada, justo debajo de un promontorio de tierra, hierba y rocas. Allí, sobre una cornisa de rocas que hacía de banco y testigo de incontables momentos inolvidables de nocturna y amorosa pasión me senté. No se me pasó por la cabeza preguntara la inmensa roca las últimas novedades de aquella noche de sábado ya cadáver, simplemente me senté sobre su fria y suave piel y cerré los ojos apoyadas mis manos sobre la misma cornisa.
El viento fue lo primero en llegar, húmedo y cambiante en su intensidad, sentía su golpe sobre mi piel, sobre mi rostro deseoso de su tacto. Sin pausa un golpe retumbó bajo mis pies, era Poseidón, celoso guardián de su reino, comenzaba de nuevo su eterna labor de reconquista, la pleamar era su objetivo. Aquella ola dejó retazos de su alma flotando volátiles entre los pliegues de luz que entresacaban las nubes grises propias de este otoño inminente. Las sentí chispear sobre mi rostro ciego, diminutos fogonazos de frío que me sacaron una sonrisa y como en alguna película ya clásica dieron con mi consciencia en un hiperespacio que mezclaba espuma, olas, aire, tímida luz solar junto a mi alma en batimiento.
Desconozco los segundos, minutos o siglos que permanecí en aquella dimensión hasta que vibró el móvil dentro de mi pequeña mochila; como en aquella película madre de saga mundial, la nave de mis sueños se detuvo de nuevo en la realidad. “Si, si, vale, quedamos luego, adiós”. Las olas seguían en su batir mecánico pero sensual, el viento soplaba suave mientras me levanté, suspirando, con mi última mirada al profundo océano que me prometía seguir esperando, me despedí hasta el próximo domingo. Luisa me esperaba, el último Episodio Nacional del insigne Don Benito acabaría en los estantes de mi habitación y yo me sentía cargado de sal hasta mi siguiente cita con Ella.
5 comentarios:
¡Que bello, una cita en domingo y frente al mar! Yo vivo a cientos de kilómetros del mar, en el centro...me gustó eso de leer las no verdades, es que eso se lee en los diarios...bueno en casi todos.
Saludos desde México.
Me encantó tu narración, varios elementos se reunieron en la cita, el mar, una pareja enamorada, las viandas, el hermoso paisaje, la cita pefecta.
Un fuerte abrazo.
Hermosas las fotografías que nos mostraste.
disfrútala cada domingo, tú que puedes.
Besos
Hola, lo de quedarse en otra dimensión contemplando el mar, sintiendo el viento, en comunión con la naturaleza, es una experiencia extraordinaria...
Besos
Delicioso relato, me ha encantado, hace sentir el mar en los acantilados y los sentimientos.
Yo sin el mar no sabría vivir :)
Besos
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