De la cuaderna maestra, donde la vida se soporta, donde el vivir o morir queda para siempre marcado por el sumo hacedor, aquel carpintero de ribera que me hizo mas al sur de mi reino, lugar desde donde decidió despedirse mar adentro cuando me construyó. De tal cuaderna fluyó el alma, desembarcó tomando la forma de humano cuerpo con el que recorrer mis dominios.
Ningún ruido hacían aquellos invisibles pasos sobre la senda empedrada que separaba un lago de mar salada del propio mar. Aún así, aves, peces, árboles se giraban para postrar sus diversos cuerpos ante su Señor, al fin llegado de su diáspora irredenta por sentirse suya cuando nunca lo debió haber sido.
Lentamente siguió sus pasos que abrían como parto bíblico el camino de las vidas de quienes aún quedaban por llegar. Las huellas, imborrables por invisibles, quedaban sembradas de rudo césped ya eterno en su incipiente brotar, los pinos volvían a saber lo que es dar sombra pues alguien se acodaba a su corteza. El alma, su majestad, continuaba su andar. Al final de aquella senda, cuando su pendiente se inclinase tal que sólo quién de verdad lo deseara pudiera continuar, podría como majestad observar desde mi propia atalaya la verdad de quienes osaran a mis islas acercar.
Islas Escindidas, cinco pequeños fragmentos de tierra que rodean al mar de la incomprensión. Un mar que defiende con ardor a quién se niegue a ser perfecto en el mundo de los que creen que la perfección esta fuera de él. Unas islas en las que solo perdiéndose uno las logrará encontrar; unas Islas en las que sólo olvidando las conveniencias sociales, como la falsedad del domingo en el Oficio de turno, cuando su silueta comenzará uno a sentir a pesar de la molesta niebla ruidosa que las múltiples aves de cuello inmaculado rebosantes de insulsas sonrisas que solo pregonan el conformismo se empeñen en vomitar.
La cumbre quedaba cerca, mas la pendiente cada vez era de mayor inclinación. Su faro, dominador de cientos de millas a la redonda no alumbraba desde que la diáspora inició su reinado. Por fin el alma, el hombre con forma de alma alcanzó la linterna apagada. Sonreí, como sólo un alma con rango de rey puede hacerlo, fue la chispa que surgió de aquel zarpazo de felicidad el fuego que atravesó en su luz miles de millas, tantas como este mar de verdadera incomprensión que sin mas había crecido en mi ausencia.
Yo, El rey de las Islas Escindidas
2 comentarios:
Soy tan ermitaña que me gustaría tener un reino así, para mi solita, ver todo desde mi isla...
Saludos desde acá.
Habrá quien leyéndote, vea la luz que ha dejado ese alma con cuerpo de hombre y le sirva como faro que le guíe para encontrar sus propias islas.
Disfruta de tu reino.
Un abrazo
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