viernes, 20 de marzo de 2009

Viejas Historias sobre Cuentos Reales (y fin)

…La comida trascurrió en calma, en la mesa del capitán y los “primeros” los esfuerzos por hacer grato el retorno a la realidad no lograban fructificar en el ánimo del marino alemán. Después de varios días era la primera comida en la que no era necesario fijar las sillas al suelo y era posible mantener una conversación sin estar pendiente de la cubertería ni objeto no sujeto al barco. Los golpes eran ya los normales en aquellas latitudes, ahora ya solo era cuestión de no toparse con algún submarino de su majestad el Kaiser alemán al que enseñarle los papeles falsos de una carga destinada a sus archienemigos de la pérfida Albión.


Alejandro continuó con sus labores, pues el marino alemán parecía haber asumido la lluvia letal de la verdad entre sus ruinas. La mar gruesa paso a fuerte marejada, algo que para la latitud y la época del año podría sentirse como una encalmada. Poco a poco la tripulación se recogió en su rutina diaria, sus guardias, la vigilancia ante el ocasional enemigo metálico silencioso como verdadero lobo en medio de un bosque del Pirineo, y es que los submarinos alemanes en su ansia de bloqueo al inglés no daban navío por neutral. La cocina trasegaba olores a cada rincón metálico de aquella pequeña aldea sobre el desierto líquido que es la mar durante semanas y meses entre sol, nubes, estrellas, viento, luna y la dura brega contra la siguiente ola.

La guardia del segundo es casi siempre la más tranquila en cualquier buque mercante, pues transcurre entre las 12 y las 16 que son las horas posteriores a la comida y en la que la luz del día tranquiliza y asegura algo más la navegación. Sobre las 14 horas Alejandro con sus labores de marmitón cumplidas y su pensamiento girando a mayor velocidad que las propias emboladas de aquellas tres expansiones que impulsaban al “Gorbea” decidió salir a cubierta para enfriar sus tribulaciones. La escotilla a popa desde la cocina daba salida libre frente a la bodega nº 2, el tiempo había mejorado, aunque el viento y la humedad se clavaban como astillas en los huesos. Los cinco nudos de rumbo noroeste en plena navegación “a la capa” concedían un ritmo suave y cadencioso a los balances del buque. Poco a poco logró subir al castillo de popa y acomodarse entre las maromas de la maquinilla de la maniobra de estribor.

Desde aquella posición, al abrigo del viento, podía contemplar la estela del “Gorbea”, tal que una recta de color blanco que se hubiera pintado sobre montañas respetando su relieve y sentir al mismo tiempo el latir del mercante bajo sus pies, donde sus hermanos vomitaban a paladas el carbón sobre las dos bocas que lo devoraban, mientras de forma mágica convertían el agua en puro vapor como sangre de un corazón que imprime su pulso para impulsar el resto del cuerpo. ¿Habría tomado la decisión correcta cuando abandonó el pueblo? ¿Era esa la vida que soñaba para él y quién con él se arrojara al devenir futuro?

De pronto una mano vigorosa le cogió el hombro. Era el Capitán Imre, su rostro mostraba un aspecto más sosegado; tenía la sien arrugada y la frente plagada de surcos morenos del mismo sol, algo que demostraba que aquellos ojos azules habían visto muchas millas hasta aquél día. Con la seguridad de quién se siente parte de ese mundo se apoyó en la regala que cerraba la popa del “Gorbea” justo frente a Alejandro con una media sonrisa que reconfortó el corazón de Alejandro.

- Muchacho, te llamas…
- Alejandro, Alejandro Idoeta. Soy el marmitón del “Gorbea”…
- Tranquilo, Alejandro, sé quién eres. Eres quién me ha sacado de semejante sima de oscuras premoniciones. Quería darte la gracias personalmente, el mayordomo me ha dicho que habías salido a cubierta así que me ha venido tras tus pasos. Gracias otra vez.
- No hay por qué darlas, capitán.
- ¡Capitán! Qué bien suena eso, pero ya no lo soy. Ya nunca podre decir tal cosa. Abandoné mi nave.
- Capitán… Señor Imre, usted no la abandonó, nosotros lo sacamos contra su voluntad.

Aquél hombre lo miró con gesto condescendiente, pero su gesto cambió y fue ensombreciendo aquellos ojos azules. Un golpe algo más de través de alguna ola retrasada roció su cara de gotas como queriendo disimular las gotas hermanas que brotaban de sus ojos.

- Hijo, vosotros salvasteis mi vida pero yo había muerto por el miedo hacia varias horas. La muerte de mi compañero Erich, el jefe de máquinas, con quién compartí toda una vida, contemplar su gesto inanimado bajo la chumacera destrozada por la explosión me bloqueó. Nada me importaba ya en aquellos momentos. Los hombres al principio me miraban esperando una orden, pero no fui capaz de articular palabra. Subí al puente y me rendí sobre la rueda del timón. Solo deseaba que una ola me tragase. Los hombres decidieron tomar la iniciativa y os encontraron. Por más que vuestro capitán intentó convencerme no quise aceptar vuestro remolque, ya nada me importaba salvo descansar al fin con mi hermano Erich bajo las aguas del Golfo. Ahora que veo las cosas dentro de mi propia consciencia, que las siento como hombre y marino que soy deseo que sea la tierra quien me trague en alguna mísera esquina donde purgar este pecado en el que caí. Algo a lo que nunca le concedí importancia, que no es otra cosa que desfallecer en el verdadero momento de tu vida, cuando has de decidir lo que de verdad importa ante ti y ante tus semejantes con los que compartes las horas del día y la noche y están a tu merced.

Alejandro lo escuchaba como el alumno frente al catedrático de la mayor universidad del mundo que es la pura Vida.

- Estas últimas horas te he sentido cerca de mi pobre existencia y entre tanto dolor por perder lo más querido después de las vidas de mis hombres quisiera dar por lo menos fe de lo que he aprendido en tantos años de vida en la mar. Alejandro, por lo que he sentido en tu presencia eres hombre decidido y a pesar de las dudas que intentan vencer tu coraza aún frágil estoy seguro que te protegerá de lo que te espera. Con tu decisión si continúas en esta forma de vida me juego la poca vida que pretendo a que partirás mares y llevarás muchas vidas, tantas como desees. Se siempre tan leal y cumplidor como lo has sido ante mí y el final de cada singladura te será favorable siempre, pase lo que pase. Cuando la vida te apure como esa ola que parece insalvable piensa que si la afrontas con calma y aplomo la salvarás sobre ella misma. No te rindas como yo lo hice y nunca perderás lo que más deseas. Recuerda, hijo, hagas lo que hagas, empeñes lo que empeñes mantén tu ánimo y pasión por la supervivencia, te salvarás y salvarás a quién contigo se amarre.

Quedó en silencio mientras miraba la ola que desde la amura de estribor recorría el costado hasta dejarse caer otra vez a su madre salada sobre la aleta de la misma banda. Alejandro se acercó a él y sin atreverse a abrazarlo le tendió la mano; el Capitán del “Fremont” con las lágrimas sin disimulo en pugna contra las gotas advenedizas de los rociones sobre su mismo rostro lo abrazó con la fuerza de un oso. Aquella vivencia marcaría a Alejandro para siempre.


La hora de la cena estaba próxima, había que trabajar. La marcha del “Gorbea-Mendi” aumentaba gracias a la mejoría del tiempo y Cardiff se presentaba más próximo… con el permiso de los sumergibles que acechaban cualquier parte de aquél Golfo de Vizcaya.





Tarjeta de identificación de Alejandro en 1916 a bordo del "Plencia" en el Reino Unido

Esta vieja historia como bien dice el título es un cuento real. Una vida contada en capítulos que los ansiosos oídos de un niño con 10 años escuchaban junto con otras mas. Mi abuelo de nombre Alejandro, marino, pastor, contrabandista, soldado, empresario, cocinero, pero sobre todo marino, tantas veces como miradas mantuvo frente a la vida.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Y pensaba ayer, antes de leer el final:

Qué el viento entre en el puerto,
Tendido abrigo somnoliento,
Y despliegue todas las velas
Realmente nuevo, el nuevo día
Y de fondo, el horizonte.

Anónimo dijo...

Perdón.
¿Se ha planteado usted publicar este cuento?
Pero seriamente, no en un blog ( que no menosprecio, por supuesto)
Creo que cualquier editor se sentiría interesado.

Anónimo dijo...

Y orgulloso estaría de tener a alguien que las recuerda y las transmite de esa manera tan especial.

Gracias por compartir.

Silvia_D dijo...

He disfrutado leyendo tu relato, quizás tanto como tú, de boca de tu abuelo. Gracias por tus confidencias, niño y feliz primera llena de besos

Armida Leticia dijo...

Yo reitero, que estas historias, deberían estar ya en TV, con una gran producción, vestuario magnífico, etc.

Saludos desde México.

JoseVi dijo...

¿Es un cuento de tu abuelo?

Le has rendido un buen homenaje la verdad. Estaria orgulloso de ti :) Mas quisiera yo ser un abuelo como el :)

Un abrazo

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho tu relato y sobre todo me ha emocionado. El "aitite" supo vivir y transmitir su saber y experiencia.... estará orgulloso de que sus historias contadas a su niño hoy sean tan bellos relatos. Dicen que realmente nos morimos cuando dejan de recordarnos.... y Alejandro va a estar presente, muchos, muchos años... porque esta historia también ahora se la has contado a un niño de 10 años.

Besos.
Marina