sábado, 5 de diciembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (40)



…Con la mañana del 9 de febrero comenzó la actividad en toda la flota fondeada, había que hacer aguada y los habitantes de Puerto Cabello esperaban con ansia aquella inesperada lluvia de escudos reales a cambio de provisión y algún pertrecho con que rematar determinadas reparaciones, alegrando así una vida que trascurría por aquellos años en un lento y exasperante ascenso tras el abandono que los últimos Austrias habían protagonizado en las vidas  de los que en aquél hemisferio  vivían olvidados por mil y una inútiles guerras en medio de fangos y humedales congelados de Flandes siempre a mayor honra del rey, su orgullo y la de la santa religión. Ahora la nueva dinastía había comprendido que era este otro hemisferio el que de verdad tenía que ver con su destino y a él se metió de lleno con verdadero acierto.


Como digo la actividad fue cada vez mayor en los navíos, aunque hasta finalizar el consejo de guerra en la Almiranta no se daría permiso para botar los esquifes y lanchones a la rada para hacer el acopio de provisión. Dos horas antes Daniel ya en pie esperaba a Miguel Grifol con la carta en su mano que en silencio y sin preámbulos innecesarios entregó a su ahora capitán.

- Gracias Daniel, al salir del consejo abarloaré mi serení al costado del Valvanera para entregar tu carta a tu madre en propia mano. Desde luego que le haré saber de tu actuación durante la batalla y tu valía en el gobierno de la Furiosa. Estoy seguro que se sentirá orgullosa pues verá en ti la semilla de tu padre.

- Gracias Capitán. Esperaré vuestro arribo para saber de ellos, por favor de un abrazo a mi hermano Miguel y si no le causa molestia entréguele este paquete.

- Así lo haré, Daniel. Ahora atento a las órdenes de tu segundo, que Artime no va a parar hasta hacer de nuestra corbeta la mas lustrosa y rápida de toda la flota. ¡Cabo! ¡A la almiranta sin demora!

Con pausada cadencia en el remar los seis marineros dieron la marcha suave al serení para mantener la dignidad necesaria de quien porta a su comandante ante la mirada de sus hermanos fondeados alrededor. Mientras duró el consejo de guerra en todos los navíos la expectación por desembarcar se traducía en miradas y cuellos girados sobre el Estrella del Mar, en todos salvo en la Furiosa, que su segundo Don Francisco Artime tenía claro el objetivo y nadie le iba a cejar en su determinación.

Al fin el consejo dio por terminada sus deliberaciones y cada comandante, maestre o piloto mayor en riguroso orden hizo abarloar su lanchón al costado de la almiranta para retornar a su nave con las instrucciones y el orden establecido en el desembarco para la aguada y el aprovisionamiento. Solo uno de los lanchones, el serení del Comandante de la Furiosa, enmendó su rumbo en demanda de la urca “Virgen de Valvanera”. No se esperaba tal visita desde la toldilla de popa de esta, con lo que su recién ascendido maestre por haber caído a manos de los corsarios en su honrosa defensa el nominal le solicitó nombre e intenciones para aproximar su lanchón al costado de estribor de su nave. Don Miguel una vez en cubierta le rindió explicaciones algo molesto por no considerar tal explicación necesaria siendo el quien se sentía ser, que buena o mala a una persona siempre le cabe  en algún mínimo hueco la débil vanidad. Tras  comunicar las razones  en pocos segundos el Maestre de nombre Domingo Gutierrez le acompañó a la cámara donde se encontraba María.

- ¡Doña Maria, me alegra mucho encontraros sana y con la misma entereza con la que os vi en Cádiz hace ya casi dos meses! Soy…

- ¡Si, os conozco perfectamente, Don Miguel! ¡Le ha ocurrido algo a mi hijo! ¡Dígame lo que sea! ¡¿Esta bien?!

- Tranquilícese señora, su hijo se encuentra sano como una roca y ahí donde vos le ha visto ha sido quien ha gobernado durante la mayor parte de la travesía la corbeta de nombre Furiosa y aactualemnte bajo mi mando desde el duro combate con los piratas. Antes de tal cosa Daniel se comportó como el hombre que ya es en la primera batería del Estrella del Mar en las que se ofreció voluntario. La razón de mi visita no es otra que la de entregaros a vos esta misiva escrita de su propia mano en la que solicita vuestra venia para cumplir un deseo que solo vos  podéis conceder. Si me permitís, mientras hacéis lectura y reflexión sobre tal asunto traedme a vuestro otro hijo Miguel pues traigo un encargo de su hermano para él.

Miguel le entregó la carta y se retiró acompañado por Inés hasta el castillo de proa donde jugaba con la hija de los Bracamonte y varios marineros que se encontrabas fuera de tu turno de guardia. Mientras tanto María comenzó a leer la carta:

“Querida Madre:



No se de vos ni de mi hermano Miguel desde que nos despedimos en Cádiz y en estos momentos solo deseo que os encontréis ambos bien en salud y ánimo, pues tras los momentos vividos frente a los piratas, en que cualquiera de nosotros pudiera haber muerto solo he tenido tiempo para pensar en nosotros y en que nadie tiene derecho a separarnos por la fuerza tras lo que siempre consideraré una verdadera gesta de pura heroicidad por vuestra parte para vos y para con mi hermano y yo. Salir de la soledad impuesta por la muerte de mi padre en Gijón, escapando de las garras de la espuria avaricia y lograr  como parece el sueño de pisar las tierras hispanas en este otro hemisferio no podía verse descompuesto por semejantes desalmados, ni por nadie que tenga sangre y ley humana en las venas. Por eso esta carta también os quiere decir y pedir al mismo tiempo un deseo que los torcidos renglones de nuestro Señor, como  a vos misma tantas veces he escuchado, ha presentado justo en la proa de mi vida. Sabéis que llevo la mar enclaustrada entre las costillas de mi cuerpo, que como obenques de un barco recién botado, las mantienen prestas a la llamada de la navegación. Pues bien, madre, esta ha llegado con el sonido de la voz del teniente Grifol que me ha propuesto continuar a bordo con él hasta hacer el tornaviaje a España donde me avalará con su palabra y los emolumentos de Agustín Delgado, que no duda en que aportará para mi formación como guardiamarina de la Real Armada.



Sé que tal cosa habrá logrado lo que los piratas no consiguieron, mas será esta si a vos a complace, separación natural y por lo que cualquiera en mi edad lucharía, que no lleva otra razón que el progreso de la propia vida. Vos estaréis asentada en Tierra Firme y yo no seré una carga para vuestro inicios, estoy seguro que así mi hermano Miguel progresará con mayores ocasiones de triunfo y más pronto que tarde un oficial de la Real Armada se postrará ante vuestros pies para orgullo de vos y de mi padre que nos estará observando desde su lugar en el cielo de los justos. Por eso os pido vuestro permiso para continuar bajo el mando de Don Miguel Grifol hasta mi ingreso en la academia en España. Estoy seguro que comprenderéis las razones y los sentimientos que me asisten pues vos lleváis también la misma brava mar en vuestra sangre.”



Dios os guarde siempre.


                                                                          Vuestro Hijo



                                                                          Daniel Fueyo
                                                                                   
                                                     Corbeta "Furiosa P", a 1 de febrero de 1723



Entre lágrimas, María Liébana no hacía sino sentir a su difunto marido entre cada renglón y no estaba segura en qué momento sentía felicidad y orgullo por tal cosa y en qué otros la desdicha por otra vida pendiente de la arbitraria mar  que iba a martirizar en sus temores muchos momentos de su existencia. Solo sabía que su repuesta no había de ser otra que la de conceder la venia…


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre me ha gustado esa expresión:'Conceder la venia'. Muchísimas felicidades por lo que ya sabes.

Anónimo dijo...

Cargada de sentimientos dejo mi marcador...