lunes, 21 de diciembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (45)


…El 19 de febrero llegó como los demás días, que llegan sin avisar a nadie por estar y pronto largan sus amarras de las vidas sobre las que se habían detenido durante veinticuatro horas, siendo el único presente como tránsito entre el futuro ya perdido y el infinito pasado en el que para siempre permanecerá. Amanecía sobre Cartagena con un sol de febrero que con invernal esfuerzo se abría paso entre el fuerte de San Felipe y Punta Canoa. Daniel miraba hacia la bahía donde flameaban los estandartes de la flota que en dos días zarparía hacia Portobelo con el ansia por volver a partir los mares y alcanzar su propia gloria, que no es más que tocar un instante con las yemas de los dedos la piel del reto con el que uno se ha plantado en la vida.


María lo buscó hasta encontrarlo tras subir las escaleras que daban a la terraza. Con sigilo se había presentado tras él observándolo con el dolor constreñido bajo el manto de su piel materna. Trataba de quedarse con la imagen de Daniel antes de perderlo hasta nadie sabía cuándo, que no eran esos tiempos los de poder regresar de donde uno había partido como si de una parroquia a otra del mismo concejo estuviéramos hablando.

- ¡Madre, estabais ahí! ¿Cuánto tiempo lleváis escondida tras de mí?

- Daniel, hijo mío. Tan solo quería verte sin cambiar el momento por un extraño, o un ruido o un destello que me permitiera quedarme con tu imagen antes de tu partida…

María comenzó a llorar de forma serena, como conteniendo sus verdaderos deseos de llorar a puro grito y desahogar así los demonios internos que la oprimían tras tantos sufrimientos por un maldito temporal, por perder a su marido, por aquél párroco que malos infundios lo llevaran al Averno, por perder ahora a uno de sus hijos en aquellas tierras desconocidas y tan lejanas de su Gijón natal. Daniel la abrazó sin tiempo, sin pensar en dejar de hacerlo, como si esperarse hasta que la calma regresara desterrando los suspiros de tristeza que brotaban de su madre.

- No te apures por mí, Daniel. Estoy seguro que lograrás lo que te propongas, pues eres de ley como lo fue tu padre y yendo con el pecho y la mirada limpia conseguirás abrir la puerta más grande que ante ti se plante. Pero se prudente, prométeme que al arrojo de tus deseos lo sazones de prudencia ante cada momento de la vida y solo entonces  creo que podré volver a sentir tu abrazo antes que nuestro Señor me llame al lado de tu padre.

- Madre, no habréis de esperar mucho, quizá algún año. Me cuenta el teniente Don Miguel que con el nuevo Rey las comunicaciones entre los dos hemisferios es cada vez mayor y en estos próximos años seremos capaces de recuperar en el Caribe lo que ya les hemos recuperado en Europa a los Britanos.

Su voz casi era la de un niño que en todo creía aún. La ilusión por lo que estaban por venir, por ser él el partícipe no le dejaba ver los ojos vidriosos de su madre por ver que la naturaleza seguía su curso y era la hora de la separación. En un momento de la euforia de Daniel, María sacó algo que tenía escondido entre los pliegues de su ropa para dárselo.

- Daniel, escúchame un momento. ¿Te acuerdas de Mauro?

- Si, madre. Era el carpintero de ribera que construyó y armó los barcos de padre. ¿Por qué me lo preguntáis?

- Porque en los momentos de nuestra huida de Gijón, cuando acudí a pagarle las deudas por el barco de tu padre, él me entrego una serie de objetos para cada uno de nosotros. Este era para ti. Mauro y tu padre eran casi hermanos, Mauro te tuvo entre sus brazos y cuando pudiste mantenerte en pie eras tu el que te metías entre sus cuadernas de madera con aquél olor a resina y madera recién cortada ¿Te acuerdas, hijo?

- Si, madre. Son recuerdos que nunca se borrarán de mi mente. Pero, ¿Qué es lo que el bueno de Mauro tenía para mi?

Daniel abrió el cofre de madera con refuerzos de bronce con el cuidado de saber que  sus ansias podrían romperlo.

- ¡Dios mío! Es un brújula! ¡Es mi brújula! ¡Gracias, Madre! Es el mejor regalo que podría recibir un día como este.

- Daniel, estoy seguro que en todos los navíos en los que pongas pie llevarán su aguja de marear. Es esta brújula un deseo de Mauro, mío y estoy seguro que de tu padre que nos estará viendo, un símbolo del rumbo correcto que siempre habrás de esforzarte por encontrar por ti mismo. Ahora vayamos abajo a ver a tu hermano que a punto estará de despertarse. Has de despedirte de él con esperanza, con mucha esperanza pues tu partes acompañado de la bendita ilusión, que mil veces hace de compañera, unas veces de buen compás y otras no, mas el quedará en condenada soledad por perderte.

- Vayamos madre, antes de que despierte.




Antes de que el campanario de la catedral cantara las diez de la mañana el carruaje de Don Arturo esperaba en la calle para portar a Daniel junto con Pedro León al muelle donde embarcar. Frente al carruaje todos le despidieron como si fuera un hermano o un hijo. Justo antes de subir el último peldaño que lo metiera en el carruaje, Miguel de un grito lo detuvo y corriendo se abrazó a su hermano.

- Miguel no has de apurarte más por mí, saldrás adelante y te prometo escribir allá donde arribe a la dirección de Don Arturo que seguro te hará llegar  nuevas de mis venturas hasta que nos volvamos a ver, que no dudes será antes de lo que imaginas

- Hermano, te esperaré hasta que vuelvas porque siempre has cumplido la palabra que me diste, aunque no se cómo podré soportar tu falta. Toma este imán que me diste que  te hará falta cargar tu aguja.

Un “gracias” que casi no sonó entre las lágrimas, sollozos y suspiros dio punto final al encuentro entre los hermanos. El carruaje les dio la espalda a todos, mientras en él Daniel volvía a su barco, aunque aún no sabía el nombre final de este…

3 comentarios:

Alfonso Saborido dijo...

Hermano, te esperaré hasta que vuelvas porque siempre has cumplido la palabra que me diste, aunque no se cómo podré soportar tu falta. Toma este imán que me diste que te hará falta cargar tu aguja.

19 de febrero. El día que enterré a mi hermana. No ha podido ser más atinado el mensaje.

Anónimo dijo...

Siempre me han parecido fascinantes esos aparatos exquisitos usados para la navegación. Y me gusta que hayas usado esa imagen. Un saludo, Blas.

Alicia Abatilli dijo...

Esa necesidad de mantener una imagen para que no se borre jamás.
Abrazos, sé feliz.
Alicia