lunes, 1 de septiembre de 2008

Oro en Cipango (y fin)

... fue una boda la mía con Ayame fuera de lo común sucedido en las Américas hasta el día de hoy. Un hombre como el que esto les ha contado, de la Europa inundada por la pobreza y la lucha por la vida, venido a mas gracias a las oportunidades que Dios y esta bendita tierra tuvieron a bien ofrecerme; por otro lado una mujer del desconocido oriente, el país donde el silencio se roza con el sol que nace primero, donde la rigidez llevada al extremo no se mide por los humanos sentimientos que, sin ella imaginar nunca, se vio arrastrada hasta la orilla extrema de su mismo mar.

Fue gloriosa la celebración, todos fueron grandes y alegres partícipes de mi meta, de lo que creí limite alcanzado en la felicidad; Don Sebastián Vizcaíno, Don Miguel Rocha, hasta el padre Ruiz a pesar de su rencor poco reconocido, mi buen Sebastián que llevó a Ayame a la ceremonia como orgulloso padrino. El verdadero oro lo encontré sin buscarlo en medio de aquel país con el acero, la pasión y la conciencia de hacer lo correcto. Doy gracias a tantos renglones torcidos del Señor, que derecho me trajeron a esta rada, donde mi navío ya descansa en puro desarmo desde este invierno que ya no espera primavera que lo empuje a zarpar.

Pasaron años, mas de treinta hasta este momento en los que ya los relojes sobreviven sin la mínima cuerda que sus manecillas empujen, en los que dejo este pergamino, para que alguien lo lea si tuviera a bien hacerlo. Treinta años en los que sucedieron cosas importantes para nuestro virreinato, para nuestra España, pero ninguna tan importante como la vida compartida con mi amada Ayame, con la que espero pronto reunirme en ese cielo con el que los hombres contamos.

Vivimos desde nuestro feliz casamiento en la villa norteña de nombre San Diego, lugar maravilloso al que arribamos un año después con Don Sebastián, que ese nombre le otorgó por el cambiando el que hasta entonces portaba. Defendí desde aquí las tierras del rey, ayudé a los misioneros que se internaban en los desiertos mas el este. Pero sobre todo viví con Ayame, encontré que los límites no existen, tan solo son excusas mas o menos justificadas por la cobarde alma mundana.

Se que pocos son los amaneceres que me restan a proa del mascarón de mi vida, por eso dejo este epitafio a continuación, que deseo sea esculpido en la lápida donde reposen mis huesos, lugar que no es otro que junto a Ayame, en la loma sur de la Isla de Cuatro Coronados, que bien nombró mi viejo amigo Don Sebastián cuando aquí arribamos y dió este nombre y el de San Diego a esta villa un año después de nuestra aventura.


Resuenan los susurros de un atardecer

que se acerca con su oscura noche detrás.

Años de brega y lucha sin ver su final

por un impulso de avanzar, correr, de amar,

por romper la barrera que define lo posible,

por cazar ese límite como viento desde lona de mar.



Mas no lo vi nunca hasta hoy que el sol detiene su andar

frente a mi arrugada silueta de viejo y gastado capitán.


Ciego por sus rayos, oí Su voz abrir mi corazón al fin:



"Nunca se alcanza el límite
pues este, si allí crees arribar
es porque hay otro a mas andar.

Mas si en verdad llegas,
lo que encuentras
no es otra cosa mas que la Muerte,
pues esa es la verdad del límite.
No lo dudes, ninguno mas.


Camina, no pares de soñar
los límites son sólo excusas
unas de peso, fútiles las mas
por eso no detengas tu caminar"





Pero ya no camino

sé llegada la hora de mi destino

y a ello me someto,

pecados y honras ofrezco


Solo Dios sabe lo que merezco



Don Martín de Oca, Conde de las Islas de Santa Cruz del Mar del Sur



San Diego, Nueva España,
19 de Octubre de 1634

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por hacernos navegar, soñar, descubrir y aprender.

Besos

Armida Leticia dijo...

Yo también digo gracias, disfruté esta historia, tengo que leerla de nuevo pero "de corrido".

Saludos desde más alla de La Mar Océano.

MATISEL dijo...

Un buen final para tu relato (muy bueno y cuidado por cierto), en especial los poemas, y ya tuve el placer de leer en mi blog el de los límites. No he leído el principio todavía, pero te prometo hacerlo.

Besos

Alicia Abatilli dijo...

El mejor de los finales, tu poesía, a pesar de su finalidad destila esperanza.
Aplausos sinceros. Admiración sin par.
No dejes de publicarla, busca la forma. Esta historia lo merece.
Un abrazo.
Alicia