miércoles, 28 de abril de 2010

Angel Valiente


Viejo ángel valiente que te escondes tras imágenes plagadas de voluntades olvidadas por la prisa, maquillada esta de la vieja madrastra rutina que todo lo vicia.
Calzo mis escarpines y retorno sobre la cubierta de gastada madera y salitre inmemorial justo cuando he creído percibir tu sonido imaginado a veces como el metálico sonido del acero desenvainado, cortando el viento inmóvil a tu paso. El tambucho atascado no se deja cerrar tras mi salida, el agua comienza a entrar en el barco. Hace un día que derrotado decidí correr el temporal y eso es algo que enoja sobremanera a Poseidón. No desea tal señor de los mares mantener a flote a los que no plantan cara al temporal, sin valorar este cacique divino el ajuste humano en valor, arrojo, conciencia y realidad. Él solo da oportunidad a quien se planta, mientras que a quien tras breve o sangrienta lucha se resigna a correr el temporal le arroja como un vómito olas enormes sobre su popa hasta que entre el valle de la pasada y la que llega detrás, esta última engulla de forma eterna el humillado cuerpo que tan solo desea flotar, sobrevivir, huir del espanto para poder de algún modo recuperar su honra o retirase junto a su miedo a lugares que nunca pensó hollar.


Mirando hacia popa casi podría descubrir cuatro figuras mitad humanas, son los viejos tritones, guardianes del rey marino que como jueces fingen desprecio mientras de través observan la muerte de mi nave. Al fin logro cerrar el tambucho y aunque medio inundada, mi nave mantiene la justificación de Arquímedes entre empuje, peso y volumen dando batalla a mi propia existencia que parece destinada a su aciago final. Acurrucado más que aferrado sobre la rueda metálica del timón mantengo la carrera sobre olas, lluvia y viento que siguen si decidir mi destino, como pareciendo que se estuvieran dando un tiempo de diversión. ¡Maldito viento! Es lo que grita mi mente mientras mi boca no es capaz de pronunciar semejante maldición no sea que se acabe el tiempo extra de semejantes meteroros.
Pactos, diablos, treguas con intereses, todo parecía imposible pero me di cuenta que era la noche y su oscuridad la que me envolvía de tal color el ánimo. A veces era capaz de transponerme de mi propio cuerpo y observar la viva escena en la que la luna en mitad creciente tintaba de brillo fluorescente los pequeños brotes de espuma que el viento provocaba sobre la cresta de la mar tendida, vómito incesante desde los augurios de Poseidón. La visión era maravillosa y terrible, de no ser por ser el que esto relata el que lo estaba viviendo en realidad, un punto de orgullo era el que haría erizar el vello de mi piel por saberse perseguido por la ira de semejante dios.

La noche comenzaba a su cansino retroceder sobre sus pasos, mientras una ligera luz como neón de discoteca azulado y flojo de su uso continuado afloraba sobre el horizonte que dejaba a popa y podía observar cuando la cresta era mi suelo en ese corto periodo repetido. Tenía que resistir hasta que la pérfida luna dejara paso a su señor el sol de quién, embebida de su luz pretendía dominar las oscuras regiones del corazón. Quizá su alteza solar plagada de energía radiante lograra elevar vientos y reducir tempestades mientras los tritones se convirtieran en millones de gotas de espuma salada como aerosoles desmoronando el imperio que su imagen daban de aquella mar.

La derrota esperada sobre el fingido satélite como tal llegó y ciega se borró la media luna sin remisión mientras, un leve cosquilleo en mi rostro me sacó del letargo y entumecimiento que me había producido el timón sobre mi cuerpo sin saber realmente quien mantenía firme a quién. No era calor lo que radiaba el alba primigenio del día, sino esperanzas fundadas del fin sobre ruidoso temporal. Y este, tozudo como robusta caballería, no cejaba en tirar de mil olas y una más con la que mi nave derrotar, pero la esperanza superó a la ilusión. Con la ayuda de tal virtud, del sol como testigo y acicate y quizá del que siempre me pareció escolta vital, mi Ángel Valiente, viré contra la ola menguada que pretendía cazarme. Con la arrancada de mi nave y el arrojo de mi corazón volví a ser parte en el universo de Poseidón mientras el pequeño tormentín me daba lo justo para seguir en la lucha como continuo batir en las aguas del navegar

Así la vida como la mar seguirá siendo la gran rival con la que luchar o contra la que luchar en mil campos, mares y cielos donde el miedo acurrucado habrá de ser quien deba temblar.

Poco a poco la lluvia fue transformándose en ligera caricia, que mezclada de la sal disuelta en su hermana del mar desaguaba a través de los imbornales a popa de la bañera del timón. La niñez regresó tras el miedo y la ilusión por seguir que  recreció la seguridad contra las dudas.


A quien esto lea desde su mar, a bordo de su nave, en su travesía vital...
Y a mi Ángel Valiente en las mil formas  en las que su  espíritu se transfigure

Gijón, 28/IV/10

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