lunes, 12 de abril de 2010

No habrá montaña más alta... (61)

…Mientras el mes de mayo cercaba el nuevo verano que ya cernía sus angosturas y sudores entre tantas pasiones carnales embutidas sobre corsés y botines de damas y caballeros que pretendían disimular colores de asfixia bajo sus pelucas con porte distinguido, la caravana partía de Cartagena por el mismo lugar que el pasado 20 de febrero lo había hecho  Don Arturo a la cabeza  de los hombres de aquél grupo, que aun heterogéneo por sus orígenes particulares era una verdadera piña que ni el más avezado y acerado buril sería capaz de horadar. En esta ocasión era Doña Aurora, flanqueada por dos de sus sirvientes la que abría paso a la comitiva.

Mil millas más al norte la flota de Nueva España, con sus bodegas repletas de plata para el Rey, aún con ciertos aromas del azogue que algunos navíos fletaron desde Cádiz y con las faltriqueras de muchos mercaderes y no menos marineros llenas por las ventas en Portobelo, San Juan de Ulúa y La Habana, surcaba el viejo canal de Bahama en demanda del Atlántico que los abriera sus aguas hacia España. Cada uno en su fuero interno llevaba la propia carga de pensamientos como flete verdadero que nunca mas descargaría de su estiba vital. Los uno por descubrir por primera vez que el paraíso puede existir en la tierra, los otros por recuperar la sensación de retorno a su hogar del que ya nunca tratarán de separarse y otros como Daniel con el ansia de alcanzar Cádiz para poder regresar de nuevo de donde se estaba alejando.

Bendita contradicción la que te empuja a acometer un paso contrario a tus deseos por el simple hecho de apostar por alcanzar de nuevo lo que ya tuviste en la mano, para recuperarlo con el bagaje de la experiencia y la victoria enfundada en tu piel. Apuesta por la que corre uno el riesgo de perder lo jugado y con ello también el sueño de retornar al inicio. Bendita apuesta era la que le prometía a Daniel el oro y la gloria de poder entorchar un galón con el que sentirse dueño de la mar mandando un minúsculo vaso de madera  sobre la inmensidad de la mar. Todo aquello le parecía imposible de lograr a sus 14 años frente a los hombres bregados por vientos, mares y pólvora durante años que en verdad contaban como dos de tierra. Soñar, era lo que daba alas a todo y le hacía levitar sobre el combés mientras observaba en su tiempo de descanso entre guardias del timón las maniobras de “su” nave entre velas a proa y popa de su navío “Estrella del Mar”, que como de una misma familia retornaban a Cádiz listas las portas, vigilantes los serviolas atentos a cualquier vela que cortase el rumbo de la Flota del Tesoro.

La marcha lenta y aún más cargada de humedad cuanto más adentraban sus cuerpos en la selva que se guardaba entre Cartagena y el rio Magdalena. Dos semanas les llevó alcanzar el punto donde esperaban encontrarse con quienes hubiera enviado Don Arturo sobre el cauce del Magdalena. Este lugar tenía el nombre de Tacaloa y era un humilde villorrio que se recogía entre los meandros del Magdalena como deseando abrazarse a éste y alejarse de las mil ciénagas que lo pretendían rodear. La mañana del 10 de junio, al fin y como esperaban, una barcaza varaba sobre la playa fluvial que de forma creciente en su tamaño se dibujaba junta a la aldea. Era Don Arturo junto con Fabián y dos sirvientes de confianza de Don Arturo. No fue necesario anuncio alguno pues en semejantes parajes tales novedades eran casi de tanta envergadura como la propia coronación de rey ya sea de imperio o ínsula de Barataria.

María junto con Inés fueron las primeras que se acercaron a la vera de la embarcación y junto con los sirvientes que con ellas habían venido hasta allí desde Cartagena ayudaron a asegurar las maromas y cables del pequeño navío a los árboles que cercaban la playa desde su propia selva. Fueron desembarcando cuando ya todos estaban allí. Raquel, la esposa de Fabián, corrió a su encuentro palpándole todas las partes del cuerpo que el decoro le permitía para saber qué entero se lo devolvía la incertidumbre que se lo había llevado de la mano de la ilusión. Don Arturo y Aurora más acostumbrados a tales interrupciones no llevaron a tanto sus expresiones, quedando María desangrada por dentro al no ver a quién ahora deseaba hacerlo como en otros tiempos a orillas del Cantábrico deseaba sentir la llegada del anochecer con el olor a pesca recién descargada y Gaspar entrando en casa una noche más.

- ¿Y Pedro, Don Arturo?

- Ha quedado en la hacienda preparando nuestra bienvenida. Aurora, no vas a creer todo lo que nos ha pasado en este mes, han sido cosas terribles, pero que al final han  dado en buen término. Tenemos perspectivas que prometen, los renglones torcidos nos han dado la oportunidad de disponer de brazos que si somos justos estoy seguro serán justos con nosotros y muchos de ellos se quedarán. No vas a conocer la hacienda de nuestro hijo que en Gloria esté; Pedro con su rigor y Fabián con su experiencia le han dado  alas y vuela como azor en libertad.

María, entristecida pareció musitar una leve sonrisa que enterneció aún más a Don Arturo

- María, no habéis de preocuparos pues Pedro os espera y no os defraudará como veo que vos tampoco lo haréis. En menos de cuatro días estaremos en el porche de nuestra casa riéndonos de todo lo pasado.

Así fue, pues en tres días la barcaza arribó a Magangue a la que desde algunas horas antes de varar habían seguido desde la orilla Pedro y alguno de los sirvientes. Sobre la orilla el reencuentro entre ambos fue algo impensable para quien hubiera estado con Pedro y María antes de separarse en Cartagena. Incluso Doña Aurora hubo de reprender a María ante el olvido del recato obligado, máxime en una dama católica de la vieja Castilla que si algo debía mostrar era ejemplo de tal.

Apuntóse Don Ramiro a la recepción y todos juntos entablaron el camino hacia la hacienda que aún les llevaría la mañana que restaba y toda la tarde de camino, hasta que las luces de esta les avisaron de su llegada y del fin de la jornada. Fue un reencuentro anhelado aunque nunca imaginado por la calidez con la que se tuvo. Se asaron dos corderos que Pedro había mandado sacrificar para la ocasión y junto con los, de momento, esclavos se celebró la fiesta que debía marcar el comienzo de una nueva vida para todos en los diferentes escalones de cada vida respectiva.

María y Pedro lloraron una y mil veces aquella noche, mientras las mismas estrellas que los observaban parecían desear ampliar sus destellos tras tantos momentos vividos, tantos sentimientos propios y compartidos, escondidos bajo losas de miedo a sí mismos que quizá el lugar lejano y distinto les brindó a liberar junto con las esperanzas como palomas mensajeras volando libres hacia cualquier lugar. Pasiones liberadas, deseos de amar que al fin correspondieron ambos en tiempo y lugar compitiendo en brillo y ardor frente a soles y lunas que en los días y noches se esperaban y buscaban y en vano a veces lo lograban.

La travesía de la Flota del Tesoro fue limpia, los vientos fueron condescendientes y aliados con la mar que tendida suavemente empujaban a tantas velas dando con el ferro en la bahía de Cádiz  el  dia de San Juan de 1723 con el permiso de los cañones que a estribor los observaban desde el Castillo de San Sebastián. Daniel Fueyo regresaba desde el otro hemisferio con la bolsa de la vida llena de experiencias, conocimientos que habría de demostrar en los próximos años. La ayuda de Diego García de Trujillo como protector sería de gran importancia, Daniel era consciente que una oportunidad así no se le presentaba a cualquiera en un momento como aquél de resurgimiento en la Real Armada que no debía dejar correr.

Combates vendrán, amores que no son más que otra manera de combate, mar y viento,  retos que aún en los siglos que vendrán tras este que llaman el XVIII tardarán en superarse por  las naciones que ni siquiera en este siglo habrán comenzado a nacer, mas esto es ya parte de un tercer legajo que aún guardo en mi arcón familiar y con la venía de vuestras mercedes me atreveré a desenrollar en poco tiempo.



Siempre al servicio de vuestras mercedes.
Gijón a 12 de abril de MMXX

1 comentario:

Armida Leticia dijo...

Saludos desde México. Ya está mi compu otra vez funcionando!!