Volando como vulgar gaviota, que solo lo es por las miles que lo acompañan cada amanecer mientras ese hombre silencioso despide a “sus” barcos del puerto para cabalgar sobre el enorme gusano de metal y al fin alcanzar la milenaria y provinciana capital de algo que pretende ser un principado repleto de republicanos con escondido orgullo perdido de monárquico pedigrí. Así sin aletear más de lo debido una de esas aves de la mar cercana a los acantilados y su hirviente mar le rozó esa madrugada mientras caminaba luchando por no caer de nuevo sin brega en el terrible pantano interior sin viento, que vencido pero no convencido poco a poco va secándose bajo el obstinado sol con su silencio y su autoimpuesta soledad.
Pero la gaviota, con su ribete entre azul y gris que la perfilan de ese estilo y clase de animal misterioso y siempre bien recibido para quien aún no ha avistado la costa y la descubre sobre el mastelero de su embarcación, le devuelve las luces de navegación que alguna ola apagada y sin apenas fuerza quiso apagar en instantes de silencios incomprensibles.
Doblaba la calle y entre las callejuelas del barrio del Carmen ya atisbaban sus ojos los rojos colores que los vagones definían la estación sombría por el hormigón sin calor que un arquitecto sin vergüenza siquiera torera tuvo a bien hacer y que perfilaba la estación. De pronto los graznidos que le perseguían ya alejado del muelle casi podía entenderlos mientras el animal volante de forma ansiosa se dirigía a él sin dudarlo y sin darse cuenta pudo comprender su mensaje. Era una proposición, sus ruidosos graznidos habíanse transformado en palabras soñadas, su timbre estridente era ahora el propio de sirena frente a Ulises en los rápidos antes de llegar al Tártaro.
- ¡No vayas, no vayas! ¡Déjalo, no hallarás nada detrás!
Continuaba revoloteando sobre su ya espabilada cabeza en aquellos momentos, a veces cogía algunas decenas de metros para hacer un picado que le obligase a detener la marcha.
- Todo está donde tú sabes, nada esta donde tú vas. ¿Por qué sin embargo lo haces?
Le detuvo aquella pregunta. ¿Por qué? Tenía más de diez razones para contestarle, cada una de ellas rebatirían cualquier discusión, pero no supo contestarle pues lo que ella en su regio aleteo no deseaba saber era el por qué hacemos lo que en verdad debemos, sino el argumento para no hacer lo que siempre soñamos. A riesgo de parecer un loco por quien a esas horas de la mañana le viera se atrevió a contestarle
- No puedo darte más razón que la que cualquier pasajero al que preguntes en el andén al que tarde voy a llegar. Y tú, ¿Cómo sabes lo que yo sé?
- Lo sé y con eso basta, bípedo a veces inanimado dejado a la convicción fácil de la bruja de vieja práctica repetida que los más conocen como rutina. Escúpela sin ardor con el desprecio de no hacerle aprecio y escucha.
- ¿Escuchar el qué? ¡Lo único que acabo de oír ha sido el pito del tren que acabo de perder! ¡¿Qué es ese ruido que debo de escuchar?!
Estaba furioso por perder el tren y sobre todo con la inexplicable razón que es la de haber estado de cháchara con una gaviota. Ahora llegaría tarde. Enfadado dobló la esquina enfilando la calle que terminaba en la escalinata de la estación.
- Iluso serás si mantienes tal sentido en tu dirección. Solo has de virar en redondo y la misma calle te dejará donde llega el ruido. ¿No lo oyes?
- ¡¡¡No!!!
- Es el ruido de la mar que sin más golpea los muelles de forma triste y furiosa porque la olvidas sin más. Deja la ansiosa rutina, te espera el fin del mundo. Ellas te llevarán. Y si no me crees lee esto que a tu nombre va.
La goleta "We´re Here"
De un rasante le espetó desde sus garras un pergamino lacrado y algo húmedo por la humedad de la mañana cayendo sobre la acera. Se agachó con la curiosidad embastada en el pecho por inesperado mensaje. Decía así.
“Al portador:
Este rey, que es de todos los que lo escuchan pone en vuestro nombre las olas del mar y compromete los vientos que al arbitrio de su corazón harán lo que les demande en el soplar, mas si es vuestra mente quien los ordenara sean ellos salvajes y destructores desde los infinitos orígenes bramantes como sólo su madre la Rosa supo enseñarlos rugir.
No deberá ser su propiedad de uso ejecutada por más objeto que para el fin del mundo alcanzar y cuando en tal lugar desconocido logre arribar deberá devolver una a una todas y cada una de las ondas marinas que hubiera tenido a bien emplear. Olas que furiosas y por los vientos conducidas volverán a su eterna vida sobre mis reales, que sin descanso golpearán sin piedad a propios y extraños que sobre mi reino osen estar.
Asi será, si así el que esto lee lo desea, y si tal cosa no fuera que la sal y el agua como sangre mortal deshaga este contrato sin otra señal.
Poseidón”
El milagro se había producido, no había tiempo que perder, podía escuchar el ruido al fin de las olas golpeando en mil formas como cabriolas de líquida sal, erupciones de blanco crepitar, hirvientes calderas que en su tacto helado quemaban por su pasión dibujaban mil formas hasta lograr dibujar un velero, donde unos ojos desconocidos le miraban sin llamarlo. Sobre el muelle dejó el maletín del que solo extrajo de su bolsillo lateral el último libro que estaba leyendo por enésima vez. Desde su portada parecía sonreírle el inmortal Spencer Tracy con su sonrisa como pipa humeante pese a cualquier ola irrespetuosa que envidiosa deseara aquella brasa apagar.
Unos golpes sobre el hombro de alguien de uniforme lo sacó de su realidad, era el revisor del tren.
- Señor, hemos llegado al final de la estación.
Con un perdón apenas pronunciado se zambulló entre la riada humana cuasi silenciosa, escondida entre auriculares y miradas perdidas en el inminente comienzo del trabajo perdiéndose hasta el nuevo momento en el que volver a despertar del diario sueño para palpar de nuevo un cachito de realidad.
4 comentarios:
Ese final de estación, esa inexcusable búsqueda de la verdad.
Alicia
Desde mi caluroso México, un saludo.
Paso a dejarte un abrazo y un saludo cordial.
Besos.
Me alegra saber que aunque me perdí por dos años, sigues zurcando los océanos con tal destreza.
Abrazo, amigo.
Saludos desde Monterrey México.
José Luis de la Cruz.
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