El invierno parecía querer decir adiós en la hacienda “el Soberano”. Corríann los vientos de marzo del año del Señor de 1730 en el que las lluvias ya dan paso a los soles y los calores que poco a poco no dejarán ningún cuerpo libre de sus duros golpes como garantes del buen vino que habrán de fabricar. Diego García, buen hijo del difunto Agustín que en el viejo reino astur había dejado su vida pero nunca su recuerdo, se mantenía como buen comerciante y miembro de las fuerzas vivas del Cádiz borbónico en el que a duras penas se luchaba por mantener el monopolio del comercio con sus hermanos del otro hemisferio, siempre amenazado por los britanos dignos combatientes por la consecución del libre mercado para su propio beneficio. Poco a poco la corona de nuestro rey Don Felipe el V había ido recuperando su poder en los mares otrora hispanos y desde el fatal 1713 cuasi perdidos en manos de los eternos enemigos del reino.
Como les digo Diego García no solo mantenía su hacienda en boga y pujante con el comercio sino que su persona fue poco a poco logrando un lugar en el Cádiz que les comento. En estos se encontraba cuando el teniente de fragata Enric Grifols al que había confiado la vida y el futuro de Daniel Fueyo se presentó 7 años atrás en el 1723 acompañado de éste, un hombre se presentaba ya que no aquél infante que largaba Diego a la vida de brega sobre cubiertas de sal, arena y sangre que supone un navío de la Real Armada. Como recordarán de mi 2º legajo, fue aquella la única forma de lograr embarcar al primogénito de María Liébana para cruzar el Océano rumbo al Caribe.
Con regocijo los recibió y los dio el cobijo y apoyo necesario para restañar las heridas y los problemas de liquidez que la vida en la Real Armada dejaba en aquellos momentos por falta de caudales para atender tantas millas de costa amenazadas, tantas construcciones navales proyectadas y por qué no, tantos dispendios reales. Pronto encontró para el teniente Grifols pases francos hacía la capitanía donde al fin logró el mando de una fragata con la que saciar su hambre de mar y aventura. Desde el año 1726 no se supo más de él ya capitán de fragata al que una año después supieron en la hacienda que una maldita bala roja lo traspasó en un combate, negado este siempre por la diplomacia britana, en aguas cercanas al cabo Polonio al sur de las islas de Torres en el que su fragata logró poner en fuga a dos bergantines que pretendían hacerse con la argéntea carga que dos navíos mercantes trasportaban desde Buenos Aires a Cádiz. Murió en acto de servicio el capitán de Fragata contra aquellos dos piratas que nunca mostraron su pabellón, cosa propia de navegante britano en cualquiera de los mares que circundan la tierra. La razón por la que lo supieron en la hacienda fue que Enric deseaba entregar su sable a Daniel, pues desde que abandonaron Cartagena de Indias a finales de febrero del 23 a bordo del “Estrella del Mar” su relación ascendió a la de puros hermanos que terminó por certificar su estancia en la hacienda jerezana en las esperas por embarques o en los desembarques. En ella Enric Grifols siempre se sintió parte de un todo llamado familia, allí sentía que sus historias, casi siempre increibles para un hombre de tierra y que por ello hace que un marino se cierre a su relato fueran recibidas con el calor del asentimiento y el interés de la comprensión que es lo que más puede desear alguien que regresa del infnito y desértico mar al calor de la humanidad.
Aquel sable pasó a manos de Daniel el año del Señor de 1727 cuando con 18 años logró este el primer embarque como alférez de fragata en el navío Conquistador de 64 cañones. No lo sabía Daniel Fueyo, pero junto a él ya como alférez embarcaba un guardiamarina que, avanteado el tiempo que nos lleva, sería un importante marino de las armas hispanas, cuyo nombre no era otro que el de Don Juan de Lángara. Viejo navío de nombre Conquistador de britano nacimiento que por los azares del combate pasó de tales manos a las galas y sin mucha más espera desde estas a las nuestras desde la república de Génova. Orgulloso y espoleado por pisar aquellas cubiertas empuñando un sable para él glorioso logró hacerse el hueco merecido traspasando los altos y bajos estadios en el ánimo propios de quien ha de sostener tal espíritu en la soledad embarcada siempre con él, combatieron al milenario sarraceno que tras la reconquista se guardaba entre riscos y vaguadas que la marea dotaba de resguardo y la eterna enemiga inglesa armaba en secreto contra nosotros.
A pesar de no lograr grandes éxitos, pues no era el Conquistador navío adecuado para cazar a los jabeques argelinos y alauitas; a pesar de ello logró algunos desquites en persecuciones que le dieron la oportunidad de mostrar sus dotes de navegante, aprendió todo lo que sus ansias le permitieron, ansias que a veces son tan perniciosas como la desidia por no desear más que flotar como podrido corcho usado. Milla a milla, entre el Cabo de San Vicente y la costa argelina con algún enfrentamiento frente a la Roca de Gibraltar fue llegando el año en que pretendo retomar el relato que dejé en 1723 a una parte de la familia de los Fueyo en Magangué y a la otra en el Cádiz vibrante del XVIII.
Como comenzaba este tercer legajo que acabo de desempolvar del viejo arcón de mi memoria, rondaba la primavera en Torremelgarejo, los fríos invernales en retirada y el azul del cielo abierto en banda con un sol creciente dando alas a la impaciente espera por el embarque una vez más en cualquiera que fuera nave del Rey. Daniel paseaba al trote por las lindes de las tierras del que consideraba un padre por su eterna acogida sobre su persona cuando el polvo del camino comenzó a verse como llamarada de aviso que a una mirada acostumbrada a la búsqueda de velas sobre mares en movimiento era imposible ocultar. Espuelas marcadas sobre la cabalgadura fueron unas y como huracán antillano se plantó sobre el portón de la hacienda tal que alma en pena esperando por su redención.
- ¿¡Quien va con tanta premura a la propiedad de Don Diego García?!
- Con la venia de vuestra merced. Busco al teniente de Fragata Don Daniel de Fueyo y Liébana.
Los nervios mantenidos a fuerza de compostura y verdadero ajuste como corsé de fémina en pleno baile de sociedad a punto estaba de reventar tal mesura de artificio.
- ¡¿Y quién lo busca?!
- Traigo un mensaje urgente de la Capitanía del Departamento. ¿Sois acaso vos?
- ¡El mismo que os recibe! En tal caso tened la bondad de seguirme. Dentro de la hacienda hay vino y buenas viandas que os harán recuperar el resuello que parecéis haber perdido.
Con el olor a humedad, a sal y brea de calafate, con la sensación de que aquella brisa era del mismo océano que ya le esperaba apuró los pasos de su caballo hacia la hacienda con el portador de las soñadas nuevas tras de él…
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