lunes, 31 de mayo de 2010

No habrá montala mas alta...(66)




…Viejas batallas de almas jóvenes que terminaron doblando la jornada al abrigo de la bahía gaditana. Recuerdos que por pocos los años vividos se engrandecen y se reviven con verdadero disfrute como gloriosas batallas de hombre mayor.

La mañana del 16 de abril a pesar del vino ingerido no cazó a Daniel sobre su catre pues ya estaba dando golpes sobre cada cuaderna, comprobando fondos y bodegas con un nostromo a su vera algo agrio y soñoliento por tal revista sin contemplación. Con la casaca aún por abrochar su segundo se incorporó a tal paseo a punto de salir comandante y nostromo de nuevo a cubierta sobre el combés.

- Buenos días, capitán.

- Buenos los tenga, segundo. Tal y como ordené ayer, al terminar la revista deseo me entreguéis listado de pertrechos, personal y diversas necesidades a solicitar en el arsenal. No olvidéis la lista de hombres en grado y condición para el mismo momento además de tener listo el lanchón para bajar a tierra. No mas de dos horas, teniente.

Segisfredo Cefontes no asumía aún aquél tono entre quien había sido su amigo hasta aquél momento y que ahora además era también su superior. No lo asumía, pero si lo podía entender y sin más abandonó la presencia del Nostromo para dejar listo lo que era una orden.

- Si, mi capitán.

La brisa era fresca aún en su temperatura y la suavidad con la que acariciaba la bahía permitía una revista cómoda a esas horas de la recién perdida madrugada. El bergantín se encontraba en buen estado, se percibía robusta la estructura. Coincidió con el nostromo que no le vendría mal hacer la carena antes de un año pues no habría calafate que lograse empapar aquellas fisuras todavía pequeñas pero que seguramente iban a aumentar. Al menos la bomba de achique estaba en perfecto estado y eso daría garantías en el peor momento que se presentase, algo que llegaría a base de millas por avante, golpes de mar y tiempo vivido sobre la mar.

Dos horas más tarde el lanchón junto a seis marineros esperaba amarrado a la escala real esperando por su comandante que recibía de su segundo el listado de necesidades y la clasificación de la tripulación.

- Teniente, quedáis vos como comandante hasta mi llegada que deseo se haga antes del ocaso si contadores y comandantes de sillas pegadas a posaderas tienen a bien conceder lo que me indicáis en estos documentos.

- Mi capitán, considero que es de vital importancia recibir al menos un buen cable de ancla que nos garantice la seguridad de la nave en malas condiciones, los que disponemos no están para aguantar aliados un viento cascarrón junto a mar tendida fuerte en su misma dirección. De lo demás lo que logréis será regalo de Neptuno. ¡Os deseo suerte!

Con el saludo de rigor Daniel Fueyo embarcó en el lanchón acompañado del contador, de nombre Francisco Grajal, hombre formado en sus contiendas por la plata y los pertrechos, delgado algo encorvado y siempre deseoso de agradar a sus superiores. Poco a poco el lanchón los fue acercando al arsenal donde lograr lo que era siempre imposible al ciento, donde la probabilidad de éxito normalmente iba aparejada al grado de mano izquierda de este último sobre sus colegas en tierra.

Daniel Fueyo era un joven comandante, mando de nuevo cuño que sabía de la dependencia del éxito en el contador y sobre todo en su peculio, que no era otro que el puro ofrecimiento de su padrino Diego García al que pensaba dar envío de una nota al final de la tarde con sus resultados y quedar así a la espera de los suministros tanto desde el arsenal como desde la vía particular.

Ya sobre tierra separaron sus pasos, yendo el contador hacia el Arsenal y encaminando los de Daniel a Capitanía para recabar información de su próxima partida. Realmente lo que deseaba saber era el tiempo del que dispondría para probar a su nave y hombres en conjunto antes de hacerse a la mar, dar al punto con el andar del “Santa Rosa”, encontrar sus vicios y manías en la maniobra y con los distintos vientos de la rosa, de la parte artillera ya se haría en la mar cumpliendo destino.

Con un desprecio quizá algo más reducido por saberlo comandante el escribano de Don Esteban Mary lo hizo esperar varias horas en la antesala del despacho del teniente general de la capitanía. Las velas, estas de cera que no de lona, llevaban más de una hora cuando al fin fue avisado por Crespo, el escribano para pasar al despacho del Marqués de Mary. Velas en candelabros que parecían fanales propios de navío le abrían paso al despacho como la cámara del general.

- Buenas noches ya, Don Diego. ¿Qué se os ofrece? Os hacía a bordo del Santa Rosa a la espera de órdenes. Debe de ser algo en verdad de importancia para pasar tantas horas lejos de vuestra cubierta.

- Perdonadme si os ha causado mi insistencia molestias mi general, mas tan solo deseaba aprovechar las gestiones de mi contador para hacerme con pertrechos en el arsenal y visitar a vuecencia con el objeto de saber las órdenes y si el tiempo para su inicio es el suficiente solicitar permiso para ejercitar ejercicios de mar sobre la bahía.

- Pues bien os diré que tenéis tal permiso para hacer lo que vuestra obligación como comandante os dicta. Las órdenes llegará en tiempo y forma cuando sea oportuno por lo que no considero por más conveniente vuestra visita. Ahora retiraos y quedad a demanda haciendo lo que de vos se espera. Salvo que no se os requiera no volváis a este despacho donde no hay cabos, ni lona que aparejar.

Tras el frio saludo de despedida, Daniel no olvidó tales palabras de su superior general; aquella tarde fue en verdad clarificadora. Su hogar, su vida, su trabajo era el “Santa Rosa” o la nave de la que estuviere al mando y deberá ser esa su máxima cuando no tenga superior inmediato, tomando las decisiones oportunas por él mismo. La soledad del mando y en definitiva en su vida acababa de entrar de lleno entre sus costillas como andanada de bala roja entre cuadernas de navío.

Con el gesto adusto por el golpe recibido encaminó prestos sus pasos hacia el muelle donde le esperaban sus hombres y su contador formando una tétrica figura entre penumbras sobre las que se distinguía tal grupo bajo el pequeño fanal del lanchón encendido desde hacía ya una hora.

- ¡Al Santa Rosa! ¡Deprisa!

 
 
 
 
 

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