martes, 25 de mayo de 2010

No habrá montaña mas alta... (64)


...La despedida no fue amarga, ni siquiera se alargó en el tiempo más de lo que ambos consideraron. Diego era consciente de que Daniel ya no estaba con él y valía más una pronta despedida que cualquier homenaje preparado con mimo y por tanto con el tiempo necesario. El segundo domingo de Abril partieron a caballo con el mulo cargado de sendos fardos repletos de ropas y, cómo no, de buen vino jerezano rodeado de embutidos y buenos productos de aquella tierra, que mas de acogida habíase convertido en su segundo hogar donde la familia real se podía echar de menos con menos dolor por la separación. Fue una corta despedida en la que todo el mundo que vivía en aquél pequeño planeta de nombre “Soberano” le entregó algo de su parte en forma de abrazo o caricia. Habían pasado más despedidas y salvo la primera vez, cuando se embarcó en el navío Conquistador años atrás, esta pareció la más sentida por saber todo el mundo que aquél joven era ya el capitán de una nave armada, que sobre él recaerían todas las decisiones acertadas o no, las mismas que tantas veces les relató  con admiración  en la forma que sus superiores las tomaron ante situaciones que solo la intuición, la propia experiencia y un ánimo decidido si no arrojado dieron con su resultado el exito esperado. Ahora sería de él de quien iba a depender su cabeza y las de su dotación y por poco que conocieran aquella vida de mar y guerra desde la propia e ilusionada voz de Daniel, veían a este como el pequeño que preferían tener cerca con sus relatos en vez de aquel lustroso oficial, sable al cinto y galones en las hombreras, gesto orgulloso y ansia en la mirada que sabían ya perderían para siempre.

El Bergantín Santa Rosa era un velero rápido de apenas 12.000 quintales, peso ligero para las 60 varas que su eslora alargaba  en su figura sobre la rada gaditana. Estilizaba sus líneas las más de 8 varas de Burgos que definían su manga al medirla sobre su cuaderna maestra. Orgullosos apuntaban sus dos mástiles al cielo azul con su aparejo de velas cuadras recogidas. Estaba el Santa Rosa destinado a correo militar entre las Islas Canarias y las cabezas de los tres departamentos marítimos, por ello a pesar de exigir las ordenanzas portar más de 12 cañones entre ambas bandas eran 8 los que llevaban de 8 libras cada uno.

Diego acompañó a su ahijado hasta los muelles de Cádiz, presentía que lloverían muchas jornadas en aquella soleada y brillante ciudad antes de que volviera a reencontrarse con aquel regalo inesperado del cielo que sin saberlo su difunto hermano Agustín le concedió desde su exilio en Asturias.

- !Tío Diego, es aquel! ¡Mirad, estoy seguro que devora las millas como verdadero cormorán! Esa roda preciosa parece la de los cormoranes que acechaban la pesca en la bahía de San Lorenzo cuando era niño.

- Seguro que no podrá darte caza ningún corsario o nave britana que lo pretenda. Aunque deberás comprobar y valorar la tripulación que te sirva porque sin ellos aquellas velas recogidas nada moverán.

Meda hora antes habían pedido una lancha que lo llevara al bergantín y ya estaba esta a menos de 2 cables del muelle donde se encontraban ellos. Diego lo abrazó por última vez

- Hijo, si necesitaras alguna ayuda para ti o tu bergantín, no dudes en hacerme llegar lo que sea que presto te lo haré llegar si en mi mano estuviera. Buena mar, suerte y ante todo se prudente, que el arrojo no da la victoria sin con este no se acompaña rapidez y reflexión. Quiero volver a verte, pues me gustaría cruzar este Océano en un navío de su Majestad contigo como comandante.

- Gracias Diego. No merezco tales regalos por vuestra parte que grandes han sido hasta hoy los que me habéis dado. Os prometo que haréis tal travesía y os mostraré la belleza del otro hemisferio aunque haya que romper bloqueo britano sobre la mar.

- ¡Suerte Capitán!

Con tal deseo despidió Diego a Daniel mientras este en pie y a popa del esquife ya se alejaba hacia su bergantín correo. Cuanto más cercano se encontraba de su amura de babor mas orgullo le hinchaba el pecho, mientras sus piernas trataban de sostenerle entre ligeros temblores por la excitación también creciente. La escala real sobre el costado de babor hizo lo propio dándole paso a la cubierta donde la tripulación lo esperaba para rendirle los honores a su nuevo comandante. Alrededor de los 120 hombres dictaban las ordenanzas como el número de la dotación de un bergantín, pero en el caso del “Santa Rosa” rondaban los 80 en el total. La situación de la Reala Armada era pobre en recursos humanos y así iba a ser a lo largo de la centuria por unas razones o por otras.

La sorpresa iba a ser mayúscula para Daniel Fueyo al recibir el mando de la embarcación de manos del segundo de a bordo. Este sí que sabía su nombre y no esperaba nada más que abrazarse a su viejo compañero de academia y navegación en el viejo “Conquistador” persiguiendo a los piratas africanos. Daniel al incorporar la visión sobre la dotación que lo rendía los honores de ordenanza no tuvo mas que un grito al ver a su futuro segundo.

- ¡Segisfredo! ¡Por las rabizas de toda Inglaterra, vos aquí!

Dejando a un lado los rigores de un protocolo algo elevado en rango para un bergantín fue un abrazo recio entre ambos marinos el que cerró la ceremonia. Viejos tiempos de sueños compartidos y combates librados como alféreces los devolvió el tiempo y la fortuna. Segisfredo Cefontes, a la sazón teniente de fragata había sido su compañero como les digo; marino brillante y decidido de viejas virtudes familiares tatuadas a fuego y sal desde los viejos tiempos en la casa de solar asturiano de los Cefontes. Hombre algo impulsivo y amante de la vida en su mas cruda versión había separado su devenir con Daniel cuando desembarcaron del Conquistador. Alto como Daniel, con sus casi seis pies de altura donde la grasa no era capaz de ganarse un espacio entre fibras y osamenta, de tez morena propia de marino curtido a los vientos su rostro limpio de trampas donde su nariz y boca menudas terminaban en un ensortijado pelo zaíno bien engrasado por el tiempo embarcado. La alegría fue inmensa redobló el triunfo que ya significaba el nuevo embarque.

- ¡Segundo! ¡De orden de retornar a sus puesto a la dotación! Acompañadme a mi cámara, habéis de ponerme al día de la nave y sus hombres.

Con las órdenes dadas, ambos seguidos del paje de Daniel que portaba su equipaje encaminaron sus pasos a la cámara del comandante. Nos encontramos en el día 15 de abril del año de nuestro señor de 1730 y la vida a cada minuto daba más razones para continuar bregando en su aparejo cazando la temporal ventolina que la Fortuna tenía a bien concederles…


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