miércoles, 28 de abril de 2010

Angel Valiente


Viejo ángel valiente que te escondes tras imágenes plagadas de voluntades olvidadas por la prisa, maquillada esta de la vieja madrastra rutina que todo lo vicia.
Calzo mis escarpines y retorno sobre la cubierta de gastada madera y salitre inmemorial justo cuando he creído percibir tu sonido imaginado a veces como el metálico sonido del acero desenvainado, cortando el viento inmóvil a tu paso. El tambucho atascado no se deja cerrar tras mi salida, el agua comienza a entrar en el barco. Hace un día que derrotado decidí correr el temporal y eso es algo que enoja sobremanera a Poseidón. No desea tal señor de los mares mantener a flote a los que no plantan cara al temporal, sin valorar este cacique divino el ajuste humano en valor, arrojo, conciencia y realidad. Él solo da oportunidad a quien se planta, mientras que a quien tras breve o sangrienta lucha se resigna a correr el temporal le arroja como un vómito olas enormes sobre su popa hasta que entre el valle de la pasada y la que llega detrás, esta última engulla de forma eterna el humillado cuerpo que tan solo desea flotar, sobrevivir, huir del espanto para poder de algún modo recuperar su honra o retirase junto a su miedo a lugares que nunca pensó hollar.


Mirando hacia popa casi podría descubrir cuatro figuras mitad humanas, son los viejos tritones, guardianes del rey marino que como jueces fingen desprecio mientras de través observan la muerte de mi nave. Al fin logro cerrar el tambucho y aunque medio inundada, mi nave mantiene la justificación de Arquímedes entre empuje, peso y volumen dando batalla a mi propia existencia que parece destinada a su aciago final. Acurrucado más que aferrado sobre la rueda metálica del timón mantengo la carrera sobre olas, lluvia y viento que siguen si decidir mi destino, como pareciendo que se estuvieran dando un tiempo de diversión. ¡Maldito viento! Es lo que grita mi mente mientras mi boca no es capaz de pronunciar semejante maldición no sea que se acabe el tiempo extra de semejantes meteroros.
Pactos, diablos, treguas con intereses, todo parecía imposible pero me di cuenta que era la noche y su oscuridad la que me envolvía de tal color el ánimo. A veces era capaz de transponerme de mi propio cuerpo y observar la viva escena en la que la luna en mitad creciente tintaba de brillo fluorescente los pequeños brotes de espuma que el viento provocaba sobre la cresta de la mar tendida, vómito incesante desde los augurios de Poseidón. La visión era maravillosa y terrible, de no ser por ser el que esto relata el que lo estaba viviendo en realidad, un punto de orgullo era el que haría erizar el vello de mi piel por saberse perseguido por la ira de semejante dios.

La noche comenzaba a su cansino retroceder sobre sus pasos, mientras una ligera luz como neón de discoteca azulado y flojo de su uso continuado afloraba sobre el horizonte que dejaba a popa y podía observar cuando la cresta era mi suelo en ese corto periodo repetido. Tenía que resistir hasta que la pérfida luna dejara paso a su señor el sol de quién, embebida de su luz pretendía dominar las oscuras regiones del corazón. Quizá su alteza solar plagada de energía radiante lograra elevar vientos y reducir tempestades mientras los tritones se convirtieran en millones de gotas de espuma salada como aerosoles desmoronando el imperio que su imagen daban de aquella mar.

La derrota esperada sobre el fingido satélite como tal llegó y ciega se borró la media luna sin remisión mientras, un leve cosquilleo en mi rostro me sacó del letargo y entumecimiento que me había producido el timón sobre mi cuerpo sin saber realmente quien mantenía firme a quién. No era calor lo que radiaba el alba primigenio del día, sino esperanzas fundadas del fin sobre ruidoso temporal. Y este, tozudo como robusta caballería, no cejaba en tirar de mil olas y una más con la que mi nave derrotar, pero la esperanza superó a la ilusión. Con la ayuda de tal virtud, del sol como testigo y acicate y quizá del que siempre me pareció escolta vital, mi Ángel Valiente, viré contra la ola menguada que pretendía cazarme. Con la arrancada de mi nave y el arrojo de mi corazón volví a ser parte en el universo de Poseidón mientras el pequeño tormentín me daba lo justo para seguir en la lucha como continuo batir en las aguas del navegar

Así la vida como la mar seguirá siendo la gran rival con la que luchar o contra la que luchar en mil campos, mares y cielos donde el miedo acurrucado habrá de ser quien deba temblar.

Poco a poco la lluvia fue transformándose en ligera caricia, que mezclada de la sal disuelta en su hermana del mar desaguaba a través de los imbornales a popa de la bañera del timón. La niñez regresó tras el miedo y la ilusión por seguir que  recreció la seguridad contra las dudas.


A quien esto lea desde su mar, a bordo de su nave, en su travesía vital...
Y a mi Ángel Valiente en las mil formas  en las que su  espíritu se transfigure

Gijón, 28/IV/10

lunes, 26 de abril de 2010

Eterno instante.



Intensamente blando como arena de volcán

indoloro por saberse hermoso tafetán

brillante en su vista, tan bella es su sonrisa

frenando las oscuras cenizas del viejo volcán

que aturde sin tregua tu miedo a volar


Así debe ser el viejo universo por encontrar

tapado de sol y de múltiples brillos

tan extraños como olvidados



Libertad de recuerdos como naves rebeldes

en pugna por vencerte sin piedad

tensiones al pensar desde ríos futuros

que a nadie importa su delta al final

repleto, colmado entre sedimentos

inertes de una vida que no volverá.



Para qué servirá el miedo triunfante

desfilando entre las calles del verdadero sueño.

Para qué permitir que el negro recuerdo

tiña de gris el vivo momento de existir.

Nada es la respuesta que recibes

 desde el mascarón de tu proa

mientras en medio de tus dudas avanteas la verdad

que no es otra que el puro momento vivido sin más.


Que no es otra que el puro momento vivido sin más.

Instante que en infinito conjunto  configura el eterno momento que es la vida al tiempo vivida.
Para vuestra merced, Mili,  a quien desde  uno de ellos os aguardo sin prisa y temor.




sábado, 24 de abril de 2010

Sentido Invisible. (De la Razón y el Corazón)



No estás invisible sentido,

no estás pues encontré tu vestido

de clase real, entera razón y verdad

que al verlo muda dejó mi estúpida faz.




¡Vete! Mascullan furiosos los diablos

cansinos, sin conciencia de humanos

por cegar tu mirar

 en su último andar circunspecto

 entre mil desvíos que urgen descartar.

Ángeles furiosos por lograr

que de nuevo la razón en forma de vestido

sea como  antaño tu eterno disfraz.



Desnudo sentido,  ola en movimiento

expresada en vital y  humano sentimiento,

flameando invisible

 cual frágil vela a merced del viento.


Deciros desde este navío

al que aferrado a vuestra lona lleváis,

 que ni en mil vidas inmerecidas

alma frágil me podréis parecer.




Por vuestro sereno remolque trabé terribles arrojos

que en verdad me demostraron su febril acierto

solo con poder descubrir la sonrisa en vuestros ojos.



No es ya mi deseo el veros,

pues cuando la razón vuestra vista  brindó,

no pude  ser capaz siquiera de  sentiros.

Por ello os ruego espíritu liberto:

Seguid como espectro de tal guisa

que no es mi razón la que os busca

sino el corazón que añora su risa.



“No hay razón para el corazón,

pero siempre será este último el motivo

que te convertirá en dueño de tal convicción”


jueves, 22 de abril de 2010

A tí San Jorge y al viejo Dragón.

Quizá sea esta la visión de San Jorge y El Dragón algo atípica, pero este año es así como me apetecía venerar su símbolo, de manera un tanto personal.


Viejos dragones habéis sido, cientos hasta diría que miles, con los que hemos soñado desde los inmemoriales tiempos en que San Jorge decidió plantar cara a vuestro primer ancestro. Dragones odiosos que raptaban siempre débiles princesas, mujeres éstas  que en nada podían sentir envidia de  las que lo eran en su pequeño principado dominado por la gleba, la esclavitud, o la misma explotación legal en sus mil formas desde el señor, el padre, el hijo o el mismo marido, disfrazados como tales humanos para ocultar sus viejas formas aladas, para anular los cenicientos alientos bramadores de fuegos con los que devorar lo que la sociedad atemorizada procuraba mantener sin romper su continuidad por "la paz" de la misma comunidad.

Princesas todas las que de tal guisa sufrieron hasta que San Jorge armado de caballero en la vieja leyenda y de Cultura, Conocimiento y Libertad en la cruda realidad, terminaron de forma evidente en la primera y de forma lenta pero creciente en la nombrada realidad.

Así, sobre el caballo blanco de nombre y apodo Libertad con el que devorar las leguas a “uña del mismo” cuando toca equilibrar la lucha desigual entre opresión y debilidad, armado de la espada que a cada lado de su filo grabadas a fuego muestra de forma fiel las palabras Cultura y Educación; sin más que la fuerza que da la razón impregnada de puro corazón, convertido tu cuerpo y transformada tu alma en el viejo caballero no tienes más que dar por separada la cabeza de tal reptil volador de su tronco maligno sin más pena y dolor que su pobreza de espíritu y su falta de verdad en el sentir.

Ciegos los cielos, durante milenios se han mantenido bajo cruces, lunas y estrellas de seis puntas en los reinos a los que mi cultura debe sus fuentes. Milenios en los que el viejo Dragón mantenía su reinado con miedo y superstición. Viejas capas de raídas telas cruzadas o turbantes mirando en única e invariable dirección, mientras otros  de curiosos tirabuzones dedican su existencia a  golpear de modo mecánico su frente ante muros donde lamentar lo que no merece. Viejos todos, dominadores de la mente humana a través del designio irracional de lo escrito por sus ancestros, como viejas copias de aquél primer dragón de la laguna en algún lugar de la Capadocia. Escritos por quienes se sabían poderosos al controlar la espada de la cultura y la educación como fuente del conocimiento, dragones que sin piedad oscurecieron cualquier atisbo de luz sobre la vieja espada mientras dejaban correr   sobre la libertad de nombre falso a quienes en su nombre devoraban los brotes de pequeñas dagas que como su madre metálica pretendía ser.


Fiel San Jorge que con un libro y una rosa simbolizas para este aprendiz el amor por los sentimientos ganados por la libertad de tenerlos y el tenaz deseo por continuar aprendiendo de quien te pueda enseñar, que no ha de ser mas que un alma con inquietudes y anhelos. Eterno caballero, capitán de la brava legión de los que creen de verdad mirando en su interior para, tras ello, devolverlo al exterior mientras se arrancan orejeras, gafas y filtros que los viejos dragones hijos del que tu mataste, en sus diferentes motivos  pretenden mantener a base del miedo que destilan  palabras mágicas como castigo, pecado, infiel, antinatural, infierno, dolor, sufrimiento o juicio final.

No existe más final que el del puro adocenamiento de las mentes en la espera de una recompensa ficticia por sufrir sin más mientras el dragón continúa devorando a placer, despidiendo el humo por el fuego que despiden sus bramidos dejando escrito en el cielo  palabras en verdad malditas como injusticia, hambre, desigualdad, privilegios o miseria mantenidas por el calor sofocante que despide la palabra resignación.

No hay tregua admirado San Jorge, no hay espacio a la vida del dragón, aunque se vista con túnicas de hombre santo, cruzado, chamán, imán, rabino o brahmán regio pues solo son parte de tu misma piel con diferente vestido. Dame tu caballo y préstame tu espada, pues a lomos de la Libertad, empuñando el acerado filo de la cultura, el conocimiento y la educación dejemos a quienes nos osan amedrentar, a ratos leves en sus rezos y a otros iracundos en sus soflamas, para que famélicas sus fauces se descompongan sobre las pútridas aguas de su maldita laguna  bebedora de las fuentes de la superstición.

Seamos hombres a los que la irracionalidad se produzca tan solo en  leves efectos pasajeros tales como las fiestas ancestrales o ceremonias populares como una buena final por la que seamos capaz de morir durante 90 minutos en medio de la vorágine de unos colores… colores que solo sean esto el resto del tiempo y dejemos a los falsos dioses en la vieja laguna de Capadocia junto al cuerpo separado de la cabeza de nuestro primigenio dragón.

 
FELIZ DIA DE SAN JORGE. 

MIL BESOS, UNA ROSA Y QUE LO QUE EN VERDAD SEA VUESTRO DESEO  SEAIS CAPACES DE LUCHAR POR EL.
 
 EN VUESTRAS MANOS   LLEVÁIS LA  ESPADA Y VUESTRO  ÁNIMO SERÁ SIEMPRE EL QUE OS PRECEDA.

lunes, 19 de abril de 2010

Determinación


El capitán del submarino con un gesto de rabia ordenó emerger la nave que  hasta entonces agazapada esperaba al otro escualo de metal esperado avistar en aquel rumbo y dirección. Maldijo su suerte mientras se acordaba de la familia de quien a tal acción le había obligado. Fue deslastrar lo necesario para convertir el sumergible en verdadero buque, mezcla de obras vivas y muertas el que le devolvió a la vieja sentencia de la mar y sus vaivenes al capricho de los vientos y los lejanos temporales que tendían las olas sin cresta sobre su casco.

Sobre la torreta del imponente cilindro metálico de terroríficas entrañas nucleares el capitán y su segundo oteaban ansiosos en círculo hasta que un golpeteo al principio leve, pero cada vez mas machacón adelantado por los vientos que lo empopaban, direccionaron sus prismáticos sobre el Sea King en el que llegaba el extraño invitado. El capitán fiel a su carácter y con la confianza al ciento de su tripulación no tuvo más que dar dos escuetas órdenes entrelazadas con los gestos que compensaran el sordo rumor del viento y el metálico golpeteo del helicóptero.

Las cosas comenzaron a tornarse de gris a negras cuando un frente colmado de aparato eléctrico irrumpía como de la nada formada desde nubes lastradas por el viejo sol en aquellas latitudes traicionero y siempre tras algún escondite que escaso dejara el frío como verdad sobre su ausencia. El hombre, el loco que pretendía caer sobre el submarino logró despertar y superar el curioso deseo del por qué de su determinación sobre el por qué de la locura de tomar un baño a menos de 4ºC y casi 200 millas al sur de San Pedro y Miquelon.

El frente de negruras tan densas como las del mismo corazón del señor oscuro predecían con meridiana clarividencia que no iban a dejar que semejante trasbordo se lograse sin su permiso, el piloto del Sea King con la claridad de la supervivencia viró las palas de los rotores y cogiendo altura retomó el rumbo a su madriguera tan metálica y gris como la que sobre el agua le observaba. Nuestro hombre en un dechado mas de determinación y sin más encomienda que la de su propia convicción por cumplir lo iniciado desenganchó su cuerpo mortal de la llamada línea de vida que así se llamaba por conectarle con lo que más podía parecerse a su conservación.

Cada uno con su cuota de responsabilidad repleta de razones para mantenerse en sus respectivas obligaciones se alejaron entre sí. El piloto con su máquina voladora hacia el portaviones, nuestro hombre directo al abisal y proceloso mundo que no le daría más oportunidad que unos míseros minutos antes de matarlo. “¡Hombre al agua!” fue el grito de auxilio que vomitó con estruendo la garganta del capitán. En menos de esos minutos de angustia vital que corrían como galgos crueles sobre liebre sin posibilidad el hombre estaba a bordo del sumergible que ya comenzaba a girar con decisión la hélice y se perdería por alguna grieta entreabierta sobre el valle profundo de aquel temporal.

Daba igual lo que trajera ese hombre,  informes, órdenes o mensajes confidenciales del Comando General, daba igual haber perdido el rastro del mortal enemigo hermano del mismo mar pues quien así se bate así merece que se le respete sin más.


Mientras Ramius, el excelso y admirado capitán, enemigo y rival, acechaba a pocos cables de aquel mismo mar. Pero es otra escena de otro de mis viejos héroes imaginarios


jueves, 15 de abril de 2010

Las sirenas y los sueños vivos



Soplaba un fiero nordeste sobre la rada de Gijón, la temperatura en el termómetro de la playa sobre la escalerona mentía ante mi piel cobarde resguardada bajo una leve pero efectiva cazadora negra, intentando convencer que los 10 grados sobre cero eran reales. La sensación térmica no permitía sentir más de los 2 o 3ºC sobre el viento inacabable que curtía a quien osara salir del refugio de las calles de la ciudad.



Como valiente sin causa baje las escaleras de esa especie de pedestal al que mis vecinos hace ya años llamaron escalerona por ser algo más grande que las otras, que juntas se atrevían a tocar con sus peldaños la arena y la mar batiente. La pleamar se resistía con su reflujo álgido a tomar el camino de la derrota y dejar a su hermana retornar al seno materno de su ser, pero los astros, las inercias, los miles de años de simple rutina astronómica hicieron su trabajo y Doña Pleamar se dejó engatusar con su próxima vuelta a reinar y bajo valles y olas moribundas tan necias como tozudas  comenzó su retirada.

Mientras, mis descalzos pies, tan valientes ellos como insensatas sus intenciones hollaron el blando y húmedo arenal aún cubierto por una fina película de agua y sal. Choque térmico que terminó por demostrar que nada es lo suficientemente "algo" pues siempre habrá otro "algo" que lo será más. Caminaba con el frio haciéndose hueco en mí en un engañoso triunfo, pues era su propia aclimatación a mi cuerpo el que lo derrotaría en pocos segundos. Tengo que decir que el viejo Sol trataba de calentar pieles y sentidos a través del limpio cielo que nos regalaba el nordeste sin lograrlo de forma muy clara.

Dejaba a mi espalda las termas de los Romanos y la parroquia de San Pedro que tantos quebraderos le trajo en mis sueños a María Liébana tras la muerte de Gaspar. A más de un kilómetro, el rio Piles traspuesto en su género a sutil ría por su devenir femenino que  así las define, me dejaba un trecho largo para sentir lo que uno desea mientras sueña vivo entre realidades tan efectivas como incuestionables.

Puedo ver una vela cerca del horizonte, no, son dos pero es uno el navío. Si, poco a poco se aproxima con la mayor y la Génova tensas al máximo, los bigotes a proa de un blanco solo superado por el que reflejan sus velas al alumbrarlas el sol me demuestran que lleva buen andar. Siempre fue un placer el navegar "a un largo" sin temor a virar. La proa lanzada le daba ese aspecto de los viejos “pailebotes” de los 30 y los 50 que ahora tan feos los hacen de proa vertical.

La piel de gallina, el vello erizado aún no sé si por el nordeste fresco y la helada marea que aún bañaba mis pies descalzos o por presentir algo que desde dentro quiere volver a salir. Camino hacia el rio transfigurado en ría sin dejar de observar al velero que parece vaya a varar sobre la arena de la playa. Me detengo y comienzo a bracear mientras grito para dar aviso a su patrón que su orza va a hacer tierra de un momento a otro. El velero vira una cuarta a estribor mostrando su hermoso costado de puro nácar en el que puedo imaginar la cubierta de caoba rematando hasta la bañera. Pero dejo de gritar pues nadie hay sobre la rueda de su timón

Miro hacia atrás donde la avenida del muro cierra la playa con sus paseantes y sus coches sin alma y me doy cuenta que nadie mira al velero, sino a mí como si fuera algún "sonado" de los típicos y tradicionales que pueblan el paseo de la bahía. Les hago un gesto hacia el velero y algunos se sonríen mientras otro parece hablar con un policía municipal mientras me señala. “¡No lo entienden, está ahí! ¡Va a varar!” Iba a gritar tal lógica razón a semejantes mastuerzos hijos de la ciudad, cuando al girarme el velero había desparecido, una cresta a punto de caer sobre si misma era lo que quedaba del blanco nacarado de su costado de babor. ¿donde estaba?

Algo avergonzado sin casi mirar más que hacia el final de la playa apuré el paso para alejarme del lugar donde el bochorno a pesar del frio reinante coloreaba mis mejillas. Pocos minutos después los mastuerzos habían quedado borrados entre las dos últimas caricias de ola y la visión primigenia volvía a mis ojos. Me atreví a mirar sobre el último lugar donde lo perdí de vista con la nostalgia del puro deseo. Ambas juntas se quedaron aferradas a cada uno de mis brazos como las sirenas de Ulises, estas en silencio, mientras podía volver a verlo. Era ahora su aleta de estribor la que se me mostraba y su popa cerrada y en espejo como si virase hacia la salida de la playa por el otro lado desde donde yo me encontraba.

Podía sentir la presión de la nostalgia sobre mi brazo derecho y la del deseo sobre el izquierdo y hasta casi la de sus cabezas femeninas apoyadas sobre mis hombros mientras trataba de distinguir el nombre del hermoso velero. Sus letras brillaban pero no atisbaba a deletrear a aquella distancia. De pronto como si en el propio Dédalo me hubiese convertido comencé a elevarme sobre la playa; eran ellas, Nostalgia y Deseo las que me llevaban hacia él en un vuelo suave donde el rudo nordeste había desparecido.



Al fin conseguí leer su nombre, pero lo que me retumbó como verdadera andanada en el centro de mi corazón fue ver quien capitaneaba la embarcación. Me saludaba sonriente, irradiando calma y paz, tras hacerlo y con un gesto me ofreció subir a bordo. Fueron mis damas, mis sirenas; las que me habían llevado hasta allí las que aferradas a mi me retuvieron y con un gentil y suave giro me llevaron al lugar de la playa donde había comenzado aquél vuelo sin par. Ambas, Nostalgia y Deseo tras rozar sus labios inmateriales en mis sienes se desvanecieron junto a la imagen del hermoso velero.

No seguí mas allá, retorné sobre mis pasos hacia la colina de Cimavilla mientras trataba de volver a sentir el vuelo sobre mi barco, la piel de aquellas sirenas, y a mí mismo mirándome con la calma y la paz de los mares abiertos sobre mi alma.

Playa de san Lorenzo, Gijón 15/IV/2010

lunes, 12 de abril de 2010

No habrá montaña más alta... (61)

…Mientras el mes de mayo cercaba el nuevo verano que ya cernía sus angosturas y sudores entre tantas pasiones carnales embutidas sobre corsés y botines de damas y caballeros que pretendían disimular colores de asfixia bajo sus pelucas con porte distinguido, la caravana partía de Cartagena por el mismo lugar que el pasado 20 de febrero lo había hecho  Don Arturo a la cabeza  de los hombres de aquél grupo, que aun heterogéneo por sus orígenes particulares era una verdadera piña que ni el más avezado y acerado buril sería capaz de horadar. En esta ocasión era Doña Aurora, flanqueada por dos de sus sirvientes la que abría paso a la comitiva.

Mil millas más al norte la flota de Nueva España, con sus bodegas repletas de plata para el Rey, aún con ciertos aromas del azogue que algunos navíos fletaron desde Cádiz y con las faltriqueras de muchos mercaderes y no menos marineros llenas por las ventas en Portobelo, San Juan de Ulúa y La Habana, surcaba el viejo canal de Bahama en demanda del Atlántico que los abriera sus aguas hacia España. Cada uno en su fuero interno llevaba la propia carga de pensamientos como flete verdadero que nunca mas descargaría de su estiba vital. Los uno por descubrir por primera vez que el paraíso puede existir en la tierra, los otros por recuperar la sensación de retorno a su hogar del que ya nunca tratarán de separarse y otros como Daniel con el ansia de alcanzar Cádiz para poder regresar de nuevo de donde se estaba alejando.

Bendita contradicción la que te empuja a acometer un paso contrario a tus deseos por el simple hecho de apostar por alcanzar de nuevo lo que ya tuviste en la mano, para recuperarlo con el bagaje de la experiencia y la victoria enfundada en tu piel. Apuesta por la que corre uno el riesgo de perder lo jugado y con ello también el sueño de retornar al inicio. Bendita apuesta era la que le prometía a Daniel el oro y la gloria de poder entorchar un galón con el que sentirse dueño de la mar mandando un minúsculo vaso de madera  sobre la inmensidad de la mar. Todo aquello le parecía imposible de lograr a sus 14 años frente a los hombres bregados por vientos, mares y pólvora durante años que en verdad contaban como dos de tierra. Soñar, era lo que daba alas a todo y le hacía levitar sobre el combés mientras observaba en su tiempo de descanso entre guardias del timón las maniobras de “su” nave entre velas a proa y popa de su navío “Estrella del Mar”, que como de una misma familia retornaban a Cádiz listas las portas, vigilantes los serviolas atentos a cualquier vela que cortase el rumbo de la Flota del Tesoro.

La marcha lenta y aún más cargada de humedad cuanto más adentraban sus cuerpos en la selva que se guardaba entre Cartagena y el rio Magdalena. Dos semanas les llevó alcanzar el punto donde esperaban encontrarse con quienes hubiera enviado Don Arturo sobre el cauce del Magdalena. Este lugar tenía el nombre de Tacaloa y era un humilde villorrio que se recogía entre los meandros del Magdalena como deseando abrazarse a éste y alejarse de las mil ciénagas que lo pretendían rodear. La mañana del 10 de junio, al fin y como esperaban, una barcaza varaba sobre la playa fluvial que de forma creciente en su tamaño se dibujaba junta a la aldea. Era Don Arturo junto con Fabián y dos sirvientes de confianza de Don Arturo. No fue necesario anuncio alguno pues en semejantes parajes tales novedades eran casi de tanta envergadura como la propia coronación de rey ya sea de imperio o ínsula de Barataria.

María junto con Inés fueron las primeras que se acercaron a la vera de la embarcación y junto con los sirvientes que con ellas habían venido hasta allí desde Cartagena ayudaron a asegurar las maromas y cables del pequeño navío a los árboles que cercaban la playa desde su propia selva. Fueron desembarcando cuando ya todos estaban allí. Raquel, la esposa de Fabián, corrió a su encuentro palpándole todas las partes del cuerpo que el decoro le permitía para saber qué entero se lo devolvía la incertidumbre que se lo había llevado de la mano de la ilusión. Don Arturo y Aurora más acostumbrados a tales interrupciones no llevaron a tanto sus expresiones, quedando María desangrada por dentro al no ver a quién ahora deseaba hacerlo como en otros tiempos a orillas del Cantábrico deseaba sentir la llegada del anochecer con el olor a pesca recién descargada y Gaspar entrando en casa una noche más.

- ¿Y Pedro, Don Arturo?

- Ha quedado en la hacienda preparando nuestra bienvenida. Aurora, no vas a creer todo lo que nos ha pasado en este mes, han sido cosas terribles, pero que al final han  dado en buen término. Tenemos perspectivas que prometen, los renglones torcidos nos han dado la oportunidad de disponer de brazos que si somos justos estoy seguro serán justos con nosotros y muchos de ellos se quedarán. No vas a conocer la hacienda de nuestro hijo que en Gloria esté; Pedro con su rigor y Fabián con su experiencia le han dado  alas y vuela como azor en libertad.

María, entristecida pareció musitar una leve sonrisa que enterneció aún más a Don Arturo

- María, no habéis de preocuparos pues Pedro os espera y no os defraudará como veo que vos tampoco lo haréis. En menos de cuatro días estaremos en el porche de nuestra casa riéndonos de todo lo pasado.

Así fue, pues en tres días la barcaza arribó a Magangue a la que desde algunas horas antes de varar habían seguido desde la orilla Pedro y alguno de los sirvientes. Sobre la orilla el reencuentro entre ambos fue algo impensable para quien hubiera estado con Pedro y María antes de separarse en Cartagena. Incluso Doña Aurora hubo de reprender a María ante el olvido del recato obligado, máxime en una dama católica de la vieja Castilla que si algo debía mostrar era ejemplo de tal.

Apuntóse Don Ramiro a la recepción y todos juntos entablaron el camino hacia la hacienda que aún les llevaría la mañana que restaba y toda la tarde de camino, hasta que las luces de esta les avisaron de su llegada y del fin de la jornada. Fue un reencuentro anhelado aunque nunca imaginado por la calidez con la que se tuvo. Se asaron dos corderos que Pedro había mandado sacrificar para la ocasión y junto con los, de momento, esclavos se celebró la fiesta que debía marcar el comienzo de una nueva vida para todos en los diferentes escalones de cada vida respectiva.

María y Pedro lloraron una y mil veces aquella noche, mientras las mismas estrellas que los observaban parecían desear ampliar sus destellos tras tantos momentos vividos, tantos sentimientos propios y compartidos, escondidos bajo losas de miedo a sí mismos que quizá el lugar lejano y distinto les brindó a liberar junto con las esperanzas como palomas mensajeras volando libres hacia cualquier lugar. Pasiones liberadas, deseos de amar que al fin correspondieron ambos en tiempo y lugar compitiendo en brillo y ardor frente a soles y lunas que en los días y noches se esperaban y buscaban y en vano a veces lo lograban.

La travesía de la Flota del Tesoro fue limpia, los vientos fueron condescendientes y aliados con la mar que tendida suavemente empujaban a tantas velas dando con el ferro en la bahía de Cádiz  el  dia de San Juan de 1723 con el permiso de los cañones que a estribor los observaban desde el Castillo de San Sebastián. Daniel Fueyo regresaba desde el otro hemisferio con la bolsa de la vida llena de experiencias, conocimientos que habría de demostrar en los próximos años. La ayuda de Diego García de Trujillo como protector sería de gran importancia, Daniel era consciente que una oportunidad así no se le presentaba a cualquiera en un momento como aquél de resurgimiento en la Real Armada que no debía dejar correr.

Combates vendrán, amores que no son más que otra manera de combate, mar y viento,  retos que aún en los siglos que vendrán tras este que llaman el XVIII tardarán en superarse por  las naciones que ni siquiera en este siglo habrán comenzado a nacer, mas esto es ya parte de un tercer legajo que aún guardo en mi arcón familiar y con la venía de vuestras mercedes me atreveré a desenrollar en poco tiempo.



Siempre al servicio de vuestras mercedes.
Gijón a 12 de abril de MMXX

jueves, 8 de abril de 2010

No habrá montaña mas alta... (60)



…Transcurrieron de la misma forma entre los dos sacerdotes las casi dos semanas que las lluvias obstaculizaron la llegada de los hombres enviados desde Santa Fe para escoltar el cuerpo de benigno Arriaga al que su alma portaba. Días en los que esta sustancia de puro espíritu pudo reposar al fin tras tantos años de vida en continuo combate contra la realidad imperante y emperadora, verdad de la que no comprendía las razones que un Dios todopoderoso podría tener para permitir el grado de mal, máxime llevado éste de manos que se preciaban de servir al Rey católico. Tales contradicciones, que se cumplían tanto entre su acólitos en fe como en los herejes en sus mil formas  de  besar otras tantas religiones tan buenas o malas como la suya le provocaba su propia revolución interior contra todo lo que no significara verdad, igualdad, compasión y caridad.

Don Ramiro, hombre subordinado sin dudas ante quienes creía representantes de su Dios en la tierra, sin aceptar el mal que reinaba procuraba ser esa cura leve pero continua sobre las almas que, como la de Benigno, sufrían por la frustación de ver el dolor tan cerca, con la cura tan sencilla y sin embargo imposible de alcanzar. Pasarían aún muchos años, cientos en los que la esclavitud desapareciera y aún cuando esta no figurase en los códigos comerciales seguiría subyacente entre las clases y los reinos por mantener los viejos privilegios enfundados en otras vainas que al final ocultan el mismo filo letal sobre la verdadera Libertad.

Entre tanto en la hacienda Pedro León junto con Fabián Bracamonte se metieron de lleno sobre la faena. Aquella hacienda era muy superior a la que dejó Pedro León en Torremelgarejo de nombre “Soberano” donde su protector, Diego García de Trujillo, les devolvió a todos las alas cortadas por la pérdida de la flota justo a las puertas de Sevilla. Como les relato la hacienda no era pequeña acercándose con facilidad a las 2.000 fanegas de extensión (64.000Ha) toda ella de fértiles tierras que podrían suministrar de algodón a Tierra firme y, quién sabe si a un futuro ingenio que en la misma hacienda Pedro y sus hermanas Francisca e Inés darían los mejores paños de la comarca compitiendo con los que la Flota del Tesoro trajese de la vieja España.

Los hombres liberados de las manos de Don Beltrán, confiados en las palabras de Don Arturo y tras la sangrienta escena en la que vieron morir al dañino mayoral por defenderlos, mantuvieron la calma. Aparentemente continuaban en su estado de esclavitud aunque el trato que con ellos tenían los dos “mayorales” era la de jornaleros como tantos otros y sobre todo  como Fabián Bracamonte, quien sabía tan bien lo que significaba aquella palabra.

Cuando el alguacil procedió a la entrega del jesuita a las autoridades estuvieron presentes Fabián y Pedro, además de Don Arturo con el negrero Garralda a su vera para ser testigo este último de que aquel “energúmeno” subiera al carruaje sin un solo eslabón de cadena que como reo debía acarrear y certificar ante todos que su honor recuperaba la “limpieza” que la mácula provocada por ese ángel negro había tornado en gris. Don Ramiro y el jesuita se habían despedido la noche antes en la celda con lo que un rezo en comunión antes de partir fue todo lo que se hizo en demanda de moderación por parte de la justicia del hombre y de compasión desde la divina.

Mientras todo esto acontecía en aquella comarca que circundaba al rio Magdalena, el criado de Don Arturo que además de adentrar al esbirro de Don Beltrán en la selva con dirección a Santa Marta tenía la misión de alcanzar Cartagena y denunciar el robo supuesto, llegó a la ciudad y tras cumplir con lo encomendado se dirigió al domicilio familiar de Don Arturo, lugar que nunca antes como en aquél momento merecía ese apelativo, pues la vida corría por sus pasillos entre mujeres cargadas de juventud, infantes que a cada momento eran capaces de descubrir novedad en el menor doblez de una rama y cómo no la ostensible trasformación en el alma y corazón gastado de Doña Aurora, quien de esposa de Don Arturo había pasado a verdadera abuela postiza de aquellos dos infantes, Miguel y Alicia. La alegría solamente entreverada de la tensa espera a cada amanecer de noticias desde el interior de Tierra Firme por nuevas de Fabián, Pedro y Don Arturo era la melodía constante en aquella casa.

- ¡Deprisa madre, bajad! ¡Hay noticias de la selva!

Era Alicia que observó al criado de Don Arturo entrar con premura buscando a Doña Aurora, algo que para la pequeña no se escapaba como la noticia del día, de la semana o más bien de toda la separación.

En menos que el trueno tarda en seguir a su hermano el rayo todo el mundo estaba ya en el salón de la casa donde esperaban a que Doña Aurora les contara la nuevas de sus hermanos y maridos, algo que no llegó a demorar mucho pues con la sonrisa en los labios a punto de convertirse en sonora risa, la esposa de Don Arturo les comunicó con una suave exclamación pero que llevaba la misma fuerza que un estruendo de felicidad

- ¡Nos vamos a Magangue!

Un grito de júbilo explotó en el salón, nadie sabía a ciencia cierta que había allá donde iban a ir pero no les importaba, simplemente era el viejo “El Dorado” tan buscado por Lope de Aguirre y encontrado  ahora por ellos, quizá porque era un color mas real el amarillo suave y cercano de una vida trabajada con ganas y deseo que el oro puro por sí mismo sin otro deseo que el de llegar a ser un vulgar y aislado Midas terrenal. Tras el asalto de euforia Doña Aurora les leyó la carta de Don Arturo donde les relataba de forma somera y sin entrar en detalles graves lo encontrado y cómo les esperaba en la hacienda en cuando estuvieran listas para partir. Le indicaba a Doña Aurora que enviase con una semana de antelación a su partida a dos criados avezados en el camino para así estar sobre el aviso de su llegada y salir a su encuentro.

La alegría eclipsó cualquier duda y tormento que supone la incertidumbre y la inseguridad sobre el paradero de quien se ama, aunque a veces este se encuentre tan cerca de uno como la propia piel, que también así se sufre y los preparativos comenzaron a toda prisa. Francisca como estricta organizadora y un poco hermana mayor de Inés y María se encargó de casi todo dejando a Raquel, la esposa de Fabián y a María tan solo los equipajes de sus hijos respectivos. Aquella noche decidieron que había que celebrarlo y así lo hicieron con buenas viandas, buen chocolate y larga sobremesa nocturna en la terraza. Desde allí María Fueyo un poco apartada de todo perdía sus ojos sobre la muralla con la mirada hacia el puro Caribe donde imaginaba a su otro vástago Daniel mientras esa mirada confundía el puro mar Caribe con las lágrimas que solas y silenciosas brotaban de sus ojos. Inés, a esas alturas su amiga y cuasi hermana “abarloó” su silla sobre la de esta

- María. ¿Piensas en Daniel?

María miró con gesto de complicidad a Inés sin poder negar lo evidente

- Pienso en él, en si su barco lo mantendrá a flote entre mares, vientos, corsarios y guerras, pienso en lo pasado de nuevo y…

- ¿Y qué, María?

- Pienso en Pedro, Inés nunca pensé que iría a querer a alguien más que a mi primer marido Gaspar, que el maldito Neptuno tenga a bien dejar descansar, pero esta separación, este sentimiento de ver luz y camino por el que progresar junto a él me ha dado la clave de su sentimiento y sin perder su sitio el padre de mis hijos ahora estoy segura de amar a Pedro… Inés la vida es caprichosa, cuando te crees que todo te lo ha arrebatado más tarde te entrega una bandeja de dulces sin haberlo esperado y todo vuelve a brillar.


- ¡Abrázame hermana!

Todo el mundo, incluido los niños, había detenido sus juegos y chanzas mientras escuchaban a María destilar tantos sentimientos guardados en cada uno de mil formas distintas hasta que una voz de la abuela de nuevo cuño devolvió la realidad a su lugar de honor

- ¡Infantes y damiselas! Ha sido el día de hoy grande en todo, ahora hagamos sitio a nuestros sueños mientras cargamos las energías pues mañana y los días que le siguen serán duros hasta quedar listos y prestos a la partida…

martes, 6 de abril de 2010

No habrá montaña mas alta... (59)


… - ¿quién sois?

Benigno sabedor de que no era quien a no permitir entrada en la celda, en cierto modo acogedora por su protección sobre el despreciable exterior desde el que podía sentir cómo las hordas del fracaso le mantenían sitiado con sus tropas en forma de leyes y costumbres, tan sólo pretendía conocer la identidad del que golpeaba la puerta por si debía mostrar algún tipo de actitud distinta a la que le pedía su ánimo.

- Soy Don Ramiro, tan sólo deseaba veros y compartir un poco de este tiempo cargado en aguas sin descanso si tenéis a bien la visita.

Benigno recibió la voz queda de Don Ramiro como flores en prenda tras lo vivido en los últimos días. Con leve sonrisa y temblorosa voz le invitó a pasar al interior de la celda. Pequeña era la estancia, un cubículo de tres por dos varas a las que, además de la puerta de madera entreverada en cortos barrotes oxidados, le acompañaba un pequeño ventanuco a la izquierda de esta por donde se podía percibir el golpear de la lluvia y el correr del lodazal producido por tanta agua sin freno. Sólo era posible sentirla, pues el minúsculo ventanuco estaba casi pegado al techo sin posibilidad de acceso al no haber mueble sobre el que apoyar las piernas. Un viejo jergón de paja rancia hacía de camastro sobre el que trataba de acomodar la osamenta el jesuita hasta su traslado a Santa Fe.

- Antes de nada, hermano Arriaga, permítame ofrecerle este cobertor que le aislará algo del suelo criminal sobre el que ha de descansar y mientras compartimos este pan con un buen pedazo de tocino que Don Arturo tuvo a bien entregarme para vos charlemos un poco de lo que a vuestra merced le preocupe o le antoje el ánimo. ¡Ah! Olvidaba que las penas dan mejor su cara con una frasca de vino que engrase su digesta al menos durante un tiempo.

Había pasado una noche desde que la comitiva con Don Arturo arribó a Magangue e hiciera éste entrega del jesuita al alguacil para ser custodiado hasta su partida con destino al palacio del gobernador de Santa Fe, donde su futuro sería decidido entre las manos del César y las de Dios encarnadas al fin en forma de Gobernador y de Santo Oficio respectivamente. Tan sólo su Orden, de poder cuasi divino hasta entonces incuestionable, aunque en abierta animadversión creciente desde la nueva dinastía podría interceder de alguna forma por Benigno, aunque no era él quien esperara nada más que la pura justicia de Dios en la que confiaba y sereno esperaba.
- En mal lugar han acabado vuestros hueso Don Benigno, que ya os lo decía yo; que vuestras ideas de justicia y verdad no son de calado al gusto de los ríos que por estos lares fluyen

- ¿Por qué han de ser malos estos lugares, Padre? Son tan humanos como la misma muerte a la que reverenciamos y la vida recién creada que siempre festejamos. Cada sitio es como el Ahora que nos demuestra la verdad de nuestra existencia.

- Pero como decís, este “ahora” no es el que desearía nadie de buen corazón para vos.

- Este Ahora es consecuencia de los hechos de uno en el Otrora precedente; como el castigo o el premio cuando al cielo nos llame el Señor será en justa correspondencia a lo realizado. Sé que la muerte solo es patrimonio de nuestro Señor el entregarla a quien su Omnipotencia estime necesaria. Sé que mortalmente he de penar por hacerme pasar por Él cuando solo soy un mortal, más si el Señor permitió la muerte de semejante criminal como el mayoral San Miguel aunque fuera mi mano la que sin pensar lo cometió, ¿acaso no fue el Señor quien lo decidió?

- ¡Pero padre, qué barbaridad os atrevéis a decir! ¡No sois ningún enviado del cielo, ningún arcángel vengador! Don Benigno, solo sois un humilde mortal atormentado por vuestra sensibilidad alzada a extremos inabarcables por la vida que nos toca soportar.

- Bien decís lo que sentís, y bien que asumo la pena que la ley de nuestro Rey y la que dicte nuestro Señor se cebe contra mi pues es mi alma la que está en calma y será un cuerpo interte el soporte un castigo que acepto con desgana, pues solo deseo ver en la vida venidera lo que en este verdadero valle de lágrimas solo atisbo a soñar entreverado  por  la sempiterna esclavitud, opresión, explotación y muerte sobre la piel del que siempre aporta el primero su textura, que como vos bien conocéis es la del débil, la del pobre, del indígena, la del que no sabe…

Benigno Arriaga no pudo continuar pues la tensión y la presión por lo vivido, por el sufrimiento compartido entre las gentes, por la lucha contra lo establecido incluso entre sus hermanos de congregación allá en el Paraná lo doblegaron rompiendo a llorar entre los brazos de paternal Don Ramiro, que trataba de seguir valiendo a quien a su lado se aferrara cual madero en cruz a flote sobre la procelosas aguas de la realidad del siglo en que vivían.

- Vamos, vamos Benigno. No os aflijáis más. Estoy seguro que vuestra orden tendrá a bien no dejaros solo ante tal adversidad y con su cristiana vocación os dará la oportunidad que merecéis. Ahora descansad, que por lo que observo no creo que acudan a vuestro traslado desde Santa Fe  hasta que estas lluvias que el Señor sabrá por qué las envía marchen a otro lugar y creo que eso será por lo menos una semana más entre estas paredes. Y sabed que el tiempo que fuera el que nos maltrate, aquí nos tendremos ambos para conversar al lado de una hogaza de buen pan, tocino y alguna frasca que con la debida dádiva al alguacil creo que podremos disfrutar.

Don Ramiro al ver la calma tras la explosión de tensión contenida del jesuita se incorporó para llamar al alguacil y salir de la celda, mientras  golpeaba la tosca puerta el jesuita se recuperó

- Don Ramiro, ha de prometerme una cosa como sagrado.

- Decidme Benigno que si en mi mano está, lo cumpliré

- Aseguraos de que Don Arturo de las Heras cumple con su palabra y libera en el menor tiempo posible a los que ahora figuran como esclavos suyos, o todo esto, incluidas la muertes no habrán servido de nada.

Don Ramiro sabía que debía hacerlo aunque también conocía a Beltrán de Garralda y su justa fama de negrero traída desde leguas al sur.

- Descuidad Don Arturo es un hombre de palabra y yo me encargaré de que eso no se trunque.

El alguacil acudió a su llamada y con un golpe seco retiró la tranca que bloqueaba la puerta sobre la celda. Se despidieron hasta el siguiente día, Don Ramiro pensativo encaminaba sus pasos hacia su iglesia mientras el jesuita se sentaba sobre el jergón mientras acariciaba el cobertor de don Ramiro con la mirada perdida entre sus hilos…



Esta humilde entrega  dedicola entera para vos,  Señora del Rayo. Luz que os muestre el Ahora, verdadera  razón  de la existencia sin más.