domingo, 5 de octubre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas. (2)

Estas memorias que aquí presento, comienzan en los estertores de la primavera del año del Señor de 1195. En tales tiempos el califa almohade Abu Yusuf ibn Yakub había aceptado el guante del nuestro rey Don Alfonso, por lo que, rota la tregua con la cristiandad de la Hispania era un hecho la llamada a la guerra santa en todo el norte de África, base de su inmenso imperio. De todo este acudieron en masa, sudaneses, masmudíes, gomaras, agzases, tuaregs, zenetes, todos unidos por la voz de su califa, como representante de su diabólico dios. Así, como un inmenso y temible ejército, se plantaron en el estrecho que separa la Hispania de la incógnita África.

Don Alfonso VIII, mientras tanto, convocó a sus magnates con sus mesnadas, a las milicias de los concejos y a las órdenes militares que sustentaban los castillos mas avanzados en primera línea frente a los almohades. Allí, en Toledo, junto a su rey, Don Guzmán Pérez de Carrión, como uno de los brazos nobles de Castilla, prestaba éste a la defensa y gloria de Castilla frente al Islam.


Don Guzmán, hombre de estirpe noble, cuyos antecesores ya estuvieron en las cuitas entre los reinos cristianos de don Alfonso VI de León y su hermano Sancho de Castilla, era hombre de importancia estratégica para su rey, pues poseía como tenente el Castillo de Villavicencio en el Infantado, verdadera tierra de luchas entre hermanos cristianos; fornido castillo que Don Alfonso se lo encomendo para su defensa del codicioso rey leonés.
Hombre de pequeña estatura, enjuto pero de nervio de acero como su espada y la armadura que gustaba portar en sus algaras sobre tierras enemigas del Rey. Tuvo un hijo y dos hijas, la mayor Berengaria a la que casó con Don Pedro de Trastierra, caballero de estirpe noble de la casa aragones, su otra su hija, la menor, Urraca que ingresó en el Monasterio de las Huelgas Reales hacía ya cinco años, tan sólo dos después de la fundación del monasterio por su majestad la reina doña Leonor.

Pero Don Guzmán tuvo a su primogénito, Don Tello, y eso le llenó de sueños su vida. Desde que su hijo comenzó a levantar mas altura que la hoja de su espada, este ya no abandonó la grupa de su cabalgadura hasta que le hizo traer un caballo de Al Andalus, aprovechando una de tantas treguas que se daban los reyes para curarse las propias heridas de tantas guerras entre si.
Don Tello heredó la tez clara de su madre Doña Sancha de Nava perfilada en su rostro por su sonrisa siempre apostada para salir en cualquier ocasión desde aquellos prominentes labios, la pequeña nariz de los Nava que se perdía frente a su mirada profunda, directa y sin tapujos a la hora de demostrar su limpieza de corazón. Una densa melena de pelo negro vestía su cabeza como la de su padre, a la que la grasa y el polvo del continuo cabalgar daba un aspecto de hombre ya hecho. Eran ambos un perfecto conjunto que compartían todo con Don Tello siempre a la vera de Don Guzmán, su padre, como si de su alférez se tratase.

Esto así era cuando aconteció el desastre más inesperado de aquellos finales del siglo. Los ejércitos del Califa arañaban leguas hacia el norte y Don Alfonso hacía lo imposible por acumular hombres y pertrechos para acometer lo que creía una victoria definitiva. El 13 de Julio del año del Señor de 1195 el califa decidió recomponer su ejército deteniéndose en la villa deCongosto, lo que le dio a Don Alfonso algo de tiempo para mover a sus mesnadas hacia el sur hasta alcanzar la villa de infausto nombre, la villa de Alarcos.
En Congosto el califa estableció su plan de batalla en el que al mando de uno de sus jeques y en vanguardia los andaluces, árabes, zenetes, agzases y mazmudes iniciarían el ataque contra los castellanos. Mientras, el califa quedaría oculto en un lugar próximo a la batalla con los almohades, los negros y los hombres de su guardia para entrar por sorpresa en el momento oportuno. Con tal estrategia los ejércitos del Islam se pusieron en marcha hasta quedar cercanos a la villa de Alarcos, acampando a la vista unos de otros. Lo mejor de cada reino o imperio estaba allí.
Aquella mañana del 17 de julio Don Guzmán había estado en el consejo del rey para organizar el plan de batalla. De este salió con el privilegio de ir a la diestra de Don Diego López de Haro en vanguardia de las tropas. Como no iba a ser menos, su hijo Don Tello armaría su brazo en el mismo flanco.
Don Guzmán siempre fue hombre parco en palabras, aunque gustoso de compensar estas con gestos que su hijo apreciaba como regalos divinos hacía su persona.
- Tello, ensilla tu caballo, en poco tiempo sonará la llamada del rey para combatir. Don Diego nos espera en vanguardia. Hijo mío solo te pido que seas digno de tu estirpe y defiende con la vida a tu rey, pues con ello lo harás de la cristiandad.
Don Guzmán, enfundado en la cota de malla como su verdadera piel, fundió su enjuto y nervudo cuerpo ya de tacto metálico contra el de su hijo que, a sus 16 años, veíase camino de alcanzar mayor estatura si la vida le daba oportunidad. No hubo lágrimas, solo fuertes sentimientos entre golpes rudos de espalda. Aún Don Guzmán tuvo palabras para su hijo.
- Recuerda que en la batalla tu destino será abatir sarracenos, defender el flanco de Don Diego, y a nuestro señor Don Alfonso, si éste corriera peligro en tu zona de acción. Vive y muere, pero no des un paso atrás sino fuera por orden real. Ahora prepara tus ropas y que Dios sea piadoso con nuestras almas.

Tello deseaba decir a su padre que lo quería, sonreir mientras esto hacía, pero sabía que su padre lo tomaría por flaqueza así que agarró su antebrazo con el de su padre y dijo lo que su respeto y temor filial le permitía.
- Padre, no os defraudaré, os lo prometo.
Con orden y bien armados los ejércitos cristianos presentaron batalla en los llanos de Alarcos frente a las mesnadas del califa. Aquél día estos no presentaron batalla, lo que hizo de aquella jornada un vano ejercicio ante el implacable sol que en aquellas calendas luce en los extremos del sur de la Castilla Novisima. Al declinar el día, los castellanos regresaron agotados por el calor y el peso de las armas que sus cuerpos mantuvieron en posición de combate ante los infieles que como cobardes quedaron ante nuestro Señor por los siglos que quedan hasta el juicio final.


Pero la medianoche del 18 de julio estaba cerca…

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Nunca estuve tan atenta a una lección de historia, gracias por el relato, Blas.

Besos

JoseVi dijo...

Blas de Lezo me has dejado de piedra. Curiosamente te he dejado un comentario digno de leer en mi vida mi ventura. La historia tiene una inspiracion real. Si quieres pasarte tambien por trazos de espada, veras lo que siento en una situacion real, como la cena de ayer con una amiga en un pueblecito medieval de mi zona.

Un fuerte abrazo, me he sentido caballero por un momento gracias. Lee el comentario de mi vida mi ventura cuando puedas y lo de trazos de espada si te apetece.

Un fuerte abrazo, gracias de corazon.

Armida Leticia dijo...

En el año del señor de 1195, por acá, todavía no se llamaba América, por allá no sabían que existía siquiera, La Gran Tenochtitlán se fundó hasta 1324, si no me equivoco, nadie imaginaba entonces lo que vendría...Como siempre, es un placer leerte.

Saludos desde acá.

Abril dijo...

Original forma de narrar los hechos. Bien documentado y con una prosa que "engancha". Probablemente, si enseñaran así Historia en los colegios, no se olvidaría.

Besos

MATISEL dijo...

Desde luego estás bien documentado, aparte que escribes con gran detalle.
Te felicito.

Besos