martes, 7 de octubre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (4)

Pasaron una larga noche de vigilia, la vista perdida en la negra oscuridad a la que sólo interrumpían los destellos de múltimples hogueras, desde donde alcanzaba el olor a cadáveres en crepitación. Don Diego, y Tello sobre el almenar y don Guzmán en el débil adarve que servía de primer valladar, fundían sus esfuerzos sobre los caídos ánimos de sus soldados. Todos aquellos hombres, despojos de lo que horas antes eran bravos soldados aspirantes a la victoria definitiva, contaban los tiempos que restaban hasta el implacable retorno de astro rey.



Pocos momentos antes de que estos ocurriera, don Guzmán se había despedido de su hijo como nunca en los tiempos que Tello recordaba. Eran sus últimos momentos, donde todo lo que no se ha dicho se ha de decir, donde los reproches se hacen invisibles al mirar de unos ojos que ya nada ven más que lo que de verdad aman.

- Hijo mío, parece quen es este nuestro final, sobre esta tierra que nos vio nacer. He dado orden de que tu quedes en el almenar con Don Diego para así defender este castillo cuando aquí quedemos sin cara que presentar. Quizá nos veamos mañana a esta hora frente a nuestro Señor, quizá demos las cuentas de nuestras vidas juntos. Se asi es el designo incierto que nos aguarda, estoy seguro que el Áltísimo nos permitirá mantener nuestras almas unidas también en su reino.
- Padre…
- Calma Tello, quizá la luz divina de alas a nuestros brazos y al menos uno de nosotros salga de este trance con vida. Pido a Dios que seas tu en tal caso. Si asi sucediese, prométeme que volverás a Villavicencio y te presentarás a tu madre, Doña Sancha. Di a mi esposa lo que mi embrutecido ser por tanta batalla no fue capaz de pronunciar en vida. Dile que la amé tanto como pudieron mis deseos, que la sentí cerca cuando las piernas flaqueaban ante la carga de la caballería enemiga, que sólo el recuerdo de su sonrisa amamantándote mientras Berengaria corría entre sus vestidos me dio alas para llegar hasta esta escala de mi vida, donde creo que mis piernas no me darán para subir a la alejada almena que divisa la vida.
Tello lloraba quedamente, mientras Don Guzmán continuaba aquella confesión de amor ante un hijo al que las piernas le arrodillaron sobre la cada vez mayor estatura de su padre.
- Tello, has de ir a Burgos a visitar a tu hermana Berengaria. Entrégale cien maravedís de oro para misas y ruegos por mi alma, que buena falta tendré allí donde mis presentimientos me llevan. Recuerda, Tello, no olvides nunca que eres hijo de la tierra de Castilla, tierra y reino de hombres libres, donde no hay más siervo que quien ose enfrentarse a nuestro señor Don Alfonso. Cabalga orgulloso y muere con tu espada siempre apuntado al frente de tus deseos.
- Padre, os juro por mi honor que cumpliré con presteza vuestros deseos si logro salir con vida de este trance al que no daré la espalda. No olvidaré jamás vuestro sacrificio por todos. ¡Dadme un abrazo, padre! ¡Un abrazo!
Erguido de nuevo Tello, se abrazaron, se hicieron daño por tanto amor que desbordaba semejante situación. Era una despedida real de dos almas que sólo el cielo las volvería a juntar. Don Tello, que así gusto de llamarle en estos momentos, caminó lentamente hasta alcanzar el acceso a las murallas que conformaban el almenar del castillo de Alarcos. Mientras, su padre observaba con orgullo a su hijo, que tenía en aquel hombre, ya derecho, su razón primera para defender hasta su ultimo hálito la posición sobre aquel ruinoso adarve.
Como decía varias líneas más arriba, la madrugada pasaba, era noche de verano pero los sudores eran debidos a la tensa espera por la amanecida. Y llegó. La prima hora estaba allí, la calma con ella. Pero aquello solo fue un ensueño que falseó la visión, allí estaban, sus huestes en línea de ataque, tras de ellos sus caballeros, andaluces y tuaregs iban en esta ocasión con el Califa Al Mansur al frente. A la distancia justa del alcance de un arquero se detuvieron., Al Mansur junto con dos capitanes suyos se adelantaron enarbolando la bandera de parlamento, a lo que la respuesta fue el sonido del portón abriéndose por el que Don Diego avanzó solo hacía su general victorioso.
- Ala es grande, castellano. Mi nombre es Al Mansur, Califa y general de los victoriosos ejércitos de Ala, quien en su infinita misericordia os conmina a la rendición. Si así aceptáis no seréis encadenados, se os respetará la vida y podréis ser intercambiados por hombres de igual talla que vuestros derrotados hermanos se llevaron a Toledo.
- ¿Y mis peones? ¿Qué les espera a sus vidas?

- La misma que a los nuestros en vuestras manos, la esclavitud.

- Mi respetado jeque Al Mansur. No acepto tales condiciones. Lucharemos hasta el fin de nuestras vidas y que Dios tenga piedad de vuestras perdidas almas.


- Asi sea, pues. No quedará piedra sobre piedra, ni hueso sobre piel cristiana. Que Alá sea con vos. Pero antes de despedirme de un hombre tan valiente desearía saber su nombre.


- Don Diego Lopez de Haro, Señor de Vizcaya y brazo de mi señor Don Alfonso VIII de Castilla.


- Pues bien Señor, lamento conoceros en tal situación y solo queda la justicia de Dios, que sabrá dar a quién lo merezca. ¡Por Ala!


Al galope los almohades volvieron a sus posiciones, mientras Don Diego se incorporó a su puesto defensivo sobre las almenas.
No quedaba ya más que la verdad de la muerte sin tapujos. Gritos de euforia de los peones almohades que se lanzaron en tromba sobre el adarve bajo una lluvia de flechas que los masacraban sin piedad…

1 comentario:

JoseVi dijo...

Me ha encantado de verdad. Existieron historias reales de estas. Es lo que siempre he intentado mostrar a la gente. Que se quedan con la idea del caballero europeo la que dieron en el romanticismo de finales del siglo XIX. La que se escribe en los cuentos de niños y no es asi. Otros al pensar en caballeros imaginan a soldados luchando con dragones y no es asi.

Eramos todos hombres luchando por nuestros pueblos, castilla contra aragon y contra los musulmanes. Una cosa si fue cierta que al unir todos los pueblos de España fuimos lo que nadie fue jamas.

De ahi mi pasion por el siglo de oro y el declive del siglo XVII, los famosos tercios que la creo El Gran Capitan.

Me ha encantado la historia, te dire que el lunes creo estar recuperado de mi fisura, vuelvo a karate, aikido y esgrima siiiiiiiiiiiii

XD, un fuerte abrazo compañero de armas. Teneis un cruzado de tierras de Valencia, que orgulloso estara en combatir al musulman. En otros tiempos hubieramos sido compañeros de armas, estoy seguro :)