Entre una suave oscuridad propia del inminente amanecer se difuminaban las formas de la estación del ferrocarril. El “cercanías” poco a poco se separaba de ésta mientras partía hacia la capital, en su interior caras soñolientas que no se atrevían ver quien cruzaba su mirada al otro lado. Cuerpos casi inertes que resignados acudían a sus trabajos, algún estudiante despistado que volvía de "doblete" a dormir lo que había derrochado entre bailes, copas y besos apasionados sobre labios ahora ya algo borrosos. Todos mezclados sin orden dejaban llevar sus cuerpos en aquella caja metálica que patinaba sereno sobre la vía.
Mientras, mi escaso deseo dudaba entre escuchar las noticias tan poco edificantes de la emisora que parpadeaba en el móvil con radio incorporada o leer un libro que dormía cerrado sobre mis rodillas esperando contarme algo nuevo esa mañana. Al fin negué la mayor a ambos ofrecimientos y me decidí por contemplar la incipiente mañana a través de un cristal empañado y algo rayado por nuevos artistas de un estilo parecido al rupestre más inicial.
Ya no traquetean los trenes, las vías han cambiado sus mínimos vacíos intersticiales por vulgares uniones soldadas que le dan continuidad a la vía hasta el fin de su recorrido, convirtiendo lo que eran diferentes almas de metal por un mismo y global cuerpo metálico. A pesar de no sentir el arrullo de aquello viejos golpes metálicos perdidos en el tiempo, un sopor me invadió mientras veía el azul aun ennegrecido que borraba lentamente y sin sentirlo las estrellas que vigilaban el corto viaje a la capital.
Las conversaciones se volvieron borrosas, la luz creciente desde ese azul que comentaba se me hizo más brillante a los ojos. De pronto las estrellas comenzaron a moverse sin rumbo o trazada regular. Como si de una película de Walt Disney tales puntos de luz con estelas de polvo luminoso comenzaron a dibujar corazones, viejas caras de perdidos sueños, números inconexos entre grúas que giraban sin control sobre cuerpos inertes desde los que brotaban gritos representados en intermitencias de aquél polvo luminoso a gran velocidad. Conforme pasaban los segundos no sé si era la velocidad del viejo cercanías que aumentaba o si eran mis ojos los que se agotaban al intentar seguir a tanta estrella desmadrada, pero creo que despegué de asiento compartido de tres plazas hasta posarme sobre el techo del vagón.
No sentía frío alguno, tan sólo el zumbar metálico por el rozamiento del pantógrafo sobre la catenaria a más de 25.000 voltios me taladraba de forma continua mis tímpanos, sus inesperados chispazos cada vez que una leve desconexión de uno sobre el otro me deslumbraban, como lo haría el enfado de los padres sobre la sonrisa de un niño si el infeliz los observa en semejante “inconexión”. Entramos en el túnel que sin compasión horada la vieja loma de separación entre mi ciudad y la capital. Un viejo olor a hollín junto con el ruido ensordecedor de semejante monstruo metálico encerrado bajo toneladas de tierra rompieron mi equilibrio y resbalé desde el techo sin posibilidad de rescate ni asidero sobre el que mantenerme hasta salir del túnel. Un nuevo fogonazo de la catenaria hacia su amante el pantógrafo acabó por deslumbrar mis ojos mientras esperaba de un momento a otro el golpe mortal sobre el suelo.
Silencio y frio, ceguera en medio de una sensación de bloqueo mientras no acababa de recibir el golpe mortal. Pasaban los segundos, minutos, no sabía decir ni medir el tiempo en aquel estado en la que las referencias habían desaparecido. Sin apoyos, duros o blandos, sin ruidos y luz para enfocar una visión perdida la mente de un humano pierde toda perspectiva de tiempo y espacio. En aquél momento de imposible definición la locura era dueña y señora de entrar en mi mente y quedarse para siempre. No hay capacidad de lucha contra lo que no te presiona ni te obliga, no hay elementos sobre los que apoyar una reacción porque no hay tal acción sobre ti. Estás perdido, flotas sin depender de nadie y eso te hace fatuo ante la razón y el por qué de combatir.
De pronto, una mano inesperada cogió mi antebrazo, despertándome de aquel letargo en vela ,y con la levedad de una cometa empujada por la brisa, me sacó del oscuro tubo ferroviario hasta dejarme postrado sobre pequeños cojines en un inmenso bosque de pequeñas flores cuyas fragancias como vapores me sacaron del incomprensible letargo. Aquella mano era propiedad de una mujer, alguien a quién recordaba sin duda pero no alcanzaba a reconocer en nombre y persona. Sus ojos entre pardos y verdes me miraban sin pudor, la tez en tonos claros y su delgada figura trataban de decirme quién era pero mis sentidos no conseguían encontrar la respuesta en tales momentos aún de aturdimiento. Se sentó en una especie de trono real, butacón dorado que apoyaba sus cuatro pequeños pies en sendas montañas de flores que sin esfuerzo sus tallos mantenían erguidos.
- Te estaba esperando mortal. Hace ya mil sacams que mi alma esperaba tu llegada, creí que las lunas nunca iban a dejar el cielo de nuestro reino aunque al fin escuchamos la explosión de su fin. Esa era la señal y salí a tu encuentro.
Me levanté, al hacerlo un mareo traidor y acechante me sacudió la cabeza y sin querer una de mis manos se fue al pecho. ¡Mi corazón no latía, pero yo seguía vivo!
- No te preocupes, ese viejo músculo aquí no te hará falta, cada día que pase sin palpitar será uno más que hayas ganado en tu carrera de humano contra a la muerte que fuera de aquí te acabará por alcanzar.
- ¿Don… Dónde estoy?
- ¿Conoces a James Hilton? El quiso encontrarnos pero no era el elegido.
No recordaba ese nombre, no sabía quién había sido tal personaje…
- Bienvenido a Shambala, elegido…
- Pero… eso es un mito, una leyenda algo en lo que soñar sin llegar a creer.
Aquella mujer de mirada limpia simplemente sonrió, se incorporó y se acercó a mi. Sus labios sellaron mis dudas y me entregué sin falta de más.
- No busques fe en lo que ya ves, no intentes creer lo que ya sientes. Aquí esta lo que buscas, aquí estás para quienes te buscamos.
Salimos de la enorme casa palacio hacía la llanura jalonada de pliegues donde la vista se perdía y mis recuerdos comenzaban a difuminarse sin desgarros. El “cercanías” seguía rodando en aquél túnel sin fin, las conversaciones navegaban entre los resuellos de quienes cayeron derrotados de nuevo ante Morfeo. A ratos mi pensamiento intentaba volver al inicio de todo pero intento no es nada si va contra la voluntad…
5 comentarios:
Te leo, disfruto la lectura y te dejo un saludo desde México.
Has cambiado en tu manera de escribir, algo imperceptible habla de ese cambio.
Me gusta leerte, como siempre.
Te dejo un abrazo.
Alicia
Me encantan los comienzos
Que interesante. No acabo de comprender lo del tunel XD ¿a donde les llevara?¿esta vivo? ¿esta muerto?
Un abrazo, he pasado el fin de semana con el instructor de esgrima antigua de albacete. Lo he pasado oooooooooooooooooooooo XD
Un abrazo
¿Hacia dónde nos llevará este viaje? No lo sé, pero yo me he comprado un billete para este cercanías.
Un abrazo
Publicar un comentario