…16 de febrero de 1200, hacía ya doce días que Toledo les había franqueado la puerta de Bab-Sagre, dintel que hasta aquél inmenso momento en el que lo cruzaban Tello y Zahía había contemplado los pasos del gran Tariq ibn Ziyad ebrio de victoria aun con la sal del estrecho entre sus manos y un imperio por agrandar, se había sonrojado con los lamentos eternos del rey taifa abandonado a su suerte por Don Alfonso, el VI, quien recuperó la ciudad para la cristiana religión. Una ciudad donde aún los vencedores vense como mozárabes y los propios perdedores como viejos muladíes en una ciudad donde la libertad de adorar a cada dios aún lucha por subsistir.
No le costó mucho esfuerzo a Don Tello Pérez de Carrión alcanzar la alcazaba del arzobispo y postrar rodilla en tierra frente al representante de su señor, el rey de Castilla. Tras pasar varios días en los que Tello transmitió toda la información que había ido grabando en sus retinas sobre la situación y el poder militar de los almohades, obtuvo del Arzobispo el permiso para partir escoltado por hombres de su entera confianza hacia Ávila donde lo esperaba Don Alfonso. Quiso saber de su mentor, protector, a quien su padre había confiado su vida; Don Diego López de Haro, señor de Vizcaya. La respuesta hosca y sin ningún dato le hizo temer por su segundo padre.
Cabalgaba aquella mañana de duro invierno castellano al lado de su amada Zahía. Desde que entraron en Toledo habían añadido el nombre de María y disfrazado su ser de mozárabe, nieta de un cristiano bravo de los que defendieron cincuenta años atrás la Almería del Emperador hasta morir por el impulso mortal de una saeta almorávide. Aquella excusa, aquella mentira arrojada como un leño más a la hoguera natural de la hipocresía humana, cumplió su cometido aceptando su presencia como protegida de Tello y futura prometida de este tras la necesaria venia de Don Alfonso.
- Tello, vuelve al cobijo de la tienda o este hielo te matará. No quiero que nazca nuestro hijo huérfano porque su padre creyó ser más poderoso que los señores del viento y la lluvia.
- No te apures, Zahía. En un rato volveré a tu lado a descansar.
Ella, sin aceptar tal respuesta de compromiso fue hacia él.
- Tello, no has de preocuparte. El arzobispo nos ha colmando de atenciones, si hubiera castigo esperando al otro lado de las murallas de Ávila no habría escolta para nosotros, más bien un par de grilletes sobre nuestros cuellos harían de escolta en las mazmorras del Arzobispo asegurandose así que a la llegada de Don Alfonso su justicia se haría ejecutar. Don Martín López de Pisuerga, orgullosos arzobispo de Toledo te ha correspondido como caballero y apreciado como brazo necesario en la eterna lucha sin final posible entre cristianos y musulmanes.
- Supongo que tienes razón, pero hay algo que me preocupa y es mi tutor Don Diego. No quiso darme nuevas de él Don Martín y tal cosa me inquieta.
- Déjalo ya, Tello. Lo que habrá de ser, mañana lo sabremos. Ahora descansa, disponemos de viandas, protección y una buena tienda donde tomar respiro a tanta dureza vivida.
Con una caricia oculta bajo la suave oscuridad condujo los pasos de Tello hacia la tienda donde al menos descansaría de cuerpo, pues la mente parecía que mantenía una dura batalla entre ejércitos de razones y miedos propios de un ser humano.
La mañana alcanzó en tiempo y hora y antes de que cualquier rayo de un tímido sol invernal quisiese acariciar las grupas de las cabalgaduras, la pequeña escolta ya marcaba el paso al trote hacía la ciudad amurallada por excelencia. Seis leguas aguardaban antes de cerrar el círculo abierto por Tello ante su rey. Un cierre en el que Don Alfonso recuperaba un caballero en toda regla, un brazo para sus planes futuros ante el reino almohade, pero también un hombre con su mente abarrotada por las dudas que generan el estudio y el conocimiento. Un hombre apasionado y atormentado por el descubrimiento de lo relativo, de las infinitas verdades alojadas en las infinitas mentes vivas que puedan existir.
Comenzaba a nevar pasada la hora sexta cuando la entrada a la ciudad aparecía clara en la corta distancia. Al lado de las enormes puertas, recias torres como pechos soberbios de un ejército inmóvil pero invencible los observaban en silencio. El pendón de Castilla ondeaba orgulloso a la entrada, Don Alfonso espera a uno de sus hijos perdidos entre sillares de dura roca castellana.
En esta ocasión no fue necesario alcanzar el palacio del tenente y alcaide de la ciudad donde se alojaba Don Alfonso. Avisado por dos soldados que adelantaron la marcha, el rey acudió presto a recibirlo. En la plaza aledaña a la catedral creciente de la ciudad el rey con su séquito esperaba a Tello. Frente a frente, Tello descabalgó y junto a su caballo caminó lento y digno hasta postrar su rodilla en tierra a la vez que apoyaba el filo de su espada en el suelo en señal de sumisión a su señor.
- Levantaos Don Tello, sed bienvenido a Castilla…
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