sábado, 7 de febrero de 2009

Entre alarcos y Las Navas (38)

…Entraron en silencio, hubiera sido esta entrada de otra manera si la vida de Ahmad aún palpitase entre los vivos. Zahía no lo vería tampoco, pero sabría que un corazón de su misma sangre palpitaba por ella al otro lado de estrecho; mientras en aquella amarga situación eran sus pulmones los que le jugaban malas pasadas mezclando viejos sollozos aún presentes desde la larga noche con intermitentes suspiros incontrolados. Con cautela y prevención, pero con decisión localizaron la tienda de Abu Zacarías. Casi antes de que la esquina de la calle les mostrase el enorme frontal de la tienda, poblada de sacos con polvos de diferentes tonos vivos, el olor de aquellas especias los hipnotizó como embrujo de atrayentes bebedizos destilados para cautivar a los huidizos amantes.

Abu los recibió al principio con cierta vaga extrañeza por la incredulidad de que fueran quienes decían ser, mas enseguida dejó al cargo de todo a Gabriel, aprendiz y casi dueño del negocio por su arte, mientras se llevó a las dos almas penantes a la planta superior que hacía de vivienda. Mientras su esposa, Raquel, mujer de amplio volumen pero ágil de movimientos consolaba sus estómagos con un pequeño refrigerio y un buen te libio, Abu comenzó a leer la carta que su viejo amigo le había escrito y que, como había sido su deseo, llegó a sus manos intacta.

El tiempo había endurecido aquél pergamino, su tacto y el roce de la vieja piel de Abu sobre él producía un sonido cortante que mantenía tenso el silencioso ambiente de la sala. Los ojos de Abu intercalaban su concentración sobre las letras de su difunto amigo, con los de Tello y Zahía ignorantes del mensaje escrito. La lectura concluyó, al enfrentar su rostro con Zahía, unas lágrimas a punto de derramarse de aquellos dos manantiales acostumbrados a verlas y no producirlas desdibujaban la expresión del hombre que hasta enronces habían reconocido.

- Está muerto, lo sé y cuando esto escribía él ya lo sabía. Alma y vida dedicada a dar hasta después de muerto. Querida Zahía, recuerdo cuando te dejé sobre la carreta en la que tu padre me prometía volver pero sólo has vuelto tú. Él está aquí no sé por qué, pero de alguna forma el esta con nosotros.

Zahía lloraba en silencio, casi se había enterado de su muerte al mismo tiempo que Abu.

- Respetado Abu Zacarías, mi bendito padre nos envió a ti para que dieras ayuda a Tello y refugio a mi como hija suya. Tello es un caballero cristiano, amigo de mi padre y perseguido por el Califa que busac la forma de alcanzar su reino Castellano…
- Ya, ya lo sé. En la extensa carta que Ahmad me envía, relata tal situación sin detener un ápice sus alabanzas a vos, Don Tello. Por tales motivos tendréis mi apoyo y mis recursos a vuestra disposición para que podáis alcanzar vuestro objetivo, aunque…
- Perdón, respetado hombre. La situación ha dado un vuelco en los objetivos de un inicio…
Abu lo interrumpió, con una sonrisa por sentirse sabedor de lo que Tello intentaba decirle.
- Tello Pérez de Carrión, caballero castellano, de real progresión junto a tu rey, Alfonso el VIII. Apuesto que tus balbuceos se deben al amor verdadero que ya os profesáis ambos.

Los ojos de Tello y Zahía se dilataron sin salir de sus propias cuencas

- No creáis que poseo poderes adivinatorios tan castigados entre los santones de nuestra religión. Vuestro padre, Zahía, así me relata lo que ya veía en vuestra vida semioculto en Marrakech. Tal relación sigue vuestro padre dejando bendecida de su puño y letra. No os debe extrañar tal decisisón; Ahmad, como yo, luchamos por lograr la sociedad abierta que él nunca vio y creo que tampoco seré quien lo logre. Cristianos al norte, musulmanes al sur, en medio nosotros los judíos, odiados por todos pero de necesidad para todos. Ninguna religión permitirá jamás que la libre circulación del conocimiento alcance las almas y las mentes de los hombres. Tal y como desea vuestro padre, yo como sucesor designado por él sobre tu tutela bendigo vuestra unión, aunque para ello debamos vestirla para que la hipocresía reinante la acepte. Por ello…

Tras aquella declaración, regalo póstumo de un padre digno de tal nombre, Zahía interrumpió a su ahora tutor Abu, debía completar aquella situación.


- Respetado Abu, perdón os pido por interrumpir vuestra emotiva exposición pues gracias a ella siento a mi padre aún más dentro mi ser. Mas he de deciros que en ese ser donde tengo a mi padre, crece ya otra criatura sangre mía y de Tello que puede hacer más difícil tal situación. Veo, por lo que habláis que vuestros pensamientos son cercanos a los que mi padre me inculcó cuando solos vivíamos añorando nuestra Lucena hispana. Por ello, estoy segura que tal estado de esperanza de nueva vida sin bendición por el matrimonio no os produzca rechazo y desprecio hacia nuestras vidas.

Abu Zacarías miraba con paternal comprensión hacia su recién ganada hija, sus cristalinos intentaban recoger aquella imagen de dos almas en un solo rostro

- Zahía, sentía que vuestro padre estaba aquí y tú me lo has confirmado. Un varón es lo que llevas en tu vientre, un varón que habrá de continuar nuestro sueño, con el que Ahmad y yo hablábamos hasta que la luz estrellada se apagaba por el poderoso sol. Combatir la ignorancia, educar y alcanzar la unión de los hombres por serlo.¡ Ven a mis brazos hija!

Zahía se levantó al mismo tiempo que Abu, fundiéndose en un abrazo que desbordaba cualquier expresión de amor en su cerrado y callado movimiento. Tello, de pie contemplaba mientras pensaba en los mundos que se acercaban como enormes bolas de nieve en un alud imparable; su familia, el futuro en una sociedad intransigente y violenta en sus más mínimos rasgos. Estaba convencido que todo podría ser más sencillo, donde la libertad fuera mayor y ese no era otro que en su señorío donde él sería la ley. Había que alcanzar esa meta.

Abu corrió a contar la buena nueva a Raquel y aquel atardecer celebraron el encuentro con una cena especial donde, de alguna manera, la imagen de Ahmad se percibía en los golpes suaves de luz que daban las velas al correr del aire en la pequeña sala de la primera planta de la casa de Abu...

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