lunes, 2 de febrero de 2009

Entre Alarcos y Las Navas (36)


…Cabalgaron y caminaron sin tregua, fueron mas de las 30 leguas que el camino normal llevaba entre ambas ciudades. La Sierra Nevada los observaba, dándoles paso entre sus vaguadas, dejándoles ascender sobre sus riscos para permitir observar lo que les precedía y si así eran perseguidos. Consiguieron hacerse con ropas de hombres de la tierra, lograron después de esto ser aceptados como peregrinos en busca de trabajos míseros que les dieran con qué comer y guardar cobijo en aquellas noches invernales que endurecían los suelos por el hielo y la ventisca que parecía vomitar el Mulhacén a quien osara caminar bajo sus estrellas.
Casi un mes después de la huida de la Alcazaba Almeriense, Tello y Zahía, ocultos bajo identidades seguras, habían logrado integrarse en una pequeña comitiva de agricultores y mercaderes que acudían al mercado semanal de los viernes en Qumaris. Desde allí intentarían dar el último salto hasta alcanzar la Alcazabilla en Málaga. Ambos iban en la caravana como criados contratados por la comida y el sueño por un agricultor hacendado que necesitaba brazos para cuidar y acarrear las mercancías que deseaba vender. Durante el viaje Zahía había ganado el afecto de la esposa del agricultor, mujer afable y de aspecto maternal, que contrastaba con el rudo hombre de campo al que la vida le había sonreído sin corresponder éste de la misma forma a sus semejantes.

Esta situación de complicidad entre ambas mujeres y la diferencia de edad entre Fátima y Zahía, que podría ser su hija, las unió y permitió a esta última viajar en el carro a pesar de los chirridos vocales de su marido.
Alcanzaron al fin el jueves al mediodía la ciudad de Qumaris, su enorme fortaleza, castillo de gigantesca planta cuadrada, que a Tello desde su visión de soldado le causó admiración; en su fuero interior, tras aquella larga marcha a través de la España musulmana se congratuló por comprobar que las recias construcciones no iban acompañadas por el mismo carácter de sus dirigentes, pues de lo contrario las posibilidades de victoria para ellos desde el norte castellano serían nulas en cualquier situación. Cuantos más días trascurrían desde su arribada a la península, sus sentimientos, ánimos y motivaciones volvían a regresar a los años de lucha y combate al lado de su rey Alfonso. Echaba de menos a cada paso un poco más su tierra y su forma de vida, aunque ya nada sería igual que cuando se ofreción como rehén de intercambio; tras descubrir la existencia de otros mundos, otros lugares y pensamientos, todo aquello le había demostrado que la palabra absoluto quedaba para muy pocas cosas, personas y sentimientos.

- ¡Tú! ¡Deja de mirar el paisaje y tira de las mulas o no llegaremos a la ciudad!
Aquél grito, aquél gruñido de su dueño temporal lo devolvió a su verdadera situación, aunque ya sus puños apretaban las correas que tiraban de las guarniciones de las mulas con otro vigor más cercano al acero que al cuero.

Llegaron a la explanada preparada para el mercado del día siguiente y, sin dar resuello a ninguna bestia o humano, comenzaron a descargar las mercaderías, a montar las pequeñas tiendas donde descansarían de noche. En aquél momento Zahía, mientras carreteaba las mulas con las telas que sus dueños deseaban vender, cayó sin sentido sobre la explanada.

“¡ Zahía!”. Tello dejó su trabajo y se abalanzó sobre ella intentando reanimar aquél rostro demudado en un blanquecino tono que nada bueno presagiaba. Situación aquella, a la que el recio Tello no era quién a mostrar serenidad. Fátima, antes que nadie, apareció echando a los curiosos que se arremolinaban ante Zahía y con ayuda de otros criados la llevo al interior de su carro.

- ¡Déjanos, esposo atribulado! ¡Continua con tus obligaciones que serás avisado con lo que sea propio de aviso!

Corrió las toscas cortinas del carro mientras los hombres llevaron a Tello a la explanada para continuar el trabajo. Tello no era capaz de concentrarse pero aquella obligación al menos mantuvo a raya su ansiedad, intercalada de miradas fugaces al carro donde se encontraba una parte ya irrenunciable de su vida.

Pasaron los minutos como horas eternas mientras nada se anunciaba desde aquel carro inmóvil y sin vida. Por fin para Tello, una mujer salió de este y se encaminó hasta Tello para darle orden de acercarse hasta allí. Como un rayo su cuerpo se adelantó a sus deseos y se plantó frente a las burdas cortinas que cerraban su paso.

- ¿Señora Fátima? Soy Tello, a vuestra disposición.
Descorrió el cortinaje y le hizo subir sin mas demora.
- Tello, aquí tenéis a vuestra amada esposa, porque así lo creo y lo he apreciado en estos pocos días en los que habéis trabajo para mi marido. Nada tiene de lo que deban preocuparse vuestros sentimientos; nada malo quiero decir, pues vuestra esposa lo único que tiene es el fruto de la naturaleza, la bendición del amor entre dos personas. ¡Enhorabuena, pues seréis padre!

Tello miraba a Zahía, luego a Fátima, después volvía a Zahía, no podía creer lo que estaba oyendo. Sus sentimientos se entremezclaban entre la ilusión por su paternidad, por aquella nueva vida que los volcaba en sí mismos sin más necesidad, pero también el freno a las posibilidades de supervivencia en el territorio hostil del que trataban de escapar.

- ¿No os alegra la noticia, caballero?
- ¿Caballero? Señora, no os comprendo.
- No intentéis mentir, vuestra mujer en su sufrir por vos todo me lo ha contado. Podéis estar tranquilos por tal cosa, más no si esto se alcanza a conocer en esta ciudad de enorme significado militar.
- Gracias, señora. A vuestra pregunta deciros que me alegro como el hombre convertido en futuro padre, me alegro por tener la honra de la paternidad de la mano de tan maravillosa mujer, mas nos persiguen y temo ahora por la vida de tres almas en lo que antes eran dos.
- No os aflijáis, que no esta vuetra dama en menos aún, aunque ya lo estrá y deberéis ser vos lo que representáis. ¡Ay! Nunca tuvimos vástagos mi gruñón marido y yo, quizá sea esa la explicación a tales humores día sí y día no; os felicito por lograr mi sueño. Por ello os marcharéis esta noche. Tomad esto, no son mas de diez dirham de plata pero al menos os ayudará cuando estéis más lejos de aquí. No os puedo ceder cabalgadura, pues sería mula a la que pronto darían alcance los soldados del castillo.

Tello, afectado por las emociones, con los sentimientos a flor de piel apenas tuvo fuerzas de contestar.
- Gracias, señora, no olvidaré tal gesto de su persona. Saldremos de aquí al anochecer con la máxima discreción. Os prometemos Zahía y yo, que si de mujer se tratase la criatura que naciera, llevará vuestro nombre en honor a su alma y humana bondad…
- Muy bien, muy bien, ahora marchad y continuad con vuestro trabajo mientras yo hablo con Zahía. ¿A qué estáis esperando? Iros.
Tello abandonó el carro y se encaminó con su cabeza a punto de explotar entre tantos deseos, sentimientos y razones para gritar su felicidad y su fe en el hombre fuera cual fuera su raza, credo y religión. Malditas las batallas, las guerras, religiones y poderes; malditas todas que aunque uno deseara jamás podría dejar de tomar partido. Ahora Málaga les esperaba y eso era lo que les importaba...

3 comentarios:

Armida Leticia dijo...

Felicidades a Tello y Zahía, porque su amor dará fruto.

Saludos desde México.

Anónimo dijo...

"Tello abandonó el carro y se encaminó con su cabeza a punto de explotar entre tantos deseos, sentimientos y razones para gritar su felicidad y su fe en el hombre fuera cual fuera su raza, credo y religión. Malditas las batallas, las guerras, religiones y poderes; malditas todas que aunque uno deseara jamás podría dejar de tomar partido..."

Preciosa la forma de expresar tantos deseos.

Te leo todos los dias, es siempre un placer.

besoss

Anónimo dijo...

Ahora cambiarán su rumbo y su forma de vida...como nos pasó a todos.

Enhorabuena a los protagonistas