viernes, 13 de febrero de 2009

Entre Alarcos y Las Navas (40)

…Los miedos de Abu ante las cabalgadas, las algaras de unos y otros no preocupaban en gran medida a Tello aunque agradecía los avisos de su actual protector. El invierno en plena efervescencia era el momento menos propicio para organizar tal cosa. Escaseaba el pasto para las caballerías, los refugios no se prodigaban entre ríos desbordados, parajes helados y ventiscas que ejercían de muros verdaderos entre reinos, mucho más que castillo, hueste o acero erigido y animado por el ímpetu humano.

Fue la marcha, que en una línea lo más directa sería de una distancia cercana a las 40 leguas, algo más larga de lo habitual. Caminaron en serena discreción atravesando Medina Antekira[1]. Lucena esperaba en dirección norte, mas la premura y los riesgos que debían evitar convencieron a Zahía aún ágil en su creciente embarazo de continuar hacia El Muradal. Descansaron en Hisn-Ashar[2], pequeño lugar que a pesar de ser de estratégico valor no era su fortaleza un dechado de virtudes por parte del pequeño destacamento allí establecido. Las gentes, sencillas y sin más aspiraciones que las de progresar en la vida hasta agotar esta les abrieron sus hogares. Unos agricultores les cedieron su cálido pajar, que ambos recibieron como manjar de dioses tras los interminables días en los que cabalgaron evitando las grandes poblaciones durmiendo al raso ocultos en fríos oteros desde donde saberse acosados con premura y así poder entablar huida. El embarazo de escasos dos meses aún era fácil de encubrir y el dinero de Abu era certificado de garantía para silenciar bocas de gentes de buena ley.

Tras tres días en los que recuperaron las fuerzas, acopiaron viandas y también tomaron resuello las yeguas, encaminaron de forma discreta la mitad del recorrido que distaba con el Muradal. Veinte leguas por las que seguir luchando, cuatro jornadas para hollar al fin tierra cristiana, donde poder portar el orgullo acerado que le dejó su padre a las puertas de la muerte.
Silencios y miradas, la misma situación que ambos vivieron en medio de los desérticos parajes camino de Orán desde Marrakech. Silencios que ahora se veían interrumpidos por el ruido de las hojas golpearse al son del viento mientras la fría lluvia mezclada de hielo se clavaba de forma suave sobre la sienes descalzas y al tiempo empapaba sus pieles. Atravesaron ríos cuyas vidas recorridas marcha atrás iban decreciendo, convirtiéndose a cada vara recorrida en inmaduros arroyos con la fuerza de quien tiene todo por delante conforme la cima se acercaba.
Atrás había quedado la pequeña aldea de Bailén por la que nadie pasaba, nadie sabrá lo que podrá pasar ante ella, aunque entre sus indefinidas callejuelas y sucios cobertizos las sensaciones de Tello le decían que ese lugar sería algún día grande. Mientras, orgulloso al noroeste el Castillo de Burgalimar despreciaba el lugar permitiendo el paso sin temor a ambos. No sólo aquella aldea dejó a Tello en un extraño desasosiego, pues cuatro leguas mas al nordeste otro pequeño pueblo de nombre los Llanos de la Losa le provocaron el deseo irrefrenable de descabalgar para tocar aquella tierra helada y dura en aquél enero a punto de morir.


- Tello, ¿Qué ocurre? Debemos continuar hasta encontrar un refugio antes de que oscurezca
- Voy ahora mismo, Zahía.

Ella descabalgó hasta apoyarse junto a él. Intentaba saber qué era lo que había detenido a Tello.

- Zahía, siento este lugar como si guardase algo para nosotros, para mí. Es como si viera a mi padre tras aquél otero, como si alcanzara a percibir su sonrisa, su espera paciente por algo que vendrá. Vamos o el frío nos matará sin llegar a descubrirlo.
Antes de montar, de la talega sacó de nuevo la espada de su padre. Brillaba distinta, parecía desear salir de su escondite. Tello la volvió a su sitio, "los deseos se cumplirán cuando el tiempo decida desde su decisivo precepto" sintió una voz interna al guardar su joya, la noche estaba cerca y desde allí el camino estrechaba sus escondites. Había que ser cautos y mantenerse alerta ante cualquier amenaza, humana o animal.

Tras una noche de desvelos abrazados, protegidos del viento por los cuerpos de las yeguas despertaron la mañana atravesando el Muradal. No era aquella tierra aún de riscos y motas, de vegas que la dibujan, de Castilla sino de lejano dominio almohade. Aún y de esa manera Tello cambió la actitud y su espada brilló al fin en su cintura. Las vestiduras, aunque iguales las portaba en otra disposición, sentía su propio interior creciente como verdadero caballero que retornaba a su ser. Descabalgó, con un rápido gesto y sin opción cogió a Zahía desde su yegua y sobre sus brazos le mostró su meta al otro lado de aquella infinita raya que moría al norte de sus ojos.
- Mi amada Zahía, Castilla nos aguarda leguas al norte, no son muchas, pues percibo cerca ya el Toledo de tus antepasados, poblado por judíos, sabios y mercaderes. Inmensa ciudad por sus libros en mil lenguas por descifrar, por descubrir. Veremos a nuestro Rey don Alfonso, nos casaremos donde sea menester y, como dama que ya sois y esposa de caballero que seréis, grandes posibilidades rodeadas en esperanzas como enredaderas a muro robusto nos llevarán al sueño de nuestra propia felicidad.

Como si aquella profecía más propia del amor desbordado se hubiera cumplido, la pasión venció con su calor al invernal febrero, que con su primer día entraba por el este. Veinticinco leguas restaban hasta las murallas de Tulaytulah, Toldoth o Toletum, ciudad que nunca debió de dejar lo que entonces porfiaba su devenir, mas ya en este pasado siglo XVI en el que esto escribo poco queda ya de su crisol ya enfriado…




[1] Antequera
[2] Iznajar

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por esta entrega tan serena.

Besos

Silvia_D dijo...

Me gusta, me encanta, genial como sigue tu relato, te felicito.

Besos