viernes, 27 de febrero de 2009

En el Túnel (II)


Mis paseos continuaron a través de aquél infinito reino del tiempo y el conocimiento.  Invisibles engranajes de un reloj  silencioso giraban cadenciosos entre las reflexiones  que brotaban sin descanso  desde una mente cada vez más liviana de cadenas y grilletes; elementos forjados entre convencionalismos  y deudas  contraídas sin más razón que la fuerza de la supervivencia.

Soledad clavada sobre el tablón de la felicidad de saberse bueno, de creerse tal mientras nada alrededor  era capaz de alterar semejante estado de plenitud, de   sentir el “Todo”. Mientras  así me encontraba también en el tren pensaba, en la gente que iba como yo antes de transponerme. Cómo continuarían su viaje para rendir sus sacrificios como ofrendas por un trozo de libertad dibujada en la nómina inminente de final de mes. Gente que huía de casa por saberse solo o por sentirse mal acompañado. Pensaba, pensaba en tantas vidas distintas que arrastraba el tren de cada mañana. Un silencio enorme como un estruendo vivo llenaban al límite los tímpanos de mis oídos.


Los tiempos no valían sin finales al otro lado, el reloj de mi muñeca carecía de sentido y utilidad. El pensamiento tantas veces censurado trabajaba como la turbina de un  petrolero a plena carga, miles de vueltas en un minuto sobre el mismo eje de un recuerdo, de algo vivido; pasiones olvidadas  ciaban como  recuperando  el campo perdido ahora sin los obstáculos de  los muros  pintados del  tono gris de la censura.

Más tarde, no sabría decir si era mañana o tarde pues el hambre tampoco me demostró tal  dicotomía, gentes desde  tantas direcciones como las puntas imaginables de una rosa de los vientos se acercaban, ¿o era yo el que al mismo tiempo me acercaba a ellos? Sus pieles inexistentes por parecer trasparentes me permitían descubrir sus almas invisibles irradiando mas paz que un cuerpo y alma como el que esto escribe podía aceptar. Al fin y al cabo había sido mi vida una guerra latente, una lucha encubierta en un mundo plagado de convenciones lo que había vivido desde que el Conocimiento y su reflejo entro en mi.

Guerras por un asiento, por una mirada, por un trabajo, por una confirmación, un agradecimiento. Derrotas  y victorias volcadas sin final entre músicas vanas de buenos sentimientos pocas veces reales. Buenos quizá tras los lazos de sangre o de amistad, aunque seguramente más frecuentes en los últimos que en los primeros. Fuera de tales nudos la vieja e inexorable estela de Darwin mantenía su dictamen vital de forma cruda y sin esperas.

Desparecieron de pronto y aquella mujer de gesto claro volvió a mí. Su olor siempre me devolvía al origen de todo, su presencia era para mí la de alguien conocido, la de alguien vivido, mas no lograba encontrar la marca de su reflejo en mi recuerdo.

-          Ya han pasado varios sacams desde que nos encontramos. Realmente no sé cómo expresar el sentido del tiempo  en este reino para un recién llegado como tú. No es de otra forma su avance como el de grandes escalones que se alcanzan en cada estadio del conocimiento. Cada  bloque o escalón logrado por tu pensamiento es un  sacam, un espacio temporal menos para llegar a la perfección, donde  la Eternidad  te devuelve al inicio de todo que  no es sino la parte final de tantos  esfuerzos, donde el tiempo  es  en verdad indiferente.

La escuchaba sin querer entender lo que decía, con el temor propio por descubrir la verdad. El miedo humano a descubrir que nada es como la vida me había hecho creer hasta entonces.

-          Cada bloque que superes será un sacam pasado. Has dado ya los pasos sobre los bloques más cercanos al conocimiento humano y ya es hora de penetrar en los tiempos de la Razón y el Saber absoluto

-          No sé  su nombre, señora. Nada más le digo que no sé más que lo que sé. Y sé que la base fecunda de mi caminar ante otras vidas ha sido pródiga en  buenos sentimientos gracias al respeto hacia ellos, a valorar todo lo que de mi no sale  de forma relativa. Nada puede ser absoluto, mil razones  de diferentes pesos pueden dar el fiel de la balanza hacia sus actitudes  en contra de la magnitud de las mías. Estoy convencido, señora que los valores absolutos en la vida real de la que  provengo solo han creado dolor, miseria y muerte.       

Me miró, me miró como si  esperase que tales palabras brotasen de mis adentros.

-          Lo que tu valoras como absoluto sólo es la razón  bastarda de  quién sin más la pretende imponer  a otros con argumentos tan falaces como la  existencia de algo intangible  a base de fe, o los sentimientos de superioridad de una determinada  cultura, o viejas tradiciones  que nunca fueron mas   viejas  que un sacam. Ese absolutismo no es más que el fruto del deseo del mal por el poder y del poder por el mal. Deja que lo que en verdad   fluye por ti  dentro te susurre lo que sabes. Deja que te moje la piel de tus dudas hasta deshacerlas.


Como en un paseo  a la antigua usanza, continuamos  andando sin medir las distancias  que nuestros pasos recorrían, las montañas enormes  como verdaderos  reyes presentes y vigilantes nos contemplaban desde su blanco níveo. Mi ausencia  del yo vivido era cada vez mayor…


martes, 24 de febrero de 2009

En el túnel (I)

Entre una suave oscuridad propia del inminente amanecer se difuminaban las formas de la estación  del ferrocarril. El “cercanías” poco a poco  se separaba de ésta mientras partía hacia la capital, en su interior caras soñolientas que no se atrevían ver quien cruzaba su mirada  al otro lado. Cuerpos casi inertes que  resignados acudían a sus  trabajos, algún estudiante despistado que volvía de "doblete" a dormir lo que había derrochado entre  bailes,  copas y besos apasionados   sobre labios ahora ya algo borrosos. Todos mezclados sin orden dejaban llevar sus cuerpos  en aquella caja metálica que patinaba sereno sobre  la vía.

Mientras, mi escaso deseo dudaba entre escuchar las noticias tan poco edificantes de la emisora que parpadeaba en  el móvil con radio incorporada o leer un libro que dormía cerrado sobre mis rodillas esperando contarme algo nuevo  esa mañana. Al fin negué la mayor a ambos  ofrecimientos y me decidí  por contemplar la incipiente mañana a través de un cristal empañado y algo rayado   por nuevos  artistas  de un estilo parecido al rupestre más inicial.



Ya no traquetean los trenes, las vías han cambiado sus mínimos vacíos intersticiales por vulgares uniones soldadas que le dan continuidad a la vía hasta el fin de su recorrido, convirtiendo lo que eran diferentes almas de metal por un mismo y global cuerpo metálico. A pesar de no sentir  el  arrullo de   aquello viejos golpes metálicos perdidos en el tiempo, un sopor me invadió  mientras veía el  azul aun ennegrecido  que  borraba lentamente y sin sentirlo las estrellas que  vigilaban el  corto viaje a la capital.

Las conversaciones se volvieron borrosas, la luz  creciente  desde ese azul que comentaba  se me hizo  más brillante a los ojos. De pronto las estrellas comenzaron a moverse sin  rumbo o trazada regular.  Como si de una película de Walt Disney tales puntos de luz con  estelas de  polvo luminoso  comenzaron a dibujar  corazones, viejas  caras de  perdidos  sueños, números inconexos  entre  grúas que giraban sin control sobre cuerpos inertes desde los que brotaban gritos   representados en  intermitencias de aquél polvo luminoso  a gran velocidad. Conforme pasaban los segundos  no sé si  era la velocidad del viejo cercanías que aumentaba o si eran mis ojos los que se agotaban al intentar seguir a tanta estrella  desmadrada, pero creo que  despegué de  asiento compartido de tres plazas hasta posarme sobre el techo del vagón.

No sentía frío alguno, tan sólo el zumbar metálico por el rozamiento del pantógrafo sobre la catenaria a más de 25.000 voltios  me taladraba de forma continua mis tímpanos, sus  inesperados chispazos  cada vez que una leve desconexión de uno sobre el otro  me deslumbraban, como lo haría el enfado de  los padres  sobre la sonrisa de un niño si  el infeliz los observa en semejante “inconexión”. Entramos en el túnel que sin compasión horada la vieja loma de separación entre mi ciudad y la capital. Un viejo olor a hollín junto con el ruido ensordecedor de  semejante monstruo metálico  encerrado  bajo toneladas de tierra rompieron mi equilibrio y resbalé  desde  el techo   sin posibilidad de  rescate ni asidero sobre el que mantenerme hasta  salir del túnel.  Un nuevo fogonazo de la catenaria hacia su amante el pantógrafo acabó por deslumbrar mis ojos mientras esperaba de un momento a otro el golpe mortal sobre el suelo.

Silencio y frio, ceguera   en medio de una sensación de bloqueo mientras no acababa de  recibir el golpe mortal. Pasaban los segundos, minutos, no sabía decir  ni medir el tiempo en aquel estado en la que  las referencias habían desaparecido. Sin apoyos, duros o blandos, sin ruidos y luz para enfocar una visión perdida  la mente de un humano pierde toda perspectiva de tiempo y espacio. En aquél momento de imposible definición  la locura  era  dueña y señora de entrar en mi mente y quedarse para siempre. No hay capacidad de lucha contra lo que no te presiona ni te obliga, no hay elementos sobre los que apoyar una reacción porque no hay  tal acción sobre ti. Estás perdido, flotas sin depender de nadie y eso te hace fatuo ante la razón y el por qué de combatir.

De pronto, una mano inesperada  cogió mi antebrazo, despertándome de aquel letargo en vela ,y con la levedad de  una cometa empujada por la brisa, me  sacó del oscuro tubo ferroviario hasta dejarme postrado sobre pequeños cojines  en un inmenso bosque de pequeñas flores cuyas fragancias como vapores me sacaron  del incomprensible letargo. Aquella mano era propiedad de una mujer, alguien a quién recordaba sin duda pero no alcanzaba a  reconocer en nombre y persona. Sus ojos entre pardos y verdes me miraban sin pudor, la tez  en tonos claros  y su delgada figura  trataban de decirme quién era pero mis sentidos no  conseguían encontrar la respuesta  en tales momentos  aún  de aturdimiento. Se sentó en una especie de trono   real, butacón dorado  que apoyaba sus cuatro pequeños pies en   sendas montañas de flores que sin esfuerzo sus tallos mantenían erguidos.

-          Te estaba esperando mortal.  Hace ya  mil sacams que mi  alma esperaba tu llegada, creí que  las lunas nunca iban a dejar el cielo de nuestro reino aunque al fin escuchamos la explosión de su fin. Esa era la señal y salí a tu encuentro.

Me levanté, al hacerlo un mareo traidor y acechante me sacudió la cabeza y   sin querer una de mis manos se fue al pecho. ¡Mi corazón no latía, pero yo seguía vivo!

-          No te preocupes, ese viejo músculo aquí no te hará falta, cada día que pase sin palpitar será uno más que hayas ganado en tu carrera de humano contra a la muerte que fuera de aquí te acabará por alcanzar.

-         ¿Don… Dónde estoy?

-          ¿Conoces a James Hilton? El  quiso encontrarnos pero no era el elegido.

No recordaba ese nombre, no sabía quién había sido tal personaje…



-          Bienvenido a Shambala, elegido…

-          Pero… eso es un mito, una leyenda algo en lo que soñar sin llegar a creer.

Aquella mujer de mirada limpia simplemente sonrió, se incorporó y   se acercó a  mi. Sus labios sellaron mis dudas y me entregué sin falta de más.

-          No busques fe en lo que ya ves, no intentes creer lo que ya sientes. Aquí esta lo que buscas, aquí estás  para quienes te buscamos.

Salimos de   la enorme casa palacio hacía  la  llanura  jalonada de pliegues donde la vista se perdía y mis recuerdos  comenzaban a difuminarse sin desgarros. El “cercanías”  seguía  rodando en aquél túnel sin fin, las conversaciones navegaban entre los resuellos de quienes cayeron derrotados de nuevo ante Morfeo. A ratos mi pensamiento  intentaba volver al inicio de todo pero  intento no es nada si va contra la voluntad…

 

viernes, 20 de febrero de 2009

La Realidad y su reflejo obsidional

Son muchas semanas, diría meses, en los que la realidad mediática  absorbe  tensiones, enfados, insultos entre guerras de ondas y páginas de papel para después devolver toda esa mezcla en forma de balas  verbales sin sentido y,  por supuesto, sensibilidad. Da igual el por qué de faltarse los unos a los otros, todo vale mientras se mantenga a “la parroquia”, (que  somos casi todos), embelesados y cautivos del partido de tenis que pretende representar la vida política de  la sociedad en esta España que repite de forma incesante sus viejos lemas.

Mientras unos siguen  viviendo de su casposo  nacionalismo, que no es otra cosa que el viejo  sentir hispano de las Marcas, las Taifas, los Fueros, ( algunos todavía vigentes), en definitiva la lucha por mantener  la raya de la diferencia que realmente justifica la eterna unión; otros se dedican a machacar al contrario con  diferentes fuegos artificiales sin otra aspiración que la de mantener el   cuero de los sillones  con su propio calor animal o el de  demostrar que el que ellos exhalan  al vacío sin tales sillones es más adecuado para tales cueros de fino acabado.

Entre tanto seguimos sin ver el  negro bosque, cada vez mas tupido, tapado por semejantes árboles nombrados más arriba. Un bosque en el que cada vez somos más los que nos perdemos entre el desengaño y     la extenuación de una sociedad que sin estarlo  acabará por enfermar de muerte. Cada grupo tribal sigue contemplando  su propio ombligo político mientras los que intentamos creer en algo no sabemos   hacia dónde mirar, pero sabemos lo que podríamos hacer aunque   la realidad  acabe por desbaratar la simple Ilusión, (concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos R.A.E.), algo con lo que   se subsiste  cuando  no queda más, otros le llaman Esperanza y algunos Fe.

Visto el panorama, oídas por activa y pasiva las diatribas de tanto  hombre público, a los  naturales de esta aldea global nos queda ya poco que hacer más que ser el puro reflejo obsidional de semejantes mesnadas  abanderadas  como  padres de   la patria que uno desee y tomar refugio,  encontrar  albergue tras los muros de la  robusta plaza llamada racionalidad. Alguien se preguntará   su ubicación para  acudir y resistir los embates  de tal hueste sin reparos; es simple,  solo hay que   cerrar  unos minutos al día los ojos de esta realidad y mirar hacia dentro de uno mismo, la propia conciencia se encargará del resto.

Siglos atrás esta actitud férrea de resistencia a los asedios  tras los muros fue realmente de  una efectividad casi total ante los ataques de  las huestes hispanas, unas veces cristianas y otras musulmanas. Solo hay que mantener el hilo con la realidad, no permitir que  el cerco  de los diferentes padres de la patria nos  cierre por completo, pues será entonces cuando hayamos caído en sus manos.

Escribo ahora de la España que me toca vivir, pero casi estoy seguro que es un calco de otros tantos lugares  en el mundo  donde existan  posibilidades de conseguir un trozo de poder. Desearía que  los regímenes democráticos   despegasen de la mínima base en la que  se mantienen aferrados como si las alas de los pueblos que las soportan  no fueran capaces de mantenerlos en vuelo. Una base mínima sí, pero real e importante, que no es otra que los derechos constitucionales, algo que  podemos presumir de  disfrutar. Por desgracia, tras la base siento que lo que hay es un mero barniz  que se renueva cada cuatro años, nada más. 

Abramos el cerco y de una espolonada virtual  dejemos  que entre el aire fresco de la  razón, el sentido común y que salgan los malos humores producidos por la lucha del poder por sí mismo. Es una lucha complicada, difícil que se me antoja  inalcanzable.

De momento el que suscribe sigue frente a ellos en la misma fortaleza hasta que la desmoronen… o  se rindan  ellos.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Entre Alarcos y Las Navas

Muere ya el 18 de febrero de 2009. Han pasado ya varios meses desde que encontré los legajos con los que he disfrutado leyendo y compartiendo las venturas y desventuras de Don Tello. Al final he tenido que entregar a quien correspondía semejantes pecios de la literatura con el dolor y   la esperanza de reencontrarme con  sus    sueños cumplidos y  sus frustradas realidades algún día.

Ayer con la  marcha del sol y los pocos minutos que mi actual vida me concedía de tregua conseguí hojear los pergaminos, las líneas de  vida de  aquella época tan violenta  pero tan ilusionante para un joven  como puede ser ver   la razón de su lucha traducida en honores, amores y tierras anchas  ganadas al contrario  tan rudo, honorable y violento como él.

Pude  encontrar aBerenguela, la gran mujer y reina que dio sentido al futuro de un reino, Don Alfonso su padre, siempre junto a la reina Doña Leonor,  triunfante en  Las Navas. El Gran Don Diego López de Haro, apodado “el bueno”, inmenso en valentía, leal pero independiente. Brazo fiel a los sueños de Don Alfonso frente a los Lara y sus    maquinaciones tras su muerte, apoyo de Doña Berenguela  junto a Tello en la gran aventura de la coronación de don Fernando, el tercero.

Tantas páginas por vivir  que alguna lágrima  no resistió tal ruptura arrojándose  desde mi párpado para  dejarse absorber por  los viejos papeles que  me observaban imperturbables. Por la mañana, decidido, me dirigí a la Biblioteca Provincial para entregar  mi tesoro prestado. Hundido por  la ruptura  no retuve por más tiempo mis  emociones y lloré, lloré ante el funcionario del ministerio de  cultura, hombre y oficio poco acostumbrado a tales demostraciones  sobre el mostrador de un negociado público. Incrédulo y  verdaderamente sorprendido  tuvo a bien inquirir los motivos de tal exabrupto impropio de un lugar dedicado a los libros, el silencio y la reflexión.

-        Caballero, ¿le sucede algo? ¿Puedo ayudarle?

Lo miré  con agradecimiento.

-       Le agradezco  su interés, pero no es nada. Simplemente me apena abandonar la lectura de  semejante epopeya que me ha perturbado las noches, desvelado y permitido imaginar la vida en una época de la que apenas nos contaron nada cuando estudiábamos  en el Instituto.  Aunque no lo crea  he hecho mías a varias personas  que en él se reflejan, vidas que  dejaron de serlo hace casi  ocho siglos, pero que habían resucitado en mi.

Aquel hombre sonrió  de una forma extraña.

-          Lo creo y déjeme decirle que lo comprendo, es algo que le sucede a quien vive entre libros, manuscritos, entre legajos de viejas historias  que acaba por revivir sin darse cuenta. Déjeme decirle también que no los ha perdido, pues ellos permanecerán  en este moderno santuario  de  objetos como los que nos ha entregado. Podrá acudir tantas veces como desee y reencontrarse con sus hermanos del pasado.

Su voz me  llevaba al viejo Ahmad en su biblioteca de Marrakech,  su ofrecimiento me llenó de   alegría  y conteniéndome   la euforia le agradecí su comprensión, pues sabía que aquellos viejos libros no se prestaban con tanta facilidad.

-          Gracias os doy,  como lo diría Don Tello Pérez de Carrión. Gracias y  como él,  en mi tendréis un amigo para lo que fuera menester.

-          Pues como diría Don Alfonso, sed bienvenido a mi reino que ya es vuestro…

Salí  derecho, erguido como si  cabalgase   como alférez en plena revista de la hueste del rey ante una  incursión en suelo infiel. No sabía la fecha en la que recuperase  mi otra vida junto a las cabalgadas con Tello pero sentía que tarde o temprano volverían…

 


martes, 17 de febrero de 2009

Entre Alarcos y Las Navas (41)

…16 de febrero de 1200, hacía ya doce días que Toledo les había  franqueado  la puerta de Bab-Sagre, dintel que  hasta aquél inmenso momento en el que lo cruzaban Tello y Zahía había contemplado los pasos del gran Tariq ibn Ziyad   ebrio de victoria aun con la sal del estrecho entre sus manos y un imperio por agrandar, se había sonrojado con los  lamentos  eternos del rey taifa  abandonado a su suerte por Don Alfonso, el VI, quien  recuperó la  ciudad para la  cristiana  religión. Una ciudad donde aún los vencedores vense como mozárabes y los propios perdedores como viejos muladíes  en una ciudad donde la libertad  de adorar a cada dios aún  lucha por subsistir.

No le costó mucho esfuerzo a Don Tello Pérez de Carrión  alcanzar la alcazaba del  arzobispo y  postrar rodilla en tierra frente al  representante de su señor, el rey de Castilla. Tras pasar varios días en los que  Tello transmitió toda la información que había ido grabando en sus retinas sobre  la situación  y el poder militar de los almohades,  obtuvo del Arzobispo el permiso para partir escoltado por  hombres de su entera confianza  hacia Ávila donde lo esperaba Don Alfonso.  Quiso saber de su mentor, protector, a quien su padre había confiado su vida; Don Diego López de Haro, señor de Vizcaya. La respuesta hosca y sin ningún  dato le hizo temer por su segundo padre.

Cabalgaba aquella mañana de duro invierno castellano  al lado de su amada Zahía. Desde que entraron en Toledo habían añadido el nombre de María y disfrazado su ser de mozárabe, nieta de un cristiano  bravo de los que defendieron cincuenta años atrás la Almería del Emperador hasta morir  por el impulso mortal de una saeta almorávide. Aquella excusa, aquella mentira arrojada como un leño más a la hoguera natural de la hipocresía humana,  cumplió su cometido aceptando  su presencia como protegida  de Tello y futura prometida de este tras la necesaria  venia de Don Alfonso.

 

Ávila esperaba   la mañana siguiente. Decidieron descansar en la  pequeña aldea de Navahondilla a unas seis leguas de Ávila. Los nervios, aunque ya templados por la  recuperada escala social de Tello no dejaban de  brotar a cada instante, y es que  iba a reencontrase con el rey después de casi dos años  desde que se atrevió a  truncar los proyectos sobre él como caballero en franca  progresión bajo la capa  de  un rey y su alférez. Las dudas atenazaban los pensamientos de Tello. Una vez establecida la guardia por la corta caballería que los  guardaban como verdaderos protegidos reales solo quedaba descansar  bajo las telas de las tiendas montadas para ello. Tello no podía conciliar el sueño y se mantenía en  el extremo del suave otero que dominaba la vista sobre el pueblo. La moribunda luz de una luna en cuarto creciente  trababa insignificantes reflejos sobre los tejados  de paja intercalados entre unos pocos  de teja, que dibujaban la  silueta de un  grupo humano silente y temeroso de una algara inesperada que destruyese sus sueños de vivir; sueños en su mayoría agotados  al nacer en este mundo violento e injusto por feudal y ciego.

-          Tello, vuelve al cobijo de la tienda o este hielo te matará. No quiero que nazca nuestro hijo huérfano porque su padre   creyó ser más poderoso que los señores del viento y la lluvia.

-          No te apures, Zahía. En un rato volveré   a tu lado a descansar.

Ella, sin aceptar tal  respuesta de compromiso fue hacia él.

-          Tello, no has de preocuparte. El arzobispo nos ha colmando de atenciones, si hubiera castigo esperando al otro lado de las murallas de Ávila no  habría escolta para nosotros, más bien  un par de grilletes sobre nuestros cuellos harían de escolta en las mazmorras del Arzobispo asegurandose así que a la llegada de Don Alfonso su justicia se haría ejecutar. Don Martín López de Pisuerga, orgullosos arzobispo de Toledo  te ha correspondido como caballero y  apreciado como brazo necesario en la eterna lucha sin   final posible  entre  cristianos y musulmanes.

-          Supongo que tienes razón, pero hay algo que me preocupa y es mi tutor Don Diego. No  quiso darme nuevas de él Don Martín y tal cosa me  inquieta.

-          Déjalo ya, Tello. Lo que  habrá de ser, mañana lo sabremos. Ahora descansa, disponemos de viandas, protección y una buena  tienda donde tomar respiro a tanta  dureza  vivida.

Con una caricia  oculta bajo la suave oscuridad  condujo los pasos de Tello  hacia la tienda donde al menos descansaría de cuerpo, pues la mente parecía que   mantenía  una dura batalla  entre ejércitos  de razones y miedos propios de   un ser humano.

La mañana alcanzó en tiempo y hora  y  antes de que cualquier rayo de un tímido sol  invernal quisiese acariciar las grupas de las cabalgaduras, la pequeña escolta ya marcaba el paso al trote  hacía la ciudad  amurallada por excelencia. Seis leguas aguardaban  antes de  cerrar el círculo abierto  por Tello ante su rey. Un cierre  en el que Don Alfonso recuperaba un caballero en toda regla, un brazo para sus planes futuros ante el  reino almohade, pero también un hombre  con  su mente  abarrotada por las dudas que  generan el estudio y el conocimiento. Un hombre apasionado y atormentado por el descubrimiento de lo relativo, de las infinitas verdades  alojadas en las infinitas mentes vivas que  puedan existir.


Comenzaba a nevar pasada la hora sexta cuando  la entrada a la ciudad  aparecía clara en la corta distancia. Al lado de las enormes puertas, recias torres como pechos  soberbios  de un ejército inmóvil pero invencible los observaban en silencio.  El pendón de Castilla ondeaba orgulloso a la entrada, Don Alfonso espera a uno de sus hijos  perdidos entre sillares  de dura roca castellana.

En esta ocasión no  fue necesario  alcanzar el palacio del tenente y alcaide de la ciudad donde se alojaba Don Alfonso. Avisado por dos soldados que adelantaron la marcha,  el rey acudió presto a recibirlo. En la plaza aledaña a la catedral creciente de la ciudad el rey con su séquito esperaba a Tello. Frente a frente, Tello descabalgó y junto a su caballo caminó lento y digno hasta postrar su rodilla en tierra a la vez que  apoyaba el filo de su espada en el suelo en señal de  sumisión a su señor.

-          Levantaos Don Tello, sed bienvenido a Castilla… 

viernes, 13 de febrero de 2009

Entre Alarcos y Las Navas (40)

…Los miedos de Abu ante las cabalgadas, las algaras de unos y otros no preocupaban en gran medida a Tello aunque agradecía los avisos de su actual protector. El invierno en plena efervescencia era el momento menos propicio para organizar tal cosa. Escaseaba el pasto para las caballerías, los refugios no se prodigaban entre ríos desbordados, parajes helados y ventiscas que ejercían de muros verdaderos entre reinos, mucho más que castillo, hueste o acero erigido y animado por el ímpetu humano.

Fue la marcha, que en una línea lo más directa sería de una distancia cercana a las 40 leguas, algo más larga de lo habitual. Caminaron en serena discreción atravesando Medina Antekira[1]. Lucena esperaba en dirección norte, mas la premura y los riesgos que debían evitar convencieron a Zahía aún ágil en su creciente embarazo de continuar hacia El Muradal. Descansaron en Hisn-Ashar[2], pequeño lugar que a pesar de ser de estratégico valor no era su fortaleza un dechado de virtudes por parte del pequeño destacamento allí establecido. Las gentes, sencillas y sin más aspiraciones que las de progresar en la vida hasta agotar esta les abrieron sus hogares. Unos agricultores les cedieron su cálido pajar, que ambos recibieron como manjar de dioses tras los interminables días en los que cabalgaron evitando las grandes poblaciones durmiendo al raso ocultos en fríos oteros desde donde saberse acosados con premura y así poder entablar huida. El embarazo de escasos dos meses aún era fácil de encubrir y el dinero de Abu era certificado de garantía para silenciar bocas de gentes de buena ley.

Tras tres días en los que recuperaron las fuerzas, acopiaron viandas y también tomaron resuello las yeguas, encaminaron de forma discreta la mitad del recorrido que distaba con el Muradal. Veinte leguas por las que seguir luchando, cuatro jornadas para hollar al fin tierra cristiana, donde poder portar el orgullo acerado que le dejó su padre a las puertas de la muerte.
Silencios y miradas, la misma situación que ambos vivieron en medio de los desérticos parajes camino de Orán desde Marrakech. Silencios que ahora se veían interrumpidos por el ruido de las hojas golpearse al son del viento mientras la fría lluvia mezclada de hielo se clavaba de forma suave sobre la sienes descalzas y al tiempo empapaba sus pieles. Atravesaron ríos cuyas vidas recorridas marcha atrás iban decreciendo, convirtiéndose a cada vara recorrida en inmaduros arroyos con la fuerza de quien tiene todo por delante conforme la cima se acercaba.
Atrás había quedado la pequeña aldea de Bailén por la que nadie pasaba, nadie sabrá lo que podrá pasar ante ella, aunque entre sus indefinidas callejuelas y sucios cobertizos las sensaciones de Tello le decían que ese lugar sería algún día grande. Mientras, orgulloso al noroeste el Castillo de Burgalimar despreciaba el lugar permitiendo el paso sin temor a ambos. No sólo aquella aldea dejó a Tello en un extraño desasosiego, pues cuatro leguas mas al nordeste otro pequeño pueblo de nombre los Llanos de la Losa le provocaron el deseo irrefrenable de descabalgar para tocar aquella tierra helada y dura en aquél enero a punto de morir.


- Tello, ¿Qué ocurre? Debemos continuar hasta encontrar un refugio antes de que oscurezca
- Voy ahora mismo, Zahía.

Ella descabalgó hasta apoyarse junto a él. Intentaba saber qué era lo que había detenido a Tello.

- Zahía, siento este lugar como si guardase algo para nosotros, para mí. Es como si viera a mi padre tras aquél otero, como si alcanzara a percibir su sonrisa, su espera paciente por algo que vendrá. Vamos o el frío nos matará sin llegar a descubrirlo.
Antes de montar, de la talega sacó de nuevo la espada de su padre. Brillaba distinta, parecía desear salir de su escondite. Tello la volvió a su sitio, "los deseos se cumplirán cuando el tiempo decida desde su decisivo precepto" sintió una voz interna al guardar su joya, la noche estaba cerca y desde allí el camino estrechaba sus escondites. Había que ser cautos y mantenerse alerta ante cualquier amenaza, humana o animal.

Tras una noche de desvelos abrazados, protegidos del viento por los cuerpos de las yeguas despertaron la mañana atravesando el Muradal. No era aquella tierra aún de riscos y motas, de vegas que la dibujan, de Castilla sino de lejano dominio almohade. Aún y de esa manera Tello cambió la actitud y su espada brilló al fin en su cintura. Las vestiduras, aunque iguales las portaba en otra disposición, sentía su propio interior creciente como verdadero caballero que retornaba a su ser. Descabalgó, con un rápido gesto y sin opción cogió a Zahía desde su yegua y sobre sus brazos le mostró su meta al otro lado de aquella infinita raya que moría al norte de sus ojos.
- Mi amada Zahía, Castilla nos aguarda leguas al norte, no son muchas, pues percibo cerca ya el Toledo de tus antepasados, poblado por judíos, sabios y mercaderes. Inmensa ciudad por sus libros en mil lenguas por descifrar, por descubrir. Veremos a nuestro Rey don Alfonso, nos casaremos donde sea menester y, como dama que ya sois y esposa de caballero que seréis, grandes posibilidades rodeadas en esperanzas como enredaderas a muro robusto nos llevarán al sueño de nuestra propia felicidad.

Como si aquella profecía más propia del amor desbordado se hubiera cumplido, la pasión venció con su calor al invernal febrero, que con su primer día entraba por el este. Veinticinco leguas restaban hasta las murallas de Tulaytulah, Toldoth o Toletum, ciudad que nunca debió de dejar lo que entonces porfiaba su devenir, mas ya en este pasado siglo XVI en el que esto escribo poco queda ya de su crisol ya enfriado…




[1] Antequera
[2] Iznajar

miércoles, 11 de febrero de 2009

Desde Los Sueños de Don Francisco (I)

Ya pasó el increíble 2008.


¿Increíble? La verdad es que no se diferenció de los anteriores en mucho. Quizá la crisis que nos invadió sin darnos cuenta pese a los intensos cantos de sirena provenientes desde las innumerables pateras que se acercaban. Mercancía de carne con olor a pobreza en cada piel oscura de viejas razas que abandonaban sus miserias teñidas por el falso sueño de nuevos mitos prefabricados entre televisiones y viejas revistas del viejo mundo. Colores ya algo apagados por tantos ojos que manosearon sus vistosos posados sobre coches, casas, playas repletas de crema para el sol en vez de las pateras varadas preparadas para el próximo asalto a la vida sobre la muerte.


2008, un año en el que se cumplían ya los 60 años de una inmensa declaración. Algo que sigue quedando perfecta para adornar una oficina dentro de un marco de maderas nobles y barnices de penetrante olor. Algo interte que usan algunos como mísera arma cuando les tocan los suyos o a los de su cuerda.


La dignidad no puede tener doble rasero, pero la tiene; los derechos se llaman así, derechos. Entonces ¿por qué son menos dignos unos y tiene más derechos otros?

Mil veces hemos llamado a nuestros compañeros, amigos por un móvil que logramos con la última oferta de la operadora de turno para ir a manifestarnos por los que nos duele ver cómo sufren. Otras mil hemos marcado los números de nuestros compañeros y amigos para acudir a un concierto por la libertad o los derechos de alguien. Quién no ha enviado uno de esos mensajes solidarios en los que por unos céntimos de euro relajamos nuestra conciencia a través de la operadora de turno que envía una parte a “no sé quién sin fronteras”, atravesando la frontera de nuestro país poblado de “sin papeles”, a los que no se los dan por defender la calidad de nuestras vidas opulentas y en general de propensíon a la obesidad en innumerables aspectos, no sólo los de apariencia.



Nos movilizamos por la última guerra que nos golpea en la TV sin pararnos a pensar que ahora mismo hay guerra, que estamos en guerra; que por un mineral como el coltán en el norte del Congo han muerto mas de 5.000.000 de personas desde 1998, que 30.000 niños y niñas ha sido reclutados para los ejércitos que garantizan una explotación “rentable” a las grandes empresas que fabrican los teléfonos con que nos llamamos. La guerra continuará pero no saldrá en los medios mientras no interese, quizá sepamos algo cuando el coltán sea sustituido por otro mineral y las cámaras dirijan entonces sus objetivos hacía tales lugares ahora olvidados. Nos rasgaremos entonces las vestiduras, pararemos tal guerra, nuestra OTAN enviará bajo paraguas de la ONU un ejército pacificador que libere mujeres y niños como verdaderos adalides de la verdad y la humanidad.


Laurent Nkunda será entonces malo, muy malo, ahora es un rebelde sin definir.

No sigo, quizá en otra ocasión, aunque no me quedaré sin decir que a pocas millas de Guantánamo, donde ya llevan siete años encerrados personas sin los derechos que como hombres les garantiza la carta sesagenaria y tratados como animales por la nación donde se guarda el original de tales derechos, la que defiende la libertad, (de mercado, entiéndase); a pocas millas hay un país en el que la miseria es el excedente sobre el que bailan las enfermedades, las violaciones sistemáticas de bebés, niñas, mujeres, donde nadie mira porque no es una revuelta que ambiente la vieja costumbre humana de la polarización. Tan solo es miseria, sin ideología que defender o con la que combatir.


La esperanza es un nombre precioso en si mismo, pero si se junta con la humanidad son añicos lo que nos queda.





Perdón a quién esto ofenda, solo es una reflexión que me hace saber que al menos puedo agarrar mi conciencia a algún madero que sobresale desde la orilla consiguiendo por un breve instante resistir a la enorme corriente que nos lleva.


lunes, 9 de febrero de 2009

Entre Alarcos y Las Navas (39)

…Fue una semana de intensas emociones para Zahía. Raquel se desvivió por ella en atenciones, recuperando aquella buena mujer a la niña que despidió siendo hacía Marrakech. Con ayuda de Abu Tello interpretó con buen estilo la imagen de un mercader judío de paso por Málaga y las cosas no fueron más complicadas que las de dos personas extrañas entre una multitud de curiosos con ansias de vivir las vidas de otros, que imaginaban de mas interés y estímulo que las suyas propias. Antes de su marcha ya preparada por Abu este deseaba tener unas palabras con Tello, pues era a él a quien dejaría la vida y honra de su hija adoptiva. Quedaría a su merced ella y con ella su propia conciencia ante la carta de Ahmad.

Dejaron a Zahía disfrutando como si de niña se tratase de las historias de Raquel mientras ellos salieron a pasear acercando sus pasos a la orilla cercana al puerto. La Alcazaba observaba con su serena presencia las dos pequeñas figuras frente al inmenso mar.




- Tello, los pertrechos necesarios para vuestra marcha están listos. Dos robustas yeguas os darán alas para viajar y hasta huir ante quien os intente asaltar. Deberás evitar los caminos muy transitados, sobre todo cuando la distancia a la frontera con los cristianos no sea mayor de dos días.
- ¿Unas doce leguas?
- Mas o menos. Tello, mejor que yo sabes cómo os dedicáis unos y otros a castigaros mediante algaras en la que la piedad y la compasión son términos que abandonáis al cruzar vuestras respectivas fronteras. No os importan las vidas, esfuerzos, las familias mientras estén al otro lado. Como si no fueran seres humanos con sentimientos, con aspiraciones a los que muchas veces no les importaría en qué color de bandera cosechar sus frutos. No te aflijas, Tello. Se por mi viejo amigo que, aunque guerrero tu sentido de la vida ha cambiado, pero también se que ese brazo sesgará más vidas aún. No soy yo quién deba cambiar el sentido de tu vida; tan sólo intenta interponer entre tu acero y la vida alguna razón humana antes de golpear. Nada mas eso deseo.
- Abu, he visto caer a mi padre, a cientos de hombres y mujeres por una bandera, unas veces dibujado un león, otra castillo, la media luna. Hay contradicciones en mi caminar, mas si sé que me debo a mi creencia y que en conciencia debo moldear esta para dejar la violencia en su lugar. También estoy seguro que vos sabéis el destino del hombre desde que este tuvo algo que consideró con o sin razón de su propiedad; este no fue otro que combatir por la codicia de más o por defender del codicioso. Las justificaciones siempre existieron y siempre se inventarán.
- Tello, compruebo que Ahmad tenía razón. Así es y creo será, la lucha por la posesión y el poder siempre justificará las muertes. Sólo te pido que respetes las creencias de Zahía, que compartáis un sentido único de valor, lealtad y fe en el hombre al educar a vuestro hijo. Si el aspecto ha de ser el de una cristiana devota, eso sólo es para la vieja calle principal de todas las sociedades, la vieja amiga de todos, la hipocresía. Conocí a Ahmad, creo que ha dejado en Zahía una digna hija de él, por ello creo que has de bañarla entre criaturas y cultura, niños y libros eso os llenará de felicidad y de ganas de conversar.


Caminaron aquella mañana de invernal enero andalusí, suave frente al que añoraba Tello junto a una chimenea, como la que tanto disfrutó en el castillo de Villavicencio cuando su padre ejercía de tenente de tal fortaleza.


- Abu, os prometo por ese honor al que acudimos los hombres de armas que será como decís. Amo a Zahía, amaré a nuestro hijo y fuera de nuestra vida será cristiano nuestro comportamiento, mas entre los muros de nuestra vida será la libertad la que dirija los caminos de nuestra razón.

Un abrazo como caricia y sello de pacto acabó aquella conversación. Lentamente, en silencio, escuchando cada uno los propios susurros desde su interior caminaron hacia el interior de la ciudad. El olor a especias de la tienda los despertó. Era ya la hora de comer y el paseo había abierto los apetitos de ambos.

Doce de enero de 1200, Zahía y Tello hacia varias horas que cabalgaban con dirección norte, las despedidas fueron durante la cena del sabat la noche antes. Tello prometió hacer lo que en su mano estuviera por mantener el contacto con la casa de Zacarías. Zacarías los acompañó hasta las afueras de la ciudad y allí, de la talega de su caballo entrego un objeto del todo inesperado por Tello.


- Aquí os dejo mis queridos hijos. Antes de marcharos he de entregarte este objeto que me fue entregado por un mercader que entre sus mercancías escondía semejante compromiso. Atravesó el Estrecho, cruzó Sevilla y Córdoba hasta alcanzar mi tienda. Llegó un mes antes de que llegarais vosotros, pues la caravana era la propia enviada del Califa a la península, qué ignorante pues no sabía lo que uno de sus hombres me traía.


Con un simulado ceremonial se lo entregó a Tello que extrañado la recogió. El peso y la forma le hicieron estremecer. Fue al desenvolver cuando sus sentimientos se desbordaron

- ¡Oh, Santo Dios! ¡La espada de mi padre! ¡Alabado sea Ahmad! ¡Mi espada!

La abrazó como a un tesoro dado por perdido.

- Abu, esta espada fue de mi padre y, sabedor de su fatal destino me la entregó en el desastre de Alarcos hace ya cinco años. Gracias respetado amigo, no sabéis lo que esto significa para mi.
- Querido Tello, puedo hacerme una idea, mas te pido que no olvides nuestra conversación de ayer.
- No lo haré, os lo prometo

Se despidieron los tres. Abu volvió a su vida, Tello y Zahía cabalgaban hacía el norte. El Muradal[1] los esperaba, cuarenta leguas de peligros, algaras, huestes y frío…












[1] Despeñaperros