sábado, 7 de agosto de 2010

No habrá montaña más alta...(77)


…el bauprés del jabeque clavado sobre la pequeña balconada del Santa Rosa daba el aspecto de un narval con su cornamenta embutida en algún enemigo sobre el frio ártico. A través de este trataban los corsarios abordar el Santa Rosa que lograba mantener tal estrecho paso cerrado como si de un imaginario paso de las Termópilas se tratase. Mientras colgados de cabos y cables con los garfios al final varios de los corsarios lograron abordar desde el aire la cubierta en la que la lucha por la supervivencia mantenía la pugna sangrienta por abrirse hueco los unos y por llevar al oscuro infierno a los otros.
 
 

- ¡Lanzad las frascas los mas a popa del jabeque posible!

- ¡Capitán, nuestros pasajeros, hay que sacarlos de la cámara o serán capturados!

- ¡Segundo, coja tres hombres y llévese a nuestros pasajeros al castillo de proa! ¡Rápido!

Daniel mantenía la tensión junto al timón en una segunda línea de combate dirigiendo la resistencia. Buscaba alcanzar una igualdad tras el primer empuje argelino. El paso a través del bauprés seguía bloqueado a base de sangre tiñendo la mar mientras el fuego cruzado entre mosquetes de ambos bandos causaba la mayor carnicería imaginable. Segisfredo entre tanto había logrado superar los maderos atravesados de baos y varengas destrozados a causa de la embestida, había decidido bajar a buscarlos solo. La estampa era la propia de la guerra sobre civiles. Con sus caras tiznadas del color con que se pinta el terror, la esposa y las hijas de Don Antonio se sostenían hechas un ovillo mientras éste se mantenía expectante con uno de los sables de Daniel que encontró en la cámara a duras penas mantenido con acierto.

- ¡Don Antonio! ¡Coja a su familia y sígame sin detenerse, están sobre nosotros combatiendo y debemos refugiarnos a proa donde estaremos más seguros!

Sin una palabra todos siguieron al segundo del Santa Rosa por entre los escombros de madera hasta la escala que los llevaría a la cubierta principal. De pronto una pequeña explosión inundó de cristales al grupo seguido del grito furioso de un pirata que desde su cabo de abordaje había caído directamente a través de las lumbreras en la cubierta. Aún aturdido por el polvo y las astillas, a Segis le dio tiempo de volver sobre sus pasos e interponerse entre Don Antonio y el oscuro corsario que ya se plantaba presto al combate a sable y cuchillo.

La familia hecha de nuevo un ovillo con sus miradas sobre la espalda del segundo miraba con terror el duelo mortal. la tensión y el miedo eran de tal intensidad que  los gritos, explosiones y golpes que llegaban desde el exterior parecían fluir lentamente y se sentían lejanas al lado de la lucha frente a ellos. No había espacio para la danza previa al choque de aceros, Segisfredo acometió directamente sobre su rostro pero el sable curvo del moror lo detuvo mientras por escasos centímetros el traidor cuchillo de abordaje casi se queda para siempre en el estómago de nuestro segundo. Golpes de acero sobre acero, el argelino llevaba su empuje cada vez mas certero mientras Segisfredo aguantaba el tipo hasta lograr encontrar el punto débil o el fallo de su contrincante, algo que no llegaba.

La tensión se incrementaba y la furia se transformaba en rabia por alcanzar la victoria, fue en este momento cuento Segisfredo de un golpe inesperado por el pirata atravesó el hombro izquierdo que hizo retroceder al herido, mas este paso atrás no fue sino el impulso contra Segisfredo que,  como pudo, aguantó el  golpe mientras caía al suelo perdiendo el sable a metro y medio de su alcance. El pirata recuperado del salto elevó el sable para terminar con su trabajo cuando, como si de Beltrán de Duguesclin fuera cuatro siglos atrás, un tercer sable se clavó por la espalda del corsario. Fue la mano decidida de Mª Jesús que tenía claro su destino. Nadie pronunció sonido alguno, simplemente dejaron el cuerpo inerte del sorprendido corsario y avanzaron hasta el castillo de proa donde Segisfredo ocultó a la familia Mendoza en el pañol del carpintero y el calafate. Les dejó dos pistolones que con el sable que le devolvió la vida servirían para parar un primer golpe.

- ¡Quédense aquí hasta que todo se acabe! ¡Volveré a sacarles de aquí! ¡ Lo juro por mi vida que ya es vuestra!

Con una mirada sin final entre su salvadora y él cerró la puerta mientras se incorporaba al combate. La situación había empeorado a primera vista pues la lucha era ya sobre la cubierta del bergantín donde se defendía cada metro de eslora con sangre y pólvora. Daniel se mantenía esta vez en primera línea con sus hombres, habían cedido algunos metros sobre el castillo de popa pero con gran esfuerzo mantenían el pequeño frente.

- ¡Capitán, aquí me tiene!

- ¡Duro Segis, duro con ellos! ¡Necesitamos hacerles daño en su nave o acabarán por doblegarnos!

- ¡Déjeme eso de mi cuenta!

Daniel lo miró un segundo hasta volver a sumergirse en aquél combate que presagiaba su fin lento o rápido en función de su resistencia. Segisfredo cogió del hombro a uno de los artilleros y se lo llevó de la línea de lucha.

- ¡Manuel, vamos a la santabárbara! ¡Hemos de hacer algo por lo que los nuestros nos habrán de recordar en lo que les quede por vivir!

Con gesto de incredulidad el artillero de segunda Manuel Paredes siguió hasta la Santabárbara a el segundo oficial.

- Hemos de preparar varias bombas incendiarias, hay de acabar con su frente atacándoles el culo. No tenemos mucho tiempo, mientras buscaré si quedan frascas incendiarias para lograr lo que no conseguimos antes de que nos abordaran. ¡Vamos!

El artillero con dominio de su profesión fabricó tres pequeñas bombas compuestas por metralla y mucha pólvora a las que introdujo dos pequeños frascos de alcohol que bien se los hubiera bebido en aquella situación. Con la munición lista volvieron a cubierta, la situación se mantenía, aunque la línea de resistencia era cada vez mas fina.

- Manuel, volved al combate, confío que vuestros artefactos funcionen porque sino vos y yo mismo ya estaremos muertos antes de una hora.

Manuel Paredes de oficio artillero cargó con el grito en la boca y el sable en su mano avivado su ánimo por el arrojo de su segundo. La vida o la muerte, como en tantas ocasiones estaba en manos del caprichoso destino y su amante la suerte…

1 comentario:

Alfonso Saborido dijo...

Gacias por escribirme, no sé cómo desapareció tu blog de mi reader, y perdí la dirección :)