lunes, 10 de septiembre de 2007

El Rey de Tonga

Acabo de arribar a Tonga. Me dicen dos locos españoles que me he encontrado en la orilla de esta inmensa isla de 300 metros de largo que se llama Tapana. Bueno, seré sincero, la verdad es que acabo de abandonar la isla para llegar a este lugar de conexión con la civilización frente al ordenador y poder contaros mi experiencia.


Hace varios minutos en Tonga me veía con mi pequeño velero "Alatriste" bien fondeado entre corales, mientras yo me sentaba alrededor de la hoguera en la que estos dos "iluminados" secaban algo de pulpa de coco y me contaban su "monótona" vida y sus ojos interrogantes hacia mi, por mi extraña llegada a tan aburridos lugares.


Ellos no pueden entender que alguien se aproxime a ese reino donde la nada es el objetivo. Quien la encuentra se da cuenta que el todo lo llevas puesto, que no podrás perderlo pues todo es algo indivisible.

Buscamos la nada perfumada y disfrazada por enormes brillos de luz robada. Tanta nada nos deslumbra sin darnos cuenta que es nuestra propia luz la que se refleja en lo que podamos comprar, construir, escribir o contar para alcanzar el todo que se nos plante a proa.


Allí, en su playa de arena blanca, su destartalada cabaña que no resitiria ni siquiera un viento suave de nordeste, allí el brillo es el que ellos tienen. Si no lo tuvieran, lo que percibiríamos sería una mísera vida en un mísero hogar por muy azul que fuera el cielo y la mar que los circunda. El brillo de ellos lo convierte en un verdadero vergel donde los arbustos son manjares y el tiempo corre a favor del que allí vive.


Saludos del rey de Tonga.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Menudo Paraíso has encontrado, no sólo por sus inigualables playas, sino por estar en el lugar donde el tiempo se mide simplemente por la puesta y la salida del sol.