sábado, 29 de marzo de 2008

Mas vale morir una vez (11)

...atrás quedaba nuestro sueño; la avaricia y la sinrazón de la falta de escrúpulos fueron los verdugos de aquella decapitación. Volvimos a enfilar rumbo norte con la intención de aproximarnos al los cinco grados de latitud sur y enfilar así las corrientes y vientos que Don Pedro confiaba nos favorecieran la navegación al Virreinato del Perú. Navegábamos en “conserva” manteniendo nuestra pequeña flota los mas cercana entre si posible.

Doña Isabel y yo mantuvimos nuestro amor a escondidas, como le había ordenado nuestro Capellán. Ya se sabe que si en algo es experta Nuestra Santa Iglesia, Apostólica y Romana es en mantener la compostura y hacer de la hipocresía el fiel de la balanza social. Era después de las cenas en la cámara de la Almiranta, cuando Don Pedro se retiraba. Eran aquellos momentos largos o cortos con permiso de Poseidón, nuestro pequeño viaje a un cielo plagado sensaciones humanas, pasión por el otro, placer entre ambos, miedo al seguro final, cada noche que pasaba era una cielo mas a recordar. Estuve tantas veces como veladas disfrute de su amor de sincerarme al ciento con ella. No fui capaz, una sombra de terror me atenazaba los labios quedándome en un tenaz silencio absorto en mis propias ensoñaciones sobre su rechazo al conocerlo.

Había pasado ya una semana desde nuestra partida de Santa Cruz. Los vientos eran contrarios y la demora al oeste se hacía patente. La idea de navegar hacia el este se vio claramente imposible.
- Doña Isabel, ¿Da su permiso?
- Adelante, Don Pedro. ¿Qué se os ofrece?
Entró Don Pedro y yo detrás de él,
- Es algo muy sencillo, diría que evidente para los que estamos aquí. No somos capaces de avantear al este, mantenemos una lucha constante por ganar barlovento sin éxito, a esta marcha es probable que quedemos sin provisiónes antes de arribar a alguna de las islas perdidas en este inmenso océano. Lo he comentado con Don Martín y estamos de acuerdo en virar al oeste hacia las Filipinas. De esa manera aprovecharemos realmente la ruta marcada por nuestro insigne Urdaneta.

- ¿Y el tornaviaje? Mi marido, que en gloria esté, siguiendo tal derrota hubo de arribar a Nueva España y navegar hasta El Callao por la costa en su primer viaje.
- Es lo más sensato, Almiranta.
- Vos, Don Martín, ¿Estáis de acuerdo en lo que dice Don Pedro?

Asentí con serenidad, no había mucho que explicar. En palabra de mar y de sus misterios Don Pedro era nuestro mago, el sumo sacerdote donde su opinión era ley. No demoramos mas la reunión y salimos los tres a cubierta, donde la luz del sol vacilaba entre un montón de nubes cada vez de mayor espesor. Seguimos a Don Pedro hasta el castillo de popa.

- ¡Fernando, prepare todo para maniobrar! ¡Ponemos rumbo oeste! ¡Antes habrá que dar la señal a la “Santa Catalina” y el “San Fernando”! .
- ¿Ponemos rumbo a Manila, capitán?
- Si, Fernando. No avanzamos nada en esta dirección.

Un gesto de aprobación salió del rostro del piloto mientras comenzaba a dar las órdenes oportunas al nostromo. En menos de cinco minutos todo el mundo estaba preparado, sin esperar mas que a terminar las señales a las otras naves, nuestro Galeón comenzó a virar hasta ponerse de través al viento. La proa del “San Gerónimo” comenzó a hincarse sobre aquel tapiz revuelto y de un color grisáceo. Desde la popa algo levantada pude disfrutar al observar a la fragata maniobrar, era una pequeña visión de la resurrección ver el cambio de estado de sus velas, cómo de vulgares trapos flameando contra un viento ceñudo, fueron convirtiéndose en alas de gaviota arqueadas al máximo, intentando cortar nuestra estela al fin blanca. La nave ahora gemía desde sus escotas estiradas la máximo tirando de los mástiles que ya habían olvidado lo que era mantener el tipo frente al viento verdadero.

- Rumbo a las “Islas de las velas”[1]. Allí recalaremos antes de acometer nuestra etapa final a Manila. Creo que las cosas cambiarán a partir de ahora.
- No estoy tan seguro, Don Pedro. Las nubes parecen querer unirse a esta mar tendida que golpea sin cuartel. Al menos el viento de través nos hará volar hacia nuestro destino.
La situación de los elementos se tornó cada vez más violenta con olas que superaban los cincuenta codos ayudadas por un viento huracanado, todo aquello lo llevábamos con cristiana paciencia desde el galeón, pero cuando el temporal nos permitía mantener estable el largomira más de dos segundos apuntando a nuestras compañeras de infortunio, un nudo se formaba en mi garganta al ver como sus cubiertas no eran más que tapices de espuma desde los que nacían cimbreantes sus débiles mástiles. “¿Quién creería esto si lo contase?”, pensaba recordando las burlas que tantas veces hice a estas gentes a las que creí fantasiosos fanfarrones sin reparo frente a una vaso de aguardiente.

Atardecía, en aquellos momentos hubiéramos entregado nuestros brazos por que el temporal se hubiera mantenido en las cotas del mediodía. A esas horas de la tarde nadie pensaba en el hambre, ni en descansar, solo quedaba aferrarse a cualquier punto de confianza mientras observábamos a nuestro piloto rayando la extenuación, ayudado por Don Pedro, luchar por mantener un rumbo que no dañara en exceso al “San Gerónimo”. No exagero si digo que daríamos los 20 nudos de velocidad con solo las velas de los juanetes del trinquete y la mayor. La situación se mantuvo así toda la noche. El amanecer nos enseño a la Santa Catalina con una escora pronunciada de su costado de babor, supe después que su bomba de achique estaba averiada por la larga noche de bombeo sin cuartel y achicaban con lo que podían. Desde la cofa de la mesana un grito retumbó entre nuestros oídos baqueteados de truenos, olas y golpes crueles de mar enfurecida
- ¡Atención al castillo! ¡La mayor de la Santa Catalina ha caído!
Con aquel temporal no podíamos virar, miramos a popa esperando ver a la fragata dar alcance a la galeota, esperando…


[1] Actuales Islas Marianas

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