sábado, 4 de octubre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas. (1)

Fue hace una semana, quizá diez días, no estoy seguro del tiempo que ha transcurrido desde entonces y es que ha pasado este como mesnada que huye a uña de caballo tras derrota frente a cruel enemigo, algo que se le supone a quien lo es. Caminaba hacía la estación del ferrocarril para llegar a mi casa después de una jornada de un trabajo con sus subidas y bajadas de actividad, cuando vi al subir al andén algo que parecía una bolsa de tela vieja como cuero machacado, desgastado por el tiempo, de la que sobresalían también algo parecido a libros viejos.

No pude reprimir mi pasión sobre lo impreso y encuadernado y me lancé al grito virtual de ¡banzai¡ sobre los raíles a punto de ser sobrepasados por el cercanías de turno. Me hice con la vetusta bolsa, entre miradas asustadas y de desprecio de los que esperaban el mismo tren que yo. Aquello me daba igual, la gente que a uno le rodea en este desierto que es una ciudad superpoblada de humanos conectados a ipod a todo volumen, de manos sujetando periódicos gratuitos de la mañana, de miradas en continua evasión de la realidad, es un un erial que no merece la pena tenerlo en cuenta.
Con puntualidad el cercanías de las 15:20 partió hacía Gijón, yo me acomodé en la parte trasera del último vagón y comencé a manosear aquellos libros apergaminados intentando no dañar sus hojas. Me asusté, parecían incunables que algún ladrón de poca monta había arrojado a la vía, al ver que su hurto no cumplía las expectativas de lo esperado. Supuse que aquello eran libros y legajos de la biblioteca provincial o de algún museo de la capital, así que decidí guardarlos hasta llegar a casa donde podría desentrañar ese misterio que hacia ir cada vez más lento a aquel cercanías hacía su destino.

Por fin subí las escaleras, aún no había nadie en casa así que me desvestí y me puse cómodo intentando que ese momento me transmitiese calma a mi atormentada ansia por hincar el diente a semejante hallazgo. Abrí la mesa de la cocina, sobre su tablero fui sacando aquellos legajos que creí leer en mi latín del bachillerato, “Crónica de Veinte Reyes”, ”Historia de rebús Hispanie sive Historia Gothica”, “Rawd al-Qirtas”. Conté más de diez códices, legajos que en mi ignorancia parecían auténticos; mis nervios comenzaron a dominar sobre mis sensaciones. “Tengo que dar parte a la policía” pensé mientras seguía separando tanto documento milenario.


Todo se detuvo cuando, entre aquellos legajos de un latín y una caligrafía inalcanzables a mi profano entendimiento, apareció un libro encuadernado en tapas blancas como hechas de alguna pasta que indicaban una época mas cercana a la que este atribulado narrador habita. Su estado era bueno y estaba escrito en castellano antiguo entendible de una forma aceptable por mí. Su título decía así “Memoria histórica de la vida y acciones de Don Tello Pérez de Carrión, caballero de Calatrava”. En su página de inicio se databa el libro como impreso en 1587. “Creo que las autoridades podrán esperar un poco más”; eso pensé y ya mis sueños volvieron a mezclarse con la realidad, pues lo que ahora les contaré no sé si lo hizo el tal Don Tello o un servidor al cerrar cada capítulo de aquella existencia, dura, donde la vida o la muerte descansaba en el filo de una espada y en la suerte del que la posee.

4 comentarios:

lola dijo...

Espero que el hallazgo sea de una gran riqueza histórica, cuentanos de su contenido en cuanto puedas.

Saludos.

Anónimo dijo...

Me encanta me ver ese (1) tras el título, sólo quiere decir una cosa: comienza la aventura.

No podría haber tenido esa bolsa mejor hallador.

Besos

Alicia Abatilli dijo...

Me hace feliz descubrirte en una nueva historia.
Creces con cada palabra.
Un abrazo lleno de sol.
Alicia

MATISEL dijo...

Pues si que es un hallazgo interesante¡¡¡¡ estoy ansiosa por conocer el resto de la historia.

Besos