lunes, 9 de febrero de 2009

Entre Alarcos y Las Navas (39)

…Fue una semana de intensas emociones para Zahía. Raquel se desvivió por ella en atenciones, recuperando aquella buena mujer a la niña que despidió siendo hacía Marrakech. Con ayuda de Abu Tello interpretó con buen estilo la imagen de un mercader judío de paso por Málaga y las cosas no fueron más complicadas que las de dos personas extrañas entre una multitud de curiosos con ansias de vivir las vidas de otros, que imaginaban de mas interés y estímulo que las suyas propias. Antes de su marcha ya preparada por Abu este deseaba tener unas palabras con Tello, pues era a él a quien dejaría la vida y honra de su hija adoptiva. Quedaría a su merced ella y con ella su propia conciencia ante la carta de Ahmad.

Dejaron a Zahía disfrutando como si de niña se tratase de las historias de Raquel mientras ellos salieron a pasear acercando sus pasos a la orilla cercana al puerto. La Alcazaba observaba con su serena presencia las dos pequeñas figuras frente al inmenso mar.




- Tello, los pertrechos necesarios para vuestra marcha están listos. Dos robustas yeguas os darán alas para viajar y hasta huir ante quien os intente asaltar. Deberás evitar los caminos muy transitados, sobre todo cuando la distancia a la frontera con los cristianos no sea mayor de dos días.
- ¿Unas doce leguas?
- Mas o menos. Tello, mejor que yo sabes cómo os dedicáis unos y otros a castigaros mediante algaras en la que la piedad y la compasión son términos que abandonáis al cruzar vuestras respectivas fronteras. No os importan las vidas, esfuerzos, las familias mientras estén al otro lado. Como si no fueran seres humanos con sentimientos, con aspiraciones a los que muchas veces no les importaría en qué color de bandera cosechar sus frutos. No te aflijas, Tello. Se por mi viejo amigo que, aunque guerrero tu sentido de la vida ha cambiado, pero también se que ese brazo sesgará más vidas aún. No soy yo quién deba cambiar el sentido de tu vida; tan sólo intenta interponer entre tu acero y la vida alguna razón humana antes de golpear. Nada mas eso deseo.
- Abu, he visto caer a mi padre, a cientos de hombres y mujeres por una bandera, unas veces dibujado un león, otra castillo, la media luna. Hay contradicciones en mi caminar, mas si sé que me debo a mi creencia y que en conciencia debo moldear esta para dejar la violencia en su lugar. También estoy seguro que vos sabéis el destino del hombre desde que este tuvo algo que consideró con o sin razón de su propiedad; este no fue otro que combatir por la codicia de más o por defender del codicioso. Las justificaciones siempre existieron y siempre se inventarán.
- Tello, compruebo que Ahmad tenía razón. Así es y creo será, la lucha por la posesión y el poder siempre justificará las muertes. Sólo te pido que respetes las creencias de Zahía, que compartáis un sentido único de valor, lealtad y fe en el hombre al educar a vuestro hijo. Si el aspecto ha de ser el de una cristiana devota, eso sólo es para la vieja calle principal de todas las sociedades, la vieja amiga de todos, la hipocresía. Conocí a Ahmad, creo que ha dejado en Zahía una digna hija de él, por ello creo que has de bañarla entre criaturas y cultura, niños y libros eso os llenará de felicidad y de ganas de conversar.


Caminaron aquella mañana de invernal enero andalusí, suave frente al que añoraba Tello junto a una chimenea, como la que tanto disfrutó en el castillo de Villavicencio cuando su padre ejercía de tenente de tal fortaleza.


- Abu, os prometo por ese honor al que acudimos los hombres de armas que será como decís. Amo a Zahía, amaré a nuestro hijo y fuera de nuestra vida será cristiano nuestro comportamiento, mas entre los muros de nuestra vida será la libertad la que dirija los caminos de nuestra razón.

Un abrazo como caricia y sello de pacto acabó aquella conversación. Lentamente, en silencio, escuchando cada uno los propios susurros desde su interior caminaron hacia el interior de la ciudad. El olor a especias de la tienda los despertó. Era ya la hora de comer y el paseo había abierto los apetitos de ambos.

Doce de enero de 1200, Zahía y Tello hacia varias horas que cabalgaban con dirección norte, las despedidas fueron durante la cena del sabat la noche antes. Tello prometió hacer lo que en su mano estuviera por mantener el contacto con la casa de Zacarías. Zacarías los acompañó hasta las afueras de la ciudad y allí, de la talega de su caballo entrego un objeto del todo inesperado por Tello.


- Aquí os dejo mis queridos hijos. Antes de marcharos he de entregarte este objeto que me fue entregado por un mercader que entre sus mercancías escondía semejante compromiso. Atravesó el Estrecho, cruzó Sevilla y Córdoba hasta alcanzar mi tienda. Llegó un mes antes de que llegarais vosotros, pues la caravana era la propia enviada del Califa a la península, qué ignorante pues no sabía lo que uno de sus hombres me traía.


Con un simulado ceremonial se lo entregó a Tello que extrañado la recogió. El peso y la forma le hicieron estremecer. Fue al desenvolver cuando sus sentimientos se desbordaron

- ¡Oh, Santo Dios! ¡La espada de mi padre! ¡Alabado sea Ahmad! ¡Mi espada!

La abrazó como a un tesoro dado por perdido.

- Abu, esta espada fue de mi padre y, sabedor de su fatal destino me la entregó en el desastre de Alarcos hace ya cinco años. Gracias respetado amigo, no sabéis lo que esto significa para mi.
- Querido Tello, puedo hacerme una idea, mas te pido que no olvides nuestra conversación de ayer.
- No lo haré, os lo prometo

Se despidieron los tres. Abu volvió a su vida, Tello y Zahía cabalgaban hacía el norte. El Muradal[1] los esperaba, cuarenta leguas de peligros, algaras, huestes y frío…












[1] Despeñaperros

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El Muradal...con lo poético que sonaba.

lola dijo...

Hola Blas, muy buen capítulo, y además con el fondo musical que tiene, se mete uno mas en la trama.

Saludos y que tengas una muy buena semana