viernes, 7 de septiembre de 2012

No habrá montaña mas alta (131)




…Humo suficiente para precisar de serviola y bocina si no se deseaba golpear el cuerpo indeseable de algún hambriento de pelea por semejante accidente, olor  a vino escanciado en busto de rabiza sin mas vista por ella en ciernes que el jergón y su mísera paga, ruido, mucho ruido con el fracasado intento de llegar a cántico. La taberna a esas horas de la madrugada se encontraba en su  apogeo, entremezclando clases sociales sin pudor con el disfraz del alcohol como pantalla, donde al alba cada quien retomaría su destino en la recién estrenada España Borbónica sin remedo en  el resto de la Europa expectante.


En todo aquél tumulto la suerte decidió arrumbarse a la estela del Teniente.

-          ¡Antunez! ¡Te estaba buscando! ¡Tabernero, dos jarras como la de mi amigo!
-          ¡Volando Almirante!

Junto al grueso caldo que ni frío entraba, sendas féminas de arrugada estampa e intermitente dentadura enfilaron la mesa de  ambos marinos como promesa de festejo y buena recaudación. Amazonas que tras cuatro jarras de semejante caldo sería imposible manifestar cuál de las dos fuese de mayor belleza. Afortunadamente el grueso vino aun no había transfigurado los paladares  de los dos hombres, por lo que tras dos andanadas de las nombradas, estas dieron la virada en busca de alguna recalada de mayor provecho. Una vez liberados del tan leve acoso, protegidos por el incesante alboroto continuaron con su conversación.

-          Tu dirás Segisfredo.
-          Creo que debemos  ponernos en marcha para cazar a esas beatas de postal y su  falso noble. ¿Dónde tienes a Peláez?
-          Está en los bares de la Plaza de San Antonio, estos días algo se trae entre manos y no sale de allí.
-          ¡Pues vamos a por él que no queda un segundo que perder!

Sin dar muerte a las jarras de vino dejaron el tugurio humeante y ruidoso para recalar en el café “Mercante” donde, de mejor postín y mas calma, vecinos de los que en “El Tuerto” gritaban aquí se reían y disimulaban bajo encajes, abanicos y  capas que solo disfrazaban parecidas intenciones. Luis Peláez, sentado en una mesa a la izquierda de la puerta de entrada en la terraza del café, mantenía una conversación a primera vista cortés con un caballero  de tez clara que seguramente fuera de tierras   mas al norte del reino de nuestro señor Don Felipe. Al verlos  con dos palmadas y algún gesto que escapaba a nuestros dos  hombres pero de seguro correspondían a código establecido entre ambos lo despidió.

-          ¡Teniente  Cefontes, primo Antúnez! Que gusto encontraros por aquí. Por favor tomad asiento mientras nos sirven mas vino. Lo acaban de descargar desde La Rioja. No se cómo  pero por mis muertos que esto va en Tercio de Frutos a Veracruz en la próxima flota. Pero dejemos los negocios y  hablad que os percibo algo lastrados por la tantas veces inoportuna impaciencia.

Asi fue, y con esa inoportuna impaciencia de quien quiere que todo se ejecute ya, tal que maniobra frente a caprichoso viento que rola sin previo aviso, Segisfredo disparó.

-          Luis no me andaré con rodeos. Ya hemos hablado de esto. Como bien dices ese futuro falso Vizconde de Azcárraga anda liado con las dos britanas o lo que sean en algún trasfondo. Creo que todo  esto hay que desenmascararlo cuanto antes y para ello cuento con vuestro compromiso y “vuestra mano” en esta ciudad. Yo estoy dispuesto a seguir al vizconde pero se me escaparían las dos de mi control con lo que como ya acordamos  vuelvo a aceptar vuestro ofrecimiento…
-          No sigáis, Teniente. No sois hombre para andar engolfado bajo oscura capa en las noches traicioneras de esta ciudad. Dejadme a mí, y como bien decis “mi mano” para establecer el seguimiento. Os prometo que en cuanto surja la primera razón  por la que daros el aviso, lo haré. Mientras, vigilad y controlad a vuestro amigo, a quien creo el más expuesto sin más causa y razón que  Afrodita y Venus en letal conjunción, presentando sus mansos entrantes como dulces de leche al inicio, que sin llegar a la boca ya encienden y desbocan el corazón desarmando sentidos, enloqueciendo brújulas, nortes, trayendo el desvarío para derrotar al fin voluntades como naves  sobre bajíos que sin lástima cristiana atraparán ya la nave humana hasta desarmarla mientras, con algo de suerte, quizá esa nave nunca se haya dado cuenta de su propio desvarío, aunque esto sea caso de rara factura y  cuenta se de, mas ya fuera tarde.
-          Conforme, asi será, vigilaré a mi amigo y quedo a la espera de vuestras noticias. Antúnez, cuento contigo para lo que se presente
-          Mi teniente. Sabéis que  sobre cubierta o en tierra adentro estoy con vos.

Los tres hombres se despidieron, esta vez Antúnez quedó con su primo Peláez mientras Segisfredo  dirigió sus pasos a la pensión donde trataría de alcanzar su habitación zafándose del seguro bloqueo que Doña Ana lo estaría marcando. Su objetivo era encontrar a Daniel antes de que este  se hundiese mas en el fango de la traición, hasta la luz del siguiente día lo esperaría en su habitación y ya comenzaría su búsqueda  por la ciudad entonces…


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