domingo, 9 de septiembre de 2012

No habrá montaña mas alta (132)




…Retornando a la media tarde  nos encontramos a Daniel junto a Dora Macleod tratando de contener una pasión que por tal motivo  incrementaba su valor. La Alameda ya no  podía ocultar sus caricias verdaderamente impúdicas por mucho que fuera Cádiz donde  vivieran su amor, ese Cádiz abierto al mundo, al comercio, a las culturas diversas y a la vida por vivir. Existían unas normas de pura conveniencia donde el recato y la contención al menos durante las horas de luz debían mantenerse.

-          Daniel,  no se si mi corazón y mi alma podrán contener mas tiempo  a este cuerpo mortal que os desea  de nuevo  fundido en mi. Ni siquiera este levante tan fresco  cargado de sal  en su levedad es capaz de  ocultar vuestro perfume, el olor de vuestra piel que ya no sabría nunca separar de mi propia esencia. ¿Por qué me habéis condenado a este tormento  donde la felicidad resulta tan etérea? Bien se que os perderé, pues vuestra vida está  más allá de los baluartes  que protegen esta  ciudad y la mía  no es mas que el triste sino de alguien refugiado en tierra extraña, alguien a quien la vida por su  naturaleza injusta solo me llevará a la soledad entre mínimos destellos  de placer por vuestro recuerdo por siempre vívido en mi.

Sus lágrimas silenciaron la voz mientras un temblor extraño paralizaba su cuerpo, que sin los rápidos reflejos de Daniel hubiera golpeado de bruces contra el suelo.

-          ¡Dora, amor mío! ¡Qué os sucede! Nada está escrito, todo lo que  se vive es porque se decide, la derrota de nuestra vida solo es cuestión de nuestros deseos y nuestra determinación…
-          Daniel. Tu no sabes nada de mi. Mi vida es poca cosa y cuanto mas te  siento empequeñece aún más. Es mejor que  te olvides de mi nada bueno podré llevarte salvo tristeza y quizá la desolación de…
-          ¡De nada! ¡Ven, vamos! Te acompañaré a tu casa para que descanses,  nadie me esta esperando, nada esta aguardando y no me perdonaría dejarte así como  navío en desarmo a la espera de primavera que no vendrá.

Con la Puerta de La caleta  a su derecha doblaron la esquina para subir a  su casa donde no había nadie. Su amiga Temperance no había dado señales de vida, cosa que a Daniel  en nada le ocupó  tiempo por encontrar explicación cargado por la ceguera de un amor encontrado como huracán del Mar Caribe, en el que desarbolar  su aparejo para no salir de este en tanto la vida  a flote mantenga su ánimo.

Caricias que trajeron primero la paz sobre los temblores, tras esta se fue abriendo paso  el combate piel con piel, el avance de sus los labios por alcanzar el nácar de su sonrisa cautiva por algo desconocido. La Caleta y el  océano enmarcado por la ventana observaba enmudecida  su orilla por el levante acompasando la furia de ambos titanes. La noche se llevó el viento, las estrellas dejaron de mirar por  no poder ser ellas las pretendidas; tras  un tiempo que se vivió como fugaz sin serlo, ambos  en una sola parte exhaustos y silentes dejaron que la escasa brisa nocturna los devolviera a la real y sempiterna verdad de aquellas cuatro paredes. Por un instante Dora MacLeod brillaba en su mirada, pero tan solo fue eso, un instante. La verdad que antes la hizo temblar se impuso.

-          Daniel, amor mío. Tan difícil es huir para mi de todo esto que me rodea.
-          Dora, nada lo es si en ello va tu razón y tu deseo en comunión. Me muero por poder lograr vernos juntos, libres y sin más porvenir que el que nos marque nuestro destino ya juntos. ¡Casémonos! Mi tio nos ayudará aquí, en Jerez y en Magangue está el resto de mi familia donde podemos comenzar una nueva vida si deseas escapar por completo de todo esto que tanto te atormenta.

La mirada de Dora dio una virada del gris al brillo de la oportunidad.

-          ¡Eso es lo que llamáis Tierra firme! ¡Oh, Daniel, me encantaría! Pero como lograrlo. Es muy difícil embarcarse en una de esas flotas que parten hacia allí y tu te quedarías aquí.
-          No lo será tanto. Yo puedo conseguirlo a través de capitanía para ti y en un aviso en el que me enrole podría arribar a Cartagena antes de lo que imaginas. Nos casaremos allí, con mi familia por testigo. ¡Qué dices, amor mío!



Dora parecía volver a temblar, como si algo le partiera por dentro sin remisión.

-          Daniel, eres en extremo generoso, tu corazón no  lo supera el vasto océano que me propones atravesar. No me merezco tal homenaje, honor por tu parte…
-          Nada sería suficiente si no se logra lo que uno merece y nos merecemos. ¡¿Aceptas?!

Cayendo en sus brazos rendida por aquella muestra de valor sobre alguien como ella era y se sabía las lágrimas comenzaron a derramarse sobre el pecho de Daniel mientras trataba de articular las palabras que no deseaba pronunciar.

-          Daniel, acepto. Pero debo de decírselo a Temperance. Ella es todo lo que tenía hasta ahora y  debe de saberlo para encubrirme frente al Vizconde de Azcárraga o no lograré salir de Cádiz. Para ello has de decirme la fecha de salida de la flota que supongo será cuando arribe la que tiene por hacer desde  Portobelo. Será la mejor manera de controlar la situación para asi estar prestos en la partida.

La argucia como un cepo hizo fondo y Daniel aceptó el engaño. Se despidieron de la misma forma que se  amaron aunque la pasión  y el furor del corazón de Dora tan solo era producto de un dolor merecido por semejante daño causado a quien había encontrado por fin. Daniel marchó en volandas a la pensión cuando el alba rayaba sobre las puertas de tierra de la ciudad. Segisfredo, su amigo y hermano lo esperaba preparado…


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