miércoles, 5 de septiembre de 2012

No habrá montaña mas alta (130)





Viramos el ferro en breve


No se sorprendan vuestras mercedes y permítanme darles las gracias por seguir aquí a pesar de este periodo imperdonable de  vacío cual desarmo de nave en eterna invernada. Cientos de cosas me han sucedido estos meses, las más, dulces, las menos, amargas, pero tanto las unas como las otras me alejaron de este lugar tan  acogedor donde trato de dar rienda suelta a mis sueños en forma de aventuras, personajes, navíos,  amantes y lo que brote de  mi humilde imaginación.

 Como podrán leer quien a bien tenga el hacerlo, retomo la historia  de   Daniel Fueyo, Segisfredo Cefontes y las peripecias al lado de nuestro insigne  y nunca derrotado Don Blas de lezo y Olavarrieta. Mas vale morir una vez se llama la historia como ya lo habrán descubierto, aunque no niego que  entre una y otra entrega algún tema mas  de seguro largaré  sobre este pequeño navío de  travesía infinita.  

Habíamos quedado en el Cádiz  de 1733 al inicio del verano, nuestros personajes  en tierra sin destino y nuestro almirante convaleciente tras las operaciones sobre Orán y el bloqueo a los turcos   en el Mediterráneo. Unos personajes nuevos  surgieron, no al parecer de buena catadura de sentimientos y amores, mas, como todos  tantas veces hemos sabido  y vivido, los unos en carnes propias y otros en carnes ajenas, los males de amores cual brulote ardiente acaban por incediar de forma irreversible vidas  claras sin  otro despecho por su parte que a la  calma de su corazón. Pues esta damas al parecer trataron y alguna debió lograrlo sobre uno de nuestros personajes. Por ello  aquí continua tal peripecia en la que nuestro Teniente Cefontes, en otros momentos librado de males mayores por parte de su amigo Daniel, será ahora el que devuelva lo pasado a su amigo por  peligrar su vida y futuro en medio de una explosión de sentimientos sin freno.

Nada mas, les dejo con la 130 entrega y vuelvo a agradecer vuestra comprensión por la parada y vuestra lectura de estos humildes  párrafos.
  

…el levante necio pero casi siempre triunfante trataba de traspasar arboles, edificios y almas que  a él se atrevieran a enfrentarse con tal de besar  la rada  gaditana. Entre esas almas se encontraban las de Daniel y Dora, que sin tocarse siquiera, parecían sentir sus pieles unidas por ese mismo aire cargado de fuerza y movimiento. Entre sus cuerpos separados por el aire en forma de viento podía  percibirse  el sentimiento puro que se sabe solo cuando se vive aunque  ni siquiera sea en realidad verdadero.  Fue ella, al fin, la que rompió el hechizo

-          Daniel, yo también deseaba veros y volver a teneros cerca aunque sea de esta forma tan fría.  La noche y el día que  vivimos no puedo borrarla. Cada minuto trato de  guardar un poco de la sinrazón de  todo lo real para acabar con ella, pero se incrementa a cada paso. Que Dios nuestro señor me perdone.
-          No, Dora. Dios es amor y nos ha permitido descubrirlo sin apenas saber cómo. Mas es esta situación embarazosa la que os aturde, sobre todo para vos que sois dama. Sin saber apenas de los porqués de los impulsos que no sean de la vida conocida estoy  convencido de que este huracán interno es real y nada mal puede hacernos si lo podemos gobernar, mi señora.
-          ¿Gobernar? ¿y cómo, capitán? No hay vela o timón que  virar como vos podríais  decir, ni siquiera cañón con el  disparar y huir. Solo vos, yo y un mundo por  girar  a nuestro sentir.

Caminaron a paso  corto, sin ganas de avanzar, pues solo se trataba de  permanecer lo que Cronos les bendijese hasta que algo o alguien los descubriese y todo tornara a la triste realidad. Acabó el paseo, el cuartel de aduanas   a punto estaban de doblar, los muelles esperaban mas allá.

-          Daniel, os deseo tener de nuevo en mi propio ser sin trabas, sin  más  separación que el propio halito de nuestras pasiones.  Daría mi  pobre  vida de apacible refugiada en esta ciudad por  escaparme con vos lejos, donde poder sentir sin temer.
-          Mi señora, lo mismo siento yo. Mas permitidme deciros que todo es posible si se cree en ello.  Al otro lado del océano hay un mundo  al que aún podemos llamar nuevo, desde la cálida y a veces sofocante Nueva España hasta el gélido y  tantas veces cruel   cabo de Hornos podemos encontrar nuestro propio mundo sin más trabas que  los dictados de nuestro corazón. Solo hay que proponérselo.

Con las lágrimas  en sus ojos se  abrazó a él sin temor a ser vistos por quienes los rodeaban. Fue un impulso  al que siguió  la imaginaria huida sin   freno hacia el lugar donde rompieron   cada uno con sus propios moldes de las sensaciones ya inventadas pero siempre diferentes. En aquellos instantes entrelazados ambos, mientras los ojos cerrados les permitía sentirse con mayor intensidad, nada les importaba salvo ellos…

El día transcurrió  sin otras  memorables situaciones, Segisfredo con la información obtenida del escribiente de la Casa de Contratación Peláez, regresó a cenar a la Fonda de Doña Ana, donde lo esperaba aquella  mujer a quien el verano hacía tiempo que le había pasado y malvivía en un inaceptable otoño para quien se supo primavera eterna.

-          Buenas noches, teniente. ¿Va a cenar?
-          Si, Doña Ana. Mi compañero, ¿está en su habitación?
-          No, no ha aparecido en todo el día. Estamos solos. Pero siéntese mientras le  caliento la cena y charlamos de  nuestros intereses.

El teniente Cefontes  se avino al zafarrancho  y cercano combate sentándose tratando de derivar precisamente las andanadas  de Doña Ana y centrándose en lo que en verdad le interesaba.

-          Huele bien lo que  trae  en esa cazuela. ¿Qué es?
-          Guiso de carne  de  jabalí.

Le sirvió el plato bien colmado  y tras escanciar dos pintas de vino se sentó a su lado.

-          ¿Consiguió más información?
-          Pues sí, algo más, no demasiada para lo que hubiera deseado. Al parecer estas dos damas  mucho  enredan a la vera de caballeros, mayormente de la Real Armada o de la Casa de Contratación, no me digáis el por qué de semejante querencia, salvo la buena planta de algunos de sus  mandos… No parecen de gran fervor católico, que no se las ve por la iglesia salvo en grandes  ceremonias donde  acuden hasta los hijos de Belcebú. Del hombre nada saben mis conocidos. Pero no os preocupéis que  continuaré indagando. Y de vos, ¿Qué podría acabar por conocer mi humilde ánimo en estos momentos, mi teniente?

Como si de  bala de obús a punto de ser disparado  fuese, Segisfredo apretó los puños imaginarios de su alma devolviendo  beso por palabra y abrazo por el resto de la información mientras Doña Ana sin importar el por qué de semejante efusividad  ni el grado de  engaño abarloado  entre sus brazos se dejó atrapar entre semejante fuego.

Con el jabalí y la casera de la pensión al punto aniquilados, el uno en su materia, la otra en su furor, el teniente Cefontes prisa se dio en buscar a su compañero de armas Antúnez. Había que desenmascarar semejante  entuerto por el bien de su amigo y hermano Daniel. Con la luna en su primer octante y el viento  aflojando por una vez en  ese junio preludio de noches estrelladas, topóse con a su amigo en la taberna  a la que últimamente habían cogido el gusto amargo de acudir de nombre “El Tuerto”. Había que ponerse en marcha antes de que  a su amigo lo  hundieran en el fango de la traición que al mismo tiempo diese con algún daño al Reino a favor de britanos que  bien parecía aquello maniobras de tales… 






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