lunes, 17 de septiembre de 2012

No habrá montaña mas alta (135)




… se despidieron de Andrew Raleigh en esos momentos con ningún aspecto de pánfilo ni rastrero adulador de  similares espíritus convecinos de la misma ciudad. Tenía clara su misión y sabía ejecutarla a la perfección.  Sus dos  herramientas, Charlotte y Elisabeth, eran su arma perfecta para tanto petimetre deseoso de galanteo sin esfuerzo alrededor de sus  débiles hazañas.

Don José Patiño
 Desde hacía ya una año tenía una misión que debía rendir al gobierno inglés  los frutos de un exhaustivo conocimiento sobre  el funcionamiento de flotas y bastimentos entre la Metrópoli hispana y sus  territorios de ultramar tras la guerra de sucesión, todo ello  enfocado al caribe donde deseaban reforzar aún mas su poder comercial en la sombra desde 1713. Poco a poco este iba siendo cercenado por la armada de barlovento, los corsarios al servicio de su majestad católica y el refuerzo en flotas que Don José Patiño con el apoyo de Felipe V  se empeñó en realizar. Por aquellos años la Británica Compañía de la Indias trataba de ampliar su comercio, excluido oficialmente al asiento de negros y al navío “de permiso” anual. Todo se presentaba a su favor, la demanda de los habitantes de la América hispana por no disponer de la oferta adecuada desde  España y su monopolio, el ansia comercial de los britanos y  el escaso control naval por parte de España tras el desastre sucesorio desde los Austrias a los actuales Borbones. Esto, como digo ya no era asi, las pérdidas  en mercancías y naves mercantes britanas de todo tipo iban aumentando cada año y la compañía comenzaba a presionar al gobierno inglés para que tomara cartas en el asunto.   Todo aquello, ambos gobiernos sabían que terminaría en un enfrentamiento al que por el momento regían en  en el mantenimiento de una neutralidad y concordia entre reinos, mas su simple planteamiento público pero llevó a  los britanos a estrechar el cerco sobre las flotas mediante corsarios mientras   los nuestros comenzaban varios planes de refuerzos defensivos  tanto en construcciones de carácter militar, como en dotaciones  sobre el terreno enviadas desde la metrópoli, y por supuesto la  construcción naval  de forma incesante para al menos alcanzar una flota que pudiera plantar cara  a la ya enorme britana.

Todo esto tan estratégico  en su acción por parte de los poderes de ambos paises, era en esos momentos la más mísera razón por la que mantener erguido el orgullo de Charlotte/Dora. Había caído en su propia trampa, la manipulación en la que nadaba su hacer frente a  hombres que  por tal embarrancaban los navios  de su existencia, en este caso ella había enredado  sus grilletes entre su alma y corazón hundiendose como  puro ferro en las oscuras aguas del surgidero donde anida el tormento por  el amor  propiamente despechado, el tormento por destruir lo que  amaba en la ceguera de  otro amor más  teórico a su país.

- Elisabeth, no puedo más. Necesito desaparecer. Creo que ya no podré mirar  de frente a Daniel sin sentirme  miserable.

Elisabeth comenzó a entender la petición  para cambiar su destino ante su jefe.

-          Charlotte, no hay alternativa, lo sabes desde que salimos de Dover. Nos dieron esta opción como salida a nuestro destino en presidio y la asumimos, ahora ya no queda tiempo para sueños y vanos sentimientos de amor. Sabemos que si nuestro trabajo es bueno nos devolverán a Inglaterra sin  la mácula del delito y con expectativas de  una vida tranquila.

Caminaban entre el Baluarte de San Felipe y el de La Candelaria, rodeando  con aquél trayecto la ciudad sin ninguna prisa, tratando de  que el paseo como manera de llegar a su casa les obligase a respirar la calma   de ese lado de una ciudad en plena hoguera festiva un mayor tiempo del que hubiera sido necesario atravesándola  por su centro. El tormento casi olvidado del exilio y su trabajo no deseado  volvía  aumentado por reencontrarse con lo que significa sentir  el viento fresco  por el que se quiere  sin dudas, por lo que surge como deseo de huir hacia ese amor tras lo que hasta aquél instante solo había sido oscuridad y desazón por lo  pasado. Tormento por saber que se quiere, pero que se daña al mismo que se ama. Como si todo volviera a ser igual, como si fuera imposible alcanzarlo y atraparlo  en el alma cuando se ha sentido ya sobre la piel como real.  Poco a poco la Alameda dio paso al viento de poniente y con ello el bullicio las engulló hasta alcanzar    su casa donde tratar de conciliar el sueño.

 Pocos son los que lo saben, tan solo los que en verdad lo sienten, pero una vez  su esencia ha calado en el tuétano del mortal que se precie, este ya sabe que es el amor el mayor de los peligros, no hay otra razón o argumento que supere su arrojo, su generosidad, su desprecio a perder cuando  este ya es parte insondable de su corazón.

 Pero la noche continuaba y en ese mismo momento los hombres de Peláez, bien acostumbrados  a espiar por orden de éste, mantuvieron la vigilancia de Andrew Raleigh que  se mantenía encerrado en su tinglado. Con las mujeres controladas en su casa quedó uno de los esbirros  mientras frente al tinglado ya eran dos los que mantenían su vigilancia. Dos horas antes del alba, seguramente aprovechando el estado  de parálisis de la ciudad por la segura enorme ingesta de alcohol  de  todos y cada uno de los  vecinos autoridades incluidas, Raleigh salió del tinglado  y montando su cabalgadura  que esperaba  atada  a un viejo carro  cercano a este se encaminó hacia las Puertas de Tierra, única vía terrestre para abandonar la ciudad. Con sigilo y buen celo uno de ellos comenzó a seguirlos mientras el otro, según lo convenido entre Peláez y Segisfredo, partió a dar sendos avisos   los dos  de la novedad.

Puertas de Tierra. Única salida Terrestre de Cádiz


Tal y como sospechaban  con el sol  fuera de los límites del horizonte terrestre del que brotaba cada día y casi dos leguas de seguimiento dieron con el esbirro que los acompaño de nombre Paco y los tres hombres, Segisfredo, Luis Peláez y el Capitán de navío Linares parapetados tras una mínima loma  polvorienta las peripecias de Raleigh, ellos fuera y él dentro de un almacén al sur de Chiclana. El almacén era podríamos decir una covacha oscura de muros de adobe apoyada sobre dos casas que cerraban las lindes de Chiclana hacia el sudeste en el camino que llevaba hacia Algeciras. Mas  que un almacén de paños y textiles parecía  una cuadra en desuso donde esquilar lana de ovejas  de la trashumancia tras su arribo  de las montañas norteñas por las cañadas reales. Pero ni ese camino era tal cañada, ni el hombre que  salía  a un buen galopar por el camino de Conil de la frontera desde el almacén era oveja trasquilada…


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