jueves, 27 de septiembre de 2012

No habrá montaña mas alta (139)



…El aviso no logró eliminar de su mente sus ojos, ni su sonrisa, trataba de  encontrar pruebas de su huida y la de su amiga; las ventanas estaban perfectamente cerradas por dentro, todo recogido como si no desearan ser tomadas por unas pobres señoras de su hogar. Incluso encontraron un sobre entreabierto con  dinero y una nota para que se hiciera el pago convenido con el casero  que tenía su domicilio   en la misma Plaza de San Roque,  frente a las Puertas de Tierra. Ninguna explicación podría ser válida salvo que hubieran huido por la misma puerta,  delante de las narices de seis infantes de marina a los que desde luego aquello traería consecuencias, quizá fueron avisadas, nada  se podía desechar por el momento. Tras un día entero de búsqueda en toda la ciudad, se abandonó  esta conformándose  con la “caza mayor” del falso Vizconde, el jinete y la aparente destrucción del entramado de espías sobre los tráficos mercantes  entre la Metrópolila España del otro hemisferio.

“El Tuerto” fue el refugio de ambos amigos al caer la noche, mas bien la cueva donde sumergir  dolores y frustraciones en caldos de infame condición. Pero antes de llegarse a semejante tugurio y tras comunicar con bastante  enojo la pérdida de las dos mujeres se fueron al Hospedaje donde  recuperar el resuello de aquella mañana cargada de  sorpresas sin razón ni vanas explicaciones.  Almorzaron en silencio, Segisfredo, relajado tras todos los avatares sin freno sufridos se retiró  de nuevo, con pestillo trabado, a su habitación mientras Daniel se  decidió a  caminar;  tan solo  alcanzó la Puerta del Mar  según abandonó la plaza mayor repleta de bullicio. Sentado sobre la tierra teniendo a su mirar  la bahía que se recogía entre Matagorda, el Puntal y el Castillo de Santa Catalina al frente, al fin se decidió a abrir una carta que temía leer por lo que le dijera, fuera mentira o verdad,  pues ambas cosas iban a herirle de muerte. Pero tras tantos  mares violentos, frente a vientos contrarios y pólvora sobre ferro candente con el filo  del zuncho de abordaje en la boca, todo ello  sin mas miedo que su aleatorio destino tras la muerte le dieron la razón por la que no arredrarse ante las letras de quien creyó algo que ya no parecía ser. Con el temblor inevitable sus manos rompieron el lacre y  se dejo llevar por sus ojos ya sin freno.


“Mi deseado Daniel:

Cuando estés leyendo esta carta seguramente ya no seré  lo que fui para ti, amor mío. Todo lo que aquí te muestre, te trate de explicar quizá ni siquiera  te  alumbre tu corazón seguro sombrío, donde para ti el tan manido dicho de que todo lo que nace ha de morir será tan verdadero como mi ausencia. Más no has de creerlo, aunque esto sea una luz tan inútil como la luciérnaga al amanecer, luz es al fin y al cabo, brillo verdadero de mi amor por ti.

Es cierto que te engañé, que te utilicé como a tantos en  el último año por orden de otros tan reales  y viles como los engañados que  pretenden lo mismo,  solo que bajo banderas y reyes distintos. Nada espero de razones, patrias y reinos,  pues fue encontrarte en el vacío silente de mi corazón, baldío pañol de podredumbre  acostumbrado a  no sentir, cuando ya mi razón dejó de atinar, pero mi  voluntad, aun como mecanismo  de cuerda, continuó con sus cometidos, aunque ya no fuera  mas que  un mecanismo  al que trabar. Aun así no tuve el valor de hacer frente a quienes tanto tiempo me han tenido en su poder, hermanos de mi misma sangre britana.

Esta cobardía supuso el torpe accidente de abandonar lo que se quiere por algo que no se sabe siquiera qué es, torpe suceso por el que el dolor no cejó desde entonces en vomitar sobre mí. Al fin todo se ha descubierto con la sentencia cruel y vergonzosa de la huida y tu pérdida o  ser presa para perderte también. Huí hace unos días cuando todo aún estaba  libre de vigilancia, pues aunque  no lo parezca mis  ahora hermanastros tienen más  ojos de los que tú crees en esta ciudad. Déjame devolverte traición por traición y  haz que se lleguen y sin despertar sospechas por el Mentidero, la plaza de San Antonio y el Hospital Real donde entre sus servidores  pueden encontrar y ver lo que  siempre ha estado en estos meses al menos y nadie se ha parado a observar.

Daniel, recuérdame, yo no podré olvidarte nunca mientras trato que la razón doblegue a mi sangre hirviente por volver a verte, mientras evito que mi corazón se retuerza tratando de recuperar el pálpito de tus caricias y la furia de tus abrazos. No soy ahora para ti  nada más que un trozo de falsedad astillado y roto, pero si me devuelves el brillo de tus ojos vestido de esperanza por lo que puedo ser, por lo que podríamos lograr en nuestro deseo alcanzar, puede que todo no haya sido en vano y  tras este suicidio mutuo de sentimientos pueda esto resucitar en aquellos parajes lejanos que en un instante perfecto me ofreciste devolviendo mi estima y mi ánimo a otros tiempos en los que  todo prometía y nada  amenazaba el fracaso.

No te olvidaré, Daniel. ¡Nunca! Solo puedo prometerte que algún día, antes de que mi sangre se doblegue definitivamente a la razón  me presentaré donde estés para implorarte el perdón y tratar de volver a sentir el  calor de tu piel  fundida  sobre mi. Solo después, si tú lo desearas abandonaré tu vida, olvidaré mis sueños para convivir en la nocturnidad de la tristeza claramente merecida.

Hasta ese momento, Daniel. Hasta  que los vientos que tú tanto deseas, amas y temes nos vuelvan a presentar el uno al otro.

Te amo.

Dora Macleod.
No tengo otro nombre para ti, no quiero otro nombre para mí.


Dentro de la carta  un minúsculo brazalete a modo de pulsera de tela  con leves bordados de caracteres célticos en fondo verde se trabó entre los dedos de Daniel. Con el cuidado de una reliquia propia de santo  bajo el ara de la  Catedral lo sostuvo y lo guardó.  Herido de muerte como esperaba, nada lo calmaba, la rabia de sentirse engañado el amor profundo y ciego que todo lo consume sin explicación  ni certeza sobre el rumbo vital que tomar sobre la carta de su vida, quizá una derrota que persiga el viento bueno de la razón, flujo sereno y  constante que a buen puerto le lleve, libre de temporales que sufrir, mas vacío también de temporales que vivir, o quizá otra derrota  en la misma carta donde seguir el viento traidor del sentimiento, viento racheado capaz de desarbolar el mejor navío de cualquier armada en un suspiro inesperado, derrota esta donde el viento al que  aferrase  sabedor de que  nada será seguro, ni eterno, derrota donde la vida se sostendrá por el puro deseo de vivirla mientras quizá en un golpe  del mismo viento desaparezca esta y con ella todo.

Nada  valía, pues sabía lo que era  debido pero también lo que deseaba su  corazón. Ninguna cosa extrañó a su amigo Segisfredo después de dos  jarras de mal vino en el tuerto compartidas con Daniel. Mil más cosas vividas en diferentes momentos, con diferentes mujeres,  distintos mundos  e intereses, pero la misma realidad. El alba los sorprendió mas unidos que nunca… 



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