lunes, 24 de septiembre de 2012

No habrá montaña mas alta (138)




…nada sucedió digno de mención entre aquella despedida y la llegada a Cádiz de Segisfredo Cefontes con su prisionero escoltados ambos por el  hombre que envió Paco desde el Cortijo  que conocía desde sus tiempo de contrabandos y otros delitos que no conviene ahora nombrar, ni siquiera esbozar en tercera persona. Paco,  con caballo de refresco aprovechó el alba para ganar  Cádiz donde la vida continuaba  de la misma forma y  tras dar el aviso de la captura y confirmación de las sospechas de espionaje, acudieron al tinglado del puerto donde  el capitán Linares y Luis Peláez junto con un número reducido de infantes debidamente disfrazados dieron preso a Andrew Raleigh llevándolo a la Isla de San Fernando.



La acción iba a  ser la misma sobre las dos mujeres, fue una petición de Segisfredo  enviada a través de Paco al capitán Linares la que permitió que se mantuviera la vigilancia sobre éstas mientras él llegaba con  su “carga”. Segisfredo Cefontes había conocido la verdadera frustración de perder a alguien que  te muestra el camino de la felicidad mientras al mismo tiempo  lo cercena,   dejándote la duda eterna de su verdadera intención detrás de unas lágrimas que tratas de creerlas sin convencerte   veraces y ausentes de lisonjas. Daniel,  ignorante en su sentir  no debía de pasar por eso, debía hablarle antes de que se consumara la real gana del Destino,  deseaba explicárselo y si alguien debía recibir golpe o desahogo que fuera él por ser su amigo.

La mañana del 3 de julio el teniente Cefontes, vestido con su mejor uniforme  se presentó en “La Candelaria”. La misma casera, Doña Ana, olvidó su rencor por el desprecio recibido, ciertamente esperable, por su parte y le dedicó una sonrisa de admiración por su porte.

-          Buenos días, Doña Ana. ¿Estará Daniel Fueyo en su habitación?
-          ¡Caramba, teniente!  Creo que si, estará a punto de bajar a desayunar. Pero por la Virgen del Rosario, ¿a qué viene esta seriedad hasta para con su amigo?

De un suave empujón se abrió paso hacia la  habitación donde estaba a punto de salir su amigo.

-          No es momento de  explicaciones o revelaciones. Por favor, que nadie nos moleste. ¡Nadie! ¿Seguro que me ha entendido?

Sorprendida aun mas entre la elegancia y la seguridad de una orden casi militar, salvo cuadrarse Doña Ana todo lo hizo para dar a entender que así sería. El Teniente subió con paso decidido las escaleras sin tener tan claro por dónde empezar.

-          ¡Buenos vientos los que te traen Segis! ¿De donde vienes? Pareces propiamente de recibir medalla o premio por algo de Capitanía. No son horas a mi entender…
-          Vengo de capitanía, en efecto. Pero no son buenas las nuevas que te traigo. Y  a fe mia que las vas a escuchar una a una como andanada del infierno sin rechistar, aunque sea lo último que haga como amigo tuyo.

Cerró la puerta con el débil pasador que hacía  las veces de cerrojo falso. La seriedad en el trato, la mirada y el gesto último del pasador mantuvo tenso y paralizado a Daniel a la espera de lo que fuera a salir por boca de su amigo.

-          Está bien, tu dirás.
-          Vengo de capitanía, es cierto, aunque estos días en los que he  estado perdido he vagado por distintos lugares. Te habrás preguntado por mi ausencia, pues bien, no ha sido otra razón que desenmascarar una red de espionaje britano que hemos neutralizado gracias a Dios, a Peláez, Antúnez, y como no iba a ser de otra forma gracias al apoyo de nuestro Almirante Don Blas de lezo, quien nos dio el apoyo silencioso del capitán de navío Linares y los hombres que en cada momento puedieran ser menester.
-          ¿U… una red de espionaje? Y qué tenemos que ver  con eso, Segis. Nosostros somos militares de la Real Armada. ¿Cómo has llegado a eso?

Daniel sin querer enterarse ya sentía cercano un  acerado filo mas cortante que  el verdadero amenazaba su  pecho.

-          Lo siento mucho, Daniel pero  en esa red, esta implicada  Dora, Dora Macleod, que no es ese su nombre sino el de Charlotte Philips. Ella, junto a Temperance y el petimetre  del Vizconde pasaban la información de las flotas a los ingleses en Gibraltar.

Le mostró el documento que él mismo entrego a Dora haciendo que ese filo imaginario calase ya sin remisión en su ánimo. Segisfredo relajó el tono de su voz, su amigo ya estaba tocado y hundido, había entendido y comprendido su error  y lo que podría llevar todo aquello en su corazón y en su devenir como marino de la Real Armada.

-          Por favor Danie escúchamel, aunque me odies por esto que voy a decirte;  ya sabíamos esto cuando te entregamos este documento que es real en su redacción pero falso en su información. La trampa estaba urdida y tú fuiste por desgracia para mí un instrumento de todos. Era la única forma de atraparlo y de salvarte.
-          ¿Y Dora? ¿puedo ir a verla?
-          No debes pero  se que lo harás. Por eso le pedí al Capitán Linares que mantuviera la vigilancia hasta que yo diera el aviso de prenderlas. Pasado ese día será apresada junto con Temperance. El falso vizconde ya esta respirando humedades en  nuestras mazmorras junto al cerdo traidor que casi me mata en Algeciras. Si lo deseas te acompaño y te puedas despedir para siempre de  ella antes de que sea prendida.
-          Gracias Hermano. Gracias por seguir cuando a nadie escuchaba. ¡Vamos!

Se fundieron en un abrazo como lo que siempre fueron. Daniel se  vistió con su mejor uniforme de capitán de fragata y con seriedad y silencio propios de funeral encaminaron sus pasos hacia La Caleta donde estaría ella. En la última semana  tan solo la había visto  un día ya que desde hacía tres ella le pidió que   se dejaran de ver hasta que le avisara  con una excusa extraña acerca de un pudor que creía evaporado entre ambos.

A treinta varas del portal Segisfredo hizo un gesto a uno de los infantes para darles franco el paso y  mientras Segisfredo quedaba a la espera en el portal, Daniel desarbolado por los invisibles vientos del desengaño, subía las escaleras en otro momento leves y ahora enormes a cada paso.


Golpeó la puerta varias veces sin recibir respuesta hasta que, de un puntapié la echó abajo rompiendo el leve cerrojo  que la contenía. Nadie había que  lo esperase. Todo estaba recogido, limpio,  las cuatro paredes  que a duras penas contuvieron su pasión dormían en soledad y negrura sin más sonido que sus pisadas. Tras un breve tiempo, escasos minutos en los que reaccionó, justo antes de dar el aviso a los infantes una carta  con la letra de Dora parecía  querer volar a sus manos. De sus manos voló a su rostro donde  una ola inconfundible de su esencia le turbó, un olor que ya no se despegaría de su memoria vital. Iba a su nombre. Con los ojos cerrados tratando de no dejar salir una sola lágrima llevó la misiva en el bolsillo derecho de su chaquetón y bajó  ya vuelto a la realidad a dar el aviso de su desaparición…


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