miércoles, 19 de septiembre de 2012

No habrá montaña mas alta (136)




…- ¡Rápido, Vos capitán Linares y yo nos quedaremos a marcar a ese Vizconde, mientras vos Teniente Cefontes id con Paco y cazad a ese jinete que por lo que parece lleva claros sus destinos! ¡Pero cuanto más cerca de este mejor será, que poco argumento le quedará en tal caso!

-          ¡Suerte, Peláez y suerte a vos, Capitán!

Se despidieron quedando ambos hombres   con la vista en el almacén y  la intención de continuar el seguimiento hasta su captura si todo se cumplía como parecía.  Paco junto a Segisfredo mantenían su cabalgar  tan lento como permitía para no despertar sospechas  y seguir a la vista del jinete desconocido. Sus ropajes eran los de paisanos  en tránsito entre Cádiz y Algeciras, tal y como parecía representar el jinete  objeto de su persecución.


Decidieron separarse, Segisfredo mantendría la distancia prudencial  sobre el jinete retrasando un poco su marcha para no levantar sospechas. Tras hacer noche en Barbate, recorridas casi la mitad de las trece leguas   que los llevarían a la bahía de Algeciras donde estaba claro encaminaba sus pasos, Paco, antes de la amanecida, se adelantó  una distancia prudencial con la que  mantener el control de su marcha. Esto permitiría que la persecución no fuera tan evidente. Paco, conocía los vericuetos del camino y se mantendría fuera de la vista del hombre, trabando comunicación con Segisfredo   y manteniéndolo informado así de  la situación  acercándose y adelantándose campo a través.

El 27 de junio al atardecer  el jinete,  tras vadear las marismas del Rio de Las  Cañas y cruzar el pueblo  de Palmone al otro lado del río  Guadarranque, se detuvo en una  desvencijada taberna  del pueblo de Guadacorte. Sus dos perseguidores  ya juntos tras dejar Algeciras quedaron al otro lado del río observando sus movimientos. Tras mas de una hora con la noche a punto de echarse sobre  ellos nada había sucedido.

-          Paco, alguien ha de ir hasta allí  a ver que sucede y donde se ha metido nuestro hombre, no me perdonaría perderlo.
-          No se preocupe, Teniente. Entraré  a beber una pinta del vino que sirvan. Si todo está en orden saldré y  encenderé un cigarro. Si la cosa esta complicada y ha de  venir lo tiraré al rio según lo encienda.
-          Esta bien, pero ten cuidado. Toma, llévate esto

Segisfredo le entregaba una de sus pistolas, listas para hacer fuego.

-          Gracias, teniente, pero no la necesitaré, esto que llevo a mi espalda me protegerá mejor y sin molestar con ruidosas explosiones

Guardó su navaja de nuevo y comenzó a vadear el rio hacia la taberna.
Una barra tan sucia como el suelo, trabado de maderas y agujeros al mismo barro del terreno soportaba de forma inexplicable los vasos de tres lugareños y  el  hombre perseguido. Paco adaptado al entorno se dejó caer sin  mucho aspaviento  mientras con un gesto pedía lo mismo que  ellos. A su saludo no hubo mas que un mísero gesto de desaprobación por su presencia, no mayor a lo que el estaba acostumbrado a realizar cuando quien entrase en sus dominios no fuera del gusto. Sus sentidos se agudizaron, alli había mas conexión entre todos de la que aparentaba  su grasiento silencio. Uno de ellos se  le acercó de forma lenta mientras los otros dos se sentaban en dos mesas que cerraban la salida tratando de no aparentar interés alguno en su persona. La espalda de Paco se tensó llegando a sentir el metal  que guardaba el filo de su navaja. Mientras, el  perseguido seguía ensimismado en su jarra de vino.

-          Buenas noche, señor. ¿Vos no sois de la bahía, verdad?
-          Esta en lo cierto, soy de Sanlúcar y me ha cogido la noche volviendo de san Roque. Por cierto tabernero, ¿disponéis de alojamiento barato para  este que lo solicita?

Fue en ese momento cuando el tabernero, con los sudores naciendo en la frente, le certificó lo que un destello en el  mango  de latón de la jarra ya le había preparado para  parar el primer golpe del más próximo.  Con sangre en su brazo derecho goteando por el corte  parado  en su derrota directa a su barriga. Paco ya estaba en su medio.  Sus siete dedos de filo ya abrían paso con su brilllo amenazador   casi abierto en el mismo instante que dejó su espalda.  Sin que lo viera el agresor, con la mano izquierda un chorro de vino bastó para apagar las velas que alumbraban con poco éxito la barra en el extremo opuesto de donde se encontraba el aún pasivo jinete. La penumbra ganó el terreno a la pordiosera luz de dos velas muertas. El duelo no duraría mucho, pues al ver los dos hombres apostados en la entrada que la sorpresa no fue tal se incorporaron para cercar sobre la barra a Paco. Este   con agilidad salto sobre una mesa desvencijada que estalló hacia el suelo mientras se libró de un cerco en el que detrás tenía a un tabernero tan cobarde como posible rematador. La situación no era prometedora. Pero  había lo que había que tener y  siendo hijo  del Reino de la Españas así sería Paco, un resistente hasta ahogarse en su propia sangre si fuera preciso.

-          ¡Vamos cabrones de mierda! Mi navaja tiene  ganas de saborear la basura  de Algeciras.

Uno de ellos  entró a matar, su golpe   se detuvo sobre  la faja enrollada en su mano izquierda mientras la navaja de Paco al fin supo a que sabía  tal basura. El muslo del primero  ensartado y libre de esta al instante cayó con el resto del cuerpo  a vara y media del choque. Rabia y dolor en la  chusma que solo  un buen rebenque debería calmar, mas no había banco de galera donde engrilletarlos; sus compañeros entraron a matar al mismo tiempo mientras el jinete se aproximaba  a sumar esfuerzo, que ya no estaba todo tan claro. Un primer ataque a dúo lo logró rechazar Paco a base de  echarse atrás sobre la pared con un rasguño algo profundo en su hombro izquierdo. El tercero en discordia ya se unió al grupo mientras el herido, cojeando y con mas  rabia si pudiera caber en su  ánimo cerraba el grupo al grito puro de ¡matad, matad a ese cerdo cabrón!


Embistiendo como si fuera lo último que le quedaba por hacer trató  de "hacerse" con uno mientras empellaba de bruces sobre el  herido gritón y trataba de clavar su cuchillo en barriga ajena. El aire fue lo que encontró, no así su  lomo izquierdo al cruzar con semejante ímpetu  recibiendo un corte  mientras caía de bruces al suelo  sobre el  herido al principio por él. No tuvo compasión, que de morir había que hacerlo matando y  antes de recibir las puñaladas esperadas en su espalda abierta hundió sin piedad el suyo en el corazón del sometido mientras su rostro demudado  perdía la fuerza y ya solo exhalaba suspiros por no dejar este mundo. El jinete se iba a librar, sospechaba de la existencia de un segundo hombre  que había visto al principio de partir de Chiclana  así que se apartó con la intención de dejar tierra de por medio mientras  los dos hombres  babeaban su  cólera abalanzándose sobre Paco para darle doble ración de acero sin compasión…




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