viernes, 22 de junio de 2007

El Desquite (4)

... Rodeada de infinitos puntos que tilitaban, la Luna ya con medio cuerpo brillando, dominaba aquella otra mitad superior del mundo a conquistar. Las nubes de aquella mezcla extraña de gases y vapor eran cada vez de mayor volumen, mas espesa, de una densidad y aspecto que parecía permitir que un atribulado humano como los que vivían más bajo pudiera caminar sobre ellas.
¡Escuchad, nubes!, ¡Gases corruptos!, ¡Vapores de aguas estancadas!
Te escuchamos reina y señora de las tinieblas. ¡Háblanos!
De un momento a otro parecía que aquel enorme conglomerado de nubes perfectamente ordenado iba a postrarse ante la Luna. Sólo les faltaba adquirir la forma humana.
La hora ha llegado, como reina de las noches ya estoy cansada de ser la imagen de los humanos. Esa de la que se sirven para ocultarse en sus casas y olvidarme. Ya esta bien de ser sólo el objeto de culto de los enamorados y de algún coleccionista de lo ajeno. Estoy cansada de reflejar la luz de otro, de ese al que llaman Sol, al que adoran y desean sentir su cálida caricia serpentear sobre su piel. Somos poderosos gracias a sus necedades y vamos a obligarles a repudiar a esa estrella maldita. Le obligaremos a darnos su brillo para siempre. Cuento con vuestra fuerza. ¡¿ Estáis dispuestas a seguirme?!
¡¡¡Si!!! – Gritaron al unísono
Entre tanto los dos picos, como habían prometido al anciano Helios, tenían sus grietas abiertas al máximo. En una de ellas aquel viejo hombre de la tribu de los antiguos Errantes escuchaba también.
Hoy, en cuanto amanezca bajaréis vuestra altitud sobre el valle hasta rozar los tejados de las casas más altas. Mientras yo me mantendré a la espera de otro día mas en el que ese Sol maldito acabe por agotarse del todo para atacarlo, eclipsarlo y secuestrarlo.
Los movimientos de las nubes comenzaron a realizarse en función de la indicación de aquella luna. El amanecer estaba a pocos minutos, la luna se marchó un poco antes de lo habitual. Loa picos no podían asimilar lo que sus grietas habían registrado. El anciano Errante abandonó su escondite y lentamente bajó al pueblo. Tenía que avisar a aquellos humanos tan ciegos. No podía permitir que acabaran como acabó su tribu hace casi cien años...

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