miércoles, 18 de julio de 2007

Perdido (3)

A mi espalda la mar azul y el horizonte como un interrogante perpetuo. Frente a mi un espectáculo propio de cuento, quizá como si no hubiera despertado aun. Como en cualquier cuento o película al uso en estos casos me pellizqué; sentí dolor y además la brisa era de un fresco algo cortante, luego estaba despierto.
Era la desembocadura de un río, como quien diría, casi recién nacido de entre una sierra de altos picos casi al ras de la orilla. Antes de fundirse en aquella mar, varios meandros casi como curvas de un puerto de alta montaña hacían que su recorrido se multiplicase por cuatro. Un puente de dos ojos que unía las dos orillas marcaban un camino que parecía pedregoso y estrecho. Nacía en un bosque de hayas que se perdía en las faldas de los montes de la margen izquierda; desde el puente, por la margen derecha simulando los meandros del río se aproximaba a un castillo de formas muy parecidas a esos castillos de la Prusia gloriosa. Blanco por la luz del sol, con la torre del homenaje como un dedo enorme tocando el cielo, de almenas perfectamente rectangulares, con la silueta de la puerta que esperaba bajar para poder salvar el foso repleto de caimanes ávidos de carne fresca.
¿Qué podría hacer?. Remé contra la suave corriente que suavemente golpeaba la proa de mi embarcación.
Al aproximarme mas al castillo el bosque de hayas no era tal cosa, sino un conglomerado verde mezclado con pequeños trozos de madera y tallos de algas que simulaban troncos. Todo seguía siendo extraño y falto de sentido. Al menos, el sonido del remo al batir el agua de forma cadenciosa daba a todo una buena sensación de calma que me permitía continuar. La cercanía del castillo lo hacia ganar en majestuosidad, me recordaba a otro que visitaba cuando era mas joven en mi tierra natal; aunque aquel era de menor tamaño que este. Había algo extraño, si es que aún pudiera caber algo de tal guisa, en aquella magna obra. No se distinguía puerta o ventana alguna. Conseguí varar a unos cientos de metros del segundo meandro, aseguré la pequeña embarcación por si fuera necesario volver a buscar el horizonte. Al desembarcar percibí un suelo como si fuera barro arenoso, en el que cerca de la orilla del río los pies se hundían, conforme me alejé de esta la superficie se iba haciendo mas firme aunque permanecía húmedo por igual. Alcancé sus altos muros sin encontrar un orificio de entrada, una puerta o ventana. Grité sin recibir respuesta. Inicié un rodeo al perímetro del castillo y en uno de los ocho lados que descubrí tenia su planta encontré una grieta por la que accedí no sin miedo.

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