lunes, 13 de agosto de 2007

A Bordo

Escuchando el sonido del casco rompiendo olas que hubieran deseado morir en su último destino, explotando sobre los acantilados de la Atalaya mientras regalaban los sonidos de su transformación en vapor salado a los que se arriesgasen a su cercanía.
Escuchando el flamear la génova, su golpeteo ansioso sobre si misma como queriendo advertir que aproamos demasiado en la ceñida y el esfuerzo de Eolo será para otro que sepa marinar mejor el trapo.
Escuchando el silencio que rodea las mentes de todos los que navegamos intentando recoger todas las sensaciones nuevas que se ciernen sobre cada uno.

Observando la línea de costa; los edificios herencia de otra época donde el esplendor se demostraba en forma de tamaño y volumen sin importar lo que a estos les rodeasen.
Observando a la gente en pequeños puntos de múltiples colores, escuchando sus gritos a veces tapados por la megafonía del servicio municipal de salvamento.



Todo esta lejos cuando navegas. El mundo real se reduce a tu eslora y manga desde la que ves y oyes otros mundos. Mundos que has dejado por unas horas, tus problemas quedaron allí, tus obligaciones quedaron allí. Es como si el gran cable de datos que une tu vida a la realidad hubiese desconectado y solo quedara tu alma, cuerpo, tu interior sin otra cosa que hacer que marinar el navío y pensar de forma aislada sobre uno mismo, con uno mismo, para uno mismo.

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