miércoles, 15 de agosto de 2007

Nada (2)

.. un golpe de mi propia tos carraspeante me despertó del duermevela en el que me encontraba. Mire hacia el mueble de la librería y el reloj con forma de lancha pesquera marcaba las cinco de la tarde. Habían pasado mas de tres horas, el mediodía ya estaba lejos, sin embargo la luz que simulaba entrar por la ventana era de la misma intensidad, la sensación de continuo atardecer invernal desde el amanecer se mantenía pétrea como las viejas murallas de la ciudad.
Me incorporé sudando, no me iba a duchar, era inútil, ni siquiera el agua fría era fría. Un zumo de esos que no son zumo me bastaría. Desde la ventana el paisaje no había cambiado nada. Era como si el tiempo no avanzase desde la última vez que me asomé. Quizá la frecuencia de las sirenas de ambulancias y policías había decrecido. “ Se habrán vuelto majaras ellos también”, pensé.
No distinguí a nadie deambulando, tan sólo algún coche que pasaba deprisa lanzando el agua que inundaba la calzada contra las aceras desiertas. De pronto un Hyundai coupe azul entro derrapando desde la calle que subía y de otro derrape al frenar se detuvo justo debajo de mi ventana.. Sus “limpias” no paraban de escupir el agua a cada lado sin lograr que pudiera distinguir a los viajeros. La puerta del acompañante se abrió en dos tiempos, como si fuera el conductor el que lo hiciera. Unas piernas, largas como la tarde de un domingo en invierno, se asomaron intentando volver, parecía que forcejeaban aquellas dos personas. Al final el cuerpo cayó sobre aquel océano de lluvia y el coupe aceleró violentamente casi golpeando al ladearse el coche del brutal arranque. La mujer se incorporó sentándose sobre aquel río en que se había convertido la calle. Parecía llorar sobre un vestido negro que ya no aceptaba más líquidos. Podrían atropellarla.
Como siempre, hice lo contrario de lo que me decía mi cerebro y me apresuré a bajar...

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