domingo, 19 de agosto de 2007

Nada (6)

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fue toda una experiencia escucharla, tanto por la historia como por poder mirarla con una excusa que no fuese su belleza mediterránea. Me contó cómo se revolcó en algún despacho de aquella área restringida; cómo aquel conquistador de imponente fachada se trasformó en un instante en conquistador de “impotente pegada”, en cierta manera esperaba que no generalizase. Mientras, continuó contando la forma de enredarse entre tres hombres que pasaron cerca del despacho donde se ocultaba. Hablaban entrecortándose sus respectivos discursos. El inglés de uno era perfectamente atribuible a un yankee, el de los otros dos estaba claro que era traicionado por dos acentos distintos. El uno del mismo Tarifa y el otro, con aquellas “g” tan guturales, la recordaban a sus meses de estudios en El Cairo.
Igual que al gato, la curiosidad la tentó y los siguió por aquellos pasillo prohibidos para los mortales como ella. La discusión hacia que cada momento se parasen y gesticulasen de forma amenazante, sobre todo entre el americano y el árabe. Entraron en una sala a través de una puerta metálica que estaba disimulada como una evacuación de emergencia clausurada. De nuevo el espíritu felino que durante milenios ha pervivido en el interior femenino, quién fuera ese espíritu, dominó a Patricia y suavemente empujó la puerta. Ellos ya no estaban allí, un pasillo en penumbra los ocultaba, pero no a sus voces. Sudando, bastante más y mejor que algunos minutos antes, se acercó al lugar donde se escuchaban aquellas voces. Con mucha lentitud, como el espíritu felino ese que había comentado antes, abrió la puerta y descubrió el pastel aunque no supiera de que estaba hecho. Un montón de pantallas, gente muy nerviosa, la imagen de la Península en la pantalla gigante y un cronómetro en la esquina superior izquierda dando una cuenta atrás en la que pudo leer que quedaban unas 35 horas. ¿Para qué?.

Como por mucho que quieran una gata es una gata y el espíritu felino no debe de ser tan ágil, un ruido la delató. La persecución fue inmediata. Alcanzó la fiesta topándose de bruces con un tal Lorenzo, otro intérprete al que habían invitado y que no paraba de “tirarle los tejos” desde que coincidieron en la base. “¡Esta es la mía!”, pensó mi ya casi musa en aquellos momentos, de un beso en el que había de todo menos pudor se lo llevó hasta aquel coupe. Él, igual que si fuera yo el besado, arrancó sin ver más allá de lo que sentía. La lluvia que les sorprendió al salir del recinto militar cubierto les ayudó a despistar a los soldados de la base. Cuando todo comenzó a tranquilizarse Lorenzo se inclinó para comprobar que el beso anterior había sido cierto. Fue darse cuenta de que había sido utilizado, para dejarla como un regalo de dios enfrente de mi portal.

- Esa es la historia, Aníbal. Un poco increíble como verás.



Lo dijo mientras descruzaba sus piernas ocultas tras mi pijama de cuadros azules y blancos que yo no veía sino que transpasaba con la imaginación. Su mirada con forma de interrogación esperaba algo de mi, tenía que contestarle...

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