sábado, 25 de agosto de 2007

Nada (9)

... marqué el número de teléfono de Rosario, mi única amiga superviviente como tal en mi azarosa vida.
- Hotel Zahara, ¿en que puedo ayudarle?.
- ¿Rosario?, ¿Rosario Maseda?, ¿eres tu?.
- ¡Aníbal!. ¿¡Vives!?. ..
Comenzamos a hablar recordando el pasado, al menos ella supo apreciar las pocas cosas buenas que tenía uno. Era la directora de un pequeño Hotel Rural cerca de Barbate. Íntegra y leal a sus amigos, yo presumía de serlo aunque no la hubiese llamado o visitado en los últimos 14 meses. Ya había pasado más de un año desde que abandonase aquello brazos cálidos y decididos que me zambulleron en medio de Doñana. Rosario, El Cartaginés y yo, los tres entre las marismas de aquel paraíso. El amor se coló por mis venas, quise mas pero ella lo tenía claro y con otro moratón tuve que abandonar aquella tierra prometida. Sabía que seguía contando con sus sentimientos de alguna forma distinta a la habitual, pero contaba. Le confesé mi situación personal y le pedí un favor muy, muy personal que esperaba no me defraudase, aunque si lo negaba lo comprendería con toda normalidad.
- Aníbal, Aníbal... Siempre igual. Si no fuera porque te quiero como yo sólo sé te colgaba aquí mismo. Cuenta con ello, pero no quiero ningún lío con la policía. Te encontrarás con el Cartaginés en Tarifa. En el bar Banus te darán razón de ello. Mucha suerte y si alguna vez pasas por aquí la cama más grande te estará esperando. Te quiero.
Nunca entendí a las mujeres, ¿me quería?, entonces por qué me largó hace mas de un año. Todavía me escocían los moratones en alguno de los ventrículos. En fin, valía la pena disfrutar de ese sentimiento ya que no había otra opción.
La verdad es que era una apuesta arriesgada pero ilusionante; prometía la libertad mas absoluta pues nadie nos esperaba ya, ella era un cadáver y a mí me faltaría poco para eso. Fui a una sucursal de mi banco y saque prácticamente todo el dinero que tenía. Siete mil euros del último despido. Con eso esperaba poder sobrevivir hasta encontrar algo. Debía cambiar mi nombre, ¡que bien! Eso sería como cambiar de vida también. Me llamaría, uhmm... quizá el nombre de algún héroe del cine, no sabía cuál. Al final lo decidí; me llamaría Tárik como el que dio nombre a la isla donde debía encontrarme con El Cartagines, ese que me daría mi nueva vida.
Fui al bar que estaba enfrente de mi casa donde me esperaba Patricia, tenía que contarle mi plan y proponérselo, los dedos me dolían de mantenerlos cruzados, tenía que decirme que sí...

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