sábado, 3 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (110) (Volvemos)


… 4 de octubre de 1732. Mientras en  la Villa y Corte  el futuro Conde de Ribera, don Ginés de La Cuadra, se aprestaba en  acicalar su apariencia  y el cochero mantenía a raya a  sus caballerías  a la vera de su residencia, mas al sur entre  vientos  e incertidumbres Daniel Fueyo mantenía  como le era posible  la moral de sus hombres y las de la pequeña escuadra que trataba de  controlar la situación de sus compatriotas  sitiados en la  fortaleza de Mazalquivir y tras la murallas de Orán. Con prudencia, pero sin permitir el descanso un solo día  mantenía  el acoso  aunque al menos fuera con una salva de pólvora y metralla que en nada  dañaba a los  insolentes sarracenos del bey de Argel, pero que  repartía   más cuentas en el rosario de oraciones de los hombres sitiados. Los bastimentos  procedentes de Alicante ayudaron a mantener  las acciones y el solo  sentimiento de saber  que en  España  conocían  la posición  tanto de ellos como exigua fuerza naval, como la de las tropas en tierra les permitía  albergar el ánimo para seguir.


En la  península  todo estaba en marcha, Don Blas ya estaba trabajando desde el departamento de Cádiz y una escuadra en condiciones  en puro  apresto de emergencia ya  tomaba forma.  En pocos días zarparía hacia Alicante para acometer la rotura del bloqueo y   la liberación de sus compatriotas. El teniente Cefontes  se desdoblaba  en su  sentir hacia el norte de su posición por saber de  lo que  añoraba y le desangraba  a  casi 100 leguas en aquella enfilación y  el  ansía por dar soporte y apoyo a su compañero y amigo  pocas millas más al sur. Pero vayamos al norte donde Ginés de La Cuadra ya  se aproximaba a la mansión de los condes de  Monleón con la misiva que prometió cumplir al teniente en la entrega a la condesa.

El recibimiento tal y como fue  nada tiene que  decir, la frialdad propia de gentes de su propia clase en la que las apariencias lo son todo bajo la coraza de una piel  cuidada y blindada por siglos de poder y dominio de la situación. Un breve recorrido por las recargadas estancias del brillo dorado  seguramente ganado generaciones atrás por los justos servicios a  monarcas que bien   combatieron por su reino, pero que los que lo disfrutaban  en aquellos momentos no se diferenciaban en mínimo ápice de los arribistas de cualquier tiempo y lugar. Al final de aquél  trayecto una puerta de doble hoja  dio paso a un bello jardín que  devolvía la luz sin oros ni candelas titilantes sobre tan noble metal. La condesa, tras la retirada de aquella especie de camarlengo en funciones de escolta se abalanzó de manera contenida sobre el brazo del “insigne” marino en tierra.

-          Sea usted bienvenido a  nuestra casa Teniente de La Cuadra. Por favor, tome asiento mientras  nos  sirven un pequeño refrigerio que calme  un poco  el calor que me produce vuestra presencia  en mis recuerdos.

La condesa parecía haber perdido  sus estribos de nobleza yendo directamente al grano de lo que le carcomía   sin piedad las entrañas.

-          No habéis de preocuparos por mi señor marido, pues está en  palacio al frente de su guardia.

En el tono no supo  Ginés de La Cuadra distinguir si  cruzaba el desdén con el desprecio o se quedaba simplemente en la neutralidad de quien no  hace más que  informar de algo sin relación con ella. Continuó

-          Os he hecho venir hasta aquí, algo que os agradezco  de corazón porque deseo saber del Teniente Cefontes. Es para mí alguien  importante por los lazos que le unió   con mi familia desde que  nos trasladó desde Cartagena hasta Cádiz a bordo del  "Santa Rosa" y el posterior reencuentro en El Ferrol tras una singladura terrible desde La Habana.

Los nervios delataban  su presencia sin temor a  nada en su mirada, las manos, delicadas, en su tensión serían capaces de  fundir una bala de cañón de 36 libras sin esfuerzo.

-          Permitidme agradecer volver a poder veros en vuestra propia casa, estoy seguro que pocas personas  habrán tenido semejante privilegio mi señora. Con vuestro permiso y  con la libertad  que me habéis concedido para expresarme os diré que el comandante de la “Santa Olaya”  se encuentra en perfecto estado  en el puerto de Alicante a la espera de la escuadra que habrá de  acudir en auxilio de nuestros compatriotas sitiados en Orán y  de la pequeña escuadra  al mando del capitán de fragata  Don Daniel Fueyo allí  apostados. Deciros que sabe de vuestra nueva situación como esposa de Don Ramiro  de Marchena y como tal os respeta, aunque no por ello renuncia a sus sentimientos hacia vos por los que  todo lo que no sea mar y guerra ha abandonado. Mi condición de caballero no me permite hablar en este  tono a una dama de  vuestra posición, por lo que os ruego toméis esta carta de Don Segisfredo Cefontes en la que todo os dirá y dejadme pediros una respuesta  a esta que prometí entregar ya sea en mano o de palabra a mi comandante. Por ello os  dejo  con  su misiva y quedo en mi residencia a la espera de ello. A vuestro servicio, condesa.

Con la reverencia debida el teniente De la Cuadra se retiró casi en  puro sigilo, pues ni siquiera el estirado camarlengo de la entrada fue avisado, tal era el ansia de Maria Jesús de Mendoza por saber de su corazón hasta ese momento perdido.

“Mi amada Mª Jesús:

Creí que nunca podría  dirigirme a ti, que todo se había acabado, que entre tus ojos y mis manos ya no existiría la posibilidad de saberse leído, de sentir que podría decir lo que siente este galeote de tu corazón.  No puedo olvidar el pálpito de tu corazón   en mi sien a bordo del “Santa Rosa”, la luz que tus ojos me deslumbraron en aquella escondida casa  a la vera de la ria de El Ferrol, de tus palabras, incluso las que me despidieron. Tu crudeza y frialdad en  decirme que todo había acabado me  dejaron yerma el alma para soñar pero nunca acabaron con  este corazón que sigue  tras el viento de tu ser. No me importa lo que ahora eres, me importa lo que sientes y se lo que sientes por este humilde teniente que todo lo que te podrá dar será siempre un bordada por avante hacia el horizonte aunque sea contra el viento de la realidad.

Todo lo tendrás como verdadera Condesa  a la vera de su majestad, yo te ofrezco la huida, el aturdimiento que significa romper de un golpe con las olas de una mar necia que siempre trata de  golpear por la amura de la razón. Estos tiempos de zozobra  acabarán, liberaremos Orán y  tras ello pediré mi traslado al mar del Sur a la escuadra Virreinal del Perú. Allí nadie nos hará preguntas y la vida será  como los vientos, abierta y libre para los dos. Solo has de  decirlo, solo has de darme un sí. Lo demás te garantizo que será tan sencillo como llevar una fragata a un largo.
Mi sueño, mi luz, mi destino  en ti quedo, por ti espero

A ti, que me das vida y me la puedes quitar,
tú, a quien más deseo y amo.
Tuya soledad ya hecha mía tras horas de fuertes vientos y grandes olas,
dolor solo apaciguado por el miedo,
por el rugir de las olas ya moribundas lanzando un último grito contra las rocas.
Por el viento, por el frío viento
frío viento Gregal que quema mis rostro y alegra mis ojos,
grises, turbios, ocultos por una lágrima que solo el azul del cielo hace brillar.
Mar mía, mar tan grande y sola, soledad compartida, soledad que es ya mi vida,
búsqueda imposible de algo, deseo infinito de todo.
No me dejes mi mar, sigue compartiendo conmigo
Mi soledad…
A ti, mi mar, a ti, mi viento, mi sol, mi azul cielo, Por ti, Mª Jesús.
A ti, mi Vida.
                                                           Teniente Segisfredo Cefontes
                                                           Bergantín Santa Olaya
                                                           25 de septiembre de 1732”…




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