lunes, 19 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (116)


…Trascurrieron los tres días  en febril actividad a bordo de la “Minerva”. Materiales  que  manaban sin limitación  por orden del Almirante desde los buques de aprovisionamiento dieron al palo de mesana una nueva vestimenta  para su jarcia firme tan dañada tras el combate. Los estays de  mesana y sobremesana que lo afirmaban al palo mayor y las burdas de perico que mas parecían suspiros  del hilo divino  con que tejer nubes fueron   renovados, por su opuesta a proa la jarcia del botalón de foque  bien aferrada y nueva  dejó asegurada  aquella parte también dañada;  del velamen se recuperó la lona que  con seguridad se  podría contar para  aferrar y engolfar  el soplo de  los eternos monarcas  de los vientos reales. Aún así   se ganaron como lona de respeto gavia y velacho bajo  y un juego de petifoque, foque y contrafoque que   se ofrecieron y  sin dudar se aceptaron  por el maestro velero. Pintura, carpintería y  demás oficios devolvieron a la “Minerva” su orgulloso  aspecto, el de quien se ofrece como verdadero  lebrel de los mares. Nave donde cualquier marino desea verter sus miedos sobre olas  y vientos hasta derrotar horizonte y tras  su victoria, largar el ferro  vestido con la arrogancia de la juventud derramada por sus líneas puras de mar  como  el puro placer de sentirse parte del Todo.

El atardecer del cuatro de febrero de 1733 vio doblar el cabo de Agujas la corbeta “Santa Olaya”  tras tres singladuras  de  búsqueda. La reunión en  el navío “Princesa”  fue convocada  dos horas después donde,  además del Capitán Fueyo y el Teniente Cefontes, acudió el capitán de infantería Manuel Torralba con el que conformarían el quinteto  junto a Don Blas de Lezo. Las informaciones tanto  del Teniente Cefontes con lo que pudo avistar sin correr riesgos, como de los informadores  que  desde tiempo atrás ya contaba la corona a sueldo entre los propios  hombres del bey fueron coincidentes.

-          Bien, caballeros, al parecer  ese navío donde se guarda el Bey parece  abrigarse   sobre la fortaleza de Mostagán.  Creo que no hacen falta más  argumentos para  alistar las tres naves y poner proa hacia  ese lugar al este del cabo de Agujas.
-           Con el debido respeto, almirante. No es una fortaleza, sino dos, están bien armadas y si le sumamos los treinta cañones de la banda  con que se defienda desde el navío  el ataque no será una acción sencilla. Además nuestras fuerzas de tierra   habrían de recorrer más de  11 leguas en territorio hostil y  no llegaríamos a tiempo y en forma  prudente para dar una carga que   debilitase  el flanco de la mar en vuestra ayuda. Lo siento Almirante, creo que  la Real Armada deberá  combatir en solitario por ese trofeo. Créame que lo lamento…
-          ¡Don Manuel! Nada se acaba por saber tal cosa, que en nuestra España de las acciones navales de su propia armada tampoco se sabe, mas  eso no es  menester para que  nos batamos a sangre y fuego por  nuestro reino y nuestro rey. Mantened a raya al moro y si es posible ganad leguas al este mientras nosotros nos hacemos con el  navío, con el Bey y  con lo que guarde entre sus cuadernas. Caballeros, al alba   sobre el cabo de Agujas. Vos, teniente, abriréis   la estela al capitán Fueyo y a mi “Princesa”.  Una vez a su barlovento   plantearemos  el ataque. ¡Por  el Rey, por España y por la Real Armada!

Aquél brindis cerró la reunión. No hubo ágape  y todo el mundo  retornó a sus puestos con las órdenes claras. La mañana del 4 de febrero  la caza  daría comienzo sobre el orgullo del bey de Argel, y sobre él mismo si es que aún se encontrase allí...



-          ¡Arriba y clara!

Con aquella voz dada con  rotundidad  desde la proa, la “Minerva” aferraba  aparejo y velamen para  cazar el viento al rumbo marcado por la “Santa Olaya”,  mientras a popa de su estela los 70 cañones del “Princesa” poco a poco ganaban velocidad con el aplomo de alguien que se sabe grande y por ello  de mayor enjundia en el viento a cazar. La pequeña escuadra en permanente zafarrancho de combate dobló el Cabo de Agujas donde la bahía se abría en carnes  dejando a  unas 25 millas  la  ciudad fortificada de Mostagán en puro rumbo este.  El viento  del nordeste, puro gregal cargado de agua no dejaba a las claras más que una opción.

-          ¡Capitán, orden de la capitana!

  Las señales  no admitían duda, navegar de bolina  frente al gregal cargado de agua para ganar barlovento frente a las dos fortalezas  para llevar algo de ventaja frente a sus cañones  sobre tierra firme.

-          ¡Timonel, dos cuartas a babor!  ¡Proa con  la “Santa Olaya”! ¡Pegados a su culo, por las barbas del  bey  antes de que  se las arranquemos! ¡La mitad del aguardiente a bordo por sacarle un cable a esa corbeta!

Entre la lluvia que los ocultaba de las fortalezas, aprovechaba el capitán Fueyo para  dar  rienda suelta a las ganas de  sentir el vigor de la unión sin sangre de por medio y qué mejor acicate y  solución para tal cosa que competir con  un  propio como la  “Santa Olaya”. Nave ligera más que su fragata, pero con menos trapo con el que atrapar fuerza divina en forma de viento. Desde la corbeta no faltó un segundo en el que se diera orden de largar trapo en cuanto la proa de la “Minerva” comenzaba a hocicar por  ajustarse al viento en pura ceñida cargando masteleros y mastelerillos donde los hubiera  por poner. Dos rectas de espuma hirviente  parecían querer ascender  de la propia mar tras dejar que  sendos  codastes como cuchillos a popa las  trazaran. La mar en  pequeñas flechas vestidas de rociones se clavaban sobre las pieles de  ambas tripulaciones por tratar de detenerlos en su afán de ganar  una proa contra la del  otro. La serenidad y limpieza de la fragata que parecía decidida a cortar el océano en dos mitades contrastaba con la  corbeta que como cabra de mar salvaje  saltaba sobre cada ola    para  enfundarse de mar hasta volver a despejar su cubierta  vomitando  mares en sus  disimulados imbornales. Desde el ”Princesa” una sonrisa  se dibujaba    en el rostro de Don Blas, mientras su único ojo taladraba la inesperada regata a través de su largomira.

Ambas naves  como si del mismo  poder se sostuvieran mantenían sus bordas  estribor babor respectivamente casi  unidas entre golpes de espuma que   refrescaban los rostros de sus servidores a ratos aferrados a  los aparejos a ratos mirando con vehemencia y cargando los gestos entre obscenos y retadores sobre los de la nave contraria. La “Santa Olaya” luchaba con su levedad volando casi sobre la ola de corto recorrido tratando de  ganar un nudo sobre la serena fragata, pero la verdad  como siempre se  impuso sobre la ilusión y el  mayor  trapo sobre  la “Minerva” dio las alas suficientes para ganar el cable que diera la victoria al tener por el través de la  aldea de Besri. Bien seguro se veía que  ya no quedaría aguardiente  en la Minerva, pues  con la euforia estaba claro que la otra mitad sería para quemar el navío del Bey. Varias horas más tarde  el navío del Almirante   se puso en facha frente a  ellos. No hubo tiempo a  preparar consejo,  ni siquiera a establecer una táctica pues las señales desde la capitana lo dejaban claro.  Bajo la protección de fuego del “Princesa” sobre las dos fortalezas las dos  naves menores   darían el golpe de gracia sobre el  navío argelino. 


Serenas, en este caso con  el gregal sobre  la aleta de estribor y el barlovento dando su pequeña ventaja sobre aquellos  dos “navíos en tierra”  y la sorpresa apoyada en el gregal cargado de nubes y lluvia como arma que bloquease   junto a la primera andanada  la victoria parecía acariciar la tensión de sus corazones…


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