sábado, 10 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (113)



…Libre de garfios de abordaje, libre de enemigos, con sólo su sangre  entremezclada en la arena esparcida en cubierta durante el zafarrancho convertida fango y ahora vertida por los imbornales  gracias al  baldeo ordenado por el nostromo, la “Minerva” ganaba  espacio hacia el norte de pura vuelta encontrada con la escuadra  hispana. Esta, con el navío Princesa abriendo la cuña de fuerza  junto al navío “León” les dio paso con  el saludo de toda la dotación en zafarrancho.  Un saludo desde la fragata nunca más deseado en forma de gritos  fue la andanada humana que se disparó sobre el a su lado enorme navío de dos puentes “Princesa”. El almirante con gesto  sereno se aproximó a la balaustrada  en el coronamiento popa por estribor para saludar más abajo a Daniel Fueyo. Este, con  el debido protocolo le devolvió el saludo a duras penas contenido por tantos días de sufrimiento y  fanática tenacidad.


-          ¡Manténgase atento a mi señal para  subir a bordo, Capitán! ¡Por ahora vaya a  la zona del convoy de suministro más al norte y trate de recuperar  a sus hombres con un buen aguardiente, corre de mi cuenta!
-          ¡A la orden, mi comandante!

La escuadra  posicionó sus  unidades  sobre la bahía a vista de los sitiados. Mientras, los argelinos trataban de  reaccionar frente a semejante fuerza naval. Las tropas de tierra no podrían embarcar en las galeras y tan solo tendrían que huir o defenderse del ataque inminente Mientras, el navío del bey que estaba aprestado y listo para  zarpar, pues  la posibilidad de caza de una fragata española horas antes había movilizado a sus hombres,   comenzó a largar trapo y ganar en velocidad con rumbo este nordeste. Con él, las tres galeras que se mantenían  operativas al máximo  comenzaron a darle escolta en  la huida. Dos navíos  enfilaron  su demora para cortar su proa antes de que el navío lograse librar la punta de tierra más este conocida como el Cabo de Agujas y  ganase refugio  entre los traicioneros bajíos resguardados de la costa berberisca, donde se haría casi imposible sacarlo en mucho tiempo gracias a ser terreno controlado por ellos en aquellos momentos. Son estos piratas ágiles en jabeques y  galeras que no en navíos de gran porte y la caza parecía estar servida, pero no contaban los nuestros con las tres galeras y  quienes las  tripulaban. Con la pericia propia de siglos al  furtivo negocio de la piratería en el que la agilidad, la rapidez  sobre enemigos más poderosos los avalaban,  lograron hacer  que los dos navíos perdieran su marcha por  tener que combatirlas antes de  dar alcance a la presa mayor.   Con el sacrificio de las únicas galeras que  aun podrían hacer frente a la flota de Lezo el bey lograba doblar el Cabo de Agujas y librar mar abierto para ganar costas  propias donde defenderse. Los dos navíos regresaron al cerco sobre Orán con sus tres triunfos “menores” y la segura reprobación del almirante por caer en truco tan obvio.

El cerco  quedó blindado   sin solución  posible para las tropas del Bey quienes, mas tarde o más temprano, sabían que  las bocas de la escuadra apostada los barrerían para ser pasto mas tarde de la furia  contenida en los sitiados con ganas de revancha.  Mas al norte a menos de dos millas  el convoy con tropas y bastimentos aguardaba la orden de desembarco. En ese cúmulo algo heterogéneo de  naves de carga se encontraba la corbeta “Santa Olaya” como escolta de protección mientras el grueso de  los buques armados mantenían el cerco sobre la costa.   Todas la nave se encontrabas puestas en facha  a la vista de  cualquier aviso desde la capitana para tomar rumbo determinado. Así se encontraba la “Santa Olaya” mas al norte que las demás embarcaciones cuando tras la popa de una vieja pero enorme carraca apareció la figura fina, perfecta de la Fragata “Minerva”, como  la de una mujer en finos trazos que suavemente se aparece sin siquiera  parecer hacerlo a los ojos de quien  la desea.

-          ¡Capitán! ¡A dos cuartas de proa por babor! ¡La “Minerva”!

El teniente Cefontes  como el rayo sin esperar trueno que lo  hunda confirmó  con su largomira la nave del amigo.  Y sin más  gritó y grito con su sombrero  agitado al viento hasta que  toda su tripulación comenzó a hacer lo mismo. Desde la “Minerva” la respuesta fue una corta virada hacia su posición hasta como los demás ponerse en facha.  Fue el capitán del “Santa Olaya” quien arrió su esquife y a boga de ariete solicitó permiso para subir a bordo. Abrazos y lágrimas después de tanto tiempo  en el que la desesperación de unos por tener que aguardar  al abrigo de la costas españolas y de los otros por no saber de la ayuda que tan cercana parecía estar y tan cara se hacía de ver, casi llega a  separarlos para siempre.

-          ¡Mi capitán! Estáis más delgado y  ya me superáis en cicatrices.
-          ¡Pues a vos se os  está dibujando una curva que no es propia de  temerario  corsario al servicio de su majestad! ¡Ja, ja! ¡Vamos a mi cámara, teniente! ¡Creo que queda entre tanto desorden algo de orujo  que dejo vuestro teniente De La Cuadra!  ¡Pero antes necesitamos  que alguno de esos mercantes cargados  nos pasen algo de sus ricas mercancías y sobre todo un  cirujano  con menos miedo a los filos  y su corte que el  llevamos a  bordo nos eche una mano, que  aun tenemos  hombres maltrechos!
-          ¡Eso está hecho, Capitán! ¡Martínez avise al  teniente Cienfuegos que se ocupe de tener aquí a nuestro cirujano! ¡Y que  trasladen  comida y vino fresco para nuestros compañeros recuperados!
-          ¡A la orden, Capitán!

Todo volvía a la calma de  lo establecido, mientras se hacía lo humanamente posible por  los últimos tres heridos que quedaban  sobre  las mesas de la cocina de la “Minerva” y los demás disfrutaban de sus primeros tragos de vino sin aguar y fresco, Segisfredo y Daniel se  ponían al día, el uno de sus escaramuzas y jugadas contra el destino que  tenaz siempre acaba por llegar y el otro sus tragos en calma pero con la turbonada en el centro de su corazón.

-          Daniel, creo haber aprendido que no hay nada más fiable que el propio instinto al que dejamos abandonado por la razón unos y otros como yo por el corazón. Es el  mismo instinto que  cuando hueles la tormenta o sientes la inminente vista de tierra el que  debe uno de seguir y mi instinto me dice que entre mujer y ancla  todo  es igual desde las uñas  hasta el arganeo al que  largamos sin pensar el cabo de nuestra nave para sin saberlo fondearla sin derecho a garrear siquiera un poco. ¡Mar por avante y guerra al inglés compañero!
-          De acuerdo en lo último, aunque no  del todo en esa comparación que me cuesta rebatir de alguna forma clara,  estoy seguro que alguna  surgirá  sin arganeo que decida reposar sobre la cubierta sin más. Pero dejemos este tema que no  es hoy  día de ponernos tristes…

Un marinero aporreó la  puerta

-          Capitán, señales de la capitana. El almirante os reclama.
-        Conteste que  parto sin demora. Vos mi Teniente Cefontes podéis continuar abarloado a mi botella  aunque no os durmáis sobre mi camastro no os tenga que  condenar a unos latigazos al cañón.

Navio Princesa en duro combate contra tres navíos britanos (1740)


Con la felicidad de la  serenidad recobrada, las pocas pérdidas humanas sufridas y su fragata de la que soñaba lograr el mando definitivo de boca de su admirado Blas de Lezo partió de pie orgullosos sobre la popa  de su lanchón mientras los seis hombres al remo lo trasportaban a bordo del “Princesa”. Aun quedaba liberar la plaza y seguramente tomarse algún desquite de los sarracenos…


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