…Libre de garfios de abordaje, libre de enemigos, con sólo su sangre entremezclada en la arena esparcida en cubierta durante el zafarrancho convertida fango y ahora vertida por los imbornales gracias al baldeo ordenado por el nostromo, la “Minerva” ganaba espacio hacia el norte de pura vuelta encontrada con la escuadra hispana. Esta, con el navío Princesa abriendo la cuña de fuerza junto al navío “León” les dio paso con el saludo de toda la dotación en zafarrancho. Un saludo desde la fragata nunca más deseado en forma de gritos fue la andanada humana que se disparó sobre el a su lado enorme navío de dos puentes “Princesa”. El almirante con gesto sereno se aproximó a la balaustrada en el coronamiento popa por estribor para saludar más abajo a Daniel Fueyo. Este, con el debido protocolo le devolvió el saludo a duras penas contenido por tantos días de sufrimiento y fanática tenacidad.
- ¡Manténgase atento a mi señal para subir a bordo, Capitán! ¡Por ahora vaya a la zona del convoy de suministro más al norte y trate de recuperar a sus hombres con un buen aguardiente, corre de mi cuenta!
- ¡A la orden, mi comandante!
La escuadra posicionó sus unidades sobre la bahía a vista de los sitiados. Mientras, los argelinos trataban de reaccionar frente a semejante fuerza naval. Las tropas de tierra no podrían embarcar en las galeras y tan solo tendrían que huir o defenderse del ataque inminente Mientras, el navío del bey que estaba aprestado y listo para zarpar, pues la posibilidad de caza de una fragata española horas antes había movilizado a sus hombres, comenzó a largar trapo y ganar en velocidad con rumbo este nordeste. Con él, las tres galeras que se mantenían operativas al máximo comenzaron a darle escolta en la huida. Dos navíos enfilaron su demora para cortar su proa antes de que el navío lograse librar la punta de tierra más este conocida como el Cabo de Agujas y ganase refugio entre los traicioneros bajíos resguardados de la costa berberisca, donde se haría casi imposible sacarlo en mucho tiempo gracias a ser terreno controlado por ellos en aquellos momentos. Son estos piratas ágiles en jabeques y galeras que no en navíos de gran porte y la caza parecía estar servida, pero no contaban los nuestros con las tres galeras y quienes las tripulaban. Con la pericia propia de siglos al furtivo negocio de la piratería en el que la agilidad, la rapidez sobre enemigos más poderosos los avalaban, lograron hacer que los dos navíos perdieran su marcha por tener que combatirlas antes de dar alcance a la presa mayor. Con el sacrificio de las únicas galeras que aun podrían hacer frente a la flota de Lezo el bey lograba doblar el Cabo de Agujas y librar mar abierto para ganar costas propias donde defenderse. Los dos navíos regresaron al cerco sobre Orán con sus tres triunfos “menores” y la segura reprobación del almirante por caer en truco tan obvio.
El cerco quedó blindado sin solución posible para las tropas del Bey quienes, mas tarde o más temprano, sabían que las bocas de la escuadra apostada los barrerían para ser pasto mas tarde de la furia contenida en los sitiados con ganas de revancha. Mas al norte a menos de dos millas el convoy con tropas y bastimentos aguardaba la orden de desembarco. En ese cúmulo algo heterogéneo de naves de carga se encontraba la corbeta “Santa Olaya” como escolta de protección mientras el grueso de los buques armados mantenían el cerco sobre la costa. Todas la nave se encontrabas puestas en facha a la vista de cualquier aviso desde la capitana para tomar rumbo determinado. Así se encontraba la “Santa Olaya” mas al norte que las demás embarcaciones cuando tras la popa de una vieja pero enorme carraca apareció la figura fina, perfecta de la Fragata “Minerva”, como la de una mujer en finos trazos que suavemente se aparece sin siquiera parecer hacerlo a los ojos de quien la desea.
- ¡Capitán! ¡A dos cuartas de proa por babor! ¡La “Minerva”!
El teniente Cefontes como el rayo sin esperar trueno que lo hunda confirmó con su largomira la nave del amigo. Y sin más gritó y grito con su sombrero agitado al viento hasta que toda su tripulación comenzó a hacer lo mismo. Desde la “Minerva” la respuesta fue una corta virada hacia su posición hasta como los demás ponerse en facha. Fue el capitán del “Santa Olaya” quien arrió su esquife y a boga de ariete solicitó permiso para subir a bordo. Abrazos y lágrimas después de tanto tiempo en el que la desesperación de unos por tener que aguardar al abrigo de la costas españolas y de los otros por no saber de la ayuda que tan cercana parecía estar y tan cara se hacía de ver, casi llega a separarlos para siempre.
- ¡Mi capitán! Estáis más delgado y ya me superáis en cicatrices.
- ¡Pues a vos se os está dibujando una curva que no es propia de temerario corsario al servicio de su majestad! ¡Ja, ja! ¡Vamos a mi cámara, teniente! ¡Creo que queda entre tanto desorden algo de orujo que dejo vuestro teniente De La Cuadra! ¡Pero antes necesitamos que alguno de esos mercantes cargados nos pasen algo de sus ricas mercancías y sobre todo un cirujano con menos miedo a los filos y su corte que el llevamos a bordo nos eche una mano, que aun tenemos hombres maltrechos!
- ¡Eso está hecho, Capitán! ¡Martínez avise al teniente Cienfuegos que se ocupe de tener aquí a nuestro cirujano! ¡Y que trasladen comida y vino fresco para nuestros compañeros recuperados!
- ¡A la orden, Capitán!
Todo volvía a la calma de lo establecido, mientras se hacía lo humanamente posible por los últimos tres heridos que quedaban sobre las mesas de la cocina de la “Minerva” y los demás disfrutaban de sus primeros tragos de vino sin aguar y fresco, Segisfredo y Daniel se ponían al día, el uno de sus escaramuzas y jugadas contra el destino que tenaz siempre acaba por llegar y el otro sus tragos en calma pero con la turbonada en el centro de su corazón.
- Daniel, creo haber aprendido que no hay nada más fiable que el propio instinto al que dejamos abandonado por la razón unos y otros como yo por el corazón. Es el mismo instinto que cuando hueles la tormenta o sientes la inminente vista de tierra el que debe uno de seguir y mi instinto me dice que entre mujer y ancla todo es igual desde las uñas hasta el arganeo al que largamos sin pensar el cabo de nuestra nave para sin saberlo fondearla sin derecho a garrear siquiera un poco. ¡Mar por avante y guerra al inglés compañero!
- De acuerdo en lo último, aunque no del todo en esa comparación que me cuesta rebatir de alguna forma clara, estoy seguro que alguna surgirá sin arganeo que decida reposar sobre la cubierta sin más. Pero dejemos este tema que no es hoy día de ponernos tristes…
Un marinero aporreó la puerta
- Capitán, señales de la capitana. El almirante os reclama.
- Conteste que parto sin demora. Vos mi Teniente Cefontes podéis continuar abarloado a mi botella aunque no os durmáis sobre mi camastro no os tenga que condenar a unos latigazos al cañón.
Navio Princesa en duro combate contra tres navíos britanos (1740) |
Con la felicidad de la serenidad recobrada, las pocas pérdidas humanas sufridas y su fragata de la que soñaba lograr el mando definitivo de boca de su admirado Blas de Lezo partió de pie orgullosos sobre la popa de su lanchón mientras los seis hombres al remo lo trasportaban a bordo del “Princesa”. Aun quedaba liberar la plaza y seguramente tomarse algún desquite de los sarracenos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario