…Vítores, y celebraciones que fueron cortas por deseo del almirante pues deseaba regresar a España con la mayor premura posible. Consideraba de urgencia dar cuenta de lo ocurrido y de lo que tras descubrir en confesión de uno de los capitanes del Bey entre los prisioneros se hacía imprescindible plantear a sus superiores. El navío del bey realmente no había huido sino que había embarcado más al este en sus bodegas una compañía de soldados turcos y diversos pertrechos que debían apoyar al ejército retirado algunas leguas al este de Orán. Además se planeaba desde Constantinopla, permítanme llamar así a lo que los turcos ya desean que se conozca como Estambul, Dios nuestro señor no lo permita, el envío de socorros. Por lo que se planteaba como acción clara el control del paso por el canal de Sicilia, 80 millas entre la isla de su mismo nombre y el Cabo Bon al norte de la extinta Cartago. Quizá fuese una falsa confesión por parte de aquel capitán turco, pero debía preverse un control del paso en ese canal, pues si como parecía la Sublime Puerta estaba decidida a retomar sus deseos de apropiarse esa parte de mar cristiano eran los nuestros lo que debían volver a frenarlo como siglo y medio atrás.
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Puerto de Barcelona S. XVIII |
Tras las cortas celebraciones la escuadra de Don Blas de Lezo partió con destino a Barcelona en la que el 15 de febrero de 1733 entraba victorioso la orgullosa escuadra. No permitió desembarcos de marinería con la orden de mantener a todas las dotaciones a bordo de sus respectivos navíos. Tal situación después de lo vivido a bordo además de lo sufrido en combate por las dotaciones lleva a mantener la guardia con muerte al que trate de desembarcar con el cargo de deserción escrito en la soga que lo cuelgue de la verga del trinquete. Blas de Lezo no quería que se volviera a producir un contragolpe que desbaratase todo lo recuperado y en un primer paso reforzado. Por ello envió sus informes a la espera de una respuesta de urgencia. Respuesta que no tardó en regresar con los deseos de Don Blas cubiertos hasta la galleta. Embarcaría cuatro batallones mas para el castillo de Mazalquivir y bajo su responsabilidad establecería el control y vigilancia entre las costas de Berbería y las cristianas de Sicilia hasta donde su capacidad y la de sus naves permitiesen.
No alcanzó el mes de marzo cuando su escuadra desembarcaba los batallones como se le había encomendado y organizaba las patrullas sobre el Canal de Sicilia en el que él mismo decide participar. No eran estas costas favorables a las armas españolas. Al sur la influencia del turco era patente, aunque su fuerza no pasaba sobre la mar de ser testimonial ante la potencia de las naves de nuestro pabellón, al norte tras la guerra civil ya pasada por el Reino y su sucesión se habían perdido estos territorios a favor del imperio austriaco. Esto significaba que no serían bienvenidos sus barcos en caso de necesidades por reparaciones o aprovisionamiento, algo que su majestad católica por la mano del Duque de Toscana, Don Carlos, y futuro Rey de España con la venia de su padre solucionaría un año después devolviendo el Reino de Nápoles y Sicilia a la protección hispana.
Dos meses mantuvo su escuadra vigilado el canal interceptando pequeñas embarcaciones que nunca representaban la amenaza que aquél capitán del batallón turco había confesado. La situación debido a la falta de apoyo logístico comenzó a deteriorarse por la descomposición de los víveres y el agua. Esta situación provocó lo más temido a bordo de un barco después de un incendio que no es otra cosa que el brote de una epidemia. En este caso la epidemia era de tifus que poco a poco al principio, pero con virulencia en pocos días comenzó a afectar a las dotaciones sin respeto por quien caía. Así cuando el número de víctimas ya rondaba la quinta centena se vio obligado Don Blas de Lezo a recalar forzado en la Isla de Cerdeña donde podría contar con seguro apoyo, pues su rey Victor Amadeo en estado de agonía y pronto encuentro con el Creador permitía en aquellos momentos la neutralidad con España, algo que era de interés para su política de supervivencia en un pequeño reino rodeado por Franceses, Españoles y Austriacos con ansias de expansión.
Con víveres y medicinas recién embarcadas zarpó la escuadra de control de Don Blas hacía España. Él mismo había contraído como la denominaban en ese momento las “calenturas atabardilladas”. El 23 de marzo de 1733 la escuadra del almirante arribó al puerto de Málaga donde desembarcaron los enfermos mas graves entre los que he de nombrar a Don Jorge Juan y Santacilia, entonces guardiamarina y que tantos logros científicos y beneficios para los avances en la construcción naval y la Real Armada en su generalidad aportó. El eterno destino es quien marca la derrota de la historia y sus actores, ¿quién sabe si dos días de encalmadas hubieran llevado a la muerte a este insigne personaje? Solo lo sabe ese destino tan caprichoso desde nuestra visión, pero que tan claro debe tener sus determinaciones desde su castillo inexpugnable.
Con Blas de Lezo gravemente enfermo largó el ferro su escuadra tras más de dos meses de control y bloqueo del Canal de Sicilia con la certeza casi total de no haber ninguna expedición ni partida de socorro desde el imperio turco para el Bey de Argel. Había cumplido con su deber junto con sus hombres entre los que se encontraban los comandantes de la corbeta “Santa Olaya” y la Fragata “Minerva”. Como siempre que algo grande e intenso termina, algo en el que se ha tratado de darlo todo por lo que uno cree que debe hacerlo queda después el espacio vacío hasta la recuperación de la rutina cegadora que se deberá mantener a raya o acabará por devorar lo vivido y la capacidad de repetirlo.
Antes de que trasladaran a Don Blas al Hospital Real convocó a Daniel Fueyo a su cámara. Pocas horas después y tras despachar órdenes e informes para la capitanía del departamento a su secretario dio paso al Capitán Fueyo.
- Pase, pase capitán. No se asuste por mi aspecto y espero que tampoco le incomode su presencia delante de un moribundo.
- Con el debido respeto no considero a vuestra excelencia moribundo y estoy seguro que sabe que puede contar conmigo para el cometido que sea menester en cada situación…
Don Blas, sonrió levemente en su maltrago de salud mientras ganaba fuerzas para continuar su conversación.
- Bien, bien, Daniel, dejémonos de nuevo de ceremonias. Te escogí hace ya casi un año para que me ayudases en la preparación de la escuadra que atacaría Orán. Has cumplido con creces tu cometido. Tienes tu ascenso como capitán de fragata en pocas semanas confirmado y estoy seguro que me superarás en el tiempo en valía. Pero la vida es retorcida y sabes a la perfección que la fragata que comandas solo estaba asignada por sustitución del capitán Don Ricardo de La Hoz y este la reclamará, que pocas naves son las que dispone la Real Armada de momento para tantos deseos de hacerse a la mar. Por ello te propongo que en tanto mi salud se haga con el control de las malditas calenturas estas te tomes un descanso merecido y permanezcas a la espera de mi llamada que te prometo que será más pronto de lo que sospechas y más pronto que tarde tendremos una cubierta donde marcar el rumbo sobre el viento caprichoso que sople para llevar los deseos de nuestro rey donde este nos lo mande.
No era necesaria mas propuesta. Daniel Fueyo tenía clara su lealtad a quien le parecía un verdadero soldado, marino y con quien batirse el cobre sin casi platearse la razón.
- Siempre a su servicio, mi comandante. Cuente conmigo sin dudar.
- Gracias, capitán. Me agrada contar con vos y con la divina Providencia que tenga a bien sacarme estos malos humores. ¡Suerte!
La carroza preparada para el Almirante esperaba en el muelle rodeada de la escolta a caballo que lo conduciría al Hospital Real. Con el orgullo del reconocimiento y la esperanza por verlo golpear su pata de palo de nuevo en cubierta Daniel Fueyo retornó a la que en breve dejaría de ser su fragata…
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Estandarte del Teniente General Don Blas de Lezo y Olavarrieta |
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