viernes, 23 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (118)


…Vítores, y celebraciones que  fueron  cortas por deseo del almirante pues deseaba  regresar a España con la mayor premura posible. Consideraba de urgencia  dar cuenta de lo ocurrido y de lo que tras  descubrir en confesión de uno de los capitanes del Bey entre los prisioneros  se hacía imprescindible   plantear  a sus superiores.  El navío del bey realmente no  había huido sino que había embarcado más al este en  sus   bodegas  una compañía de soldados turcos y diversos pertrechos que debían apoyar al ejército retirado  algunas leguas al este de Orán. Además se planeaba desde Constantinopla, permítanme llamar así a lo que los turcos ya desean que se conozca como Estambul, Dios nuestro señor no lo permita, el envío de socorros. Por lo que se planteaba como acción clara  el control del paso por el canal de Sicilia, 80 millas entre la  isla de su mismo nombre y el Cabo Bon  al norte de la extinta Cartago. Quizá fuese una falsa confesión por parte de  aquel capitán turco, pero debía preverse  un control del paso en ese canal, pues  si como parecía la Sublime Puerta estaba decidida a retomar sus deseos de apropiarse esa parte de mar cristiano  eran los nuestros lo que debían volver a frenarlo como  siglo y medio atrás.

Puerto de Barcelona S. XVIII
Tras  las cortas celebraciones  la escuadra de Don Blas de Lezo partió con destino a Barcelona en la que el 15 de febrero de 1733 entraba victorioso la orgullosa  escuadra.  No permitió desembarcos de  marinería con la orden de mantener a todas las dotaciones a bordo de sus respectivos navíos. Tal situación después de lo vivido a bordo además de lo  sufrido en combate  por las dotaciones lleva a mantener la guardia con muerte al que  trate de desembarcar con el cargo de deserción escrito en la soga que   lo cuelgue de la verga del trinquete. Blas de Lezo no quería que se volviera a producir un contragolpe  que desbaratase todo lo recuperado y en un primer paso  reforzado. Por ello envió sus informes a la espera de una respuesta de urgencia.  Respuesta que no tardó en regresar con los deseos de Don Blas cubiertos hasta la galleta. Embarcaría cuatro batallones mas para el castillo de Mazalquivir y bajo su responsabilidad establecería el control y vigilancia entre las costas de Berbería y las cristianas de  Sicilia hasta donde su capacidad  y la de sus naves permitiesen.

No alcanzó el mes de marzo cuando  su escuadra desembarcaba los batallones como se le había encomendado y  organizaba las patrullas sobre el Canal de Sicilia en el que él mismo decide participar. No eran estas costas  favorables  a las armas españolas. Al sur  la influencia del turco era patente, aunque su fuerza no  pasaba  sobre la mar de ser testimonial ante la  potencia de las naves de nuestro pabellón, al norte tras la guerra civil   ya pasada  por el Reino y su sucesión se habían perdido estos territorios a favor del  imperio austriaco. Esto  significaba que  no serían bienvenidos  sus barcos en caso de necesidades por reparaciones o aprovisionamiento, algo que su majestad católica por la mano del Duque de Toscana, Don Carlos, y futuro Rey  de España con la venia de su padre solucionaría un año después devolviendo el Reino de Nápoles y Sicilia a la protección hispana.

Dos meses mantuvo su escuadra  vigilado el canal interceptando pequeñas embarcaciones que nunca  representaban la amenaza que aquél capitán del batallón turco había confesado. La situación debido a la falta de apoyo logístico comenzó a deteriorarse por la descomposición de los víveres y  el agua.  Esta situación provocó lo más temido a bordo de un barco   después de un incendio que no es otra cosa que  el brote de una epidemia. En este caso la epidemia era de  tifus que poco a poco al principio, pero con virulencia en pocos días comenzó a afectar a  las dotaciones sin respeto por  quien caía. Así cuando el número de víctimas ya rondaba la  quinta centena se vio obligado Don Blas de Lezo a recalar forzado   en la Isla de Cerdeña  donde podría contar  con seguro apoyo, pues su rey Victor Amadeo en estado de agonía y pronto encuentro con el Creador permitía  en aquellos momentos la neutralidad  con España, algo que   era de interés para su política de supervivencia en un pequeño  reino rodeado por Franceses, Españoles y Austriacos con ansias de expansión.

Con víveres y medicinas recién embarcadas zarpó la escuadra de control de Don Blas hacía España. Él mismo había contraído como la denominaban en  ese momento las “calenturas atabardilladas”.  El 23 de marzo de 1733 la escuadra del  almirante arribó al puerto de Málaga donde desembarcaron los enfermos mas graves entre los que he de   nombrar a Don Jorge Juan y Santacilia, entonces guardiamarina y que tantos logros científicos y beneficios  para los avances en la construcción naval y la Real Armada en su generalidad aportó. El eterno destino es quien marca la derrota de la  historia y sus  actores, ¿quién sabe si dos días de encalmadas hubieran llevado a la muerte a este insigne personaje? Solo lo sabe ese destino tan caprichoso desde nuestra visión, pero que tan claro debe tener sus determinaciones  desde su  castillo inexpugnable.

Con Blas de Lezo gravemente enfermo largó  el ferro su escuadra tras más de dos meses de control y bloqueo del Canal de Sicilia con la certeza casi total de no haber ninguna expedición ni partida de socorro desde el imperio turco para el Bey de Argel.  Había cumplido con su deber junto con sus hombres entre los que se encontraban los comandantes de la corbeta “Santa Olaya” y la Fragata “Minerva”. Como siempre que algo grande e intenso termina, algo en el que se ha tratado de darlo todo por lo que uno cree que debe hacerlo queda después el espacio vacío hasta la  recuperación de la rutina cegadora que  se deberá mantener a raya o  acabará por  devorar lo vivido y la capacidad de repetirlo.

Antes de  que  trasladaran  a Don Blas al Hospital Real  convocó a Daniel Fueyo a su cámara.  Pocas horas después y tras despachar órdenes  e informes para  la  capitanía del departamento a su secretario dio paso al Capitán Fueyo.

-          Pase, pase  capitán. No se asuste por mi aspecto y espero que tampoco le incomode su presencia delante  de un  moribundo.
-          Con el debido respeto no considero a vuestra excelencia  moribundo y  estoy seguro que  sabe que puede contar conmigo para  el cometido que sea menester en cada situación…

Don Blas, sonrió levemente en su maltrago de salud mientras ganaba fuerzas para continuar su  conversación.

-          Bien, bien, Daniel, dejémonos de nuevo de ceremonias. Te escogí  hace ya casi un año para que me ayudases en la preparación de la escuadra que  atacaría  Orán. Has cumplido con creces tu cometido. Tienes tu ascenso como capitán de fragata en pocas semanas confirmado y  estoy seguro que me superarás en el tiempo en valía. Pero la vida  es retorcida y sabes a la perfección que la fragata que comandas  solo estaba asignada  por sustitución del capitán Don Ricardo de La Hoz  y este  la reclamará, que pocas naves son las que dispone la Real Armada de momento para tantos deseos de hacerse a la mar. Por ello te propongo que  en tanto  mi salud se haga con el control de las malditas calenturas estas te tomes un descanso merecido y permanezcas a la espera de mi llamada  que te prometo que será más pronto de lo que sospechas y  más pronto que tarde tendremos una cubierta donde  marcar el rumbo sobre el viento  caprichoso que sople para llevar los deseos de nuestro rey donde este nos lo mande.

No era necesaria mas  propuesta. Daniel Fueyo tenía clara su  lealtad a quien le parecía un  verdadero soldado, marino y con quien  batirse el cobre sin casi platearse la razón.

-          Siempre a su servicio, mi comandante. Cuente conmigo sin dudar.
-          Gracias, capitán. Me agrada contar con vos y  con la divina Providencia que tenga a bien sacarme estos malos humores. ¡Suerte!

La carroza preparada para el Almirante esperaba en el muelle rodeada de  la escolta a caballo que lo conduciría al Hospital Real.  Con el orgullo del reconocimiento  y la esperanza por verlo  golpear su pata de palo de nuevo en cubierta Daniel Fueyo   retornó a la que en breve dejaría de ser su fragata…


Estandarte del Teniente General Don Blas de Lezo y Olavarrieta



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