lunes, 5 de septiembre de 2011

No habrá montaña más alta... (111)



…Aquella carta hizo diana en pleno corazón invernado entre las paredes de la mansión de los condes de Monleón. Mª Jesús era consciente de los sentimientos abandonados en El Ferrol, aún suyos, pero hundidos en lo más profundo de los principios que una sociedad hipócrita había logrado ahondar en ella misma. Lo que no podía creer era que en otro corazón igual de humano que el suyo la química del amor hacia ella no se hubiera agotado por el abandono y la frialdad de la despedida. Todo eso la turbaba,  la ansiedad trataba de abrirse paso  entre los brotes de histeria contenida por demostrar al mundo que ella también se sentía así, pero la razón de la sociedad establecida como tal y quizá algo de egoísmo por no perder ni hacer perder a su familia la honra y caudales logrados con el enlace, la retenían tales deseos entre  estais y obenques imaginarios que mantenían  su falsa dignidad como palo mayor de  falso navío.  



Los días se sucedieron en casi el número de cerrar la semana desde que se hubiera celebrado la visita del teniente De la Cuadra. Este veía que los tiempos se  excedían y debía cumplir la promesa hecha al Teniente Cefontes. Sus informaciones   le daban por aprestada la  armada de Lezo en Cádiz y con ello su pronta salida hacia la rada de Alicante, por lo que debía  partir con lo que fuera, en papel,  de voz o como parecía sería vestido del silencio de la decepción hacia Alicante. Tomó la decisión de enviar un mensaje con un porteador de su confianza a la mansión de los Condes de Monleón, en ella le  reiteraba sus ruegos por una respuesta del tipo que fuera, indicando su segura partida  al rayar el sol hacia Alicante con lo que la Providencia haya tenido a bien  encomendar como porte.

El aviso surtió efecto, aunque el Teniente De La Cuadra no supiera lo que dentro mostrasen la palabras escritas disponía de un mensaje para su comandante y eso le tranquilizaba. La mañana del 12 de octubre  de 1732 en  el mismo carruaje en el que se despidió del teniente Cefontes partió, podríamos decir sin temor a equivocarnos, a uña de caballo hacia Alicante.

Mientras, en Cádiz los preparativos habían concluido y una escuadra de seis navios de dos puentes entre los que destacaban el Princesa de setenta cañones, el Real Familia y el León de 60 cañones, junto a 25 embarcaciones  como transportes que albergarían  materiales y pertrechos, en los que además deberían de embarcar  5.000 hombres de infantería al mando del Conde de Bena de Masserano  tras  una escala en Alicante para continuar hacía Barcelona donde completar el apresto de la flota en los hombres  comentados.

El 18 de octubre Ginés de La Cuadra detuvo su carruaje  en los muelles frente al Bergantín “Santa Olaya” que paciente, aparejado y con el aviso de inminente partida  parecía descansar sobre las tranquilas aguas del puerto alicantino. Tras el permiso concedido  por Don José Cienfuegos,  en aquellos momentos el mando superior del Bergantín y tras lo vivido  a bordo buen amigo, trató de  ver al Comandante.

-          Mi teniente, lamento no poder  complacerle. El comandante esta en un consejo de  oficiales a bordo del “Princesa”. Como ya se habrá percatado la flota de socorro con destino a Orán esta al completo  a falta de tropas y caballerías que parece debemos ir a  Barcelona donde completar el avituallamiento de la escuadra. Será mejor que lo esperéis a bordo hasta que Don Blas  de Lezo disponga. Pero no amilane  el espíritu, pues tengo un aguardiente que debemos eliminar de la carga a bordo antes de zarpar y este será un buen momento mientras me cuenta  cómo se vive entre mansiones y palacetes sin estrecheces y rodeados de damas como sirenas  sobre el barco de Ulises.
-          ¡Sea, mi teniente!

La tarde llegó sin presencia o aviso de  esquife que trajera al comandante con lo que el aguardiente entregó sus hirvientes vapores sin remisión y la comida dio paso a un letargo en los dos hombres mientras la espera se alargaba con la única explicación de que el Almirante hubiese hecho de anfitrión de convite para apaciguar estómagos tras el consejo. Pero el tiempo no se detiene ante vidas, naves y vientos, y la hora de cumplir la misión  a bordo de cada navío llegó y con ello el comandante del “Santa Olaya” a su bergantín.

-          ¡Atención en cubierta! ¡El comandante!

Con aspecto  cansado el Teniente Cefontes recibió los saludos de su tripulación  con Cienfuegos a la cabeza hasta distinguir tras estos a su antiguo teniente De La Cuadra.

-          ¡Ginés!
-          Comandante, es un honor volver a verle. Traigo la respuesta que le prometí y…
-          ¡Está bien, está bien! ¡Vayamos a mi cámara!¡ Cienfuegos, el bergantín listo para zarpar a la señal de la capitana! ¡Aquí tiene las órdenes y nuestra posición en el convoy  rumbo a Barcelona!

Sin esperar el saludo, como bala rasa  hambrienta  por romper el costado de navío enemigo arrastró a
Ginés de la Cuadra a su cámara. Este le relató  el aspecto de su amada, trató de moderar y maquillar la
poca presteza en  recibir la contestación por su parte y evitó relatarle el ultimátum que se vio obligado a
plantearle para lograr  obtener la misiva que le hacía entrega en aquellos momentos.

-          Mi comandante. Os dejo ahora en intimidad de vuestra cámara. Si me lo permitís pasaré a despedirme de los alféreces Arrieta y Mainar y el resto de la dotación. Esperaré por si deseáis enviar respuesta a Madrid. Entiendo que estáis en  situación de inminente partida y antes del anochecer abandonaré la nave para partir mañana con destino a la capital.
-          Muy bien, Ginés. Gracias por tu  esfuerzo y por cumplir tu palabra.

Ginés de la Cuadra salíó a cubierta donde comenzó a despedirse de la dotación mientras contaba con su estilo grandilocuente las bondades y grandezas de la Villa y Corte. Mientras cerraba la puerta de la cámara del comandante un regusto  procedente de su propio instinto le decía que aquella misiva no llevaba nada bueno entre sus renglones, aunque quizá eso fuera lo mejor  que como tantas veces se presenta vestido de  castigo. Pasaron dos horas, la anochecida ya era un hecho, las despedidas habían terminado hacia un buen rato, pero el teniente Cefontes no salía de su cámara.

-          Cienfuegos. ¿Podría avisar al comandante sobre si queda algo pendiente para mí?
-           Desde luego, De la Cuadra.

Unos minutos más tarde con cara de circunstancias se acercó a Ginés.

-          Ginés, no sé que le has dado al comandante, está hecho una mierda. Me ha dicho que te de las gracias por todo y  el permiso para desembarcar. Buen viaje afortunado compañero.
-          Gracias Cienfuegos. Buena suerte os depare Neptuno y que la Virgen del Rosario os guarde a todos. Ya sabéis donde estoy y que podéis contar conmigo.


Una sensación amarga corría por todo el “Santa Olaya”, tan solo una persona sabía el por qué. Mientras, en silencio  el carruaje del futuro Duque de Ribera se alejaba del puerto de Alicante repleto de naves de la Real Armada prestas a devolver el golpe al bey de Argel. Los cañones del “Santa Olaya” por pequeños no iban a ser menos fieros en esta ocasión…


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