…Aquella carta hizo diana en pleno corazón invernado entre las paredes de la mansión de los condes de Monleón. Mª Jesús era consciente de los sentimientos abandonados en El Ferrol, aún suyos, pero hundidos en lo más profundo de los principios que una sociedad hipócrita había logrado ahondar en ella misma. Lo que no podía creer era que en otro corazón igual de humano que el suyo la química del amor hacia ella no se hubiera agotado por el abandono y la frialdad de la despedida. Todo eso la turbaba, la ansiedad trataba de abrirse paso entre los brotes de histeria contenida por demostrar al mundo que ella también se sentía así, pero la razón de la sociedad establecida como tal y quizá algo de egoísmo por no perder ni hacer perder a su familia la honra y caudales logrados con el enlace, la retenían tales deseos entre estais y obenques imaginarios que mantenían su falsa dignidad como palo mayor de falso navío.
Los días se sucedieron en casi el número de cerrar la semana desde que se hubiera celebrado la visita del teniente De la Cuadra. Este veía que los tiempos se excedían y debía cumplir la promesa hecha al Teniente Cefontes. Sus informaciones le daban por aprestada la armada de Lezo en Cádiz y con ello su pronta salida hacia la rada de Alicante, por lo que debía partir con lo que fuera, en papel, de voz o como parecía sería vestido del silencio de la decepción hacia Alicante. Tomó la decisión de enviar un mensaje con un porteador de su confianza a la mansión de los Condes de Monleón, en ella le reiteraba sus ruegos por una respuesta del tipo que fuera, indicando su segura partida al rayar el sol hacia Alicante con lo que la Providencia haya tenido a bien encomendar como porte.
El aviso surtió efecto, aunque el Teniente De La Cuadra no supiera lo que dentro mostrasen la palabras escritas disponía de un mensaje para su comandante y eso le tranquilizaba. La mañana del 12 de octubre de 1732 en el mismo carruaje en el que se despidió del teniente Cefontes partió, podríamos decir sin temor a equivocarnos, a uña de caballo hacia Alicante.
Mientras, en Cádiz los preparativos habían concluido y una escuadra de seis navios de dos puentes entre los que destacaban el Princesa de setenta cañones, el Real Familia y el León de 60 cañones, junto a 25 embarcaciones como transportes que albergarían materiales y pertrechos, en los que además deberían de embarcar 5.000 hombres de infantería al mando del Conde de Bena de Masserano tras una escala en Alicante para continuar hacía Barcelona donde completar el apresto de la flota en los hombres comentados.
El 18 de octubre Ginés de La Cuadra detuvo su carruaje en los muelles frente al Bergantín “Santa Olaya” que paciente, aparejado y con el aviso de inminente partida parecía descansar sobre las tranquilas aguas del puerto alicantino. Tras el permiso concedido por Don José Cienfuegos, en aquellos momentos el mando superior del Bergantín y tras lo vivido a bordo buen amigo, trató de ver al Comandante.
- Mi teniente, lamento no poder complacerle. El comandante esta en un consejo de oficiales a bordo del “Princesa”. Como ya se habrá percatado la flota de socorro con destino a Orán esta al completo a falta de tropas y caballerías que parece debemos ir a Barcelona donde completar el avituallamiento de la escuadra. Será mejor que lo esperéis a bordo hasta que Don Blas de Lezo disponga. Pero no amilane el espíritu, pues tengo un aguardiente que debemos eliminar de la carga a bordo antes de zarpar y este será un buen momento mientras me cuenta cómo se vive entre mansiones y palacetes sin estrecheces y rodeados de damas como sirenas sobre el barco de Ulises.
- ¡Sea, mi teniente!
La tarde llegó sin presencia o aviso de esquife que trajera al comandante con lo que el aguardiente entregó sus hirvientes vapores sin remisión y la comida dio paso a un letargo en los dos hombres mientras la espera se alargaba con la única explicación de que el Almirante hubiese hecho de anfitrión de convite para apaciguar estómagos tras el consejo. Pero el tiempo no se detiene ante vidas, naves y vientos, y la hora de cumplir la misión a bordo de cada navío llegó y con ello el comandante del “Santa Olaya” a su bergantín.
- ¡Atención en cubierta! ¡El comandante!
Con aspecto cansado el Teniente Cefontes recibió los saludos de su tripulación con Cienfuegos a la cabeza hasta distinguir tras estos a su antiguo teniente De La Cuadra.
- ¡Ginés!
- Comandante, es un honor volver a verle. Traigo la respuesta que le prometí y…
- ¡Está bien, está bien! ¡Vayamos a mi cámara!¡ Cienfuegos, el bergantín listo para zarpar a la señal de la capitana! ¡Aquí tiene las órdenes y nuestra posición en el convoy rumbo a Barcelona!
Sin esperar el saludo, como bala rasa hambrienta por romper el costado de navío enemigo arrastró a
Ginés de la Cuadra a su cámara. Este le relató el aspecto de su amada, trató de moderar y maquillar la
poca presteza en recibir la contestación por su parte y evitó relatarle el ultimátum que se vio obligado a
plantearle para lograr obtener la misiva que le hacía entrega en aquellos momentos.
- Mi comandante. Os dejo ahora en intimidad de vuestra cámara. Si me lo permitís pasaré a despedirme de los alféreces Arrieta y Mainar y el resto de la dotación. Esperaré por si deseáis enviar respuesta a Madrid. Entiendo que estáis en situación de inminente partida y antes del anochecer abandonaré la nave para partir mañana con destino a la capital.
- Muy bien, Ginés. Gracias por tu esfuerzo y por cumplir tu palabra.
Ginés de la Cuadra salíó a cubierta donde comenzó a despedirse de la dotación mientras contaba con su estilo grandilocuente las bondades y grandezas de la Villa y Corte. Mientras cerraba la puerta de la cámara del comandante un regusto procedente de su propio instinto le decía que aquella misiva no llevaba nada bueno entre sus renglones, aunque quizá eso fuera lo mejor que como tantas veces se presenta vestido de castigo. Pasaron dos horas, la anochecida ya era un hecho, las despedidas habían terminado hacia un buen rato, pero el teniente Cefontes no salía de su cámara.
- Cienfuegos. ¿Podría avisar al comandante sobre si queda algo pendiente para mí?
- Desde luego, De la Cuadra.
Unos minutos más tarde con cara de circunstancias se acercó a Ginés.
- Ginés, no sé que le has dado al comandante, está hecho una mierda. Me ha dicho que te de las gracias por todo y el permiso para desembarcar. Buen viaje afortunado compañero.
- Gracias Cienfuegos. Buena suerte os depare Neptuno y que la Virgen del Rosario os guarde a todos. Ya sabéis donde estoy y que podéis contar conmigo.
Una sensación amarga corría por todo el “Santa Olaya”, tan solo una persona sabía el por qué. Mientras, en silencio el carruaje del futuro Duque de Ribera se alejaba del puerto de Alicante repleto de naves de la Real Armada prestas a devolver el golpe al bey de Argel. Los cañones del “Santa Olaya” por pequeños no iban a ser menos fieros en esta ocasión…
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