miércoles, 21 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (117)


…Con el viento sobre  la aleta de estribor, a barlovento de las fortalezas  semiocultas  entre la lluvia recia de aquél febrero  haciendo de aliada cortina sobre los nuestros, la “Santa Olaya” y la “Minerva” se abrieron sobre los flacos al este y al oeste del objetivo mientras como un fantasmagórico gigante  el navío del almirante  de forma pausada presentó sus 35 bocas de fuego de la banda de babor   frente al navío del bey  que en los límites de su calado sobre los bajíos de la costa argelina trataba de  protegerse por las fortalezas. Los gritos de alarma  entre la tripulación sarracena dieron paso a  dos salvas   desde los castillos de proa y popa del “Princesa” conminando a  rendirse  sin presentar combate. No iba a ser tal cosa  un sueño a cumplir, sueño falso  que fue roto con la detonación de las baterías a  ambos castillos de Mostagán. Tal cosa era lo esperado y la contestación desde el “Princesa” no se hizo esperar. Los 35 cañones en su mayor ángulo  de elevación posible para dañar los  muros  y baterías  vomitaron su veneno en forma de  hierro mientras el navío argelino,  con el viento por la aleta trataba de darse a la fuga con rumbo oeste. La “Santa Olaya”  no dio  momento de respiro y  con sus  cañones de 16 y 8  libras, como de una aparición inesperada a sotavento del navío   hizo fuego sobre aparejo y  arboladura de este.

Un grito de júbilo coronó la salva,  no habrían soñado con semejante diana. El palo macho de trinquete había quedado muy tocado con riesgo de quebrase y con ello llevárselo entero desde la carlinga hasta su tope, mientras, a popa,  el palo de mesana  quedó truncado desde  su mastelero de gavia. Ahora había que largarse de allí o la furia de sus cañones   de la banda de babor podrían dejar reducida a nada la corbeta del Teniente.

-          ¡Proa nornoroeste, piloto! ¡Nostromo, velas a  la caza de lo que sople por mis muertos¡

La corbeta ganaba en distancia con el viento de través mientras el desorden en el navío argelino reinaba  como si la diosa Eris hubiese   tomado el mando de la nave. Tan solo a proa sus dos cañones de caza lograron disparar   sobre la “Santa Olaya” a la que dejaron  el fanal del coronamiento de popa  para recomponer por el maestro carpintero y una perfecta circunferencia en la cangreja que  dolió como si profanase el honor de su reina  el mismo Sultán de la Sublime Puerta. Mientras el “Princesa”  mantenía sin tregua el fuego sobre las fortalezas evitando  ser  blanco de sus baterías la “Minerva” como  rayo sobre la  ensenada de Mostagán  enfilaba su roda sobre el costado de estribor del tocado y falto de maniobra navío del Bey en aquellos momentos. Los infantes apostados sobre las galletas de sus tres palos y los más  temerarios aferrados a los masteleros apuntaban ya  a  la cubierta en busca de los oficiales y  sobre todo  del bey si es que  aún mantenía sus reales allí.

-          ¡Caballeros, preparados para el abordaje! ¡Listas las frascas incendiarias allí arriba y  preparados los garfios de abordaje! ¡A mi orden!

La maniobra  bajo la incesante lluvia que  dejaba poco a la visión, junto al desorden del navío,  fue de dibujo sobre la carta de navegación. Segundos antes de que  el bauprés de la “Minerva”  alcanzase la mitad de la eslora del navío argelino los infantes  dieron aviso de muerte con sus salvas mientras las frascas  mas afortunadas en su lanzamiento sembraban de fuego el combés.  Los garfios volaron sobre la batayola de estribor de este aferrándolo a la fragata que dio su salva de metralla y fuego antes del grito de su capitán.

-          ¡¡¡Por España, por el Rey!!! ¡¡¡A por la victoria!!!



El grito preludio de la furia propia, tan temida por britanos, holandeses y quien estuviera frente al rey católico  en un abordaje se  cumplió sobre aquellos hombres ya derrotados de facto, aunque por sabedores de su futuro  sobre el banco de alguna galera de aquél mismo rey, como fieros guardianes cada uno de su libertad como almas  de acero defendían a sangre y fuego su condición. Daniel Fueyo buscaba con  ansia el trofeo más preciado, mientras  se combatía a tocapenoles sobre cubierta,  con decisión   en su ánimo, el sable en su mano derecha y un buen pistolón humeante en su mecha en la izquierda  se dirigió a la cámara de popa donde podría encontrar las babuchas del bey y  con un poco de suerte  el cuerpo que las calzaba. No era necesario abatir la puerta,  pero una entrada con violencia  sería más efectiva en caso de encontrar  resistencia. De una patada echó abajo la puerta   dejando a la vista la luz de los ventanales intactos a pesar del cañoneo. Dos hombres esperaban   entre la luz  y  su sable.

-          ¡Rendíos y viviréis!
-          ¡Rendirse es morir en vida! ¡Por el Bey, por  nuestro Dios!

No era el bey, o al menos eso trataba de parecer aquella actitud, mas  la duda en esos momentos era algo insignificante comparada con la  victoria sobre los dos hombres y  con ella la vida. El que contestó fue el que acometió sobre Daniel  que  detuvo  su acero con el sable mientras  por su costado  alcanzaba observar  cómo el otro hombre se aprestaba a clavarle el suyo en su costado derecho. Un segundo, el instante eterno que siempre te devolverá la imagen en forma de recuerdo  fue suficiente para  aflojar la fuerza  con la que resistía el sable del otro y  jugarse con  la tensión sobre un pulso descompuesto la vida a una bala de su pistolón.

La detonación no dio tiempo a comprobar si  eran ya parejos en el combate pues la flojera momentánea en el pulso acero con acero  derribó a Daniel con el sable sarraceno   clavando el filo  como quilla sobre su  pecho.  Fue ese momento en el que  se unieron el dolor, la rabia y la muerte tan cercana como la del que recibió la bala. Cayeron ambos sobre la alfombra que  decoraba la cámara del  huidizo Bey.  Un puño con la fuerza metálica de la desesperación por recuperar la vida de las manos de aquél filo y su portador lanzó al moro sobre la cureña del cañón que  sobre el mamparo  de estribor   descansaba sin ningún servidor. Aún sobre  este, Daniel, incorporado, cubierto de sangre en su pecho,  con la furia cargada hasta la galleta y sin piedad   se abalanzó   clavando su sable sobre el pecho de quien solo tuvo el instante de vida para cruzar sus ojos con los  dos puntos rojos que  trataban de ver a través de la sangre que los  enturbiaba. Por un instante no había ningún combate, humo, explosión, victoria o  derrota, tan solo el silencio del fin  como muerte consumada y la paz como  resignación tras esta. No llegó a más que ese instante, pues los gritos de la victoria en cubierta devolvieron a Daniel Fueyo a su realidad, tras  observar a los que querían matarle y que la Providencia tuvo a bien enmendar su razón.  Subió cubierta donde sus hombres acorralaban a unos hombres  que se sabían galeotes  de por vida  a bordo de galera cristiana.

-          ¡Mainar, Hágase cargo de esos hombres! ¡Antúnez saque el navío de estas aguas y  entreguemos el trofeo a nuestro almirante!
-          ¡A la orden, capitán!

Quedó Antúnez   al mando de la maniobra con un  grupo de hombres de la “Minerva”. Daniel  y el resto de la tripulación volvieron a la fragata  para  enfilar el rumbo a Orán con el navío  como triunfo y la victoria como sostén de su sacrificio. La lluvia  cesó como  negándose a limpiar la carnicería pintada sobre la cubierta mientras las ahora cuatro naves  regresaban hacia el oeste y   en la enfermería de la Minerva saturada quedaba ya grabada  de forma basta el dibujo eterno del filo  que pudo haber sido el fin de nuestro capitán…



No hay comentarios: