…Con el viento sobre la aleta de estribor, a barlovento de las fortalezas semiocultas entre la lluvia recia de aquél febrero haciendo de aliada cortina sobre los nuestros, la “Santa Olaya” y la “Minerva” se abrieron sobre los flacos al este y al oeste del objetivo mientras como un fantasmagórico gigante el navío del almirante de forma pausada presentó sus 35 bocas de fuego de la banda de babor frente al navío del bey que en los límites de su calado sobre los bajíos de la costa argelina trataba de protegerse por las fortalezas. Los gritos de alarma entre la tripulación sarracena dieron paso a dos salvas desde los castillos de proa y popa del “Princesa” conminando a rendirse sin presentar combate. No iba a ser tal cosa un sueño a cumplir, sueño falso que fue roto con la detonación de las baterías a ambos castillos de Mostagán. Tal cosa era lo esperado y la contestación desde el “Princesa” no se hizo esperar. Los 35 cañones en su mayor ángulo de elevación posible para dañar los muros y baterías vomitaron su veneno en forma de hierro mientras el navío argelino, con el viento por la aleta trataba de darse a la fuga con rumbo oeste. La “Santa Olaya” no dio momento de respiro y con sus cañones de 16 y 8 libras, como de una aparición inesperada a sotavento del navío hizo fuego sobre aparejo y arboladura de este.
Un grito de júbilo coronó la salva, no habrían soñado con semejante diana. El palo macho de trinquete había quedado muy tocado con riesgo de quebrase y con ello llevárselo entero desde la carlinga hasta su tope, mientras, a popa, el palo de mesana quedó truncado desde su mastelero de gavia. Ahora había que largarse de allí o la furia de sus cañones de la banda de babor podrían dejar reducida a nada la corbeta del Teniente.
- ¡Proa nornoroeste, piloto! ¡Nostromo, velas a la caza de lo que sople por mis muertos¡
La corbeta ganaba en distancia con el viento de través mientras el desorden en el navío argelino reinaba como si la diosa Eris hubiese tomado el mando de la nave. Tan solo a proa sus dos cañones de caza lograron disparar sobre la “Santa Olaya” a la que dejaron el fanal del coronamiento de popa para recomponer por el maestro carpintero y una perfecta circunferencia en la cangreja que dolió como si profanase el honor de su reina el mismo Sultán de la Sublime Puerta. Mientras el “Princesa” mantenía sin tregua el fuego sobre las fortalezas evitando ser blanco de sus baterías la “Minerva” como rayo sobre la ensenada de Mostagán enfilaba su roda sobre el costado de estribor del tocado y falto de maniobra navío del Bey en aquellos momentos. Los infantes apostados sobre las galletas de sus tres palos y los más temerarios aferrados a los masteleros apuntaban ya a la cubierta en busca de los oficiales y sobre todo del bey si es que aún mantenía sus reales allí.
- ¡Caballeros, preparados para el abordaje! ¡Listas las frascas incendiarias allí arriba y preparados los garfios de abordaje! ¡A mi orden!
La maniobra bajo la incesante lluvia que dejaba poco a la visión, junto al desorden del navío, fue de dibujo sobre la carta de navegación. Segundos antes de que el bauprés de la “Minerva” alcanzase la mitad de la eslora del navío argelino los infantes dieron aviso de muerte con sus salvas mientras las frascas mas afortunadas en su lanzamiento sembraban de fuego el combés. Los garfios volaron sobre la batayola de estribor de este aferrándolo a la fragata que dio su salva de metralla y fuego antes del grito de su capitán.
- ¡¡¡Por España, por el Rey!!! ¡¡¡A por la victoria!!!
El grito preludio de la furia propia, tan temida por britanos, holandeses y quien estuviera frente al rey católico en un abordaje se cumplió sobre aquellos hombres ya derrotados de facto, aunque por sabedores de su futuro sobre el banco de alguna galera de aquél mismo rey, como fieros guardianes cada uno de su libertad como almas de acero defendían a sangre y fuego su condición. Daniel Fueyo buscaba con ansia el trofeo más preciado, mientras se combatía a tocapenoles sobre cubierta, con decisión en su ánimo, el sable en su mano derecha y un buen pistolón humeante en su mecha en la izquierda se dirigió a la cámara de popa donde podría encontrar las babuchas del bey y con un poco de suerte el cuerpo que las calzaba. No era necesario abatir la puerta, pero una entrada con violencia sería más efectiva en caso de encontrar resistencia. De una patada echó abajo la puerta dejando a la vista la luz de los ventanales intactos a pesar del cañoneo. Dos hombres esperaban entre la luz y su sable.
- ¡Rendíos y viviréis!
- ¡Rendirse es morir en vida! ¡Por el Bey, por nuestro Dios!
No era el bey, o al menos eso trataba de parecer aquella actitud, mas la duda en esos momentos era algo insignificante comparada con la victoria sobre los dos hombres y con ella la vida. El que contestó fue el que acometió sobre Daniel que detuvo su acero con el sable mientras por su costado alcanzaba observar cómo el otro hombre se aprestaba a clavarle el suyo en su costado derecho. Un segundo, el instante eterno que siempre te devolverá la imagen en forma de recuerdo fue suficiente para aflojar la fuerza con la que resistía el sable del otro y jugarse con la tensión sobre un pulso descompuesto la vida a una bala de su pistolón.
La detonación no dio tiempo a comprobar si eran ya parejos en el combate pues la flojera momentánea en el pulso acero con acero derribó a Daniel con el sable sarraceno clavando el filo como quilla sobre su pecho. Fue ese momento en el que se unieron el dolor, la rabia y la muerte tan cercana como la del que recibió la bala. Cayeron ambos sobre la alfombra que decoraba la cámara del huidizo Bey. Un puño con la fuerza metálica de la desesperación por recuperar la vida de las manos de aquél filo y su portador lanzó al moro sobre la cureña del cañón que sobre el mamparo de estribor descansaba sin ningún servidor. Aún sobre este, Daniel, incorporado, cubierto de sangre en su pecho, con la furia cargada hasta la galleta y sin piedad se abalanzó clavando su sable sobre el pecho de quien solo tuvo el instante de vida para cruzar sus ojos con los dos puntos rojos que trataban de ver a través de la sangre que los enturbiaba. Por un instante no había ningún combate, humo, explosión, victoria o derrota, tan solo el silencio del fin como muerte consumada y la paz como resignación tras esta. No llegó a más que ese instante, pues los gritos de la victoria en cubierta devolvieron a Daniel Fueyo a su realidad, tras observar a los que querían matarle y que la Providencia tuvo a bien enmendar su razón. Subió cubierta donde sus hombres acorralaban a unos hombres que se sabían galeotes de por vida a bordo de galera cristiana.
- ¡Mainar, Hágase cargo de esos hombres! ¡Antúnez saque el navío de estas aguas y entreguemos el trofeo a nuestro almirante!
- ¡A la orden, capitán!
Quedó Antúnez al mando de la maniobra con un grupo de hombres de la “Minerva”. Daniel y el resto de la tripulación volvieron a la fragata para enfilar el rumbo a Orán con el navío como triunfo y la victoria como sostén de su sacrificio. La lluvia cesó como negándose a limpiar la carnicería pintada sobre la cubierta mientras las ahora cuatro naves regresaban hacia el oeste y en la enfermería de la Minerva saturada quedaba ya grabada de forma basta el dibujo eterno del filo que pudo haber sido el fin de nuestro capitán…
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