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Vista de Oran y el Castillo de Mazalquivir (S XVIII) |
…El tambor llamando a zafarrancho despertó a Daniel de su primer descanso en verdadera calma, seis horas de sueños ya olvidados, reparadoras horas a las que le seguían comprobar el estado de su nave y de la dotación mientras desde la toldilla podría contemplar desde su largomira la batalla que se prometía más al sur frente a Orán. Rápido, como siempre al salir del camastro, Daniel se embozó en su uniforme ya casi perdido su color y con una necesaria entrega al “pañol grande” para enfundarse otro de nueva factura cuando arribase al fin a puerto seguro. La visión de cubierta le alegró la mañana donde pudo ver a sus hombres con el gesto sereno, tanto tiempo atrás perdido, y listos en sus puestos a la espera de la orden de su capitán; algo que lo reforzaba más aún en su creencia sobre la condición humana que es capaz de arrostrar los mayores sacrificios por algo tan simple que es la confianza mutua, la disciplina engarzada al valor que infunde saberse arropado por un buen líder, donde la comprensión de las debilidades da alas a quien las porta que a la postre somos todos en nuestras infinitas versiones humanas.
- ¡Teniente Antúnez, mantenga la nave en facha y lista a una llamada desde la capitana! ¡Anule el zafarrancho y que se pongan todos a las órdenes de los carpinteros para recuperar el estado de la nave! No es domingo pero ración de comida y bebida como si lo fuera y doblada. ¡Mantenga atención a la señales de la capitana!
- ¡A la orden, Capitán!
- Martín, súbame las tostadas y ese café que nos embarcaron ayer a la toldilla, hoy deseo sentirme como en casa.
Su asistente, Martín de nombre con desconocido apellido, fue algo que se vio obligado a adoptar cuando el jefe de brigada de la artillería de los cañones de babor casi lo convierte en metralla tras un error que casi los vuela a todos en medio de uno de las decenas de combates tenidos durante el sitio y la espera de refuerzos. No era Martín un hombre con agilidad mental normal, pero desde luego era válido para las labores de sencilla ejecución y donde los cambios no fueran a golpe de cañón.
- Si, capitán.
Nunca pensó Daniel Fueyo poder contemplar el fin del sitio de Orán desde aquella posición de observador privilegiado. Los casi 200 cañones de las bandas amuradas a la costa de los seis navíos comenzaron a bombardear con todos sus calibres al alcance de la playa provocando un efecto devastador, mas por las explosiones y el pavor sobre los que ahora se veían envueltos entre dos frentes sin saber donde iba a caer la siguiente bala de cañón que por el daño real sobre sus carnes y armamentos. Tras dos horas de intenso fuego sobre las fuerzas moras, una señal desde la capitana con la seguida respuesta desde lo alto de las murallas de Orán hizo que las puertas de la ciudad se abrieran como las aguas del mar rojo se cerraron para los ejércitos del faraón, cargando las tropas encerradas tantos meses con la furia del desquite y la ventaja de saberse superiores en ánimo, en fuerza y en sus posibilidades de victoria. Otra señal desde el navío “Princesa” dio orden al desembarco que, bajo la protección casi innecesaria de varios lanchones armados de infantes que descargaban su carga de plomo sobre los pocos que trataban de evitar este, se desenvolvió como una pura descarga de pertrechos y hombres sin enemigo. Un enemigo que comenzó a sentir que el pánico superaba los gritos de sus mandos y la huida hacia el este pasó de una retirada en orden a la desbandada por la supervivencia.
La victoria no llevó mas de seis horas desde la primera andanada sobre la playa hasta que los últimos soldados berberiscos por dignos cayeron resistiendo encerrados en una bolsa donde las tropas del Conde Bena Masserano no pudieron alcanzar a detener la furia sangrienta de los soldados sitiados. Hombres con aspecto humano, pero en esos momentos con sus almas sepultadas sobre la furia propia del fragor en la batalla, a la que el odio recargado tras meses sin otra imagen que las vejaciones y torturas sobre los hombres que enviaban de correos o en busca de alimento y eran capturados por los ahora rodeados, les infundía la sed brutal y sin sentido de la venganza en caliente.
- ¡Dios mío! No es esta la guerra por la que combatimos, Antúnez. Los están destrozando. Me avergüenzo de lo que ven mis ojos.
Un silencio sobre la cubierta de popa fue poco a poco alcanzando el alcázar hasta la raíz del bauprés que por suerte no podía observar tal carnicería sin justificación por parte de quien se considerase humano.
La furia dio paso a la celebración tras las debidas operaciones del ejército reforzando en un radio de una legua con todas las lomas y puntos críticos en un contragolpe susceptibles de ser punta de lanza de nuevo contra Orán. Aún así no deseaba Don Blas de Lezo zarpar a España sin dejar la situación clara y en franquía para quienes allí quedaban como bastión hispano frente a la piratería y el turco. Para ello mandó reunir a su estado mayor para planificar las próximas semanas los pasos a seguir desde su visión más allá de lo puramente naval.
Tras ello mandó llamar a los comandantes de la “Minerva” y la “Santa Olaya”. Estos cada uno en su lanchón o esquife, según el tamaño de su nave, acudieron al “Princesa” para la reunión con el Almirante. Por la hora ya entrada en el atardecer estaban claros que si el humor era bueno tendrían una buena cena que azuzarse por el gaznate.
De nuevo, como en la anterior ocasión, el Capitán de navío De las Cuevas os recibió a ambos y los condujo a la cámara del Almirante.
- Buena hora ésta en la que dos jóvenes oficiales me hacen sentir ya viejo. Capitán Fueyo y Teniente Cefontes, tomen asiento y dejen el ceremonial que hace nada me he pasado entre altos mandos de tierra y mar y me duele este solitario brazo de tanto saludar. ¡Pase!
El jamón apareció con el vino que seguía tan bueno como la última vez.
- Caballeros, la victoria ha sido fácil pero no es completa. No pararé hasta dar caza a ese navío con Bey o sin él que perdieron dos de mis mejores hombres por entrar al trapo de una galeras de lo que solo agradezco haber podido liberar a sus galeotes hermanos nuestros. Pero como les decía, he establecido con las fuerzas de tierra abrir más el espacio controlado por nosotros hasta donde sea posible por tierra al este, sur y norte que garantice la seguridad de la plaza, pero me preocupa la existencia de ese navío que con algunas naves menores o galeras, no me importa su porte, puedan bloquear o incluso atacarnos cuando dejemos esta rada la mayor parte de la flota en la que esta vez les incluyo a ustedes con sus naves. Por ello con ayuda del ejército, sus manejos entre confidentes y espías y vuestras dos naves, ágiles y rápidas, además de menor calado que mis navíos podamos entre todos, y me incluyo con mi barco, dar caza a su símbolo vestido de 60 cañones.
Ambos entre bocado y sorbo de vino asintieron con la misma convicción.
- Vuestra merced dirá nuestra misión, Almirante.
- Vos, Cefontes partiréis a bordo de su corbeta hacia el este barajando la costa sin correr más riesgos de los necesarios para garantizar su retorno e informarnos cada 48 horas. Mientras vos, capitán Fueyo terminará sus labores de reparación y aprovisionamiento para estar listo en otras 48 horas. Con vuestra información y lo que nos aporten desde tierra partiremos en tres días hacia donde se suponga se oculte es hijo de turca malparida…
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