lunes, 12 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (114)


…  -     ¡Permiso para subir a bordo!
-          ¡Permiso concedido! ¡Capitán de navío De las Cuevas  a su  disposición!
-          ¡Capitán de Fragata Daniel Fueyo! El almirante me  ha citado en vuestro navío…
-         Si, capitán. Sígame por favor. Es un honor recibir a bordo del “Princesa” a un  héroe como vos, señor. Permítame trasladar nuestro orgullo a vos y a toda su dotación que con tanto sacrificio y peligro por sus vidas han mantenido a raya a  esos endemoniados piratas sarracenos  azuzados por el Turco que Dios nuestro señor lo confunda.
-          Nada que no hubieseis  cumplido vos y cualquier marino bajo la bandera de nuestro Rey Católico.

La cámara era enorme como la de un navío de 70 cañones, este de mayor eslora que los  de su misma clase britanos y de una estructura y diseño  copiado tras su gloriosa captura por los britanos en un combate de tres  contra él, en el que  destrozó uno, hizo huir al otro y tras seis horas de duros combates tuvo que rendir el pabellón su comandante Don Pablo de Agustín Aguirre.   Fueron los britanos quienes se maravillaron del diseño  hispano de nuestro insigne Gaztañeta al que a partir de aquel momento trataron de copiar  en gálibos y  líneas de agua. Como les decía no era la cámara del "Princesa" comparable con la de la "Minerva", aunque los mamparos desmontables y sus respectivos cañones para servir contra el enemigo se presentaban de la misma  manera. Quien no tenía igual, fuera el barco que fuera, era quien portaba su gallardete en el tope del palo mayor. Don Blas de Lezo y Olavarrieta. Con  su  brazo vivo lo estrechó entre su  robusto cuadernal de piel y huesos al bueno de Daniel Fueyo, que  por más que lo sintiera cercano nunca podría  esperar semejante familiaridad  para con él.

-          Mi Capitán de Fragata Fueyo. Bravo  como debe de serlo un  comandante de la Real Armada.  Habéis cumplido  como  se le exige a vuestro mando y  tened por seguro que será  llevado vuestro  servicio a las instancias más altas que este jefe de escuadra pueda hacerlo en cuanto terminemos con  esos malditos hijos de rabiza turca. Os quedaréis a cenar  conmigo  esta noche en la que espero nos relatéis vuestros combates contra  nuestros enemigos a los que daremos con su medicina mañana en cuanto confirmemos la disposición de las tropas  de la ciudad y el castillo. Para ello necesito un informe de situación  de la costa al este y al oeste de  esta posición, no deseo encontrarme con sorpresas  que distraigan a mis naves de su principal objetivo. ¡Pase!

Con   miedo mezclado de respeto el paje de Don Blas, algo entrado en años  para tal fin, les sirvió  buen jamón  cortado con el mejor vino de la bodega del almirante. Daniel casi se olvida de los requerimientos de su superior con aquellos olores  casi olvidados.

-          Pero  qué clase de  jefe puede llegar a ser quien no mantiene a sus hombres  con sus necesidades  cubiertas. ¡Coma, por Dios! Mejor, comamos y bebamos algo  y me vais describiendo la situación que os  demando.
-          Gracias mi comandante.  Comenzaremos por el oeste. Esa zona la conocéis  del anterior desembarco hace medio año. La playa de las Aguadas es un buen lugar para el desembarco pero no para defenderlo por mucho tiempo por lo que no hay allí fuerzas  a excepción de pequeñas patrullas que   tratan de  controlar la retaguardia del castillo; no son amenaza para nuestras fuerzas pues no disponen de flota  salvo algún lanchón  con el que en ningún caso serán amenaza a  cualquier cañón menor de alguna de nuestras unidades de trasporte si llegara el caso. Con permiso.
-          ¡Sírvase, sírvase, capitán! Deme su vaso que le escancie  de este vino  antes de que se nos ponga recio.
-          Gracias. Como le decía, por el oeste no hemos de temer reacción alguna. Por el este la cosa cambia, aunque  salvo el navío que se nos fue dudo que presenten batalla con los que puedan disponer entre el cabo de Agujas y  los puertos que acaban a mas de 200 millas al este con Argel.  Convendría apostar  algunos lanchones armados  al este que pudieran dar aviso de alguna vela o galera que tratase plantar  cara a los nuestros, creo que nada más mi comandante. Por lo demás tened claro que los situados están deseando  salir bajo nuestra cobertura    para devolver lo pasado. Y por gas a fe que lo harán bien.
-          Si algo de todo esto que sucede tengo claro es que así será. Disponemos del código de banderas  y estamos coordinando la batalla de mañana en la que tras nuestro fuego   en el que  los barreremos, serán primero ellos los que  tras el desconcierto y los daños  causados   carguen sin piedad  mientras procedemos al desembarco de los  hombres que comanda  el Conde de Bena Masserano, Don Guido Jacinto, a quien os presentaré en la cena. Ahora adelantadme algo de vuestros  días de comandante de la pequeña división  y  vuestras venturas y desventuras frente a las galeras del Bey. ¡Paje, mas jamón!...

La cena se  convirtió en una continuación de  la velada,  tan solo interrumpida  por  la llegada de informes sobre la situación desde los sitiados y las órdenes oportunas dadas a su estado mayor a bordo del “Princesa” para la  jornada del combate del día siguiente. Tan solo faltaban en aquel espacio limitado de madera por los cuatro costados de unas damas que aliviaran el peso de tanto uniforme y alto mando militar que abarrotaba la cámara, pero  no era el momento ni el lugar donde disponer de semejante bendición a la vista y la conversación. El vino dio paso al aguardiente tan severamente prohibido en la Real Armada y con este al relato de las   decenas de combates y anécdotas  pasadas en la dura misión como comandante de aquella exigua  escuadra. Con mas  mareo de tierra  que de mar  y  la noche   entrando en carnes sobre la mar se despidieron  todos los mandos, no sin que cada uno felicitase a Daniel Fueyo por su actuación en tales condiciones. Como pudo,  entró en su cámara donde una nota de su amigo Segisfredo le decía “te he robado a tu amiga espirituosa, no cuentes con su rescate porque ya es mía”. Ninguno de los dos participaría en el combate pues los suyos  necesitaban descanso y recuperarse de lo vivido y la corbeta del Teniente Cefontes se mantendría en labores de protección del convoy al norte de este mientras se procediera al  desembarco.

-          ¡Arrieta! Al alba y con la señal de la  capitana toque a zafarrancho y prevención para el combate. Aunque no  seamos parte de la fuerza naval  que lo haga estaremos pendientes y atentos a lo que suceda.
-          ¡A la orden, mi capitán!

Como un niño al que le regalaron su primer  juguete, agotado de jugar con él se acostó  en su cámara por primera vez desde hacía muchos meses  para dormir como un lirón lo que  decidiera  la bandera de zafarrancho de  Don Blas de Lezo. “Siempre avante” fueron sus últimos pensamientos… 




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