lunes, 26 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (119)


…Había transcurrido algo más de un año desde que  Daniel  había desembarcado del “Santa Rosa”  y,  tras la llamada de  Don Blas de Lezo,   había unido su destino al de  sus armas. Tras lo vivido, las dos victorias frente a los servidores del turco y los meses al frente de una escuadra de mínimas proporciones con la misión de mantener el control posible sobre el sitio de Orán  por las tropas argelinas, ahora se encontraba sobre tierra firme  en el empedrado del muelle donde le acababa de dejar su lanchón. Mas  al interior de la bahía con su  bandas mirando a la Isla de Trocadero  y los astilleros de La Carraca  respectivamente, con sus masteleros  apuntando al infinito la “Minerva” parecía haberlo olvidado aunque él sabía que ya no podría  dejar de  recordarla . En  aquella visión ya cargada de nostalgia podía distinguir la que había sido su hogar y su reino, la que ya sentía como parte de su ser,  de ese interior en el que eres capaz de saber lo que significa el miedo, el dolor, el presentimiento, el ardor, la ilusión, la fe con un  simple crujido o un vaivén como puro estímulo  que solo es capaz de entender el corazón de quien por tal cosa respira.  Don Ricardo de La Hoz, sabedor y dueño por derecho de la “Minerva”,  con ceremonial parsimonioso “se la quitó” mientras los hombres rezaban para volver a encontrarse a bordo de quien les demostró que todo es posible si en ello se cree.

La convalecencia de Don Blas sería larga pues  no salió muy bien parado de aquellas calenturas atabardilladas y decidió que debía tomarse aquello como un descanso merecido que cuando el viento, sea del tipo que sea, arrecia no queda más que salvar  lo que vive y esperar a que amaine. Alquiló un sencillo carruaje descubierto en el que disfrutar de la visión  del trayecto hacia la Isla de León a través del istmo que unía la ciudad con lo que podríamos decir la península hispana. En la Isla  de León se encontraba ya la comandancia militar donde  se marcaban los pasos del Departamento Marítimo tan racionalmente definido por nuestro Rey Borbón.  Allí dejaría su dirección donde podría ser llamado para acudir  a demanda en tanto  esperaba destino.

Cruzaba la cortadura del Arrecife cuando en la misma enfilación con La Carraca vio cómo remolcado por  varios lanchones la Corbeta de su amigo Segisfredo Cefontes entraba sobre sus diques inundados.  “¡Segis!” pensó  de pronto como si hubiera olvidado  durante  años a su amigo “otro infeliz  con el rabo entre las piernas”. Sabía lo que aquello significaba. La corbeta bautizada “Santa Olaya” había sido  una presa  arrebatada a los  moros durante  el primer desembarco en Orán. Los reglamentos eran claros. Debía dilucidar el tribunal de presas su  valor y su destino antes de darse de alta en la lista de navíos de la Real  Armada y tras esto se le asignaría su Comandante y  tras ello la dotación correspondiente. Esto hacía que  para el Teniente Segisfredo Cefontes  su estado pasara de “Embarcado” al de “Disponible”. “En cuanto  deje mi situación conforme en capitanía pasaré a  por  Segisfredo” pensó Daniel, no sólo hizo tal cosa, sino que en la propia comandancia dejó las mismas señas  para su amigo apoyado en su rango superior.

-          Podrán localizar tanto al Teniente Segisfredo Cefontes, como a mi persona en la Hacienda “El Soberado” propiedad de don Diego García de Trujillo sita en la villa de Torremelgarejo  cerca de Jerez.

Con un cansino asentimiento del  escribiente casi tan cansino como sus trazos sobre el papel timbrado de la Real Armada quedó la gestión   cumplida.

-          ¡Cochero, al Astillero! ¡Rápido!

Justo bajo la  entrada un despistado y aturdido mareante sobre   suelo  firme deambulaba sin mucha claridad  de rumbo al que enfilar. Casi sin que el polvo del camino alcanzase al carruaje de un grito   simple los dos hombres cruzaron sus miradas y  sin falta de  garfio  con el que aferrarse, ya estaba Segisfredo sentado  al lado de su amigo Daniel tras el salto sobre el estribo del pequeño carruaje.

-          ¡Buena hora sea esta que desconozco! Ya creía que el sol  me iba  a fundir mientras encontraba un  carruaje que me llevara a Cádiz. Aunque veo que no es hacia allí donde nos lleva  el tuyo.
-          No me des las gracias con esa cara de  tonina pánfila. Será mejor que me ocupe de tu alojamiento no sea que  te apresen en medio de una refriega con marido ofendido sobre las lágrimas de dama mancillada por  tus encantos. Vamos a  la hacienda de mi tío adoptivo cerca de Jerez. Allí estaremos  cómodos, cerca de la tentación de cafés, teatros y saraos gaditanos pero  a refugio en su calma  mientras nos  ofrecen destino.
-          Pero no he comunicado mis señas a Capitanía.
-          Nada que no haya hecho ya  en cuanto vi tu “Santa Olaya” remolcada a los diques  donde la  infravaloren esos malditos contadores que mal rayo los parta.
-          Gracias, hermano.
-          Pórtate bien y con solo eso ya me lo habrás agradecido.

Una jornada transcurrió en el viaje hasta la comarca jerezana donde se encontraba la Hacienda. Jornada con parada  en  una quinta donde llenaron sus estómagos de  legumbres ya olvidadas, regadas en buen vino de la tierra  para rematar con un aguardiente  como verdadera andanada que azuzó el sueño de  casi la parte  que restaba para   el fin del trayecto.

-          Señor, “El Soberano”
-          Gracias, cochero. ¡Teniente, arriba!

La hacienda después de un año largo,  como no podría ser de otra manera,  mantenía su aspecto. En la puerta  de entrada unos andamios ocultaban los pórticos en los que se apreciaban los trabajos de canteros donde al acercarse  comprobó Daniel que labraban el escudo  de la casa. No era época de vendimia  y las ya más de mil fanegas de extensión  aparecían en silencio  preparando su tesoro para la vendimia en el aún lejano septiembre con el pequeño palacete al final  del camino  en una pequeña loma  con toda la industria  de la vid a su alrededor para su vista y buen hacer. Tras ella, unas lonjas  mezcla de las antiguas y otras de nueva construcción iban copando parte del terreno  baldío demostrando que  el tercio de  frutas y vinos prosperaba  con la casa de Contratación en Cádiz y  el nuevo régimen borbónico que estaba en claras por su apoyo.


Nadie apareció en un primer instante en el que el cochero  descargaba el corto equipaje de ambos marinos. El sol se mantenía en su agonía silenciosa para dar su despedida en menos de dos horas.  Con timidez pero  decisión pues no había otra enfilación que la de la puerta del pequeño palacete, Daniel golpeó su aldaba esperando ver a su tío adoptivo. Un criado  de poca edad a quien no conocía Daniel abrió la puerta con cara tan solemne como poco  real en su papel.

-          Buenas tardes, señor. ¿Qué desea vuestra merced?
-          Buenas sean. Deseo  ver a Don Diego Garcia de Trujillo
-          ¿A quién debo anunciar?

En ese momento Daniel recobró parte de su saliva, hinchó su pecho con todo el orgullo que podría caber en su  costillar y disparó

-          Al capitán de fragata Don Daniel Fueyo y Liebana
-          Pasen y esperen un momento, pasare a anunciar a su persona.

Con cara de no saber si estaba en la hacienda de su tío o en la del  Duque de Alba, Daniel pasó seguido por Segisfredo  tal y como les indicó aquel criado sin librea pero con unos aires que  pareciera hubieran errado de Hacienda.

Todo aquella parafernalia se vio por fortuna destripada con las zancadas sin  decoro que ya se podían escuchar desde  la entrada.

-          ¡Daniel! ¡Has vuelto! ¡Dios mío! ¡A mis brazos!

Abrazos, besos, saludos, abrazos y más besos. Había transcurrido un año y  aquella visión real  para Diego García  casi  acaba con su  salud en esos momentos de frágil estado.

-          Diego, este es mi amigo Segisfredo Cefontes. Venimos a tu casa  para  quedarnos si tienes a bien hasta que nos llamen.
-          ¡Por Dios, Daniel! Esta es tu casa y la de quien tengas a bien traer contigo. Pero, pasa y  siéntate. Estaréis cansados del viaje y yo también necesito  sentarme que  no está mi salud en su mejor momento.   Además  tendrás que contar tantas cosas. ¡Francisco, recoge el equipaje de los señores y prepara sus  habitaciones! ¡Mariana, prepara un refrigerio para nosotros en el patio!...



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